/ domingo 5 de abril de 2020

Carpe Diem

Un poeta romano antiguo, Quinto Horacio Flaco, (65 AC) escribió un breve pero hermoso poema que tituló “Carpe Diem”.

En él, y de una manera filosófica, nos previene que “no pretendamos conocer el destino que los dioses nos tienen asignado”, sino que más bien procuremos ver “cómo logramos adaptar a nuestro espacio una larga esperanza”; porque, afirma sentencioso, “el tiempo huye y debemos vivirlo” para concluir finalmente que, por eso, “jamás debemos fiarnos del incierto futuro”.

Es cierto que pocas veces nos damos permiso para reflexionar en el intenso contenido que se encuentra en tantas palabras sencillas como a menudo escuchamos, como las del poema de aquel notable poeta-filósofo de la antigüedad, y que nos invitan a disfrutar el instante, mientras afanosos y distraídos caminamos en la búsqueda de la felicidad como si se tratara de una posesión definitiva y total. Y que tal vez por ello, tristemente, nos hemos olvidado de vivir con buen juicio lo poco o mucho que la vida cada día nos ofrece.

Otro poeta, el mexicano Manuel Ponce, nos advierte también que: “antes que la vida se consuma; sumando en islas de verdor los años; contad uno por uno escaños, porque la vida nomás es una suma…” O sea, aspirar el suave efluvio de la vida…antes que ya no podamos hacerlo.

Precisamente, y a propósito de la felicidad y cómo saberla disfrutar plenamente, le invito cordialmente a que hagamos juntos esta simple pero igualmente compleja reflexión. ¿Cómo entender la idea de felicidad, cuya búsqueda está viva en la naturaleza misma del ser humano y constituye un anhelo existencial irrenunciable, y al mismo tiempo comprender que ella es un ansia nunca satisfecha? Y que es, como dice El Libro Santo,” semejante a la flor del campo, que hoy es y mañana ya no aparece”.

Tal vez el secreto y la paradoja de la felicidad y su disfrute está en que no hemos entendido claramente que no es una meta sino un trayecto que debemos ir cumpliendo en cada etapa por la que nuestros sueños nos conduzcan. Y en saber, igualmente, que cada momento de nuestra vida debe ser asumido con su propio encanto y fascinación, aun frente al desencanto y la decepción inesperada. Y podremos hacerlo si somos conscientes de ello porque sólo entonces podremos aspirar plenamente su efímero perfume, cuando acaricie nuestros sentidos, así sea en “el mejor de los tiempos o el peor de los tiempos” como dice Ch. Dickens en su novela.

Ahora que la angustia nos abate a todos, haciéndonos vulnerables e indefensos y el infortunio se ha puesto en nuestras espaldas; hoy ante la perspectiva ingrata de un encierro prolongado que atenta contra nuestro natural deseo de afecto y de cercanía, tal vez podríamos incluir en nuestro “reducido espacio” del que habla el noble poeta romano la silenciosa flama de una larga esperanza. Y de esa manera sabríamos también disfrutar del insospechado rescoldo de felicidad que ahí se encuentra, si sabemos buscarla.

Hay una historia, tomada de la vida real, que apareció hace un tiempo en un periódico norteamericano. Ahí se narra cómo una señora acude a la casa de su hermana, recientemente fallecida, en busca de ropa para vestirla en la funeraria.

Al abrir el closet encuentra una gran cantidad de ropa hermosa y de calidad que, por lo que se veía, jamás se había puesto, incluso algunas prendas todavía tenían puestas las etiquetas. Y recordó todas las veces que se hermana le dijo que ese o aquel otro traje o vestido lo tenía guardado para una próxima fecha o reunión importante, o una ocasión muy especial. Y se dijo en silencio “bueno, tal vez esta sea una de esas ocasiones.”

A menudo nosotros, quizás inconscientemente hacemos algo semejante. Guardamos “para después” algo, esperando disfrutarlo en otra ocasión. Pero quizá lo más triste es que lo mismo hacemos con las personas que amamos. Postergamos para después esa llamada, esa visita, ese correo y ese halago aun en la distancia. Y nos perdemos del abrazo, el beso, el saludo que pudimos haber hecho, si estuviéramos menos ocupados, o porque simplemente pensamos hacerlo más tarde. Pero las muestras de afecto que no dimos una vez, ya no las podremos dar. Daremos otras, pero las que ya no dimos, ya no estarán más ahí. Porque es verdad que el tiempo huye…

Un poeta joven escribió que el mejor halago que podemos hacer a la vida que vivimos es decir... “viví y amé. Y siempre que pude lancé mi voz, aunque ignorada, ante el concierto de otras voces de los hombres y manifesté mi asombro ante el nacimiento de otra nueva rosa frente al alba…”

No guardemos nuestro amor y nuestro afecto…la vida es ahora.

---


CARPE DIEM.


“…lo pedí todo,

para poder disfrutar de la vida;

y se me dio la vida,

para poder disfrutarlo todo…”

Autor desconocido


---


Rubén Núñez de Cáceres V.


