/ domingo 14 de abril de 2024

Café cultura / Contacto elemental

AGUA AIRE. La historia de este puerto y mi propia historia tienen juntas que ver con el pasado. Y al escribirse día a día es necesario saber en qué parte de ellas voy caminando. Realizar este imperativo puede hacerme consciente del curso de las cosas.

Ver mis traducciones con la pupila de un retorno de lo amado inamovible, revalidará mi apego a este suelo. A este mar. A estos ríos. A estas lagunas… Eolo soltará los vientos y en altamar flotará la nave del pensamiento. Aparecerán en el agua moluscos y peces y en el aire aves. Este aire alegorizado en la hinchada lona de un velero silbará un himno, y con sus cuatro fuerzas dará alas a mi alma en sus oscilaciones. Tal elemento de índole espiritual, el hebreo ruah –aura de la vida en forma de viento– influirá mis inclinaciones y las moverá a su antojo con su energía vital... El tiempo es un continuo presente ante mis ojos infatigables: en todos los instantes prorrumpe y en todos huye y vienen las sensaciones como una forma enigmática que tiene la Naturaleza de brotar en mí... Fluye el universo del agua, palpita, y a modo de una gran ola se disuelve en figuras lúdicas: aire y pleamar poblados de imágenes del puerto lían mi cerebro.

FUEGO. Cuenta la Historia que en la época de las cavernas, descubrió el hombre el fuego frotando piedras –¿quién habrá intentado hoy comprobarlo y pasar la prueba de fuego? Y en su intuición augural descubrió el hombre que ya no quería ingerir los alimentos crudos. Del barro seco lindante al fuego, el hombre entonces descubrió el moldeo de vasijas, así fue la historia al principio… De los cuatro elementos de la Naturaleza, el fuego es el más activo porque sin él no se habría dado el proceso evolutivo de la raza humana. “La invención del fuego, piedra angular de todo el edificio de la cultura” –escribió Schlegel... En el seno de sus más antiguas creencias, todas las civilizaciones han concebido al fuego como deidad. En la India se le atribuye a Agni, deidad ígnea, la protección de la familia y el humo es un estandarte. Adoptado de los escitas, los egipcios gloriaron a Ptah como divinidad del fuego, y después los griegos la tomaron de éstos para honrar a Hefesos, y los romanos a Vulcano…

En la historia son muchas las figuras del fuego. No intenté nunca obtenerlo frotando piedras ni creo que lo vaya a intentar en un futuro. Gracias, fuego, por el calor en el frío, por cocer la comida, por la luminosidad en las noches oscuras…

TIERRA. Hace miles de años los antiguos griegos celebraban el espíritu de la Madre Tierra, que se hace evidente de muchas maneras. ¿Desde cuándo el concepto tierra como una totalidad integrada a nuestro espíritu, existe en la mente humana? Piénsese tan solamente en las voces ocultas de un bosque; en la misteriosa hondura de un cañón con la extensión de sus imágenes y sus verdes insignes; en los latidos bajo nuestros pies al caminar la tierra que nos conmueven profundamente... El vino del fruto de la tierra, el pan de las espigas de la tierra, el alimento esencia de vida que brota de ella nos entreteje en una red sagrada e indisoluble.

A lo largo de los siglos la figura de la Madre Creadora, la Madre del Maíz y otras advocaciones, han emergido del concepto universal de la Madre Tierra, porque a través de la Naturaleza se experimenta la expresión divina de la Creación, de la fecundidad como fuente de amor perpetuo. En este contexto, las tradiciones sapienciales en todas las culturas del mundo, han conservado sus mitos y rituales utilizando el suelo sagrado como fundamento de su cosmovisión. En la India se practica el Ayurveda, sofisticado método de medicina que en sánscrito significa “la ciencia de la vida”, en el que la dieta, las hierbas y los aceites benéficos se lían a la meditación, al yoga y a otras disciplinas, buscando que las bioenergías del cuerpo alcancen el equilibrio.

En el antiguo escenario del noble suelo mexicano, muchos productos alimenticios del indio prehispánico tuvieron, y tienen aún hoy, significativa trascendencia. En la cocina actual perdura la mayoría de estos laboreos, cual reflejo fehaciente y esmerado de nuestros usos y costumbres. En el año 7000 a.C. había iniciado en América el cultivo del maíz. En el año 5500 a.C. inició la recolección del chile y del tomate verde, y germinó el zapote. En el año 3500 a.C. se encontraron los primeros vestigios de frijol cultivado, y en la mesa de nuestros ancestros aparecieron las semillas de calabaza y el mezquite. En el milenio siguiente quedaron registrados la yuca, el nopal y las tunas, la guayaba, los huauzontles, y el prócer maguey llamado por Humboldt “viña de los pueblos aztecas”.

Entre estos múltiples cultivos se encuentra también el acahual o girasol, planta rebautizada como gigantón o maíz de tejas que, por ser originaria de México, fantasea rebosante en nuestro territorio. Se le ha llamado girasol porque su corola gira a lo largo del día de cara al Sol, dándose las flores en cabezuelas hasta de cincuenta centímetros de diámetro. El girasol se conoció en España desde el siglo XVI, pero no fue sino hasta 1833 cuando se dio su cultivo en el Viejo Continente, y en Rusia en la provincia de Saratov. Como adoradores magnánimos del Sol, los incas reverenciaron esta flor creyéndola enamorada del astro rey. Que la flor bienhechora del girasol nos sirva de instrumento para agradecer a la Madre Nutricia, a la Madre Tierra, todas sus bendiciones.

amparo.gberumen@gmail.com

AGUA AIRE. La historia de este puerto y mi propia historia tienen juntas que ver con el pasado. Y al escribirse día a día es necesario saber en qué parte de ellas voy caminando. Realizar este imperativo puede hacerme consciente del curso de las cosas.

