/ domingo 10 de marzo de 2024

Café Cultura / De mis Recordaciones

Dicen que el café es originario de Abisinia y lo descubrieron unas cabras que se volvieron locas al triscar cafetos y comer sus granos rojos. .-Elena Poniatowska.

Las conferencias de la Asociación de Café Especial (SCAA) que se realizan cada año en ciudades diversas de los Estados Unidos, son de gran ayuda para quienes nos dedicamos a la fascinante y muy difícil tarea de colocación del café en todas sus gamas. De estas fiestas aromáticas mencionaré las realizadas en Boston, Seattle y, en Miami, Florida. Esta última permanece inamovible en mis recordaciones, por muchos motivos. Dos de ellos: los tesoros de la librería Cervantes en el Barrio Cubano y, en definitiva, la deleitante cocina…

Hurgando entre los libros que en estas ferias cafetaleras se ponen a la venta cada año, encontré uno editado en México, “Café Orgánico”, de excelente fotografía con textos de Elena Poniatowska y Luis Hernández, que habla de este grano aromoso fruto del suelo mexicano. En la publicación participan cinco organismos, entre ellos la Unión de Comunidades Indígenas de la Región del Istmo, y la Coordinación Estatal de Productores de Café de Oaxaca. A poco de editado se presentó el libro en Xalapa y en el puerto de Veracruz, en el marco del Festival Afrocaribeño dedicado ese año al café, donde por cierto hablé la primera vez con el maestro Carlos Monsiváis, para invitarle a venir a Tampico. Y vino, no una vez sino dos…

Andando líneas e imágenes del libro cafetero arriba citado, me transporté con mente y corazón a las comunidades rurales de nuestro país, donde la querida Poniatowska inicia su relato:

De los paisajes más espectaculares, de la vegetación más frondosa, de los cielos más transparentes, de las alturas hasta de 1,300 metros sobre el nivel del mar, surge la lustrosa mata de café, "Mira allá crecen los cafeteros", señala el viajero en Cumbres de Maltrata al ver la neblina tenderse sobre Córdoba como un manto protector. El otro exclama "¡Qué belleza!" ante las hondonadas boscosas coronadas de nubes blancas. Todo es opulencia de la naturaleza y verdor de árboles y, sin embargo, los productores de café son los hombres y las mujeres más pobres, los niños más desnutridos. Habitan en casas de palma y su miseria salta a la vista a pesar de que la cereza del café se apile en montones y tenga reflejos violetas, rojos, amarillos, ocres y brillos de diamante. En cambio, quienes lo venden cotizan el café junto al petróleo y al oro en la Bolsa de Nueva York y llegan a ser banqueros en Wall Street.

Enclavado en las plantaciones húmedas cargadas de cereza emerge el relato. También en las eras cubiertas del grano verde–gris despulpado. El mismo que alegra las más suntuosas mesas, e igual alegra el sencillo ritual alimenticio al salir o al ponerse el sol en el sureste mexicano:

Abajo en la tierra, en Chiapas, en Veracruz, en Oaxaca, los hombres, las mujeres y los niños que cultivan el café no se imaginan que en el avión que cruza el cielo, los pasajeros llevan a su boca un sorbo de su trabajo, una gota de su sangre, la sal de sus lágrimas, la piel de los dedos de sus manos, la mugre de sus uñas, el cansancio de sus brazos. Beber una taza de café es fácil pero resulta casi imposible imaginarse el trabajo que hay detrás de ese elixir poderoso y tal vez afrodisíaco, como su primo el chocolate.

Con Elena Poniatowska hablaba de este libro en una exquisita velada en casa, en vuestra casa querido lector. De esto hace ya algunos ayeres… Tras rubricar unas líneas escritas en una página, con la humildad que da el conocimiento me preguntó del café orgánico, y de las zonas que en nuestro país se distinguen por la producción de este grano. Con entusiasmo abordé el tema, conté algunas anécdotas, y armonizaba el piano la conversación…

Entrada la madrugada cruzamos el umbral de la puerta. Gozándose en los verdes florecientes de un pequeño jardín que en casa recibe y despide a los visitantes, me dijo antes de irse que le había gustado mi blusa blanca de caprichos entresacados. Sonreímos cómplices de las cosas que a las mujeres siempre han de gustarnos. De vuelta en la sala, copa en mano seguían conversando los invitados. El libro del café orgánico había quedado sobre una pequeña mesa junto al piano. Lo abrí y con detenimiento volví a leer las palabras aún frescas que Ella había escrito con su mano: “Con el cariño agradecido de esta neófita que no sabe nada del café, ni siquiera tomarlo. Elena Poniatowska, Tampico, 19 de Noviembre de 2001”.

amparo.gberumen@gmail.com

Dicen que el café es originario de Abisinia y lo descubrieron unas cabras que se volvieron locas al triscar cafetos y comer sus granos rojos. .-Elena Poniatowska.

