/ lunes 5 de abril de 2021

Con café y a media luz | Turistas, horarios y Juanchos

El pasado fin de semana acudí al mercado de la ciudad. Visitar a los amigos oferentes que se esmeran en atenderle con prontitud y amabilidad hacen de las compras de víveres un verdadero placer. A lo largo del pasillo central de la nueva estructura se pueden escuchar las invitaciones a comer los diferentes platillos de la cocina regional y, en la parte superior, donde se encuentra el área gastronómica, el paisaje engalanado por la antigua Aduana marítima corona la experiencia sinigual de saciar su hambre o su sed.

Los turistas lo saben y no dudan en abarrotar este sitio año con año. Los que pude identificar en esta ocasión provenían de Puebla, Aguascalientes, Nuevo León, San Luis Potosí y Querétaro. Empero, estamos seguros de que también han llegado de otras entidades federativas que observaron, a través de las conferencias vespertinas, que Tamaulipas había transitado a semáforo epidemiológico verde.

Sin embargo, ¿Qué tan prudente ha sido este aviso de cara al periodo de asueto de la semana mayor? Con esta pregunta no es mi interés referirme al proceder de las autoridades pues esas cuestiones ya tuvimos la oportunidad de tocarlas en entregas anteriores; tanto la postura federal como la estatal fueron puestas “sobre la mesa” en esta charla que celebramos usted y yo cada tercer día, gentil amigo lector.

Hago la reflexión en el párrafo anterior debido a que se ha asumido, con base en el aviso realizado por la Secretaría de Salud, que Tamaulipas se convirtió, de la noche a la mañana, en la tierra del “no pasa nada” en materia de Covid-19. Lo que más llama mi atención es que esta postura la han tomado tanto turistas como habitantes de nuestra región.

Mientras me encontraba en el mercado, se me acercó una dama que encabezaba un pequeño contingente de turistas neoleoneses para preguntarme por un lugar en el que se vendían unas tortas muy famosas. Ella sabía que estaba cerca, pero a pesar de que había recorrido la infraestructura “de pies a cabeza”, no daba con los locales que le habían indicado. Mientras me hacía la pregunta, pude notar que ella al igual que todos sus acompañantes no portaban cubrebocas ni respetaban la distancia.

Por amabilidad, la acompañé hasta la puerta del mercado y al llegar al dintel le mostré los letreros que estaban al otro lado de la plaza “Hijas de Tampico”. Mientras llegaba a su destino le pregunté la razón de la ausencia de la prenda que tanto se ha recomendado por la Secretaría de Salud, a lo que me respondió, con el típico acento regio que se encarga de alargar la última letra de cada frase: “¿Y para qué?, ¿Pues qué no aquí ya están en verde?” Ante tal postura solo atiné a decir “Sí, ¿Verdad?”

Me despedí de la familia, les agradecí por visitarnos y les desee un buen provecho de la comida que estaban a punto de disfrutar. Mientras retornaba al interior para continuar con las compras me percaté que había decenas de personas que observaban la misma condición. Se habían olvidado del cubreboca, de la sana distancia, del SARS CoV-2 y hasta del decálogo del vocero de la presidencia Hugo López–Gatell.

Al siguiente día -domingo- y con la intención de adaptarme al cambio de horario, me dispuse a realizar una marcha en la margen de la Laguna del Carpintero. Aunque era muy temprano, para mi sorpresa, el parque aledaño al vaso lacustre también estaba pleno de visitantes que caminaban, corrían o simplemente reposaban en una de las bancas.

En la zona de los monumentos, poco antes de llegar a la palapa, un grupo de damas de diferentes edades me hizo una seña para que me acercara, y mientras me señalaban a un cocodrilo completamente inmóvil que tomaba el sol, me preguntaron, después de confirmar mi residencia y origen tampiqueño, “¿Oiga, ¿Por qué engañan a la gente poniendo animales de plástico y diciendo que son de verdad? ¡Llevamos buen rato aquí paradas y no se mueve!”

Me sonreí y, a manera de comentario anecdótico reciente por la agresión ocurrida con dos días de anterioridad de uno de estos especímenes a una mujer en situación de calle, les dije: “¡Son de verdad! Antier una señora se metió a bañar y fue atacada por uno de estos”. La respuesta que obtuve fue de incredulidad y burla.

“¿Cómo es posible que uno de esos animales se pueda mover y, además, atacar a una persona, si se ve que es falso ya que en la tele se ven más verdes?”, me increpó la dama que aparentaba mayor edad y, mientras hacía danzar su dedo frente a mi cara, remató su indignación con una frase acusatoria: “¡Usted se quiere burlar de nosotras!" Aunque insistí que no era así, no pude convencerlas de lo contrario. Me despedí y seguí mi camino. A los pocos metros de distancia escuché el grito de todas ellas por la sorpresa que les generó un intempestivo movimiento del saurio.

¿Por qué razón somos una sociedad basada en la incredulidad? ¿Hasta qué punto se justifica el ser testigos y protagonistas de los hechos para poder pregonar su veracidad? ¿Por qué no podemos, sencillamente, en virtud de nuestra seguridad, creer que podemos enfermarnos o que un animal está vivo y puede ser peligroso estar cerca de él?

Quizá es momento de hacer un alto en el camino y revalorar la situación que estamos enfrentando y, en parte, de forma irresponsable, estamos colaborando para que no termine.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”.

