/ viernes 8 de octubre de 2021

Con café y a media luz | Identidades y lenguaje

Antes de empezar con la entrega de este día, es mi obligación ofrecer una disculpa a los integrantes de la familia que, inevitablemente, por el contenido de estos renglones, se sabrán aludida.

Asimismo, es también indispensable hacer del conocimiento de usted, gentil amigo lector, que pedí autorización para poder compartirle la anécdota ocurrida hace días en el seno de este respetable hogar, como un mero hecho que nos debería llamar a la reflexión social y a atender lo que, pudiera ser, un estado de alerta entre las nuevas generaciones.

Recientemente fui invitado a una cena por un matrimonio con el que se tiene una amistad de más de dos décadas. Cumplía años el jefe del hogar y la esposa e hijos le habían organizado un pequeño convivio con personas cercanas, por tanto, en la sala de esa casa apenas y estábamos diez individuos.

Basta y sobra decir que a todos se nos pidió que evidenciáramos, aunque fuera bajo “palabra de honor”, que gozábamos de cabal salud. Además de que se nos suplicó guardar todas las medidas de salud anunciadas desde hace casi dos años por las autoridades correspondientes.

Durante toda la reunión se observó un marco de cariño, respeto y buenos deseos para el homenajeado.

De repente, uno de los invitados realizó un comentario que incluía a todos los presentes y fue cuando, desde el fondo de la habitación se escuchó la voz de la hija mayor de mi camarada. “¡Todes!”, dijo la chiquilla mientras arqueaba la ceja en clara muestra de descontento y, después de un instante de incómodo silencio, remató diciendo “¡Se dice todes, porque aquí hay hombres y mujeres!” El silencio invadió nuevamente ese espacio.

Hasta ese instante yo no podía atinar si se trataba de una gracejada de la chiquilla o estaba hablando en serio. Mientras los adultos cruzábamos miradas de extrañeza, la adolescente sostenía su gesto retador. Acto seguido, volvió a exclamar a manera de pregunta con un tono de disgusto: “¡¿Cuándo aprenderán a usar el lenguaje incluyente!?”.

Fue entonces que la madre intervino tratando de calmar la situación diciéndole “… Ya habíamos hablado de esto. Por favor, no es el momento”. Como respuesta la preparatoriana se explayó en un discurso en el que pasó del lenguaje, a la libertad de expresión, a los derechos laborales, el aborto, la libre manifestación de las ideas, los gobiernos opresores y la discriminación de género.

Los asistentes escuchamos respetuosamente y los padres toleraron la actitud para evitar un conflicto mayor. Después de lo dicho y ante el mutismo obtenido como toda respuesta, la niña marchose a su cuarto.

Uno de los asistentes – el psicólogo del que ya le he hablado en ocasiones anteriores – hizo un llamado a la calma, invitándonos a todos a olvidar el incidente con la expresión: “Esto es normal en todos los adolescentes. Es el proceso de búsqueda de su propia identidad. Todos transitamos por ahí, el problema es que lo olvidamos. Ya se le pasará; es tan solo una etapa.” Todos los presentes asentimos.

En los últimos días se ha desatado una controversia en torno al uso del lenguaje inclusivo como una manera de manifestación social.

Algunos sectores de la comunidad han insistido en que, en los discursos, diálogos o narraciones se alteren y deformen los gramemas hispanos y se anexen los artículos definidos e indefinidos como un ejercicio sígnico de inclusión o consideración alusiva a un tercer grupo que, según dicen, no está considerado en las terminaciones femeninas y masculinas del español “tradicional”. Le suplico que me disculpe por la palabra entrecomillada. Espero darme a entender.

Aunque la RAE ha publicado en repetidas ocasiones que las terminaciones masculinas no son exclusivas para este género humano cuando se trata de grupos plurales y el uso del mismo ha planteado una conjunción sin distingos, estos planteamientos parecieran no ser bien recibidos por los inconformes que le apuestan a la aplicación de la terminación “e” como un desplazamiento semántico que represente a ese tercer conjunto de individuos que no se identifican – por una o varias razones – ni con hombres, ni con mujeres, por lo que han adoptado el término “no binarios”.

Curiosamente, en este conflicto que, a mi gusto, ya está llegando a límites que no debería, se tiene una visión parcial de las cosas, por lo que traeré a colación el ejemplo de un buen amigo que sí es experto en el uso del español. La molestia radica, principalmente, en la aplicación de los términos en masculino, que es el postulado primigenio de la RAE.

Así, causa molestia las frases como “Todos los aquí presentes”. Sin embargo, ¿Se ha escuchado alguna incomodidad en un recinto cuando se llega a decir “Todas las personas aquí presentes”? En esta última construcción lingüística, la aplicación del género femenino pasa como una acepción normal, aceptada y hasta plausible.

Así, se pueden enlistar varias citas más como la anterior. Por tanto, el problema no está en el lenguaje, está en una identidad que, hasta este momento del constructo social, sigue en conformación y pareciera no tener fin, pues con cada nueva información que se obtiene a través da las redes sociales, se desata un nuevo estímulo en la concepción del ser en sí mismo.

Quizá un día, cuando las nuevas generaciones se preocupen más en otras cosas, esta tendencia – del tercer gramema – quede en el olvido o, caso contrario, como en el caso de términos como “cantinflear”, “tuitear”, “futbol” y otros más, la Real Academia de la Lengua Española tenga que aceptarlo por convencionalismo y esperar una nueva ocurrencia del género humano.

