Juan Antonio de Vizarrón y Eguiarreta fue virrey de la Nueva España y arzobispo de México durante el siglo XVIII. Fue el responsable de decretar la figura de la Virgen de Guadalupe como patrona del reino. En 1739, en medio de una epidemia de tifus, solicita su renuncia a la corona con el alegato: ¡sáqueme de esta sin razón, por dios!
A pesar de la oposición de Vizarrón y Eguiarreta de ocupar el cargo de virrey, la historia atribuye a su periodo de gobernación grandes avances en materia política y arquitectónica. Conoce las aventuras de un sacerdote de Cádiz, quien, sin desearlo, se convirtió en el representante del rey Felipe V en la Nueva España.
De sacerdote en España a obispo de la Nueva España
De acuerdo a los registros de la Real Academia de la Historia (RAH), Juan Antonio de Vizarrón y Eguiarreta fue el segundo de los cuatro hijos del matrimonio entre el hidalgo Pablo Vizarrón y Ana Eguiarreta. El título de hidalgo era considerado el de menor prestigio y poderío dentro de la monarquía.
Vizarrón y Eguiarreta opto por la vida eclesiástica en Roma, se recibió como sacerdote y fue nombrado capellán en el Puerto de Santa María, España. Después fue vicario de Sevilla.
Mientras ocupaba dicho cargo, en 1729, recibe la noticia sorpresiva de que el rey Felipe V lo nombró a él como jefe del arzobispado de México, en la Nueva España. El monarca lo eligió por encima de sacerdotes mexicanos, quienes ya conocían el territorio.
El 5 de enero de 1731, Vizarrón y Eguiarreta ya se encontraba en México cumpliendo sus obligaciones, después de cruzar el océano Atlántico. Entre sus principales labores, se le atribuye la reedificación del hoy conocido como “Antiguo Palacio del Arzobispado”.
El paso de obispo a virrey
El 17 de marzo de 1734, falleció el virrey de la Nueva España, Juan Vázquez de Acuña y Bejarano. Cuando la Audiencia Real se reúne para leer el “pliego de mortaja”, documento donde se designaba el sucesor de la autoridad del virreinato, se da a conocer al arzobispo de México como el nuevo virrey.
A partir de ese momento y durante seis años y cinco meses, Vizarrón y Eguiarreta, ostentó el cargo. A pesar de su resistencia, misma que expresó en una misiva al secretario del Estado Español, José Patiño y Rosales, diciendo “(espero) ser removido cuanto antes de este gran peso”, el gobierno de Vizarrón y Eguiarreta se caracterizó por los siguientes avances:
- Cese de las riñas urbanas de bandas rivales en la hoy ciudad de México
- Limpieza de los canales de la ciudad
- Gran número de calles empedradas en el territorio
- Finalización de la construcción de la Casa de la Moneda, además de las iglesias de Santa Catalina y San Hipólito
- Construcción de la fachada del Real Colegio de San Ildefonso
La famosa renuncia
De 1736 a 1739, en el territorio de la Nueva España se vivió una de las epidemias más mortales de la época, con el nombre de “matlazahuatl”. La Real Academia de la Historia sostiene que el contagio fue de tifus exantemático. Enfermedad que provoca fiebre, dolor de cabeza y erupciones cutáneas.
Los reportes indican que casi dos tercios de los asentamientos indígenas en zonas rurales perecieron por la infección. En la hoy ciudad de México se registraron cerca de 40 mil muertes por la misma causa.
En un intento religioso para palear el desánimo de la población, Juan Antonio de Vizarrón y Eguiarreta, nombró a la figura católica de la Virgen de Guadalupe como patrona de la ciudad y de todo el reino de la Nueva España.
Desesperado por la situación sanitaria del territorio, mandó instaurar tres hospitales para atender a los enfermos, cuya inversión, se rumora, salió de sus bolsillos.
El 15 de septiembre de 1737, escribe a Mateo Pablo Díaz de Lavandero Martín, consejero de Indias y marqués de Torrenueva, que interceda por él ante el rey Felipe V, con la solicitud de: “Sáqueme V.S. por Dios, de este continuo batallar con la sin razón”.
Otra vez virrey
Se acostumbraba que un virrey abandonará su cargo hasta su muerte, pero al ver las continuas peticiones de renuncia de Vizarrón y Eguiarreta, Felipe V designa en su lugar a Pedro de Castro Figueroa y Salazar, quien toma posesión el 17 de agosto de 1740. No obstante, Salazar fallece el 23 de agosto de 1741.
Cuando la Real Audiencia se reúne para abrir el “pliego de mortaja”, el nombre designado como futuro virrey es, otra vez, el de Juan Antonio de Vizarrón y Eguiarreta. Desconocemos cuál fue la reacción del también arzobispo, pero la evidencia señala que, muy posiblemente, no fue de alegría y regocijo.
Para fortuna de Vizarrón, el mandato no se cumplió. Tanto en la corte de España como en la Real Audiencia de la Nueva España, ya se hablaba de la negativa a la reelección de los virreyes.
Vizarrón y Eguiarreta falleció el 25 de enero de 1747, en la ciudad de México, muy lejos de Cádiz, de donde él era originario. Esta fue la historia de un hombre que, sin desearlo, ni esperarlo, se convirtió de sacerdote en arzobispo y después en virrey. Cuya carta de renuncia pasó a la historia: ¡sáqueme de esta sin razón, por dios!