/ miércoles 25 de noviembre de 2020

Con café y a media luz | El colmo del cristalazo

¿Recuerda usted, querido amigo lector, aquellos chascarrillos inocentones que jugábamos cuando niños, que iniciaban con la frase “cuál es el colmo de …” y ante la ignorancia del interlocutor concluíamos con un enunciado que, en el argot artístico, sería el remate del chiste?

Pues bien, en esta mitad de semana y en virtud de sus amables comentarios al correo electrónico de este servidor, aunado a una extraña jugarreta del destino y de las redes sociales, yo le tengo preparada la siguiente pregunta: “¿Cuál es el colmo de la generación de cristal?” Para responderla necesitamos desglosarla en los párrafos siguientes.

Por principio de cuentas debemos recordar el tristemente célebre capítulo protagonizado por unos alumnos de un instituto de educación superior del municipio de La Paz, en Baja California Sur, en el que, a través de un video difundido a propósito por los educandos, se trataba de evidenciar el acto criminal del que eran objeto por parte de la profesora de la cátedra “Fundamentos del Derecho”, por haberles encargado citar la fuente bibliográfica en sus tareas. Entre otras cosas, los alumnos deseaban hacer pública la tragedia que habían estado viviendo en las últimas semanas en las que solo podían dormir cinco horas cada noche.

Derivado de esa entrega, tuve la oportunidad de leer varios comentarios de lectores que me hicieron llegar su opinión y que, como lo prometí en aquel espacio, hoy lo reproduzco para su amable juicio y dispensa. Omito los datos personales de los dueños de dichas opiniones por dos razones fundamentales: La primera es porque ninguno declaró de forma expresa que me autorizaba a usar su nombre y, la segunda, porque en estos casos en los que la crítica es constructiva y fundamentada en la buena voluntad, lo que verdaderamente nos debe importar es el valor del contenido en bien de la comunidad.

En primer término, un profesor normalista me escribió: “Agustín, el verdadero problema está en la libertad que los padres les han dado a los jovencitos para usar los celulares y ser dueños de sus propias redes sociales en una edad inadecuada… Cuando tú y yo fuimos niños el tener acceso a una consola de videojuegos, por ejemplo, era un verdadero privilegio que había que ganar con base en la obediencia a nuestros mayores, respeto, colaboración en los deberes de la casa, dedicación en la escuela y buenas calificaciones y, una vez que la teníamos en casa, debíamos duplicar el esfuerzo para tener derecho a usarla”.

Y este caballero, continuó con algo que me llamó poderosamente la atención y enseguida se lo comparto: “Con el pretexto de que ahora es una necesidad el estar comunicados, los niños y jóvenes abren sus cuentas con autorización de sus padres – y a veces sin ella – y las usan para jugar, perder el tiempo y hasta para destruir, antes que construir. Si alguien opina algo que no les parece, aunque sea por su bien, lo bloquean o lo eliminan de esa vida cibernética en la que solo ellos deciden; en la que ellos y solo ellos son la autoridad superior. Es un poder atribuido malentendido. Los jóvenes asumen que así pueden bloquear de sus vidas reales a los maestros, papás o cualquier otra figura a la que deben obedecer”.

Y antes de concluir su mensaje con la despedida, me dice: “¿Te has enterado de algún berrinche como este entre los niños y jóvenes de las comunidades rurales cuando llega un profesor? ¡Claro que no! ¡Cuando el maestro llega a la comunidad es arropado porque saben que llevará formación académica a esos lugares y por esa razón tiene el respeto de los habitantes de ese lugar! ¡Hoy, la generación de cristal es tan frágil, como sus propios valores e identidad!”

Asimismo, un buen amigo médico se comunicó conmigo para indicarme: “Están viviendo en la cultura del merecimiento”, me dijo. El facultativo continuó de la siguiente manera: “Les hicieron creer que, por el hecho de ser, ellos merecen lo que quieren con solo desearlo. Yo merezco esto o lo otro, dicen. Y los papás se lo tienen que cumplir”.

Bien fundamentado en su experiencia profesional, el doctor abundó a continuación: “… los padres de hoy presumen muy contentos que su hijo de dos años ya puede reproducir videos en el celular, quitan los anuncios y navegan con facilidad. Porque les han dado los teléfonos para que los niños se entretengan. Sin embargo, hay estudios que han demostrado que esos mismos infantes llegan a los cuatro años y apenas y pueden decir palabras tan elementales como mamá, papá y agua. Además de ser lamentable, dicha situación causa verdadero terror”.

Agradezco la valiosa opinión de todos, por cuestión de espacio me es imposible reproducir los comentarios restantes que fueron igual de valiosos.

El colmo de “la generación de cristal”, como se titula la entrega de este día, ocurrió en el estado de Guerrero, en una casa de estudios que, curiosamente, pertenece al mismo sistema educativo que abraza al plantel de La Paz.

En este caso, los alumnos del campus de Acapulco trataron de evidenciar al profesor de la materia de “Cálculo” por haberlos insultado de manera grave. En el video se puede observar y escuchar cómo el profesor mancilla la honra de los educandos al proferir una etiqueta que, según los jóvenes, es poco menos que imperdonable y digna de la destitución del catedrático.

El enunciado lanzado por el docente, al que se refieren y que fue originado por el poco entendimiento del grupo que se negaba a razonar los problemas y las fórmulas fue: ¿¡Qué voy a hacer con esta “generación de cristal”!?

