/ domingo 17 de octubre de 2021

Acerca de nuestras perspectivas

Si usted algunas veces ha pensado que la vida no es justa, que no tiene lo que cree que realmente merece y siente que sus esfuerzos por trascender no le dan los resultados que espera, le invito a que por un instante trate de poner todo eso en perspectiva.

Si a pesar de ser un fervoroso creyente, piensa que Dios lo ha abandonado, lo ha desilusionado y le ha dado la espalda; si ve con tristeza que en su trabajo no reconocen suficientemente sus méritos, si observa entre amargado y molesto cómo en muchos lugares la honestidad es poco importante y se premia en cambio la deshonestidad y quizás hasta ha pensado que no vale la pena seguir luchando por sus ilusiones, ya que estas son vistas como ingenuas utopías casi nunca recompensadas, me gustaría invitarlo a que todo eso lo ponga en perspectiva.

Porque, mire usted, si tiene la fortuna de vivir con una familia que lo ama y a la que a vez ama; su hogar es un espacio lleno de calidez y es funcional; si tiene un trabajo que disfruta y además le proporciona sustento diario y autoestima; si pudo estudiar para labrar un mejor futuro para usted y para sus hijos, debo decirle que es un bendito de Dios porque hay quien no tiene nada de eso, que carecen de un hogar que los proteja; no poseen un techo dónde guarecerse y deambulan por las calles mendigando un poco de pan para sobrevivir. Y puede observar tantos inmigrantes que salen de sus países sin nada más que sus sueños para ofrecer a sus hijos, viajan hacinados en contenedores o caminando diariamente kilómetros para escapar del hambre, la miseria y el crimen en que vivían. Y eso no solo no lo ve, sino que a veces ni quiera sabe agradecerlo.

Es definitivamente cierto, por otro lado, que a veces la vida no parece ser justa porque a nuestro juicio compensa a quien no lo merece y no lo hace con quien sí lo merece. Lo podemos constatar en tanta gente insatisfecha y sin esperanza que vemos a diario, que trabajan esforzadamente por un porvenir, mientras por otra parte contemplamos a otros que tienen hasta lo superfluo; lo percibimos clara y dolorosamente en el egoísmo y la falta de fraternidad que parecen ser el sello distintivo del ser humano, frente a otros precaristas y vulnerables que buscan ser incluidos por los demás, aunque sea en lo más elemental. Y es un hecho innegable que todavía hay quienes piensan que es verdad que todos somos iguales, pero hay algunos que son más iguales que otros. Y hasta el joven Rabí de Nazareth es mencionado como paradigma de esa diferenciación, cuando dijo: “pobres siempre habrá entre ustedes”.

Pero permítame parafrasear un dicho de Einstein que puede aplicarse a la vida, sea justa o no: “…detrás de cada puerta que la ciencia cierra, Dios abre otra...” Y es precisamente eso lo que sucede con la vida. Porque si ella no es justa, nosotros sí podemos serlo; a cambio de la dolorosa dicotomía que supone el ser y el tener, tenemos la capacidad de ser el fiel de la balanza. Y al final comprender que todos fuimos dotados de suficiente inteligencia para poner todo en la perspectiva debida y podemos, si así lo deseamos, decidirnos a roturar nuevos esperanzadores caminos y explorar otras opciones, en lugar de maldecir al destino, a la suerte y hasta a Dios. O peor aún, arrojarnos al piso en procura de compasión.

Por eso, si lo vemos bien y reflexionamos sobre ello, hasta de lo que parece chocar con nuestro sentido común y nuestras fallidas esperanzas, podemos sacar provecho. Y esto no es retórica ni poesía cursi. Es simplemente ver con claridad y entender que alguien puede regalar una bella catedral, pero jamás podrá comprar con ello el paraíso. Porque quizás una enfermera callada o una monja abnegada puedan ser el paraíso en la tierra para aquellos a los que lleva consuelo; que podemos admirar una mansión que nos subyuga por su suntuosidad y belleza, pero quizás hubo más calor de hogar en la casa humilde de un carpintero de Nazareth; podemos quedar sorprendidos ante la sabiduría de un premio Nobel, pero es también admirable el trabajo sencillo de un obrero, cuyo trabajo agobiador y rutinario pudo dar estudio a sus hijos, a pesar de sus limitaciones. Porque todo eso puesto bajo la debida perspectiva nos hace ver cómo, a pesar de todo, podemos participar, aunque sea de distinta manera, pero todos sin excepción, de la hermosa danza de la vida.

Por eso, ver bajo diferente perspectiva no significa sentirse gratificado y feliz porque hay otros que son más o menos peores o mejores que nosotros y que eso nos dé consuelo. Eso se llama simplemente conformismo estéril y un triste gesto de autoconmiseración. Porque aparte de servir para nada, nos devalúa como seres dotados de pensamiento y dignidad. Ver al otro puede darnos conocimiento. Pero ver dentro de nosotros nos dará iluminación, dijo Buda.

Tal vez lo peor que puede pasar a los seres humanos es justificar en los demás nuestras propias decepciones. Porque no es el destino, ni la suerte, ni la vida que cruel nos señala con sus designios. Por eso es bueno recordar la frase de A. Lincoln: “Es verdad que Dios nos hizo iguales… pero fue la última vez”, lo que significa que lo que hagamos después es nuestra responsabilidad. De nadie más.

Marco Aurelio, emperador hispano-romano, escribió en sus “Meditaciones”… “La oportunidad que nos dan los demás, de ver desde la perspectiva del otro, nos prepara para soportar las más difíciles vicisitudes de la vida...”

Nada más… pero nada menos.