---


“…lo pedí todo,

para poder disfrutar de la vida;

y se me dio la vida,

para poder disfrutarlo todo…”

Autor desconocido


Un poeta romano antiguo, Quinto Horacio Flaco, (65 AC) escribió un breve pero hermoso poema que tituló “Carpe Diem”.

En él, y de una manera filosófica, nos previene que “no pretendamos conocer el destino que los dioses nos tienen asignado”, sino que más bien procuremos ver “cómo logramos adaptar a nuestro espacio una larga esperanza”; porque, afirma sentencioso, “el tiempo huye y debemos vivirlo” para concluir finalmente que, por eso, “jamás debemos fiarnos del incierto futuro”.

Es cierto que pocas veces nos damos permiso para reflexionar en el intenso contenido que se encuentra en tantas palabras sencillas como a menudo escuchamos, como las del poema de aquel notable poeta-filósofo de la antigüedad, y que nos invitan a disfrutar el instante, mientras afanosos y distraídos caminamos en la búsqueda de la felicidad como si se tratara de una posesión definitiva y total. Y que tal vez por ello, tristemente, nos hemos olvidado de vivir con buen juicio lo poco o mucho que la vida cada día nos ofrece.

Otro poeta, el mexicano Manuel Ponce, nos advierte también que: “antes que la vida se consuma; sumando en islas de verdor los años; contad uno por uno escaños, porque la vida nomás es una suma…” O sea, aspirar el suave efluvio de la vida…antes que ya no podamos hacerlo.

Precisamente, y a propósito de la felicidad y cómo saberla disfrutar plenamente, le invito cordialmente a que hagamos juntos esta simple pero igualmente compleja reflexión. ¿Cómo entender la idea de felicidad, cuya búsqueda está viva en la naturaleza misma del ser humano y constituye un anhelo existencial irrenunciable, y al mismo tiempo comprender que ella es un ansia nunca satisfecha? Y que es, como dice El Libro Santo,” semejante a la flor del campo, que hoy es y mañana ya no aparece”.

Tal vez el secreto y la paradoja de la felicidad y su disfrute está en que no hemos entendido claramente que no es una meta sino un trayecto que debemos ir cumpliendo en cada etapa por la que nuestros sueños nos conduzcan. Y en saber, igualmente, que cada momento de nuestra vida debe ser asumido con su propio encanto y fascinación, aun frente al desencanto y la decepción inesperada. Y podremos hacerlo si somos conscientes de ello porque sólo entonces podremos aspirar plenamente su efímero perfume, cuando acaricie nuestros sentidos, así sea en “el mejor de los tiempos o el peor de los tiempos” como dice Ch. Dickens en su novela.

Ahora que la angustia nos abate a todos, haciéndonos vulnerables e indefensos y el infortunio se ha puesto en nuestras espaldas; hoy ante la perspectiva ingrata de un encierro prolongado que atenta contra nuestro natural deseo de afecto y de cercanía, tal vez podríamos incluir en nuestro “reducido espacio” del que habla el noble poeta romano la silenciosa flama de una larga esperanza. Y de esa manera sabríamos también disfrutar del insospechado rescoldo de felicidad que ahí se encuentra, si sabemos buscarla.

Hay una historia, tomada de la vida real, que apareció hace un tiempo en un periódico norteamericano. Ahí se narra cómo una señora acude a la casa de su hermana, recientemente fallecida, en busca de ropa para vestirla en la funeraria.

Al abrir el closet encuentra una gran cantidad de ropa hermosa y de calidad que, por lo que se veía, jamás se había puesto, incluso algunas prendas todavía tenían puestas las etiquetas. Y recordó todas las veces que se hermana le dijo que ese o aquel otro traje o vestido lo tenía guardado para una próxima fecha o reunión importante, o una ocasión muy especial. Y se dijo en silencio “bueno, tal vez esta sea una de esas ocasiones.”

A menudo nosotros, quizás inconscientemente hacemos algo semejante. Guardamos “para después” algo, esperando disfrutarlo en otra ocasión. Pero quizá lo más triste es que lo mismo hacemos con las personas que amamos. Postergamos para después esa llamada, esa visita, ese correo y ese halago aun en la distancia. Y nos perdemos del abrazo, el beso, el saludo que pudimos haber hecho, si estuviéramos menos ocupados, o porque simplemente pensamos hacerlo más tarde. Pero las muestras de afecto que no dimos una vez, ya no las podremos dar. Daremos otras, pero las que ya no dimos, ya no estarán más ahí. Porque es verdad que el tiempo huye…

Un poeta joven escribió que el mejor halago que podemos hacer a la vida que vivimos es decir... “viví y amé. Y siempre que pude lancé mi voz, aunque ignorada, ante el concierto de otras voces de los hombres y manifesté mi asombro ante el nacimiento de otra nueva rosa frente al alba…”

No guardemos nuestro amor y nuestro afecto…la vida es ahora.

---


CARPE DIEM.


“…lo pedí todo,

para poder disfrutar de la vida;

y se me dio la vida,

para poder disfrutarlo todo…”

Autor desconocido


---


Rubén Núñez de Cáceres V.


---


“…lo pedí todo,

para poder disfrutar de la vida;

y se me dio la vida,

para poder disfrutarlo todo…”

Autor desconocido