/ viernes 20 de noviembre de 2020

Con café y a media luz | En búsqueda de la fragilidad

Después de la última entrega que puse a sus amables juicio y dispensa, gentil amigo lector, me quedó la curiosidad sobre la razón que ha detonado al fenómeno que está ocurriendo en nuestros días en la mayoría de la juventud que han visto en la desestimación de la autoridad y del estudio, la manera idónea de construir su futuro y, por tanto, el de la sociedad que, en su conjunto, están formando para los ciudadanos del mañana.

Aproveché los días para buscar información, consultar amigos profesionales del área del comportamiento y leer la mayor cantidad de artículos para entender qué es lo que pasa; a qué se debe el desdén; por qué se está replicando el mismo comportamiento en diferentes partes del mundo y cuál sería la solución a este respecto.

Lo poco que encontré como respuesta se lo transcribo en la columna de este día, esperando que, si usted sabe de alguna otra razón que abona a este comportamiento autodestructivo me la pueda compartir para hacerla parte de un espacio posterior, de antemano le agradezco.

En los primeros escritos que pude encontrar y que me confirmó un psicólogo con razonamientos sumamente válidos, se relata que el problema de hoy, en realidad se incubó en la primera mitad de la llamada “generación x” que inició desde 1969 y concluyó hasta 1980. Los años pueden variar un poco según el artículo y el autor en cuestión. Empero, no son muy distantes de las que le proporciono.

Este grupo generacional compartió una característica conductual bien identificada: “La obsesión por el éxito”. Conforme a lo que me comentaron, la lucha permanente por tener un mejor trabajo, el incremento poblacional y, por consecuencia, de profesionistas, hacía a los jóvenes altamente competitivos. Ellos mantenían como parte de su “eje de conducta” a la “cultura del esfuerzo” ejemplificada por sus padres.

Los nacidos en estos años se convertirían con el paso del tiempo en protagonistas exitosos de descubrimientos, avances científicos, desarrollos tecnológicos y más. Sin embargo, esta serie de triunfos en lo laboral se contrapone rotundamente con el fracaso que originó el descuido de la paternidad.

Pensando cosas como “Darles todo lo que yo no tuve”, “Que no sufran carencias”, “Que disfruten su niñez” y otros argumentos, los adultos “X” no se dieron cuenta que, a la postre, confundirían hasta el perjuicio a los niños “millennial”.

Estos “nuevos niños” –los primeros en nacer en un mundo enteramente digital– vieron satisfechas sus necesidades, gustos y caprichos por sus padres que, para poder cumplirlos, incrementaron sus horas laborales, buscaron mejores empleos, migraron a otras ciudades del mundo para enviar dinero y, todo lo anterior, ocasionó la llegada de una “nana”. Esta nodriza fue, por poco tiempo, la televisión y, por el resto de los días, el internet. Con toda la serie de “detalles positivos” pero también, exponiendo a los niños sin ninguna atención a desinformación, vicios y perversidades de todo tipo que se pueden encontrar allí.

Los jovencitos “millennial” ahora son adultos de entre los 25 y 30 años. Cuya principal característica conductual fue –y es– la frustración, y se continúa manifestando en el entorno laboral. Son los adultos jóvenes que no están dispuestos a “dar más” de lo que el manual de responsabilidades dice. No están dispuestos a salir de su trabajo después de la hora marcada, pero sí luchan por salir horas antes. ¿Trabajar en sábado o domingo? ¡Ni pensarlo! Pero sí consideran que merecen ganar mucho más.

En este grupo, podemos advertir que la “cultura del esfuerzo” se ha desvanecido, y no solamente en el ámbito laboral, también repercute en su accionar como padres y en la forma en que han educado a la nueva generación que, en estos momentos, está llegando a la adolescencia y son los que abarrotan las aulas desde la secundaria y hasta la universidad.

Los jóvenes de nuestros días pertenecen a la “generación z” o, como me explicaron, también llamados “zillennials”. Le ofrezco disculpas por el término. Las peculiaridades en el comportamiento de este grupo son una marcada irreverencia y un menosprecio por los modelos establecidos, detonadas, principalmente por dos factores que incidieron: El descuido y la expansión del internet, tanto en artefactos como en contenidos inútiles.

