/ jueves 25 de octubre de 2018

André Malraux, un intelectual universal

A lo largo de su vida André Malraux (1901-1976) participó en todos los combates por la libertad -contra el colonialismo francés en Indochina, el fascismo en España o el nazismo alemán, como escritor, atacó la miseria del hombre y exaltó su grandeza, pero fue además un esteta y un crítico de arte que hizo al público francés la riqueza de las civilizaciones no europeas.

"El Museo imaginario aporta a todas las obras de arte que elige, si no la eternidad que le pedían los escultores de Sumeria o Babilonia, la inmortalidad que le pedían Fidias y Miguel Ángel, al menos una enigmática liberación del tiempo". El Museo imaginario.

El fácil retener de André Malraux sus apasionados compromisos con todas las causas que incendiaron el siglo, o recordar sus exaltaciones líricas como flamante ministro de Cultura que fue junto al general De Gaulle entre 1958 y 1969, o aquella última epopeya que le llevó, al final de su vida, a un Bangladesh devastado por la guerra, como mensajero y precursor de un aliento fraterno que aún no se llamaba ayuda humanitaria.

Sería reductor, pues ante todo fue Malraux un maravilloso novelista. ¡Qué placer auténtico, simple e inmediato, la lectura de sus relatos, donde la aventura no excluye la reflexión, donde se mezcla el romanticismo de los combates solitarios y la exaltación, a primera vista paradójica, de la solidaridad del grupo, con un estilo ágil, nervioso y entrecortado por diálogos rápidos.

Las novelas de la fraternidad

Cierto es que en toda su obra trasparecen las ideologías contemporáneas, de la revolución china nacionalista y comunista de los años 20 a la Guerra Civil española en 1936, pasando por la lucha obstinada y tenaz contra el nazismo. Podemos leer Los Conquistadores (1928), La Condición humana (1933), La Esperanza (1937), Los nogales de Alternburg (1943), teniendo en mente los grandes de la historia. Y sin embargo, André Malraux se interesa mucho más, a la manera antigua, por el hombre, por aquello que lo eleva o lo rebaja, que por la legitimidad de los movimientos políticos o sus posibilidades de ganar.

Como pensador, se sitúa en medio camino entre la generosa meditación de Albert Camus y el cuerdo sereno con el mundo de Antoine de Saint-Exupéry, autor de El Principito (1943). Como ellos también, es él uno de esos individuos para quienes la nobleza del alma otorga un sentido al destino humano.

Otra dimensión de la obra de André Malraux, que pocas veces se resalta, es el clima de tórrido erotismo que reina en toda su obra, como contrapunto del coraje, de la abnegación, de la muerte constantemente presente. Los protagonistas de Malraux (que raras veces son mujeres) recuperan sus fuerzas, su fe en la vida, su espíritu emprendedor en los juegos amorosos, en refinados ritos inspirados de Asia, un código que por si solo esboza todo un arte de vida. Pues éste es el tercer aspecto, y no el menos singular, de su obra breve y abundante: la búsqueda de una estática, el deseo de seguir con pasión y como si hiciera una investigación hilos conductores que, a través del arte, conducen a los mitos. Nada de lo que en este campo escribe André Malraux es indiferente. Podríamos pensar que hablando por centésima vez de los bajorrelieves de los templos Khmer de Angkor, en Camboya, cansa; que evocando su amistad con Picasso es demasiado indulgente. Nada de eso: La cabeza de obsidiana, su ensayo sobre Picasso, Las Antimemorias (1937-1972) que a pesar del título es un texto autobiográfico, El Museo Imaginario (1952-1954) le brindan la ocasión de establecer correspondencias sutiles entre lo primitivo y lo contemporáneo, de establecer un recorrido donde el impulso innovador convive con la tradición fundadora.

Con motivo del veinte aniversario de la muerte de André Malraux la Asociación para la Difusión del Pensamiento Francés (ADPF) ha organizado una exposición de diecinueve carteles, y editado un libro bibliográfico (de Francois de Saint-Cheron) que se encuentra en los establecimientos culturales franceses en el extranjero.

A. Raynouard

"La nobleza que los hombres ignoran en ellos"

A principios de los años 20 André Malraux decide ir a descubrir la Indochina Khmer y en 1925 entre en contacto con los revolucionarios comunistas en China. Desde 1935, en la Época del Desprecio, enuncia el totalirismo nazi y combate el fascismo español en la Esperanza (1937). Pero no se contenta con el arma de la escritura y se afilia, con su escuadrilla de viente aviones, a los republicanos españoles durante la Guerra Civil ("el hombre se define por lo que hace, no por lo que sueña"). Fue, en la Resistencia, jefe de maquis durante la Segunda Guerra Mundial convirtiéndose en compañero de ruta del general De Gaulle.

Muy pronto se siente atraído por Asia- Camboya, India, Japón y al finalizar la guerra revoluciona el discurso del arte aboliendo la tradicional frontera entre el arte "noble" y el arte "primitivo". Abre su Museo Imaginario a la pintura japonesa medieval, al arte sumerio, a la escultura precolombiana o búdica, haciendo que los franceses descubran a través de grandes exposiciones el arte de la India (esa "civilización del alma"), de México o de Irán. André Malraux admira en el artista al demiurgo, capaz de competir con la realidad creando su propio universo y ve en el arte una lucha contra la muerte ("el auténtico Museo es la presencia de la vida de lo que debería pertenecer a la muerte") que constituye la grandeza del hombre. Su trilogía sobre el arte, titulada La Metamorfosis de los Dioses, se compone de Lo Sobrenatural, (sobre el arte griego y cristiano), Lo Irreal (el arte del Renacimiento y Rembrandt), y Lo Intemporal (el arte moderno así como las creaciones de los enfermos mentales).


