/ sábado 12 de septiembre de 2020

Letra Pública | Qué hay de Pinters, Milanés y Andrés Manuel

Harold Pinters es un dramaturgo que nació en un barrio pobre de Londres en 1930 y se convirtió en un ícono del teatro moderno. Recibió el premio Nobel de Literatura en 2005; pero en 1958 escribió lo siguiente: "No hay grandes diferencias entre realidad y ficción, ni entre lo verdadero y lo falso. Una cosa no es necesariamente verdadera o falsa; puede al mismo tiempo ser falsa y verdadera. Creo que estas afirmaciones aún tienen sentido y aún se aplican a la realidad a través del arte. Así que, como escritor, las mantengo, pero como ciudadano no puedo; como ciudadano he de preguntar: ¿Qué es la verdad? ¿Qué es la mentira?".

Esto que arriba cito es el prólogo del discurso que este intelectual inglés pronunció cuando en Suecia recibió de las manos de Su Majestad la mayor presea a la que puede aspirar un hombre dedicado a las letras en alma y vida. Y las he querido traer a colación porque en algunos momentos la realidad que estamos viviendo cae dentro de este concepto abstracto que maneja al principio Harold Pinters de que la verdad y la mentira son la misma cosa dentro del arte; pero que dentro de la vida cotidiana la obligación de todos, entendido esto como instituciones, medios, grupos de poder financieros y políticos, tienen la obligación de desentrañar en beneficio de la nación lo que es verdad y lo que es falso. Esto no está sucediendo actualmente.

Estamos viviendo un estado de constante peligro. Al parecer los grupos de poder ignorantes como lo es o más bien despectivo con la historia, no conoce el principio de las crisis políticas y económicas por las que ha atravesado nuestro leviatán histórico. Cometiendo entonces los mismos errores de los que es víctima un principiante en el arte de gobernar. Hace unos días comí con un político municipal y en un momento de la conversación llegó a tal grado el desprecio por la historia de nuestro país que me dijo convencido: ¿Y qué tiene que sea el padre de la patria?, cuando yo le nombré al patricio que nos dio identidad y que él consideraba menor a un amigo al que quería distinguir con un reconocimiento público.

Tuve la oportunidad de ver a Ricardo Rocha en la tv del Estado y me encontré con la novedad de que iban a participar Pablo Milanés, ese gigante de la música a quien Gabriel García Márquez le escribió un prólogo en el último de sus discos, y que ha sido el preferido desde hace mucho tiempo por los sectores de la juventud que disfrutan del canto nuevo, como se da en llamar al arte de Pablo Milanés, me sentí muy complacido porque la calidad del programa era de primera y porque el cantautor cubano sigue siendo un gigante que logra conmover las cuerdas más sensibles del ser humano con sus temas donde aborda la problemática del amor, del alma y de las injusticias sociales.

Después de Milanés, Ricardo Rocha entrevistó vía satélite a Andrés Manuel López Obrador, quien se encontraba de gira en León, Guanajuato, bastión del panismo y que a pesar de estos dos factores políticos importantes, la pantalla mostró escenas en donde López Obrador estaba hablando en una plaza atiborrada de gente que lo quería escuchar tal y como sucedió aquí en Tampico, donde observé pasión en la gente y en la multitud levantada por el carisma y el discurso del tabasqueño de Macuspana.

Ricardo Rocha le preguntó a un López Obrador que se veía evidentemente fatigado por el intenso recorrido que hace al no poder pagar la televisión como lo hacen el PAN y el PRI, pero al mismo tiempo lo sentí motivado por la energía que contagia el contacto con el pueblo. Recuerdo que don Carlos Alberto Madrazo Becerra decía que el mejor estímulo que puede tener un político para sacar adelante sus planes era darse constantemente baños de pueblo. López Obrador contestó una a una las preguntas que Ricardo le formulaba. Dejó claro que no tiene nada en contra de las clases medias ni de las clases altas, pero sí enfatizó que por el bien de estas mismas en su gobierno estarían primero los pobres.

Rechazó rotundamente que tuviera alguna relación con el presidente de Venezuela y lamentó la campaña sucia que el PRIAN ha utilizado contra su persona. Era un Andrés Manuel López Obrador reposado, confiado en sí mismo, por lo que no pude evitar sentir en ese momento emoción por este político que es el primero con el que me encuentro en mi vida al que no le veo una doble moral, ni un afán de enriquecerse brutalmente como lo han hecho muchos políticos con los que he tenido contacto y que los conocí en "cueros limpios" y que hoy atienden sus problemas de salud en Rochester, compran su ropa en Miami y en el invierno utilizan su cabaña en Aspen para disfrutar el espectáculo de la nieve.

Sentí empatía por él, porque tiene una plena y total confianza en la gente que trata en el intenso pueblo que realiza diariamente en las plazas públicas. Y porque recurre con frecuencia al ejemplo del presidente Juárez, quien tenía la convicción: cuando huyendo de los enemigos del país llevaba el símbolo de la república en su carroza y aseguraba que nunca la reacción vencería a la patria. López Obrador dijo que entre más lo atacaban más digno se sentía, frase que lo dijo era de Ponciano Arriaga, ese hombre de la época del presidente Juárez en quien el benemérito encomendó tareas y obligaciones importantes que cumplió cabalmente.

El problema de esto es que estamos viviendo un país diferente en el que actuaron Benito Juárez y Ponciano Arriaga. Existen segmentos de la población peligrosamente despolitizados; y lo digo porque son los segmentos de la población que actúan según sus intereses personales por un lado, y por el otro, pienso que Andrés Manuel López Obrador, toda la proporción guardada, corre el mismo riesgo de Cuauhtémoc Cárdenas en 1994, cuando fascinado por las recepciones populares que le hacían en las poblaciones a donde llegaba consideró que no era útil invertir en los medios electrónicos. El resultado de esta estrategia equivocada colocó al ingeniero Cárdenas en el tercer lugar de la elección. La esperanza en esta elección son las redes sociales, ellas derrotarán a la televisión mercantil.

Regreso a Harold Pinters cuando afirma que no hay diferencia entre realidad y ficción, como no la hay entre lo verdadero y lo falso, porque una cosa no puede ser verdadera o falsa o puede ser falsa y verdadera al mismo tiempo. El ambiente en los medios, principalmente en los electrónicos, es de falsedades, ficciones, de mentiras y medias verdades; todas son para desactivar el fenómeno popular que se ha ido creando en torno a Andrés Manuel López Obrador. Por esa razón, como ciudadanos, lo apunta Harold Pinters, tenemos la obligación de saber diferenciar entre lo que es verdad y lo que es mentira. Si el mexicano logra desentrañar esta paradoja el poder en Los Pinos será de la mayoría que más necesita de la protección del Estado, y quedarán afuera los buitres del Estado, que no pueden vivir otro escenario ni otra condición que no tenga más que una vinculación directa con el presupuesto estatal.

  • notario177@msn.com