/ lunes 23 de agosto de 2021

Con café y a media luz | Libertad… ¿de expresión?

Las redes sociales han estado desplazando, poco a poco, a los medios de comunicación tradicionales como un canal interactivo de expresión y de divulgación en el que, poco o nada, se conoce de límites, condiciones, prudencias o paciencias debido al público –universal– al que le puede llegar el mensaje que alguien “postee” en cualquiera de sus cuentas. Nos sentimos en total libertad de lanzar reclamos, proclamas, exhortos, reprobaciones y censuras según nuestro parecer y propia experiencia. Lo mismo se plantean de forma pública cuestiones de la vida íntima, de la política, la economía, las preferencias sociales y personales y, en algunos casos, se vuelve tendencia de consumo informativo para, a la postre, aquellos coincidentes se conviertan en una comunidad.

Las nuevas generaciones de jovencitos que gozan de un privilegio de tiempo y acceso tanto a los equipos como a los programas y comparten información en ellos durante casi todo el día y buena parte de la noche a costa de lo que pagan sus padres, son los principales explotadores y proclamadores de esta nueva tendencia de “libertad de expresión”. En menos tiempo del que ocupo para escribir estas líneas y usted para leerlas, son capaces de abrir dos o tres cuentas distintas para, posteriormente, inflar el pecho, levantar la cara y arquear la ceja y, pomposamente, decir: “Es mi red social”. Como si ellos fueran los inversionistas de la empresa mediática, olvidándose que tal corporativo tiene un único dueño.

Al perder de vista esta perspectiva, los chamacos expresan en ella cualquier tipo de información. Tanto benéfica como perjudicial. Incluso, en este último tenor, pueden denigrar, atacar o condenar a cualquier otro ser humano. En el común denominador de los casos, no son capaces de decirlo de frente y cara a cara, a menos, claro, que lo hagan “en bolita”, así que, la forma más cómoda es a través de este tipo de plataformas. ¡Ah, pero no cometa usted el error de opinar lo contrario a lo que dicen las masas de las redes sociales porque desataría un total galimatías! Y ese es el punto que deseo compartir el día de hoy con usted, gentil amigo lector.

En este episodio de la humanidad, los jóvenes han proclamado como nadie a la libertad de expresión como un derecho inalienable e impostergable que tienen para ser escuchados y leídos y, además, comprendidos y hasta justificados. Se agrupan en torno a una ideología y marchan en pos del reconocimiento de esta. Hasta aquí todo está bien. Es plausible y hasta encomiable esa actitud. Sin embargo, como escribí párrafos arriba, si usted o cualquier otro individuo, entidad, organismo o institución, se atreven a señalar que aquellos manifestantes están en un error de perspectiva o actúan de forma impropia, los mismos que exaltaron como sacra a la libertad de decir, son los mismos que lo quieren acallar por cualquier medio, pacífico o violento.

Es entonces cuando las manifestaciones se tornan en revueltas, la libertad en libertinaje ideológico y el diálogo se convierte en un medio imposible de celebrar porque solo importa la opinión de unos cuantos que se apropian del derecho que, por lógica, debería ser de todos. En medio del desatino se recurre a la sinrazón divulgada por las redes y la inmediata comunión de las miradas en torno al fenómeno que está ocurriendo. Así, amparados en la condena pública, las nuevas generaciones sin darse cuenta están empezando a desplazar, aun de manera casi imperceptible a la solidez de las instituciones que, por siglos, han sostenido a las sociedades humanas.

Cito como ejemplo el caso de los jóvenes tapatíos que gastaron una broma nefasta y nauseabunda a un migrante; al verse condenados por la sociedad y por las leyes, aquel que pudo salir bien librado gracias a no haber participado de forma directa en el hecho, de inmediato dejó solos a sus compinches ante el reclamo generalizado y, además, se dijo ofendido por la conducta de sus camaradas, aunque, también reconoció que él hacía las mismas cosas cuando no sabía que era incorrecto. Fue cuando se lanzaron dos preguntas al público cibernético de manera generalizada: ¿Si el “chascarrillo” hubiera sido elogiado en lugar de ser tachado, el joven habría condenado de igual manera una situación que a todas luces es denigrante o hubiera sido impulsor de la “gracejada”? Y el segundo cuestionamiento, ¿El mozalbete ya mayor de edad a partir de qué momento se enteró de que era incorrecto ofrecer dinero en la calle a cambio de que otro ser humano le permitiese tocar los genitales? ¿Qué no se lo explicaron en casa desde su niñez o adolescencia?

Es verdad que todos tenemos derecho a la libre manifestación de nuestras ideas, a asociarnos y a agruparnos en torno a creencias políticas, sociales, religiosas o de preferencia íntima. Es verdad que, como nunca, se nos permite una expresión sin cortapisas “ni a medias tintas” y que la juventud está explotando ese privilegio como nadie siempre que le sea conveniente. Empero, también debería asumir con madurez que habrá quien difiera de su pensamiento y que igualmente tiene el derecho de expresar su perspectiva con libertad sin que alguien busque censurarlo y, por el contrario, en lugar de tratar de silenciar a aquel que opine de manera distinta, se deberá buscar y promover el diálogo en un marco de respeto y tolerancia para llegar a la paz social.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.