A lo largo de su vida André Malraux (1901-1976) participó en todos los combates por la libertad -contra el colonialismo francés en Indochina, el fascismo en España o el nazismo alemán, como escritor, atacó la miseria del hombre y exaltó su grandeza, pero fue además un esteta y un crítico de arte que hizo al público francés la riqueza de las civilizaciones no europeas.

"El Museo imaginario aporta a todas las obras de arte que elige, si no la eternidad que le pedían los escultores de Sumeria o Babilonia, la inmortalidad que le pedían Fidias y Miguel Ángel, al menos una enigmática liberación del tiempo". El Museo imaginario.

El fácil retener de André Malraux sus apasionados compromisos con todas las causas que incendiaron el siglo, o recordar sus exaltaciones líricas como flamante ministro de Cultura que fue junto al general De Gaulle entre 1958 y 1969, o aquella última epopeya que le llevó, al final de su vida, a un Bangladesh devastado por la guerra, como mensajero y precursor de un aliento fraterno que aún no se llamaba ayuda humanitaria.

Sería reductor, pues ante todo fue Malraux un maravilloso novelista. ¡Qué placer auténtico, simple e inmediato, la lectura de sus relatos, donde la aventura no excluye la reflexión, donde se mezcla el romanticismo de los combates solitarios y la exaltación, a primera vista paradójica, de la solidaridad del grupo, con un estilo ágil, nervioso y entrecortado por diálogos rápidos.

Las novelas de la fraternidad

Cierto es que en toda su obra trasparecen las ideologías contemporáneas, de la revolución china nacionalista y comunista de los años 20 a la Guerra Civil española en 1936, pasando por la lucha obstinada y tenaz contra el nazismo. Podemos leer Los Conquistadores (1928), La Condición humana (1933), La Esperanza (1937), Los nogales de Alternburg (1943), teniendo en mente los grandes de la historia. Y sin embargo, André Malraux se interesa mucho más, a la manera antigua, por el hombre, por aquello que lo eleva o lo rebaja, que por la legitimidad de los movimientos políticos o sus posibilidades de ganar.

Como pensador, se sitúa en medio camino entre la generosa meditación de Albert Camus y el cuerdo sereno con el mundo de Antoine de Saint-Exupéry, autor de El Principito (1943). Como ellos también, es él uno de esos individuos para quienes la nobleza del alma otorga un sentido al destino humano.

Otra dimensión de la obra de André Malraux, que pocas veces se resalta, es el clima de tórrido erotismo que reina en toda su obra, como contrapunto del coraje, de la abnegación, de la muerte constantemente presente. Los protagonistas de Malraux (que raras veces son mujeres) recuperan sus fuerzas, su fe en la vida, su espíritu emprendedor en los juegos amorosos, en refinados ritos inspirados de Asia, un código que por si solo esboza todo un arte de vida. Pues éste es el tercer aspecto, y no el menos singular, de su obra breve y abundante: la búsqueda de una estática, el deseo de seguir con pasión y como si hiciera una investigación hilos conductores que, a través del arte, conducen a los mitos. Nada de lo que en este campo escribe André Malraux es indiferente. Podríamos pensar que hablando por centésima vez de los bajorrelieves de los templos Khmer de Angkor, en Camboya, cansa; que evocando su amistad con Picasso es demasiado indulgente. Nada de eso: La cabeza de obsidiana, su ensayo sobre Picasso, Las Antimemorias (1937-1972) que a pesar del título es un texto autobiográfico, El Museo Imaginario (1952-1954) le brindan la ocasión de establecer correspondencias sutiles entre lo primitivo y lo contemporáneo, de establecer un recorrido donde el impulso innovador convive con la tradición fundadora.

Con motivo del veinte aniversario de la muerte de André Malraux la Asociación para la Difusión del Pensamiento Francés (ADPF) ha organizado una exposición de diecinueve carteles, y editado un libro bibliográfico (de Francois de Saint-Cheron) que se encuentra en los establecimientos culturales franceses en el extranjero.

A. Raynouard

"La nobleza que los hombres ignoran en ellos"

A principios de los años 20 André Malraux decide ir a descubrir la Indochina Khmer y en 1925 entre en contacto con los revolucionarios comunistas en China. Desde 1935, en la Época del Desprecio, enuncia el totalirismo nazi y combate el fascismo español en la Esperanza (1937). Pero no se contenta con el arma de la escritura y se afilia, con su escuadrilla de viente aviones, a los republicanos españoles durante la Guerra Civil ("el hombre se define por lo que hace, no por lo que sueña"). Fue, en la Resistencia, jefe de maquis durante la Segunda Guerra Mundial convirtiéndose en compañero de ruta del general De Gaulle.

Muy pronto se siente atraído por Asia- Camboya, India, Japón y al finalizar la guerra revoluciona el discurso del arte aboliendo la tradicional frontera entre el arte "noble" y el arte "primitivo". Abre su Museo Imaginario a la pintura japonesa medieval, al arte sumerio, a la escultura precolombiana o búdica, haciendo que los franceses descubran a través de grandes exposiciones el arte de la India (esa "civilización del alma"), de México o de Irán. André Malraux admira en el artista al demiurgo, capaz de competir con la realidad creando su propio universo y ve en el arte una lucha contra la muerte ("el auténtico Museo es la presencia de la vida de lo que debería pertenecer a la muerte") que constituye la grandeza del hombre. Su trilogía sobre el arte, titulada La Metamorfosis de los Dioses, se compone de Lo Sobrenatural, (sobre el arte griego y cristiano), Lo Irreal (el arte del Renacimiento y Rembrandt), y Lo Intemporal (el arte moderno así como las creaciones de los enfermos mentales).