/ martes 20 de febrero de 2024

Economía y Bienestar / Para pensar el bienestar

Según el filósofo Thomas Hobbes, quien afirmaba en el siglo XVII que “el hombre es el lobo del mismo hombre”, pero por qué planteaba tal idea. El ser humano desde la perspectiva del autor, parte del principio de considerar que el hombre se mueve en una sociedad basada en reglas propias de la naturaleza, además de considerar que en el ser humano impera una actitud egoísta, y este siempre actúa como un ser ampliamente competitivo ante los demás.

Ante tal situación, en dicha postura siempre impera el ego que lo lleva al egoísmo y la competencia hacia los demás, donde parece que una condición alimenta la otra, en el fondo, el hombre cree que tiene el derecho natural sobre todas las cosas y para ello debe disputar ante otros hombre los recursos que le rodean, es decir, que en el mundo impera la ley del más fuerte, en este mundo donde todos luchan entre sí, para agenciarse de los recursos naturales que satisfagan sus necesidades, independientemente del origen de las mismas, a esta situación se le denomina Estado de naturaleza.

Para evitar este mundo donde todos pelean por su supervivencia, es necesario el uso de la razón, para poner orden a las actividades depredadoras del hombre, es necesario un pacto social, en el que un ente vigile las acciones de todos los integrantes de la sociedad, a esto se le llamó el principio del Estado, el Leviatán el monstruo que lleva el nombre de su obra principal, lo dibuja como un ente fuerte, capaz de reprimir los excesos de la competencia entre los hombres, en el que se asume la importante y necesaria existencia del gobierno, con dos funciones importantes, la primera orientada a preservar el orden público y por tanto la vida misma por el bien de todos, y por la otra hacer que se respete la propiedad privada.

Ante este origen del gobierno planteado por Hobbes, como un Leviatán que atemorice a todos los ciudadanos, para evitar y mediar en sus desenfrenos, necesita de ellos una serie de elementos para poder operar, para ello requiere el pago de impuestos de parte de los ciudadanos, ya que para el control social, el gobierno debe tener el poder para someter cualquier brote de inestabilidad. Ante tal perspectiva, la pregunta es a quién debe servir al gobierno, si bien el gobierno surge con la idea de controlar las actitudes desenfrenadas del hombre producto de la competitividad de todos para conseguir sus satisfactores o alimentos, o bien, si el gobierno es una entidad sumamente fuerte, por tanto, quién debiera vigilar al gobierno de que éste no cometa actos de abusos de poder.

El problema aunque fue planteado desde mediados del siglo XVII, para nuestros días hay muchos elementos para el debate, el primero de ellos es identificar si desde los orígenes de la conformación del gobierno como una entidad reguladora de las relaciones entre los hombres, hasta qué punto, solo se ha realizado un pacto para legitimar la naturaleza egoísta del ser humano, es decir, para proveer un marco normativo en el que las personas no piensen en colectivo, y actúen sólo en el plano individual y desde ahí poder satisfacer sus necesidades, dicha regulación ha hecho que se formalice el poder que la concentración de capitales trae consigo mismo, cuya dinámica genera una postura en el que se ha llegado a pensar y aceptar por ejemplo que el problema de la pobreza es el resultado de la indolencia de quien la vive o la padece, cuando a todas luces se sabe que ésta es producto de una dinámica económica que no genera equidad, debido a que el problema radica desde el arranque de la vida de cada individuo, donde algunos tienen mejores condiciones materiales que otros.

En este aspecto, es necesario, considerar el sentido social no solo del gobierno, sino de todos y cada uno de los actores sociales, lo que nos lleva primeramente a cuestionarnos, el principio fundamental de vivir en sociedad, el cual se centra en el poder colectivo de satisfacer las necesidades de todos los que cohabitamos en ella, la cuestión es el cómo hacerlo, por lo que la cuestión a veces resulta de cuestionarnos la propia naturaleza humana.

Según el filósofo Thomas Hobbes, quien afirmaba en el siglo XVII que “el hombre es el lobo del mismo hombre”, pero por qué planteaba tal idea. El ser humano desde la perspectiva del autor, parte del principio de considerar que el hombre se mueve en una sociedad basada en reglas propias de la naturaleza, además de considerar que en el ser humano impera una actitud egoísta, y este siempre actúa como un ser ampliamente competitivo ante los demás.

Ante tal situación, en dicha postura siempre impera el ego que lo lleva al egoísmo y la competencia hacia los demás, donde parece que una condición alimenta la otra, en el fondo, el hombre cree que tiene el derecho natural sobre todas las cosas y para ello debe disputar ante otros hombre los recursos que le rodean, es decir, que en el mundo impera la ley del más fuerte, en este mundo donde todos luchan entre sí, para agenciarse de los recursos naturales que satisfagan sus necesidades, independientemente del origen de las mismas, a esta situación se le denomina Estado de naturaleza.

Para evitar este mundo donde todos pelean por su supervivencia, es necesario el uso de la razón, para poner orden a las actividades depredadoras del hombre, es necesario un pacto social, en el que un ente vigile las acciones de todos los integrantes de la sociedad, a esto se le llamó el principio del Estado, el Leviatán el monstruo que lleva el nombre de su obra principal, lo dibuja como un ente fuerte, capaz de reprimir los excesos de la competencia entre los hombres, en el que se asume la importante y necesaria existencia del gobierno, con dos funciones importantes, la primera orientada a preservar el orden público y por tanto la vida misma por el bien de todos, y por la otra hacer que se respete la propiedad privada.

Ante este origen del gobierno planteado por Hobbes, como un Leviatán que atemorice a todos los ciudadanos, para evitar y mediar en sus desenfrenos, necesita de ellos una serie de elementos para poder operar, para ello requiere el pago de impuestos de parte de los ciudadanos, ya que para el control social, el gobierno debe tener el poder para someter cualquier brote de inestabilidad. Ante tal perspectiva, la pregunta es a quién debe servir al gobierno, si bien el gobierno surge con la idea de controlar las actitudes desenfrenadas del hombre producto de la competitividad de todos para conseguir sus satisfactores o alimentos, o bien, si el gobierno es una entidad sumamente fuerte, por tanto, quién debiera vigilar al gobierno de que éste no cometa actos de abusos de poder.

El problema aunque fue planteado desde mediados del siglo XVII, para nuestros días hay muchos elementos para el debate, el primero de ellos es identificar si desde los orígenes de la conformación del gobierno como una entidad reguladora de las relaciones entre los hombres, hasta qué punto, solo se ha realizado un pacto para legitimar la naturaleza egoísta del ser humano, es decir, para proveer un marco normativo en el que las personas no piensen en colectivo, y actúen sólo en el plano individual y desde ahí poder satisfacer sus necesidades, dicha regulación ha hecho que se formalice el poder que la concentración de capitales trae consigo mismo, cuya dinámica genera una postura en el que se ha llegado a pensar y aceptar por ejemplo que el problema de la pobreza es el resultado de la indolencia de quien la vive o la padece, cuando a todas luces se sabe que ésta es producto de una dinámica económica que no genera equidad, debido a que el problema radica desde el arranque de la vida de cada individuo, donde algunos tienen mejores condiciones materiales que otros.

En este aspecto, es necesario, considerar el sentido social no solo del gobierno, sino de todos y cada uno de los actores sociales, lo que nos lleva primeramente a cuestionarnos, el principio fundamental de vivir en sociedad, el cual se centra en el poder colectivo de satisfacer las necesidades de todos los que cohabitamos en ella, la cuestión es el cómo hacerlo, por lo que la cuestión a veces resulta de cuestionarnos la propia naturaleza humana.