Le suplico me permita explicar. El descuido al que se vieron expuestos en este caso, no fue por buscar mejores salarios, sino porque los padres no deseaban “batallar” con sus criaturas –volvemos a la carencia de la cultura del esfuerzo– y los empezaron a dejar encargados con los abuelos, para tratar de continuar con el ritmo de vida cómoda que incluía paseos, ir al gimnasio, salir de fiesta, jugar con consolas de videojuegos y más.

Los “cuidadores” hicieron lo que mejor sabían hacer: Buscar una “nana” que ya no era la televisión, ni la computadora, ahora se trataba del celular. Este “aparatito” contenía todo lo que el niño podía desear: Redes sociales, juegos, música, videos y un número infinito de páginas por explorar. Todo ello conformaba la fórmula para que transcurriera el tiempo y “el chamaco” no ocasionara conflictos.

Los niños fueron expuestos a todo tipo de información y una marcó sus vidas: Para triunfar en el ciberespacio no se necesita una carrera. Basta con tener un video viral, un número constante de “likes” e incrementar día con día la cantidad de “seguidores”. Fueron enseñados a vivir en el mundo de la irreverencia, la falta de respeto, el desinterés y, lo peor de todo, se les demostró que se puede sobrevivir económicamente en ese entorno, entonces ¿Para qué esforzarse en estudiar?

Muchos de ellos están matriculados en una escuela por condicionamiento y obligación de los padres y otros más se atreven a pensar que le están haciendo un favor a los progenitores al darles el gusto de “estar yendo a la universidad”. Imagine usted, esa conducta en un “caldo de cultivo” que se llama confinamiento o “clases en línea”. El resultado ya lo escribimos en la entrega anterior.

Son muy pocos los jóvenes que están tomando con la seriedad y responsabilidad debidas al estudio desde casa, mientras maestros de nivel medio superior y superior ven cómo todos sus esfuerzos por formar académicamente a sus educandos terminan en “el bote de basura” y, además, son recriminados por encargar tarea, pedir trabajos, robar tiempo destinado al dulce reposo y aplicar exámenes en línea.

Aquí no se trata de programas de gobierno, políticas públicas o proyectos de país. Aquí es cuestión de responsabilidades, obligaciones y madurez. Detalles que, pareciera, no tienen –ni les interesa tener– los mexicanos del mañana.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.



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Después de la última entrega que puse a sus amables juicio y dispensa, gentil amigo lector, me quedó la curiosidad sobre la razón que ha detonado al fenómeno que está ocurriendo en nuestros días en la mayoría de la juventud que han visto en la desestimación de la autoridad y del estudio, la manera idónea de construir su futuro y, por tanto, el de la sociedad que, en su conjunto, están formando para los ciudadanos del mañana.

Aproveché los días para buscar información, consultar amigos profesionales del área del comportamiento y leer la mayor cantidad de artículos para entender qué es lo que pasa; a qué se debe el desdén; por qué se está replicando el mismo comportamiento en diferentes partes del mundo y cuál sería la solución a este respecto.

Lo poco que encontré como respuesta se lo transcribo en la columna de este día, esperando que, si usted sabe de alguna otra razón que abona a este comportamiento autodestructivo me la pueda compartir para hacerla parte de un espacio posterior, de antemano le agradezco.

En los primeros escritos que pude encontrar y que me confirmó un psicólogo con razonamientos sumamente válidos, se relata que el problema de hoy, en realidad se incubó en la primera mitad de la llamada “generación x” que inició desde 1969 y concluyó hasta 1980. Los años pueden variar un poco según el artículo y el autor en cuestión. Empero, no son muy distantes de las que le proporciono.

Este grupo generacional compartió una característica conductual bien identificada: “La obsesión por el éxito”. Conforme a lo que me comentaron, la lucha permanente por tener un mejor trabajo, el incremento poblacional y, por consecuencia, de profesionistas, hacía a los jóvenes altamente competitivos. Ellos mantenían como parte de su “eje de conducta” a la “cultura del esfuerzo” ejemplificada por sus padres.

Los nacidos en estos años se convertirían con el paso del tiempo en protagonistas exitosos de descubrimientos, avances científicos, desarrollos tecnológicos y más. Sin embargo, esta serie de triunfos en lo laboral se contrapone rotundamente con el fracaso que originó el descuido de la paternidad.