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

El pasado fin de semana acudí al mercado de la ciudad. Visitar a los amigos oferentes que se esmeran en atenderle con prontitud y amabilidad hacen de las compras de víveres un verdadero placer. A lo largo del pasillo central de la nueva estructura se pueden escuchar las invitaciones a comer los diferentes platillos de la cocina regional y, en la parte superior, donde se encuentra el área gastronómica, el paisaje engalanado por la antigua Aduana marítima corona la experiencia sinigual de saciar su hambre o su sed.

Los turistas lo saben y no dudan en abarrotar este sitio año con año. Los que pude identificar en esta ocasión provenían de Puebla, Aguascalientes, Nuevo León, San Luis Potosí y Querétaro. Empero, estamos seguros de que también han llegado de otras entidades federativas que observaron, a través de las conferencias vespertinas, que Tamaulipas había transitado a semáforo epidemiológico verde.

Sin embargo, ¿Qué tan prudente ha sido este aviso de cara al periodo de asueto de la semana mayor? Con esta pregunta no es mi interés referirme al proceder de las autoridades pues esas cuestiones ya tuvimos la oportunidad de tocarlas en entregas anteriores; tanto la postura federal como la estatal fueron puestas “sobre la mesa” en esta charla que celebramos usted y yo cada tercer día, gentil amigo lector.

Hago la reflexión en el párrafo anterior debido a que se ha asumido, con base en el aviso realizado por la Secretaría de Salud, que Tamaulipas se convirtió, de la noche a la mañana, en la tierra del “no pasa nada” en materia de Covid-19. Lo que más llama mi atención es que esta postura la han tomado tanto turistas como habitantes de nuestra región.

Mientras me encontraba en el mercado, se me acercó una dama que encabezaba un pequeño contingente de turistas neoleoneses para preguntarme por un lugar en el que se vendían unas tortas muy famosas. Ella sabía que estaba cerca, pero a pesar de que había recorrido la infraestructura “de pies a cabeza”, no daba con los locales que le habían indicado. Mientras me hacía la pregunta, pude notar que ella al igual que todos sus acompañantes no portaban cubrebocas ni respetaban la distancia.

Por amabilidad, la acompañé hasta la puerta del mercado y al llegar al dintel le mostré los letreros que estaban al otro lado de la plaza “Hijas de Tampico”. Mientras llegaba a su destino le pregunté la razón de la ausencia de la prenda que tanto se ha recomendado por la Secretaría de Salud, a lo que me respondió, con el típico acento regio que se encarga de alargar la última letra de cada frase: “¿Y para qué?, ¿Pues qué no aquí ya están en verde?” Ante tal postura solo atiné a decir “Sí, ¿Verdad?”

Me despedí de la familia, les agradecí por visitarnos y les desee un buen provecho de la comida que estaban a punto de disfrutar. Mientras retornaba al interior para continuar con las compras me percaté que había decenas de personas que observaban la misma condición. Se habían olvidado del cubreboca, de la sana distancia, del SARS CoV-2 y hasta del decálogo del vocero de la presidencia Hugo López–Gatell.

Al siguiente día -domingo- y con la intención de adaptarme al cambio de horario, me dispuse a realizar una marcha en la margen de la Laguna del Carpintero. Aunque era muy temprano, para mi sorpresa, el parque aledaño al vaso lacustre también estaba pleno de visitantes que caminaban, corrían o simplemente reposaban en una de las bancas.

En la zona de los monumentos, poco antes de llegar a la palapa, un grupo de damas de diferentes edades me hizo una seña para que me acercara, y mientras me señalaban a un cocodrilo completamente inmóvil que tomaba el sol, me preguntaron, después de confirmar mi residencia y origen tampiqueño, “¿Oiga, ¿Por qué engañan a la gente poniendo animales de plástico y diciendo que son de verdad? ¡Llevamos buen rato aquí paradas y no se mueve!”

Me sonreí y, a manera de comentario anecdótico reciente por la agresión ocurrida con dos días de anterioridad de uno de estos especímenes a una mujer en situación de calle, les dije: “¡Son de verdad! Antier una señora se metió a bañar y fue atacada por uno de estos”. La respuesta que obtuve fue de incredulidad y burla.

“¿Cómo es posible que uno de esos animales se pueda mover y, además, atacar a una persona, si se ve que es falso ya que en la tele se ven más verdes?”, me increpó la dama que aparentaba mayor edad y, mientras hacía danzar su dedo frente a mi cara, remató su indignación con una frase acusatoria: “¡Usted se quiere burlar de nosotras!" Aunque insistí que no era así, no pude convencerlas de lo contrario. Me despedí y seguí mi camino. A los pocos metros de distancia escuché el grito de todas ellas por la sorpresa que les generó un intempestivo movimiento del saurio.

¿Por qué razón somos una sociedad basada en la incredulidad? ¿Hasta qué punto se justifica el ser testigos y protagonistas de los hechos para poder pregonar su veracidad? ¿Por qué no podemos, sencillamente, en virtud de nuestra seguridad, creer que podemos enfermarnos o que un animal está vivo y puede ser peligroso estar cerca de él?

Quizá es momento de hacer un alto en el camino y revalorar la situación que estamos enfrentando y, en parte, de forma irresponsable, estamos colaborando para que no termine.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”.

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com