Las conferencias de la Asociación de Café Especial (SCAA) que se realizan cada año en ciudades diversas de los Estados Unidos, son de gran ayuda para quienes nos dedicamos a la fascinante y muy difícil tarea de colocación del café en todas sus gamas. De estas fiestas aromáticas mencionaré las realizadas en Boston, Seattle y, en Miami, Florida. Esta última permanece inamovible en mis recordaciones, por muchos motivos. Dos de ellos: los tesoros de la librería Cervantes en el Barrio Cubano y, en definitiva, la deleitante cocina…

Hurgando entre los libros que en estas ferias cafetaleras se ponen a la venta cada año, encontré uno editado en México, “Café Orgánico”, de excelente fotografía con textos de Elena Poniatowska y Luis Hernández, que habla de este grano aromoso fruto del suelo mexicano. En la publicación participan cinco organismos, entre ellos la Unión de Comunidades Indígenas de la Región del Istmo, y la Coordinación Estatal de Productores de Café de Oaxaca. A poco de editado se presentó el libro en Xalapa y en el puerto de Veracruz, en el marco del Festival Afrocaribeño dedicado ese año al café, donde por cierto hablé la primera vez con el maestro Carlos Monsiváis, para invitarle a venir a Tampico. Y vino, no una vez sino dos…

Andando líneas e imágenes del libro cafetero arriba citado, me transporté con mente y corazón a las comunidades rurales de nuestro país, donde la querida Poniatowska inicia su relato:

De los paisajes más espectaculares, de la vegetación más frondosa, de los cielos más transparentes, de las alturas hasta de 1,300 metros sobre el nivel del mar, surge la lustrosa mata de café, "Mira allá crecen los cafeteros", señala el viajero en Cumbres de Maltrata al ver la neblina tenderse sobre Córdoba como un manto protector. El otro exclama "¡Qué belleza!" ante las hondonadas boscosas coronadas de nubes blancas. Todo es opulencia de la naturaleza y verdor de árboles y, sin embargo, los productores de café son los hombres y las mujeres más pobres, los niños más desnutridos. Habitan en casas de palma y su miseria salta a la vista a pesar de que la cereza del café se apile en montones y tenga reflejos violetas, rojos, amarillos, ocres y brillos de diamante. En cambio, quienes lo venden cotizan el café junto al petróleo y al oro en la Bolsa de Nueva York y llegan a ser banqueros en Wall Street.

Enclavado en las plantaciones húmedas cargadas de cereza emerge el relato. También en las eras cubiertas del grano verde–gris despulpado. El mismo que alegra las más suntuosas mesas, e igual alegra el sencillo ritual alimenticio al salir o al ponerse el sol en el sureste mexicano:

Abajo en la tierra, en Chiapas, en Veracruz, en Oaxaca, los hombres, las mujeres y los niños que cultivan el café no se imaginan que en el avión que cruza el cielo, los pasajeros llevan a su boca un sorbo de su trabajo, una gota de su sangre, la sal de sus lágrimas, la piel de los dedos de sus manos, la mugre de sus uñas, el cansancio de sus brazos. Beber una taza de café es fácil pero resulta casi imposible imaginarse el trabajo que hay detrás de ese elixir poderoso y tal vez afrodisíaco, como su primo el chocolate.

Con Elena Poniatowska hablaba de este libro en una exquisita velada en casa, en vuestra casa querido lector. De esto hace ya algunos ayeres… Tras rubricar unas líneas escritas en una página, con la humildad que da el conocimiento me preguntó del café orgánico, y de las zonas que en nuestro país se distinguen por la producción de este grano. Con entusiasmo abordé el tema, conté algunas anécdotas, y armonizaba el piano la conversación…

Entrada la madrugada cruzamos el umbral de la puerta. Gozándose en los verdes florecientes de un pequeño jardín que en casa recibe y despide a los visitantes, me dijo antes de irse que le había gustado mi blusa blanca de caprichos entresacados. Sonreímos cómplices de las cosas que a las mujeres siempre han de gustarnos. De vuelta en la sala, copa en mano seguían conversando los invitados. El libro del café orgánico había quedado sobre una pequeña mesa junto al piano. Lo abrí y con detenimiento volví a leer las palabras aún frescas que Ella había escrito con su mano: “Con el cariño agradecido de esta neófita que no sabe nada del café, ni siquiera tomarlo. Elena Poniatowska, Tampico, 19 de Noviembre de 2001”.

amparo.gberumen@gmail.com