El puerto de Tampico sufrió varias pandemias como la del cólera, la fiebre amarilla y la gripe española, está última por iniciar en Estados Unidos, se propagó rápidamente en el norte del país, esto provocó que desde hace más de 120 años existieran zonas para mantener en cuarentena a sospechosos o enfermos; al primero de estos hospitales en nuestra ciudad se le conoció como "El Lazareto".
La cuarentena sanitaria del siglo XX en Tampico
Los estancias de “San Lázaro” o “Lazaretos” fueron creados como una medida sanitaria y además de vigilar enfermos pandémicos, también se dedicaban a mantener en resguardo a personas que habían contraído lepra, padecimiento que se consideraba en ese tiempo como uno de los de mayor contagio y peligrosos.
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El primer lazareto que se instaló en Tampico fue alrededor de 1900, por la zona donde inicia la Avenida Hidalgo, en ese punto terminaba la ciudad y era un área precisa para mantener a las viajeros que llegaban enfermos al puerto, pues se temía que alguna enfermedad entrara a la ciudad.
El Lazareto de Tampico, ubicado en una zona alejada ¿por temor?
Poco más de 20 años después se construyó una casa en un extremo de la laguna del Carpintero, cerca del cerro de Andonegui, con el fin de resguardar a las personas que contraían lepra, para evitar que tuvieran contacto con la demás población, ya que esa zona se encontraba poco accesible, en aquellos años.
“El Lazareto para los Leprosos de Tampico, era una pequeña casa de madera, con techo de dos aguas, no muy grande, despintada, la cual descansaba sobre unos pilotes de un metro con 50 centímetros de altura, aproximadamente, tenía corredores circundantes y escalones al frente y atrás, estaba protegida por una cerca de otate”.
Comenta Miguel Hernández Zapata, investigador y promotor cultural, quien menciona que esta obra de caridad comenzó a funcionar en la segunda década del siglo pasado y se encontraba a unos 50 metros de la calle Santo Niño, que después se transformó en el bulevar Adolfo López Mateos.
Lamberto Franco fue conocido como "el amigo de las personas con lepra"
“La bondad sin límite del señor Lamberto Franco, quien llegó a Tampico procedente de Encarnación de Díaz, Jalisco, en 1922, hizo que al ofrecerle el trabajo de encargado del Lazareto, aceptara el cargo, pues nadie quería ese trabajo, el cual desempeño con amabilidad y comprensión por estos enfermos por más de 30 años, pagando el municipio por esta loable tarea la cantidad de tres pesos diarios”, agrega Hernández Zapata.
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Expone que “Lamberto Franco vivió en una casita de madera junto al Lazareto de leprosos de Tampico, empeñado en dar una calidad de vida a estas personas que tuvieron la desgracia de haber contraído esta terrible enfermedad".
Lo anterior "asistiendo de día y de noche a los enfermos a los que nunca demostró repulsión, en una época en que se creía que el mal de Hansen era terriblemente contagioso”.
Añade que “otro de los personajes que durante muchos años estuvo al pendiente de las personas del Lazareto fue padre Ignacio Rosiles Namorado, párroco de la iglesia de San Juan Bosco, en Árbol Grande, Ciudad Madero, quien de manera frecuente, acudía a este lugar para estar al pendiente de las necesidades de los enfermos y llevarles un mensaje de esperanza y ánimo”.
“Don Lamberto Franco, el amigo de los leprosos, falleció el 19 de mayo de 1952, víctima de un viejo mal del corazón en el Hospital Civil, Dr. Carlos Canseco y cinco años después, en 1957, el Lazareto dejó de funcionar y los enfermos fueron enviados a la Leprosaria de la Ciudad de México, donde se disponía de mayor número de recursos para atender a las personas que sufrían de esta terrible enfermedad”, indica Miguel Hernández.
Terror, amor y compasión: sentimientos que se juntaban en el Lazareto de Tampico
Muchas de las personas que habitaron el Cerro de Andonegui y sus alrededores recuerdan la casita de madera despintada de los leprosos, ahí acudían almas caritativas a dejarles víveres, ropa y algún consuelo, pues quienes estaban internados en el lugar querían saber como seguía el mundo, pues en ocasiones era abandonados a su suerte por sus familias.
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“Los vecinos contaban que algunas noches se podían ver a estas pobres personas encorvados por el dolor, sin poder conciliar el sueño y dibujando a la distancia sombras grotescas, pues deambulaban por los patios con la iluminación de una lámpara o bajo la luz de la luna”, expone Miguel Hernández.
“Y otras personas dejando a un lado su temor, y repulsión, llegaban de diversas parte de Tampico y Ciudad Madero, venían a este punto a ofrecer ayuda en alimentos, vestimenta, o brindar algún tipo de servicio y a manera de agradecimiento, quien vivían en el Lazareto, ofrecían los frutos de la gran cantidad de arboles frutales que circundaban este sanatorio”, dice el historiador.
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El hospital del Lazareto de Tampico ha quedado en el olvido de mucha gente, sin embargo, su ejemplo de pasar del miedo a la generosidad, entre quienes necesitan de un apoyo y de esperanza, sirve ahora para conocer que en épocas pasadas se superó la adversidad con empatía y ayuda mutua.