/ miércoles 7 de abril de 2021

Con café y a media luz | Era de esperarse

¡Dos colocados en el mismo sitio! ¡Dos para que toda la gente se pudiera enterar! ¡Dos para que no quedara duda alguna! O bien, dos para que contara de manera duplicada la burla, el cinismo, la poca vergüenza y la irresponsabilidad que, tristemente, ya hemos detallado en ocasiones anteriores y pareciera que no va a desaparecer de nuestra deplorable, lamentable y hasta sancionable conducta social. Lo que más me apenó es que, al preguntar, un hombre de edad avanzada, que debiera ser ejemplo para las nuevas generaciones, me respondió que sí era habitante de esta zona conurbada.

Para que quede claro el por qué de mi molestia, le pido que me acompañe a través de los siguientes párrafos.

El pasado fin de semana acudí en familia a recorrer el recién inaugurado malecón “El Carpintero”, ubicado en la zona perimetral del famoso vaso lacustre que es símbolo turístico de nuestra ciudad. Allí, con la tranquilidad de la media tarde caminé con calma para observar cómo las mesas de la zona arbolada habían sido retiradas y apiladas a espaldas de los baños de la megavelaria. También observé que la zona de juegos infantiles estaba cerrada al público para evitar accidentes por encontrarse a un costado del sitio en el que se levanta la rueda de la fortuna de Tampico y otros detalles como la admiración de los turistas por los cocodrilos, las iguanas y los nuevos habitantes de este punto: las medusas.

Al iniciar mi marcha por el nuevo trayecto pude atender el acto de imprudencia de jóvenes y niños quienes, a pesar de que se construyó una ciclovía con asfalto y a la que le asignaron señalética para mayor seguridad, se lanzaban en precipitada carrera montados en sus artefactos en la zona del andador, poniendo en verdadero peligro su integridad y la de aquellos que marchábamos en compañía de ancianos y niños pequeños.

Uno de ellos intentó pasar a mi lado de manera infructuosa, pues había varias personas que obstruían su camino, así que, mientras hacía una mueca muy propia de los adolescentes, se bajó de la patineta para andar a pie. Ante eso, aproveché para preguntarle “¿Por qué no te vas por la ciclovía? ¡Para eso la hicieron!” El chamaco se volteó a verme con un gesto de desagrado y con un tono altanero me contestó “¡Porque no quiero!” Cogió nuevamente su patineta y se fue.

Llegué al nuevo puente que cruza el espejo de agua y avancé poco a poco para darme tiempo de observar la conducta de una mujer que parecía ser madre de unos chiquillos que por allí correteaban. La dama comía un chicharrón y de repente, lo sintió tan poco apetecible que trató de enterrar el sobrante en uno de los nuevos macetones que colocaron en el paseo. Quiero pensar que la dama asumió que dicho desperdicio se volvería abono para la planta, sin embargo, apuré mi paso, tomé el producto por la servilleta que aún quedaba a su alrededor y lo coloqué en el tambo de la basura que estaba a un lado. Traté de encontrar a la señora entre la muchedumbre para invitarla a que no ensuciara la obra, sin embargo, se había escapado a mi vista.

Después de descansar un rato en una de las bancas que fueron colocadas en el Jardín de las Artes, retorné sobre mis pasos de vuelta a mi hogar. Fue entonces que me topé con la situación que de verdad me molestó.

Por principio de cuentas, los miembros de una familia habían abierto uno de los nuevos recipientes para la basura nomás para saber “cómo eran por dentro”. Aun no entiendo qué clase de nueva dimensión pretendían encontrar en el interior de uno de los cubos diseñados para la nueva zona de esparcimiento. Al pasar cerca de ellos, escuché que el cometido era meramente de carácter indagatorio para copiar el modelo y reproducirlo en su lugar de origen. La nota mala fue que, al retirarse del lugar, dejaron las portezuelas abiertas, exhibiendo las bolsas de basura.

Fue entonces cuando llegué al espacio verde que hay entre las dos torres de la tirolesa instalada en una administración pasada. En dicho jardín se colocaron dos avisos en los que se puede leer claramente que está prohibido pisar el césped. Y justo entre ambos letreros una familia había decidido acampar, instalando un templete que incluía sillas de tela, hielera, mesa plegable y no recuerdo qué tantas cosas más.

Al pasar cerca de allí, un hombre de la tercera edad fumaba con singular alegría. Poco antes de que concluyera su cigarro, apuraba a encender uno nuevo con las cenizas restantes del anterior el cual, una vez que había cumplido su cometido, era aventado a un costado del individuo aquel que no mostraba empacho alguno, ya no solo en pisar el césped recién plantado, sino, además, en ensuciarlo con las colillas que, con la recién arrojada, ya sumaban cinco que contaminaban el medio ambiente.

Fue entonces que alzando la voz para que me escuchara le pregunté: “Oiga, ¿usted es de aquí, de Tampico?” y, sin mediar palabra, asintió con la cabeza, Así que le reproché su proceder, pidiéndole que cuidara el parque que no tenía ni quince días de haber sido abierto al público. En lugar de que el hombre sintiera un poco de vergüenza me recriminó cuestionándome: “¿Y qué?, ¿Es tuyo?”

