/ lunes 18 de mayo de 2020

Con café y a media luz | Encuentros, desencuentros y oportunidades

Mientras que China está dando cuenta ante el mundo de cómo levantar nuevamente su grandeza después de haber sido el epicentro de la debacle sanitaria más letal de la que el hombre contemporáneo tenga experiencia, gracias a una férrea disciplina de su sociedad, con base en una economía multifacética que le permite explotar sus recursos -unos de forma hábil y otros de manera desmedida- y con un gobierno que se está enfrentando al reto de reordenar los diversos hábitos y costumbres de la población de sus provincias, a otras naciones les está costando un poco más salir de este “atolladero de salud” que es el Covid-19.

Italia, por ejemplo, ha pagado la irresponsabilidad de la juventud y la incredulidad de los ancianos –y continúa haciéndolo– con un número incalculable de víctimas que, hasta el momento, aunque en menor medida, sigue incrementándose. La mayoría de los fallecidos eran personas de la tercera edad cuyo sistema inmunológico estaba comprometido por vicios, la alimentación y el mismo deterioro que ocasiona el transcurrir de los años.

De nada sirvió tener uno de los sistemas de salud más grandes y mejor organizados del mundo. En pocos días, la demanda de atención por el creciente número de enfermos en condiciones críticas terminó por colapsar el servicio sanitario itálico. Triste hallazgo de esa nación europea que vio en la conducta de su propia ciudadanía la fragilidad para que, de alguna manera u otra, se permeara el virus SARS CoV-2 y ocasionara los estragos que comentamos de forma somera en el párrafo anterior. Hoy, se presume que están a punto de salir por completo de esta crisis, con una lección severa que les permitirá readecuar –por decir lo menos– la incredulidad y negación que ya señalamos.

Nuestros vecinos del norte, liderados por su presidente, Donald Trump, decidieron al inicio de su mandato recortar de manera considerable el presupuesto en materia de salud y redirigir el recurso al rubro de la seguridad nacional en dos órdenes principalmente: El blindaje de la frontera sur y el fortalecimiento de los esquemas de inteligencia, protección al interior y desarrollo militar.

Las dos razones para tomar esta decisión fueron, en primer término, la endeble posición de México ante el fenómeno de migración –y es que no se puede ser “juez y parte”– que permite que ciudadanos de todo el mundo ocupen su territorio para llegar a los Estados Unidos de Norteamérica, generando, según dijo el mismo Trump, la mayor parte de los problemas sociales de esa nación: Delincuencia, prostitución, sobrepoblación, inconsistencias políticas en ciudades clave y una insuficiencia de recursos.

El segundo motivo fue derivado del ataque terrorista del 11 de septiembre al World Trade Center ubicado en las extintas Torres Gemelas de New York que dejó como saldo oficial más de 2 mil 600 muertos y cerca de 30 desaparecidos, por lo que el magnate y presidente de la autollamada “nación más poderosa del mundo” decidió “aumentar el poder de fuego” para la tranquilidad de sus conciudadanos, en especial para aquellos que habitan en las urbes importantes como “la gran manzana”.

Lamentablemente, y a pesar de haber tomado medidas extraordinarias en el rubro de la salud, el embate del virus SARS CoV-2 fue tal que convirtió a la nación de “las barras y las estrellas” en el centro de la enfermedad en el continente americano con un número aproximado al millón y medio de personas contagiadas y poco más de 90 mil decesos, cabe hacer mención que ya hay expertos que aseguran que se superarán las cien mil defunciones.

Como si fuera una macabra jugarreta del destino, la ciudad norteamericana que más ha sido sacudida por esta crisis sanitaria es la que más le preocupó a Donald Trump en proteger de cualquier ataque por lo que representa económicamente: New York.

En nuestro México lindo y qué herido el “encontronazo” vivido con el Covid-19 dio cuenta de la fragilidad de ciertos esquemas y procesos o la nulidad de algunos de ellos en el aparato gubernamental del país y, en el caso de la población, una serie de deficiencias y conductas que ahora son más visibles que antes.

En materia de salud se volvió un “grito abierto” lo que antes era un “secreto a voces”: Los sistemas públicos son realmente insuficientes en muchos sentidos. El recurso humano de médicos y de enfermería es poco y es obligación de la autoridad, a través de la hacienda pública, el promover la creación y adjudicación de plazas en el ISSSTE y el IMSS, por ejemplo. Así como apoyar al personal militar y de los nosocomios paraestatales. Los fármacos para el tratamiento de diversas enfermedades son, en la gran mayoría de las veces, inexistente y se han dado casos en los que es el mismo derechohabiente quien debe adquirir el medicamento con su propio recurso. Y en materia de infraestructura que, considero, fue lo más lamentable, quedó demostrado de manera incuestionable que hacen falta cientos de hospitales en todo el territorio nacional.

La falta de capacitación en el uso de las nuevas tecnologías en los docentes para producir y administrar educación en línea, el nulo acceso a esta por una buena parte de la población y, un fenómeno que recién se descubrió, en las nuevas generaciones que presumen ser doctas en el uso de estos recursos, pero solo para socializar y no para generar conocimiento, han confirmado que es imperativa la atención en esos detalles para modernizar el sistema de educación nacional.

En el caso de la población, observamos en ciudades como la nuestra, la misma conducta de rechazo a las indicaciones de salvaguarda y continuamos más preocupados por obtener un “vale” para comprar bebidas embriagantes en la tienda de conveniencia o por cómo escabullirnos de las autoridades para ingresar a playa de Miramar porque “ya no se soporta el encierro”.

Y hasta aquí pues, como decía cierto periodista, “El tiempo apremia y el espacio se agota”.

