/ lunes 29 de enero de 2024

El cumpleaños del perro | Caída en bicicleta

Hace unos días salí a “dar una vuelta” en bicicleta, a unas cuadras de donde vivo. Todo iba bien hasta que se me atravesó una alcantarilla, de esas de rejas y ¡zas! Me di un santo porrazo; pensé que hasta allí había llegado.

Caí de bruces. De inmediato se formó la consabida y dichosa “bolita de atropellado”. Dos hombres amablemente me levantaron. Yo les dije que no sentía hada, que no me había pasado nada. Una mujer de pronto alargó la frase clásica: llamen a la ambulancia.

No me pasó nada. Seguí en mi bici y terminé mi paseo planeado. Tres días después continúo con el asombro de saberme salvo y sano.

A veces se nos olvida que diariamente se nos va la vida de a poco, y que todo significa. En mirar hacia adelante (pues qué remedio) tenemos dispuestos nuestros sentidos y el palpitar del corazón.

Llevo ya algunos años viviendo en mi actual casa. Tiene razón Sylvester Stallone en Rocky Balboa cuando le dice a Burt Young que cuando uno pasa mucho tiempo en un lugar se convierte en parte de ese lugar.

¿Qué se deja cuando nos vamos de algún sitio? Dejamos lo más valioso: el tiempo, y éste es el material de la vida. De esta forma, lentamente, nos acercamos al caos. Nada hay en orden sino en la muerte.

En su novela Cosmos (vertida al español por Sergio Pitol), el polaco Witold Gombrowics plantea una premisa interesante: para buscar el origen de la realidad hay que intentar ordenar el caos.

¿Y qué es el caos sino la fragmentación del conocimiento humano?. En su breve pero poderosa obra literaria, Juan Rulfo nos ha dicho que hay muchos mundos en este mismo que habitamos y nos habita irremediablemente.

Si leemos las noticias en los diarios (o en la internet), si las oímos por tv o por radio y, caray, volteamos hacia la cotidianidad de los mercados, de los centros comerciales, de las colonias pobres, de las zonas residenciales, estaremos constatando que, replanteando a Gombrowics, la realidad que percibimos tiene distintos orígenes.

Anota Witold Gombrowics en el prólogo de Cosmos: “De la infinidad de fenómenos que pasan en torno a mí, aíslo uno. Elijo, por ejemplo, un cenicero sobre mi mesa (el resto desaparece en la sombra)”.

Pareciera que así es el mundo que cada quien vive: cada quien aísla su ámbito de interés sin que le importe, muchas de las veces, las sombras que caen sobre los demás…

A veces se nos olvida que diariamente se nos va la vida de a poco, y que todo significa. En mirar hacia adelante (pues qué remedio) tenemos dispuestos nuestros sentidos y el palpitar del corazón.

Hace unos días salí a “dar una vuelta” en bicicleta, a unas cuadras de donde vivo. Todo iba bien hasta que se me atravesó una alcantarilla, de esas de rejas y ¡zas! Me di un santo porrazo; pensé que hasta allí había llegado.

Caí de bruces. De inmediato se formó la consabida y dichosa “bolita de atropellado”. Dos hombres amablemente me levantaron. Yo les dije que no sentía hada, que no me había pasado nada. Una mujer de pronto alargó la frase clásica: llamen a la ambulancia.

No me pasó nada. Seguí en mi bici y terminé mi paseo planeado. Tres días después continúo con el asombro de saberme salvo y sano.

A veces se nos olvida que diariamente se nos va la vida de a poco, y que todo significa. En mirar hacia adelante (pues qué remedio) tenemos dispuestos nuestros sentidos y el palpitar del corazón.

Llevo ya algunos años viviendo en mi actual casa. Tiene razón Sylvester Stallone en Rocky Balboa cuando le dice a Burt Young que cuando uno pasa mucho tiempo en un lugar se convierte en parte de ese lugar.

¿Qué se deja cuando nos vamos de algún sitio? Dejamos lo más valioso: el tiempo, y éste es el material de la vida. De esta forma, lentamente, nos acercamos al caos. Nada hay en orden sino en la muerte.

En su novela Cosmos (vertida al español por Sergio Pitol), el polaco Witold Gombrowics plantea una premisa interesante: para buscar el origen de la realidad hay que intentar ordenar el caos.

¿Y qué es el caos sino la fragmentación del conocimiento humano?. En su breve pero poderosa obra literaria, Juan Rulfo nos ha dicho que hay muchos mundos en este mismo que habitamos y nos habita irremediablemente.

Si leemos las noticias en los diarios (o en la internet), si las oímos por tv o por radio y, caray, volteamos hacia la cotidianidad de los mercados, de los centros comerciales, de las colonias pobres, de las zonas residenciales, estaremos constatando que, replanteando a Gombrowics, la realidad que percibimos tiene distintos orígenes.

Anota Witold Gombrowics en el prólogo de Cosmos: “De la infinidad de fenómenos que pasan en torno a mí, aíslo uno. Elijo, por ejemplo, un cenicero sobre mi mesa (el resto desaparece en la sombra)”.

Pareciera que así es el mundo que cada quien vive: cada quien aísla su ámbito de interés sin que le importe, muchas de las veces, las sombras que caen sobre los demás…

A veces se nos olvida que diariamente se nos va la vida de a poco, y que todo significa. En mirar hacia adelante (pues qué remedio) tenemos dispuestos nuestros sentidos y el palpitar del corazón.