/ lunes 29 de abril de 2019

Con café y a media luz | Cuando se era niño

Cuando se era niño no había por qué preocuparse por una declaración de impuestos o por una modificación patrimonial, rogando porque este año no apareciera un saldo en contra pues entonces había que devolverle un recurso a Hacienda que, probablemente, ya estaba pensado para solventar un tratamiento médico, liquidar deudas o pagar los servicios.

Cuando se era niño no había que mal dormir para levantarse muy temprano a mitad del frío invernal para alcanzar un lugar para pagar el impuesto predial a principios de año, o durante la primavera, en que se repite la acción a mitad de las vacaciones, pero para ser atendido en la Oficina Fiscal del Estado en la que se puede invertir hasta dos días en solucionar todos los trámites pendientes.

Cuando se era niño no había que sufrir por las metas de ventas en el mes, los reportes semestrales para el jefe, los contratiempos a mitad del tránsito vehicular o los descuentos en la quincena pues no hay justificantes que eviten dicha sanción. De igual manera, no angustiaba el pagar las tarjetas de crédito o las departamentales las cuales, aunque no lo quiera, son un mal necesario para poder adquirir los bienes que se tienen en el interior del hogar.

En la infancia, tal vez, lo más preocupante era el saber que en el examen del bimestre vendrían las divisiones de quebrados y aún no quedaba claro por qué una cifra tenía que multiplicar a la de abajo si se trataba de todo lo contrario, su nombre lo decía: ¡eran divisiones!

El colmo de la angustia y la zozobra se sentía cuando, después de haber “defendido con la vida” el almuerzo en el recreo, la maestra nos ponía un recado en el cuaderno solicitando la presencia de mamá, pues “había que tratar asuntos relacionados con la conducta de su hijo”. Debo reconocer que esa última frase me sigue erizando los vellos de la nuca y un extraño escalofrío recorre mi espalda.

Y la mirada de mamá por encima de los lentes nos caía como una losa de plomo sobre la espalda. Y, sin dejar de vernos, asentía lentamente y en repetidas ocasiones mientras escuchaba la queja de la profesora, quien, como buena mexicana, le ponía un poco “de su cosecha” a la historia y hacerla un poco más emocionante con el único fin de que nos acordáramos el resto de la tarde de ella, pues el castigo y “la cueriza” eran cosas seguras.

De niño preocupaba más el hecho de no ser el último elegido en la selección de los miembros de los equipos de futbol que celebraban “democráticamente” las dos “estrellas” llaneras de la vecindad, pues ser de los menos demandados ponía en tela de juicio el honor y el respeto que se debía imponer entre los más pequeños de la cuadra.

Era eso o aceptar jugar con los parvulitos con la consabida regla de “gol se pone” que no era otra cosa que el que anotaba el gol, le tocaba salvaguardar la portería y así sucesivamente.

El momento más angustiante de todos ocurría cuando empezaba diciembre y a la primera intentona de un mal comportamiento o conato de escaramuza entre dos hermanos, mamá ponía paz con uno de los chantajes más efectivos que tiene la progenitora mexicana: “Por ahí Santa Claus ya te está viendo a los niños que se portan mal, para no traerles regalo alguno esta navidad”. Esa frase lanzada al aire con un tono entre cantado y burlón, bastaba para enfriar hasta el temible “nos vemos a la salida”.

Y es que, estará de acuerdo conmigo, gentil amigo lector, que quedarse sin juguetes en navidad, ya eran palabras mayores, al grado de que el niño de antes ya pensaba seriamente en solicitar la participación de organismos internacionales representados por las abuelitas, las tías o las madrinas, quienes estarían dispuestas a entrar “al quite” para convencer al gordito vestido de rojo de que habíamos sido “buenos diablitos”.

Hoy, he observado con tristeza que las sentencias de los padres y los maestros ya no son cosa que preocupe a los niños. Y hago énfasis en que digo “preocupe” pues no quiero que se confunda con temor. Y, por imposible que parezca, el niño termina por ignorar la voz seria de los padres o incluso los llega a retar pensando que los progenitores están a su servicio.

En realidad, hoy por hoy, las criaturas sufren más por el hecho de haberse quedado sin saldo en su celular y no poder ver videos en “youtube” o escuchar música en el “spotify” y ni se le ocurra al padre decir que se quedarán una semana o un día sin el aparato pues el berrinche de esta generación se traduce en amenazas por haber violentado el derecho de los niños.

¿Retirarles la consola de videojuegos? ¡Ni pensarlo! Aún no conozco mamá que diga o, de perdido, susurre un “Te quedas un mes sin jugar” porque eso representaría un castigo también para esa progenitora de nueva generación pues se vería obligada a lidiar con “su angelito” por los siguientes 30 días.

Lo que sí es verdad es que, sin importar la generación, cuando se es niño se desea con todas las fuerzas convertirse en adulto, sin embargo, cuando se llega a la edad madura, cmo se añora el volver a ser chamaco.

Gentil amigo lector, muchas felicidades, para el niño que lleva usted dentro.

¡Hasta la próxima!

y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!