Las redes sociales han estado desplazando, poco a poco, a los medios de comunicación tradicionales como un canal interactivo de expresión y de divulgación en el que, poco o nada, se conoce de límites, condiciones, prudencias o paciencias debido al público –universal– al que le puede llegar el mensaje que alguien “postee” en cualquiera de sus cuentas. Nos sentimos en total libertad de lanzar reclamos, proclamas, exhortos, reprobaciones y censuras según nuestro parecer y propia experiencia. Lo mismo se plantean de forma pública cuestiones de la vida íntima, de la política, la economía, las preferencias sociales y personales y, en algunos casos, se vuelve tendencia de consumo informativo para, a la postre, aquellos coincidentes se conviertan en una comunidad.

Las nuevas generaciones de jovencitos que gozan de un privilegio de tiempo y acceso tanto a los equipos como a los programas y comparten información en ellos durante casi todo el día y buena parte de la noche a costa de lo que pagan sus padres, son los principales explotadores y proclamadores de esta nueva tendencia de “libertad de expresión”. En menos tiempo del que ocupo para escribir estas líneas y usted para leerlas, son capaces de abrir dos o tres cuentas distintas para, posteriormente, inflar el pecho, levantar la cara y arquear la ceja y, pomposamente, decir: “Es mi red social”. Como si ellos fueran los inversionistas de la empresa mediática, olvidándose que tal corporativo tiene un único dueño.

Al perder de vista esta perspectiva, los chamacos expresan en ella cualquier tipo de información. Tanto benéfica como perjudicial. Incluso, en este último tenor, pueden denigrar, atacar o condenar a cualquier otro ser humano. En el común denominador de los casos, no son capaces de decirlo de frente y cara a cara, a menos, claro, que lo hagan “en bolita”, así que, la forma más cómoda es a través de este tipo de plataformas. ¡Ah, pero no cometa usted el error de opinar lo contrario a lo que dicen las masas de las redes sociales porque desataría un total galimatías! Y ese es el punto que deseo compartir el día de hoy con usted, gentil amigo lector.

En este episodio de la humanidad, los jóvenes han proclamado como nadie a la libertad de expresión como un derecho inalienable e impostergable que tienen para ser escuchados y leídos y, además, comprendidos y hasta justificados. Se agrupan en torno a una ideología y marchan en pos del reconocimiento de esta. Hasta aquí todo está bien. Es plausible y hasta encomiable esa actitud. Sin embargo, como escribí párrafos arriba, si usted o cualquier otro individuo, entidad, organismo o institución, se atreven a señalar que aquellos manifestantes están en un error de perspectiva o actúan de forma impropia, los mismos que exaltaron como sacra a la libertad de decir, son los mismos que lo quieren acallar por cualquier medio, pacífico o violento.

Es entonces cuando las manifestaciones se tornan en revueltas, la libertad en libertinaje ideológico y el diálogo se convierte en un medio imposible de celebrar porque solo importa la opinión de unos cuantos que se apropian del derecho que, por lógica, debería ser de todos. En medio del desatino se recurre a la sinrazón divulgada por las redes y la inmediata comunión de las miradas en torno al fenómeno que está ocurriendo. Así, amparados en la condena pública, las nuevas generaciones sin darse cuenta están empezando a desplazar, aun de manera casi imperceptible a la solidez de las instituciones que, por siglos, han sostenido a las sociedades humanas.

Cito como ejemplo el caso de los jóvenes tapatíos que gastaron una broma nefasta y nauseabunda a un migrante; al verse condenados por la sociedad y por las leyes, aquel que pudo salir bien librado gracias a no haber participado de forma directa en el hecho, de inmediato dejó solos a sus compinches ante el reclamo generalizado y, además, se dijo ofendido por la conducta de sus camaradas, aunque, también reconoció que él hacía las mismas cosas cuando no sabía que era incorrecto. Fue cuando se lanzaron dos preguntas al público cibernético de manera generalizada: ¿Si el “chascarrillo” hubiera sido elogiado en lugar de ser tachado, el joven habría condenado de igual manera una situación que a todas luces es denigrante o hubiera sido impulsor de la “gracejada”? Y el segundo cuestionamiento, ¿El mozalbete ya mayor de edad a partir de qué momento se enteró de que era incorrecto ofrecer dinero en la calle a cambio de que otro ser humano le permitiese tocar los genitales? ¿Qué no se lo explicaron en casa desde su niñez o adolescencia?

Es verdad que todos tenemos derecho a la libre manifestación de nuestras ideas, a asociarnos y a agruparnos en torno a creencias políticas, sociales, religiosas o de preferencia íntima. Es verdad que, como nunca, se nos permite una expresión sin cortapisas “ni a medias tintas” y que la juventud está explotando ese privilegio como nadie siempre que le sea conveniente. Empero, también debería asumir con madurez que habrá quien difiera de su pensamiento y que igualmente tiene el derecho de expresar su perspectiva con libertad sin que alguien busque censurarlo y, por el contrario, en lugar de tratar de silenciar a aquel que opine de manera distinta, se deberá buscar y promover el diálogo en un marco de respeto y tolerancia para llegar a la paz social.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.