Pensando cosas como “Darles todo lo que yo no tuve”, “Que no sufran carencias”, “Que disfruten su niñez” y otros argumentos, los adultos “X” no se dieron cuenta que, a la postre, confundirían hasta el perjuicio a los niños “millennial”.

Estos “nuevos niños” –los primeros en nacer en un mundo enteramente digital– vieron satisfechas sus necesidades, gustos y caprichos por sus padres que, para poder cumplirlos, incrementaron sus horas laborales, buscaron mejores empleos, migraron a otras ciudades del mundo para enviar dinero y, todo lo anterior, ocasionó la llegada de una “nana”. Esta nodriza fue, por poco tiempo, la televisión y, por el resto de los días, el internet. Con toda la serie de “detalles positivos” pero también, exponiendo a los niños sin ninguna atención a desinformación, vicios y perversidades de todo tipo que se pueden encontrar allí.

Los jovencitos “millennial” ahora son adultos de entre los 25 y 30 años. Cuya principal característica conductual fue –y es– la frustración, y se continúa manifestando en el entorno laboral. Son los adultos jóvenes que no están dispuestos a “dar más” de lo que el manual de responsabilidades dice. No están dispuestos a salir de su trabajo después de la hora marcada, pero sí luchan por salir horas antes. ¿Trabajar en sábado o domingo? ¡Ni pensarlo! Pero sí consideran que merecen ganar mucho más.

En este grupo, podemos advertir que la “cultura del esfuerzo” se ha desvanecido, y no solamente en el ámbito laboral, también repercute en su accionar como padres y en la forma en que han educado a la nueva generación que, en estos momentos, está llegando a la adolescencia y son los que abarrotan las aulas desde la secundaria y hasta la universidad.

Los jóvenes de nuestros días pertenecen a la “generación z” o, como me explicaron, también llamados “zillennials”. Le ofrezco disculpas por el término. Las peculiaridades en el comportamiento de este grupo son una marcada irreverencia y un menosprecio por los modelos establecidos, detonadas, principalmente por dos factores que incidieron: El descuido y la expansión del internet, tanto en artefactos como en contenidos inútiles.

Le suplico me permita explicar. El descuido al que se vieron expuestos en este caso, no fue por buscar mejores salarios, sino porque los padres no deseaban “batallar” con sus criaturas –volvemos a la carencia de la cultura del esfuerzo– y los empezaron a dejar encargados con los abuelos, para tratar de continuar con el ritmo de vida cómoda que incluía paseos, ir al gimnasio, salir de fiesta, jugar con consolas de videojuegos y más.

Los “cuidadores” hicieron lo que mejor sabían hacer: Buscar una “nana” que ya no era la televisión, ni la computadora, ahora se trataba del celular. Este “aparatito” contenía todo lo que el niño podía desear: Redes sociales, juegos, música, videos y un número infinito de páginas por explorar. Todo ello conformaba la fórmula para que transcurriera el tiempo y “el chamaco” no ocasionara conflictos.

Los niños fueron expuestos a todo tipo de información y una marcó sus vidas: Para triunfar en el ciberespacio no se necesita una carrera. Basta con tener un video viral, un número constante de “likes” e incrementar día con día la cantidad de “seguidores”. Fueron enseñados a vivir en el mundo de la irreverencia, la falta de respeto, el desinterés y, lo peor de todo, se les demostró que se puede sobrevivir económicamente en ese entorno, entonces ¿Para qué esforzarse en estudiar?

Muchos de ellos están matriculados en una escuela por condicionamiento y obligación de los padres y otros más se atreven a pensar que le están haciendo un favor a los progenitores al darles el gusto de “estar yendo a la universidad”. Imagine usted, esa conducta en un “caldo de cultivo” que se llama confinamiento o “clases en línea”. El resultado ya lo escribimos en la entrega anterior.

Son muy pocos los jóvenes que están tomando con la seriedad y responsabilidad debidas al estudio desde casa, mientras maestros de nivel medio superior y superior ven cómo todos sus esfuerzos por formar académicamente a sus educandos terminan en “el bote de basura” y, además, son recriminados por encargar tarea, pedir trabajos, robar tiempo destinado al dulce reposo y aplicar exámenes en línea.

Aquí no se trata de programas de gobierno, políticas públicas o proyectos de país. Aquí es cuestión de responsabilidades, obligaciones y madurez. Detalles que, pareciera, no tienen –ni les interesa tener– los mexicanos del mañana.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.



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