¡Hasta la próxima!

Mientras que China está dando cuenta ante el mundo de cómo levantar nuevamente su grandeza después de haber sido el epicentro de la debacle sanitaria más letal de la que el hombre contemporáneo tenga experiencia, gracias a una férrea disciplina de su sociedad, con base en una economía multifacética que le permite explotar sus recursos -unos de forma hábil y otros de manera desmedida- y con un gobierno que se está enfrentando al reto de reordenar los diversos hábitos y costumbres de la población de sus provincias, a otras naciones les está costando un poco más salir de este “atolladero de salud” que es el Covid-19.

Italia, por ejemplo, ha pagado la irresponsabilidad de la juventud y la incredulidad de los ancianos –y continúa haciéndolo– con un número incalculable de víctimas que, hasta el momento, aunque en menor medida, sigue incrementándose. La mayoría de los fallecidos eran personas de la tercera edad cuyo sistema inmunológico estaba comprometido por vicios, la alimentación y el mismo deterioro que ocasiona el transcurrir de los años.

De nada sirvió tener uno de los sistemas de salud más grandes y mejor organizados del mundo. En pocos días, la demanda de atención por el creciente número de enfermos en condiciones críticas terminó por colapsar el servicio sanitario itálico. Triste hallazgo de esa nación europea que vio en la conducta de su propia ciudadanía la fragilidad para que, de alguna manera u otra, se permeara el virus SARS CoV-2 y ocasionara los estragos que comentamos de forma somera en el párrafo anterior. Hoy, se presume que están a punto de salir por completo de esta crisis, con una lección severa que les permitirá readecuar –por decir lo menos– la incredulidad y negación que ya señalamos.

Nuestros vecinos del norte, liderados por su presidente, Donald Trump, decidieron al inicio de su mandato recortar de manera considerable el presupuesto en materia de salud y redirigir el recurso al rubro de la seguridad nacional en dos órdenes principalmente: El blindaje de la frontera sur y el fortalecimiento de los esquemas de inteligencia, protección al interior y desarrollo militar.

Las dos razones para tomar esta decisión fueron, en primer término, la endeble posición de México ante el fenómeno de migración –y es que no se puede ser “juez y parte”– que permite que ciudadanos de todo el mundo ocupen su territorio para llegar a los Estados Unidos de Norteamérica, generando, según dijo el mismo Trump, la mayor parte de los problemas sociales de esa nación: Delincuencia, prostitución, sobrepoblación, inconsistencias políticas en ciudades clave y una insuficiencia de recursos.

El segundo motivo fue derivado del ataque terrorista del 11 de septiembre al World Trade Center ubicado en las extintas Torres Gemelas de New York que dejó como saldo oficial más de 2 mil 600 muertos y cerca de 30 desaparecidos, por lo que el magnate y presidente de la autollamada “nación más poderosa del mundo” decidió “aumentar el poder de fuego” para la tranquilidad de sus conciudadanos, en especial para aquellos que habitan en las urbes importantes como “la gran manzana”.

Lamentablemente, y a pesar de haber tomado medidas extraordinarias en el rubro de la salud, el embate del virus SARS CoV-2 fue tal que convirtió a la nación de “las barras y las estrellas” en el centro de la enfermedad en el continente americano con un número aproximado al millón y medio de personas contagiadas y poco más de 90 mil decesos, cabe hacer mención que ya hay expertos que aseguran que se superarán las cien mil defunciones.

Como si fuera una macabra jugarreta del destino, la ciudad norteamericana que más ha sido sacudida por esta crisis sanitaria es la que más le preocupó a Donald Trump en proteger de cualquier ataque por lo que representa económicamente: New York.

En nuestro México lindo y qué herido el “encontronazo” vivido con el Covid-19 dio cuenta de la fragilidad de ciertos esquemas y procesos o la nulidad de algunos de ellos en el aparato gubernamental del país y, en el caso de la población, una serie de deficiencias y conductas que ahora son más visibles que antes.

En materia de salud se volvió un “grito abierto” lo que antes era un “secreto a voces”: Los sistemas públicos son realmente insuficientes en muchos sentidos. El recurso humano de médicos y de enfermería es poco y es obligación de la autoridad, a través de la hacienda pública, el promover la creación y adjudicación de plazas en el ISSSTE y el IMSS, por ejemplo. Así como apoyar al personal militar y de los nosocomios paraestatales. Los fármacos para el tratamiento de diversas enfermedades son, en la gran mayoría de las veces, inexistente y se han dado casos en los que es el mismo derechohabiente quien debe adquirir el medicamento con su propio recurso. Y en materia de infraestructura que, considero, fue lo más lamentable, quedó demostrado de manera incuestionable que hacen falta cientos de hospitales en todo el territorio nacional.

La falta de capacitación en el uso de las nuevas tecnologías en los docentes para producir y administrar educación en línea, el nulo acceso a esta por una buena parte de la población y, un fenómeno que recién se descubrió, en las nuevas generaciones que presumen ser doctas en el uso de estos recursos, pero solo para socializar y no para generar conocimiento, han confirmado que es imperativa la atención en esos detalles para modernizar el sistema de educación nacional.

En el caso de la población, observamos en ciudades como la nuestra, la misma conducta de rechazo a las indicaciones de salvaguarda y continuamos más preocupados por obtener un “vale” para comprar bebidas embriagantes en la tienda de conveniencia o por cómo escabullirnos de las autoridades para ingresar a playa de Miramar porque “ya no se soporta el encierro”.

Y hasta aquí pues, como decía cierto periodista, “El tiempo apremia y el espacio se agota”.

¡Hasta la próxima!