ACERCA DE NUESTRAS PERSPECTIVAS

“la perspectiva nos da juicio;

la comparación nos da reflexión…”

Jean Paul Sartre

Si usted algunas veces ha pensado que la vida no es justa, que no tiene lo que cree que realmente merece y siente que sus esfuerzos por trascender no le dan los resultados que espera, le invito a que por un instante trate de poner todo eso en perspectiva.

Si a pesar de ser un fervoroso creyente, piensa que Dios lo ha abandonado, lo ha desilusionado y le ha dado la espalda; si ve con tristeza que en su trabajo no reconocen suficientemente sus méritos, si observa entre amargado y molesto cómo en muchos lugares la honestidad es poco importante y se premia en cambio la deshonestidad y quizás hasta ha pensado que no vale la pena seguir luchando por sus ilusiones, ya que estas son vistas como ingenuas utopías casi nunca recompensadas, me gustaría invitarlo a que todo eso lo ponga en perspectiva.

Porque, mire usted, si tiene la fortuna de vivir con una familia que lo ama y a la que a vez ama; su hogar es un espacio lleno de calidez y es funcional; si tiene un trabajo que disfruta y además le proporciona sustento diario y autoestima; si pudo estudiar para labrar un mejor futuro para usted y para sus hijos, debo decirle que es un bendito de Dios porque hay quien no tiene nada de eso, que carecen de un hogar que los proteja; no poseen un techo dónde guarecerse y deambulan por las calles mendigando un poco de pan para sobrevivir. Y puede observar tantos inmigrantes que salen de sus países sin nada más que sus sueños para ofrecer a sus hijos, viajan hacinados en contenedores o caminando diariamente kilómetros para escapar del hambre, la miseria y el crimen en que vivían. Y eso no solo no lo ve, sino que a veces ni quiera sabe agradecerlo.

Es definitivamente cierto, por otro lado, que a veces la vida no parece ser justa porque a nuestro juicio compensa a quien no lo merece y no lo hace con quien sí lo merece. Lo podemos constatar en tanta gente insatisfecha y sin esperanza que vemos a diario, que trabajan esforzadamente por un porvenir, mientras por otra parte contemplamos a otros que tienen hasta lo superfluo; lo percibimos clara y dolorosamente en el egoísmo y la falta de fraternidad que parecen ser el sello distintivo del ser humano, frente a otros precaristas y vulnerables que buscan ser incluidos por los demás, aunque sea en lo más elemental. Y es un hecho innegable que todavía hay quienes piensan que es verdad que todos somos iguales, pero hay algunos que son más iguales que otros. Y hasta el joven Rabí de Nazareth es mencionado como paradigma de esa diferenciación, cuando dijo: “pobres siempre habrá entre ustedes”.

Pero permítame parafrasear un dicho de Einstein que puede aplicarse a la vida, sea justa o no: “…detrás de cada puerta que la ciencia cierra, Dios abre otra...” Y es precisamente eso lo que sucede con la vida. Porque si ella no es justa, nosotros sí podemos serlo; a cambio de la dolorosa dicotomía que supone el ser y el tener, tenemos la capacidad de ser el fiel de la balanza. Y al final comprender que todos fuimos dotados de suficiente inteligencia para poner todo en la perspectiva debida y podemos, si así lo deseamos, decidirnos a roturar nuevos esperanzadores caminos y explorar otras opciones, en lugar de maldecir al destino, a la suerte y hasta a Dios. O peor aún, arrojarnos al piso en procura de compasión.

Por eso, si lo vemos bien y reflexionamos sobre ello, hasta de lo que parece chocar con nuestro sentido común y nuestras fallidas esperanzas, podemos sacar provecho. Y esto no es retórica ni poesía cursi. Es simplemente ver con claridad y entender que alguien puede regalar una bella catedral, pero jamás podrá comprar con ello el paraíso. Porque quizás una enfermera callada o una monja abnegada puedan ser el paraíso en la tierra para aquellos a los que lleva consuelo; que podemos admirar una mansión que nos subyuga por su suntuosidad y belleza, pero quizás hubo más calor de hogar en la casa humilde de un carpintero de Nazareth; podemos quedar sorprendidos ante la sabiduría de un premio Nobel, pero es también admirable el trabajo sencillo de un obrero, cuyo trabajo agobiador y rutinario pudo dar estudio a sus hijos, a pesar de sus limitaciones. Porque todo eso puesto bajo la debida perspectiva nos hace ver cómo, a pesar de todo, podemos participar, aunque sea de distinta manera, pero todos sin excepción, de la hermosa danza de la vida.

Por eso, ver bajo diferente perspectiva no significa sentirse gratificado y feliz porque hay otros que son más o menos peores o mejores que nosotros y que eso nos dé consuelo. Eso se llama simplemente conformismo estéril y un triste gesto de autoconmiseración. Porque aparte de servir para nada, nos devalúa como seres dotados de pensamiento y dignidad. Ver al otro puede darnos conocimiento. Pero ver dentro de nosotros nos dará iluminación, dijo Buda.

Tal vez lo peor que puede pasar a los seres humanos es justificar en los demás nuestras propias decepciones. Porque no es el destino, ni la suerte, ni la vida que cruel nos señala con sus designios. Por eso es bueno recordar la frase de A. Lincoln: “Es verdad que Dios nos hizo iguales… pero fue la última vez”, lo que significa que lo que hagamos después es nuestra responsabilidad. De nadie más.

Marco Aurelio, emperador hispano-romano, escribió en sus “Meditaciones”… “La oportunidad que nos dan los demás, de ver desde la perspectiva del otro, nos prepara para soportar las más difíciles vicisitudes de la vida...”

Nada más… pero nada menos.

ACERCA DE NUESTRAS PERSPECTIVAS

“la perspectiva nos da juicio;

la comparación nos da reflexión…”

Jean Paul Sartre