¡Y hasta aquí!, pues cómo decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”

Escríbame a:

  • licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.

Antes de empezar con la entrega de este día, es mi obligación ofrecer una disculpa a los integrantes de la familia que, inevitablemente, por el contenido de estos renglones, se sabrán aludida.

Asimismo, es también indispensable hacer del conocimiento de usted, gentil amigo lector, que pedí autorización para poder compartirle la anécdota ocurrida hace días en el seno de este respetable hogar, como un mero hecho que nos debería llamar a la reflexión social y a atender lo que, pudiera ser, un estado de alerta entre las nuevas generaciones.

Recientemente fui invitado a una cena por un matrimonio con el que se tiene una amistad de más de dos décadas. Cumplía años el jefe del hogar y la esposa e hijos le habían organizado un pequeño convivio con personas cercanas, por tanto, en la sala de esa casa apenas y estábamos diez individuos.

Basta y sobra decir que a todos se nos pidió que evidenciáramos, aunque fuera bajo “palabra de honor”, que gozábamos de cabal salud. Además de que se nos suplicó guardar todas las medidas de salud anunciadas desde hace casi dos años por las autoridades correspondientes.

Durante toda la reunión se observó un marco de cariño, respeto y buenos deseos para el homenajeado.

De repente, uno de los invitados realizó un comentario que incluía a todos los presentes y fue cuando, desde el fondo de la habitación se escuchó la voz de la hija mayor de mi camarada. “¡Todes!”, dijo la chiquilla mientras arqueaba la ceja en clara muestra de descontento y, después de un instante de incómodo silencio, remató diciendo “¡Se dice todes, porque aquí hay hombres y mujeres!” El silencio invadió nuevamente ese espacio.

Hasta ese instante yo no podía atinar si se trataba de una gracejada de la chiquilla o estaba hablando en serio. Mientras los adultos cruzábamos miradas de extrañeza, la adolescente sostenía su gesto retador. Acto seguido, volvió a exclamar a manera de pregunta con un tono de disgusto: “¡¿Cuándo aprenderán a usar el lenguaje incluyente!?”.

Fue entonces que la madre intervino tratando de calmar la situación diciéndole “… Ya habíamos hablado de esto. Por favor, no es el momento”. Como respuesta la preparatoriana se explayó en un discurso en el que pasó del lenguaje, a la libertad de expresión, a los derechos laborales, el aborto, la libre manifestación de las ideas, los gobiernos opresores y la discriminación de género.

Los asistentes escuchamos respetuosamente y los padres toleraron la actitud para evitar un conflicto mayor. Después de lo dicho y ante el mutismo obtenido como toda respuesta, la niña marchose a su cuarto.

Uno de los asistentes – el psicólogo del que ya le he hablado en ocasiones anteriores – hizo un llamado a la calma, invitándonos a todos a olvidar el incidente con la expresión: “Esto es normal en todos los adolescentes. Es el proceso de búsqueda de su propia identidad. Todos transitamos por ahí, el problema es que lo olvidamos. Ya se le pasará; es tan solo una etapa.” Todos los presentes asentimos.

En los últimos días se ha desatado una controversia en torno al uso del lenguaje inclusivo como una manera de manifestación social.

Algunos sectores de la comunidad han insistido en que, en los discursos, diálogos o narraciones se alteren y deformen los gramemas hispanos y se anexen los artículos definidos e indefinidos como un ejercicio sígnico de inclusión o consideración alusiva a un tercer grupo que, según dicen, no está considerado en las terminaciones femeninas y masculinas del español “tradicional”. Le suplico que me disculpe por la palabra entrecomillada. Espero darme a entender.

Aunque la RAE ha publicado en repetidas ocasiones que las terminaciones masculinas no son exclusivas para este género humano cuando se trata de grupos plurales y el uso del mismo ha planteado una conjunción sin distingos, estos planteamientos parecieran no ser bien recibidos por los inconformes que le apuestan a la aplicación de la terminación “e” como un desplazamiento semántico que represente a ese tercer conjunto de individuos que no se identifican – por una o varias razones – ni con hombres, ni con mujeres, por lo que han adoptado el término “no binarios”.

Curiosamente, en este conflicto que, a mi gusto, ya está llegando a límites que no debería, se tiene una visión parcial de las cosas, por lo que traeré a colación el ejemplo de un buen amigo que sí es experto en el uso del español. La molestia radica, principalmente, en la aplicación de los términos en masculino, que es el postulado primigenio de la RAE.

Así, causa molestia las frases como “Todos los aquí presentes”. Sin embargo, ¿Se ha escuchado alguna incomodidad en un recinto cuando se llega a decir “Todas las personas aquí presentes”? En esta última construcción lingüística, la aplicación del género femenino pasa como una acepción normal, aceptada y hasta plausible.

Así, se pueden enlistar varias citas más como la anterior. Por tanto, el problema no está en el lenguaje, está en una identidad que, hasta este momento del constructo social, sigue en conformación y pareciera no tener fin, pues con cada nueva información que se obtiene a través da las redes sociales, se desata un nuevo estímulo en la concepción del ser en sí mismo.

Quizá un día, cuando las nuevas generaciones se preocupen más en otras cosas, esta tendencia – del tercer gramema – quede en el olvido o, caso contrario, como en el caso de términos como “cantinflear”, “tuitear”, “futbol” y otros más, la Real Academia de la Lengua Española tenga que aceptarlo por convencionalismo y esperar una nueva ocurrencia del género humano.

¡Y hasta aquí!, pues cómo decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”

Escríbame a:

  • licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.