Escríbame a

licajimenezmcc@hotmail.com

Cuando se era niño no había por qué preocuparse por una declaración de impuestos o por una modificación patrimonial, rogando porque este año no apareciera un saldo en contra pues entonces había que devolverle un recurso a Hacienda que, probablemente, ya estaba pensado para solventar un tratamiento médico, liquidar deudas o pagar los servicios.

Cuando se era niño no había que mal dormir para levantarse muy temprano a mitad del frío invernal para alcanzar un lugar para pagar el impuesto predial a principios de año, o durante la primavera, en que se repite la acción a mitad de las vacaciones, pero para ser atendido en la Oficina Fiscal del Estado en la que se puede invertir hasta dos días en solucionar todos los trámites pendientes.

Cuando se era niño no había que sufrir por las metas de ventas en el mes, los reportes semestrales para el jefe, los contratiempos a mitad del tránsito vehicular o los descuentos en la quincena pues no hay justificantes que eviten dicha sanción. De igual manera, no angustiaba el pagar las tarjetas de crédito o las departamentales las cuales, aunque no lo quiera, son un mal necesario para poder adquirir los bienes que se tienen en el interior del hogar.

En la infancia, tal vez, lo más preocupante era el saber que en el examen del bimestre vendrían las divisiones de quebrados y aún no quedaba claro por qué una cifra tenía que multiplicar a la de abajo si se trataba de todo lo contrario, su nombre lo decía: ¡eran divisiones!

El colmo de la angustia y la zozobra se sentía cuando, después de haber “defendido con la vida” el almuerzo en el recreo, la maestra nos ponía un recado en el cuaderno solicitando la presencia de mamá, pues “había que tratar asuntos relacionados con la conducta de su hijo”. Debo reconocer que esa última frase me sigue erizando los vellos de la nuca y un extraño escalofrío recorre mi espalda.

Y la mirada de mamá por encima de los lentes nos caía como una losa de plomo sobre la espalda. Y, sin dejar de vernos, asentía lentamente y en repetidas ocasiones mientras escuchaba la queja de la profesora, quien, como buena mexicana, le ponía un poco “de su cosecha” a la historia y hacerla un poco más emocionante con el único fin de que nos acordáramos el resto de la tarde de ella, pues el castigo y “la cueriza” eran cosas seguras.

De niño preocupaba más el hecho de no ser el último elegido en la selección de los miembros de los equipos de futbol que celebraban “democráticamente” las dos “estrellas” llaneras de la vecindad, pues ser de los menos demandados ponía en tela de juicio el honor y el respeto que se debía imponer entre los más pequeños de la cuadra.

Era eso o aceptar jugar con los parvulitos con la consabida regla de “gol se pone” que no era otra cosa que el que anotaba el gol, le tocaba salvaguardar la portería y así sucesivamente.

El momento más angustiante de todos ocurría cuando empezaba diciembre y a la primera intentona de un mal comportamiento o conato de escaramuza entre dos hermanos, mamá ponía paz con uno de los chantajes más efectivos que tiene la progenitora mexicana: “Por ahí Santa Claus ya te está viendo a los niños que se portan mal, para no traerles regalo alguno esta navidad”. Esa frase lanzada al aire con un tono entre cantado y burlón, bastaba para enfriar hasta el temible “nos vemos a la salida”.

Y es que, estará de acuerdo conmigo, gentil amigo lector, que quedarse sin juguetes en navidad, ya eran palabras mayores, al grado de que el niño de antes ya pensaba seriamente en solicitar la participación de organismos internacionales representados por las abuelitas, las tías o las madrinas, quienes estarían dispuestas a entrar “al quite” para convencer al gordito vestido de rojo de que habíamos sido “buenos diablitos”.

Hoy, he observado con tristeza que las sentencias de los padres y los maestros ya no son cosa que preocupe a los niños. Y hago énfasis en que digo “preocupe” pues no quiero que se confunda con temor. Y, por imposible que parezca, el niño termina por ignorar la voz seria de los padres o incluso los llega a retar pensando que los progenitores están a su servicio.

En realidad, hoy por hoy, las criaturas sufren más por el hecho de haberse quedado sin saldo en su celular y no poder ver videos en “youtube” o escuchar música en el “spotify” y ni se le ocurra al padre decir que se quedarán una semana o un día sin el aparato pues el berrinche de esta generación se traduce en amenazas por haber violentado el derecho de los niños.

¿Retirarles la consola de videojuegos? ¡Ni pensarlo! Aún no conozco mamá que diga o, de perdido, susurre un “Te quedas un mes sin jugar” porque eso representaría un castigo también para esa progenitora de nueva generación pues se vería obligada a lidiar con “su angelito” por los siguientes 30 días.

Lo que sí es verdad es que, sin importar la generación, cuando se es niño se desea con todas las fuerzas convertirse en adulto, sin embargo, cuando se llega a la edad madura, cmo se añora el volver a ser chamaco.

Gentil amigo lector, muchas felicidades, para el niño que lleva usted dentro.

¡Hasta la próxima!

y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!

Escríbame a

licajimenezmcc@hotmail.com