/ miércoles 4 de diciembre de 2019

Con café y a media luz | Datos de Incompetencia

Don Héctor –como cariñosamente llaman al único trabajador de servicios manuales de una escuela del norte de nuestra localidad– ha visto pasar a centenares de chiquillos por las aulas que a diario sacude, limpia, barre y trapea desde hace aproximadamente 37 años de servicio en ese plantel. Aunque nunca tuvo la oportunidad de estudiar, reconoce la valía del quehacer académico para la formación de buenos ciudadanos capaces de hacer de este, un país mejor.

Durante los fines de semana, el buen hombre que ya está por alcanzar los sesenta años de edad, se contrata para realizar labores de plomería, pintura, carpintería, un poco de albañilería y se presta, además, para las encomiendas de pagos y mandados a particulares, porque, como él dice, “a todo hay que hacerle para completar el kilo de gordas (tortillas)”.

Fue así que lo conocí y lo contraté para unos trabajos en mi casa.

Durante el día, mi buen amigo, no paraba de platicar sobre su vida. Lo mismo me comentó que era originario de Tamalín, que me narró sus desventuras amorosas de juventud o la forma en que, a causa de una de esas lides de amor con una profesora, fue que terminó como empleado de la Secretaría de Educación Pública, en el área de asistencia manual.

De repente, don Héctor guardó silencio mientras rebajaba unos litros de pintura en una cubeta, su mirada se perdió como si observara el aire, tomó un largo suspiro y me dijo a manera de pregunta: “¿Sabe qué es lo más triste Lic?” – y sin que me permitiera responderle, continuó – “Antes los niños entraban la primera semana de septiembre y salían de vacaciones la última semana de junio; les daban un mes de descanso en diciembre y dos semanas más en primavera. Y, aun así, salían bien preparados de la primaria”.

“¿Usted cree?”, le respondí también a manera de cuestionamiento, para invitarle a que me siguiera platicando, pues el tema ya me había interesado.

Mi interlocutor se quitó la gorra color rojo con blanco de beisbolista que cubría su pelo entrecano y, con la misma mano se rascó la cabeza como asaltado por una duda que no había podido expresar antes por temor a herir susceptibilidades en su centro de trabajo y que en ese momento trataba, infructuosamente, de disipar.

Así que con un poco más de valor prosiguió con su relato.

“Uno, como conserje, se da cuenta de muchas cosas Lic. Las mamás y los papás ya no se preocupan por sus hijos, no están al pendiente de ellos y algunos ni siquiera saben si llevan tarea y hasta se les olvida en qué año van. Muchas de las madres que van a dejar a los niños, lo hacen únicamente para aprovechar que todas se quedan afuera del portón a la hora de la entrada y pueden platicar. Y los maestros están más preocupados por sus asuntos sindicales que por entrar al salón a dar clases y los que sí entran tienen más trabajo de oficina que las propias secretarias y no les alcanza el tiempo para atender a las criaturas que cada vez son más en un mismo espacio y el profesor no se da abasto, y con eso de que ahora ya no puede reprobar, pues está obligado a heredar el problema al que le sigue y así hasta que el niño entre a la universidad en las que ya no habrá examen de admisión, ¿Se imagina, Lic.?”

Escuché atento la narración de don Héctor, como si se tratara de un cuento de fantasmas y aparecidos. Guardé silencio, me quedé pensando y lo invité a continuar con su labor con un mensaje esperanzador. Entré a mi oficina y, como si se tratara de una broma macabra del destino, llegaron a mi ordenador los resultados de la prueba PISA que aplica a poco más de siete mil niños en México, la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico.

¡México se encuentra en el penúltimo lugar en matemáticas y ciencias!

Según los resultados del Programa para la Evaluación Internacional de los Alumnos, por sus siglas en inglés, nuestro país apenas y alcanza el nivel dos de seis. Este fenómeno ha sido recurrente durante los últimos años y parece no haber mejoría.

Según la información que ya circula por los medios oficiales, este año se aplicó el cuestionario a 79 países, de los cuales 36 son pertenecientes a la OCDE, entre ellos México. Los resultados finales mostraron que, contando al 100 por ciento de las naciones participantes, la nuestra ocupa casi el fondo de la tabla, sin embargo, si se contabilizan solamente a los miembros de la organización, descendemos a la última posición.

Estos datos “expertos”, le dieron el colofón o, quizás el prólogo, a la película de terror que me narró don Héctor y, entonces, surgió una pregunta en mi cabeza, misma que le comparto a usted, gentil amigo lector: Si en la estructura del ecosistema escolar, factores como el personal de apoyo a la docencia a través del servicio material y la organización más importante del mundo en materia de desarrollo, coinciden en sus perspectivas, ¿Por qué la autoridades, de este sexenio o de cualquier otro, no han puesto manos a la obra?, pues, en menos de lo que nos imaginamos, esos chiquillos de hoy se convertirán en los profesionistas de mañana.