¡Dígame usted si esto no es el colmo!

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.

¿Recuerda usted, querido amigo lector, aquellos chascarrillos inocentones que jugábamos cuando niños, que iniciaban con la frase “cuál es el colmo de …” y ante la ignorancia del interlocutor concluíamos con un enunciado que, en el argot artístico, sería el remate del chiste?

Pues bien, en esta mitad de semana y en virtud de sus amables comentarios al correo electrónico de este servidor, aunado a una extraña jugarreta del destino y de las redes sociales, yo le tengo preparada la siguiente pregunta: “¿Cuál es el colmo de la generación de cristal?” Para responderla necesitamos desglosarla en los párrafos siguientes.

Por principio de cuentas debemos recordar el tristemente célebre capítulo protagonizado por unos alumnos de un instituto de educación superior del municipio de La Paz, en Baja California Sur, en el que, a través de un video difundido a propósito por los educandos, se trataba de evidenciar el acto criminal del que eran objeto por parte de la profesora de la cátedra “Fundamentos del Derecho”, por haberles encargado citar la fuente bibliográfica en sus tareas. Entre otras cosas, los alumnos deseaban hacer pública la tragedia que habían estado viviendo en las últimas semanas en las que solo podían dormir cinco horas cada noche.

Derivado de esa entrega, tuve la oportunidad de leer varios comentarios de lectores que me hicieron llegar su opinión y que, como lo prometí en aquel espacio, hoy lo reproduzco para su amable juicio y dispensa. Omito los datos personales de los dueños de dichas opiniones por dos razones fundamentales: La primera es porque ninguno declaró de forma expresa que me autorizaba a usar su nombre y, la segunda, porque en estos casos en los que la crítica es constructiva y fundamentada en la buena voluntad, lo que verdaderamente nos debe importar es el valor del contenido en bien de la comunidad.

En primer término, un profesor normalista me escribió: “Agustín, el verdadero problema está en la libertad que los padres les han dado a los jovencitos para usar los celulares y ser dueños de sus propias redes sociales en una edad inadecuada… Cuando tú y yo fuimos niños el tener acceso a una consola de videojuegos, por ejemplo, era un verdadero privilegio que había que ganar con base en la obediencia a nuestros mayores, respeto, colaboración en los deberes de la casa, dedicación en la escuela y buenas calificaciones y, una vez que la teníamos en casa, debíamos duplicar el esfuerzo para tener derecho a usarla”.

Y este caballero, continuó con algo que me llamó poderosamente la atención y enseguida se lo comparto: “Con el pretexto de que ahora es una necesidad el estar comunicados, los niños y jóvenes abren sus cuentas con autorización de sus padres – y a veces sin ella – y las usan para jugar, perder el tiempo y hasta para destruir, antes que construir. Si alguien opina algo que no les parece, aunque sea por su bien, lo bloquean o lo eliminan de esa vida cibernética en la que solo ellos deciden; en la que ellos y solo ellos son la autoridad superior. Es un poder atribuido malentendido. Los jóvenes asumen que así pueden bloquear de sus vidas reales a los maestros, papás o cualquier otra figura a la que deben obedecer”.

Y antes de concluir su mensaje con la despedida, me dice: “¿Te has enterado de algún berrinche como este entre los niños y jóvenes de las comunidades rurales cuando llega un profesor? ¡Claro que no! ¡Cuando el maestro llega a la comunidad es arropado porque saben que llevará formación académica a esos lugares y por esa razón tiene el respeto de los habitantes de ese lugar! ¡Hoy, la generación de cristal es tan frágil, como sus propios valores e identidad!”

Asimismo, un buen amigo médico se comunicó conmigo para indicarme: “Están viviendo en la cultura del merecimiento”, me dijo. El facultativo continuó de la siguiente manera: “Les hicieron creer que, por el hecho de ser, ellos merecen lo que quieren con solo desearlo. Yo merezco esto o lo otro, dicen. Y los papás se lo tienen que cumplir”.

Bien fundamentado en su experiencia profesional, el doctor abundó a continuación: “… los padres de hoy presumen muy contentos que su hijo de dos años ya puede reproducir videos en el celular, quitan los anuncios y navegan con facilidad. Porque les han dado los teléfonos para que los niños se entretengan. Sin embargo, hay estudios que han demostrado que esos mismos infantes llegan a los cuatro años y apenas y pueden decir palabras tan elementales como mamá, papá y agua. Además de ser lamentable, dicha situación causa verdadero terror”.

Agradezco la valiosa opinión de todos, por cuestión de espacio me es imposible reproducir los comentarios restantes que fueron igual de valiosos.

El colmo de “la generación de cristal”, como se titula la entrega de este día, ocurrió en el estado de Guerrero, en una casa de estudios que, curiosamente, pertenece al mismo sistema educativo que abraza al plantel de La Paz.

En este caso, los alumnos del campus de Acapulco trataron de evidenciar al profesor de la materia de “Cálculo” por haberlos insultado de manera grave. En el video se puede observar y escuchar cómo el profesor mancilla la honra de los educandos al proferir una etiqueta que, según los jóvenes, es poco menos que imperdonable y digna de la destitución del catedrático.

El enunciado lanzado por el docente, al que se refieren y que fue originado por el poco entendimiento del grupo que se negaba a razonar los problemas y las fórmulas fue: ¿¡Qué voy a hacer con esta “generación de cristal”!?

¡Dígame usted si esto no es el colmo!

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.