Ver mis traducciones con la pupila de un retorno de lo amado inamovible, revalidará mi apego a este suelo. A este mar. A estos ríos. A estas lagunas… Eolo soltará los vientos y en altamar flotará la nave del pensamiento. Aparecerán en el agua moluscos y peces y en el aire aves. Este aire alegorizado en la hinchada lona de un velero silbará un himno, y con sus cuatro fuerzas dará alas a mi alma en sus oscilaciones. Tal elemento de índole espiritual, el hebreo ruah –aura de la vida en forma de viento– influirá mis inclinaciones y las moverá a su antojo con su energía vital... El tiempo es un continuo presente ante mis ojos infatigables: en todos los instantes prorrumpe y en todos huye y vienen las sensaciones como una forma enigmática que tiene la Naturaleza de brotar en mí... Fluye el universo del agua, palpita, y a modo de una gran ola se disuelve en figuras lúdicas: aire y pleamar poblados de imágenes del puerto lían mi cerebro.

FUEGO. Cuenta la Historia que en la época de las cavernas, descubrió el hombre el fuego frotando piedras –¿quién habrá intentado hoy comprobarlo y pasar la prueba de fuego? Y en su intuición augural descubrió el hombre que ya no quería ingerir los alimentos crudos. Del barro seco lindante al fuego, el hombre entonces descubrió el moldeo de vasijas, así fue la historia al principio… De los cuatro elementos de la Naturaleza, el fuego es el más activo porque sin él no se habría dado el proceso evolutivo de la raza humana. “La invención del fuego, piedra angular de todo el edificio de la cultura” –escribió Schlegel... En el seno de sus más antiguas creencias, todas las civilizaciones han concebido al fuego como deidad. En la India se le atribuye a Agni, deidad ígnea, la protección de la familia y el humo es un estandarte. Adoptado de los escitas, los egipcios gloriaron a Ptah como divinidad del fuego, y después los griegos la tomaron de éstos para honrar a Hefesos, y los romanos a Vulcano…

En la historia son muchas las figuras del fuego. No intenté nunca obtenerlo frotando piedras ni creo que lo vaya a intentar en un futuro. Gracias, fuego, por el calor en el frío, por cocer la comida, por la luminosidad en las noches oscuras…

TIERRA. Hace miles de años los antiguos griegos celebraban el espíritu de la Madre Tierra, que se hace evidente de muchas maneras. ¿Desde cuándo el concepto tierra como una totalidad integrada a nuestro espíritu, existe en la mente humana? Piénsese tan solamente en las voces ocultas de un bosque; en la misteriosa hondura de un cañón con la extensión de sus imágenes y sus verdes insignes; en los latidos bajo nuestros pies al caminar la tierra que nos conmueven profundamente... El vino del fruto de la tierra, el pan de las espigas de la tierra, el alimento esencia de vida que brota de ella nos entreteje en una red sagrada e indisoluble.

A lo largo de los siglos la figura de la Madre Creadora, la Madre del Maíz y otras advocaciones, han emergido del concepto universal de la Madre Tierra, porque a través de la Naturaleza se experimenta la expresión divina de la Creación, de la fecundidad como fuente de amor perpetuo. En este contexto, las tradiciones sapienciales en todas las culturas del mundo, han conservado sus mitos y rituales utilizando el suelo sagrado como fundamento de su cosmovisión. En la India se practica el Ayurveda, sofisticado método de medicina que en sánscrito significa “la ciencia de la vida”, en el que la dieta, las hierbas y los aceites benéficos se lían a la meditación, al yoga y a otras disciplinas, buscando que las bioenergías del cuerpo alcancen el equilibrio.

En el antiguo escenario del noble suelo mexicano, muchos productos alimenticios del indio prehispánico tuvieron, y tienen aún hoy, significativa trascendencia. En la cocina actual perdura la mayoría de estos laboreos, cual reflejo fehaciente y esmerado de nuestros usos y costumbres. En el año 7000 a.C. había iniciado en América el cultivo del maíz. En el año 5500 a.C. inició la recolección del chile y del tomate verde, y germinó el zapote. En el año 3500 a.C. se encontraron los primeros vestigios de frijol cultivado, y en la mesa de nuestros ancestros aparecieron las semillas de calabaza y el mezquite. En el milenio siguiente quedaron registrados la yuca, el nopal y las tunas, la guayaba, los huauzontles, y el prócer maguey llamado por Humboldt “viña de los pueblos aztecas”.

Entre estos múltiples cultivos se encuentra también el acahual o girasol, planta rebautizada como gigantón o maíz de tejas que, por ser originaria de México, fantasea rebosante en nuestro territorio. Se le ha llamado girasol porque su corola gira a lo largo del día de cara al Sol, dándose las flores en cabezuelas hasta de cincuenta centímetros de diámetro. El girasol se conoció en España desde el siglo XVI, pero no fue sino hasta 1833 cuando se dio su cultivo en el Viejo Continente, y en Rusia en la provincia de Saratov. Como adoradores magnánimos del Sol, los incas reverenciaron esta flor creyéndola enamorada del astro rey. Que la flor bienhechora del girasol nos sirva de instrumento para agradecer a la Madre Nutricia, a la Madre Tierra, todas sus bendiciones.

amparo.gberumen@gmail.com