¡Hasta la próxima!

Escríbame a:

licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!

Don Héctor –como cariñosamente llaman al único trabajador de servicios manuales de una escuela del norte de nuestra localidad– ha visto pasar a centenares de chiquillos por las aulas que a diario sacude, limpia, barre y trapea desde hace aproximadamente 37 años de servicio en ese plantel. Aunque nunca tuvo la oportunidad de estudiar, reconoce la valía del quehacer académico para la formación de buenos ciudadanos capaces de hacer de este, un país mejor.

Durante los fines de semana, el buen hombre que ya está por alcanzar los sesenta años de edad, se contrata para realizar labores de plomería, pintura, carpintería, un poco de albañilería y se presta, además, para las encomiendas de pagos y mandados a particulares, porque, como él dice, “a todo hay que hacerle para completar el kilo de gordas (tortillas)”.

Fue así que lo conocí y lo contraté para unos trabajos en mi casa.

Durante el día, mi buen amigo, no paraba de platicar sobre su vida. Lo mismo me comentó que era originario de Tamalín, que me narró sus desventuras amorosas de juventud o la forma en que, a causa de una de esas lides de amor con una profesora, fue que terminó como empleado de la Secretaría de Educación Pública, en el área de asistencia manual.

De repente, don Héctor guardó silencio mientras rebajaba unos litros de pintura en una cubeta, su mirada se perdió como si observara el aire, tomó un largo suspiro y me dijo a manera de pregunta: “¿Sabe qué es lo más triste Lic?” – y sin que me permitiera responderle, continuó – “Antes los niños entraban la primera semana de septiembre y salían de vacaciones la última semana de junio; les daban un mes de descanso en diciembre y dos semanas más en primavera. Y, aun así, salían bien preparados de la primaria”.

“¿Usted cree?”, le respondí también a manera de cuestionamiento, para invitarle a que me siguiera platicando, pues el tema ya me había interesado.

Mi interlocutor se quitó la gorra color rojo con blanco de beisbolista que cubría su pelo entrecano y, con la misma mano se rascó la cabeza como asaltado por una duda que no había podido expresar antes por temor a herir susceptibilidades en su centro de trabajo y que en ese momento trataba, infructuosamente, de disipar.

Así que con un poco más de valor prosiguió con su relato.

“Uno, como conserje, se da cuenta de muchas cosas Lic. Las mamás y los papás ya no se preocupan por sus hijos, no están al pendiente de ellos y algunos ni siquiera saben si llevan tarea y hasta se les olvida en qué año van. Muchas de las madres que van a dejar a los niños, lo hacen únicamente para aprovechar que todas se quedan afuera del portón a la hora de la entrada y pueden platicar. Y los maestros están más preocupados por sus asuntos sindicales que por entrar al salón a dar clases y los que sí entran tienen más trabajo de oficina que las propias secretarias y no les alcanza el tiempo para atender a las criaturas que cada vez son más en un mismo espacio y el profesor no se da abasto, y con eso de que ahora ya no puede reprobar, pues está obligado a heredar el problema al que le sigue y así hasta que el niño entre a la universidad en las que ya no habrá examen de admisión, ¿Se imagina, Lic.?”

Escuché atento la narración de don Héctor, como si se tratara de un cuento de fantasmas y aparecidos. Guardé silencio, me quedé pensando y lo invité a continuar con su labor con un mensaje esperanzador. Entré a mi oficina y, como si se tratara de una broma macabra del destino, llegaron a mi ordenador los resultados de la prueba PISA que aplica a poco más de siete mil niños en México, la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico.

¡México se encuentra en el penúltimo lugar en matemáticas y ciencias!

Según los resultados del Programa para la Evaluación Internacional de los Alumnos, por sus siglas en inglés, nuestro país apenas y alcanza el nivel dos de seis. Este fenómeno ha sido recurrente durante los últimos años y parece no haber mejoría.

Según la información que ya circula por los medios oficiales, este año se aplicó el cuestionario a 79 países, de los cuales 36 son pertenecientes a la OCDE, entre ellos México. Los resultados finales mostraron que, contando al 100 por ciento de las naciones participantes, la nuestra ocupa casi el fondo de la tabla, sin embargo, si se contabilizan solamente a los miembros de la organización, descendemos a la última posición.

Estos datos “expertos”, le dieron el colofón o, quizás el prólogo, a la película de terror que me narró don Héctor y, entonces, surgió una pregunta en mi cabeza, misma que le comparto a usted, gentil amigo lector: Si en la estructura del ecosistema escolar, factores como el personal de apoyo a la docencia a través del servicio material y la organización más importante del mundo en materia de desarrollo, coinciden en sus perspectivas, ¿Por qué la autoridades, de este sexenio o de cualquier otro, no han puesto manos a la obra?, pues, en menos de lo que nos imaginamos, esos chiquillos de hoy se convertirán en los profesionistas de mañana.

¡Hasta la próxima!

Escríbame a:

licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!