Ante esa pregunta le contesté lo que le comparto a usted a manera de colofón de la entrega de hoy. “No solo es mío, es nuestro. Es de ambos. Pero, así como es tuyo y tienes derecho a venir, también es mío y por eso no tienes derecho a ensuciarlo. Porque, aunque no nos pertenece a ninguno, en realidad nos pertenece a los dos. Por lo que te pido que lo cuides” La respuesta que obtuve fue un folclórico recordatorio maternal.

Así, ¿Cuándo nos va a durar una obra entregada por el gobierno en turno?, ¿Cuándo aprenderemos a que los espacios comunes son de todos?, ¿Por qué razón no podemos cambiar esa cultura de la irresponsabilidad y el abuso?, ¿Hasta qué momento aprenderemos que nuestros ejemplos marcan la pauta de la conducta de las nuevas generaciones? ¿Con qué cara exigimos hospitales, presas, calles, si no podemos conservar el jardín de un parque nuevo?

Por eso es por lo que, a diferencia de otras ciudades, en Tampico no nos dura nada. Es muy fácil culpar a la humedad, al salitre y a la temperatura, pero nunca decimos fue por culpa de nosotros.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”.

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.

¡Dos colocados en el mismo sitio! ¡Dos para que toda la gente se pudiera enterar! ¡Dos para que no quedara duda alguna! O bien, dos para que contara de manera duplicada la burla, el cinismo, la poca vergüenza y la irresponsabilidad que, tristemente, ya hemos detallado en ocasiones anteriores y pareciera que no va a desaparecer de nuestra deplorable, lamentable y hasta sancionable conducta social. Lo que más me apenó es que, al preguntar, un hombre de edad avanzada, que debiera ser ejemplo para las nuevas generaciones, me respondió que sí era habitante de esta zona conurbada.

Para que quede claro el por qué de mi molestia, le pido que me acompañe a través de los siguientes párrafos.

El pasado fin de semana acudí en familia a recorrer el recién inaugurado malecón “El Carpintero”, ubicado en la zona perimetral del famoso vaso lacustre que es símbolo turístico de nuestra ciudad. Allí, con la tranquilidad de la media tarde caminé con calma para observar cómo las mesas de la zona arbolada habían sido retiradas y apiladas a espaldas de los baños de la megavelaria. También observé que la zona de juegos infantiles estaba cerrada al público para evitar accidentes por encontrarse a un costado del sitio en el que se levanta la rueda de la fortuna de Tampico y otros detalles como la admiración de los turistas por los cocodrilos, las iguanas y los nuevos habitantes de este punto: las medusas.

Al iniciar mi marcha por el nuevo trayecto pude atender el acto de imprudencia de jóvenes y niños quienes, a pesar de que se construyó una ciclovía con asfalto y a la que le asignaron señalética para mayor seguridad, se lanzaban en precipitada carrera montados en sus artefactos en la zona del andador, poniendo en verdadero peligro su integridad y la de aquellos que marchábamos en compañía de ancianos y niños pequeños.

Uno de ellos intentó pasar a mi lado de manera infructuosa, pues había varias personas que obstruían su camino, así que, mientras hacía una mueca muy propia de los adolescentes, se bajó de la patineta para andar a pie. Ante eso, aproveché para preguntarle “¿Por qué no te vas por la ciclovía? ¡Para eso la hicieron!” El chamaco se volteó a verme con un gesto de desagrado y con un tono altanero me contestó “¡Porque no quiero!” Cogió nuevamente su patineta y se fue.

Llegué al nuevo puente que cruza el espejo de agua y avancé poco a poco para darme tiempo de observar la conducta de una mujer que parecía ser madre de unos chiquillos que por allí correteaban. La dama comía un chicharrón y de repente, lo sintió tan poco apetecible que trató de enterrar el sobrante en uno de los nuevos macetones que colocaron en el paseo. Quiero pensar que la dama asumió que dicho desperdicio se volvería abono para la planta, sin embargo, apuré mi paso, tomé el producto por la servilleta que aún quedaba a su alrededor y lo coloqué en el tambo de la basura que estaba a un lado. Traté de encontrar a la señora entre la muchedumbre para invitarla a que no ensuciara la obra, sin embargo, se había escapado a mi vista.

Después de descansar un rato en una de las bancas que fueron colocadas en el Jardín de las Artes, retorné sobre mis pasos de vuelta a mi hogar. Fue entonces que me topé con la situación que de verdad me molestó.

Por principio de cuentas, los miembros de una familia habían abierto uno de los nuevos recipientes para la basura nomás para saber “cómo eran por dentro”. Aun no entiendo qué clase de nueva dimensión pretendían encontrar en el interior de uno de los cubos diseñados para la nueva zona de esparcimiento. Al pasar cerca de ellos, escuché que el cometido era meramente de carácter indagatorio para copiar el modelo y reproducirlo en su lugar de origen. La nota mala fue que, al retirarse del lugar, dejaron las portezuelas abiertas, exhibiendo las bolsas de basura.

Fue entonces cuando llegué al espacio verde que hay entre las dos torres de la tirolesa instalada en una administración pasada. En dicho jardín se colocaron dos avisos en los que se puede leer claramente que está prohibido pisar el césped. Y justo entre ambos letreros una familia había decidido acampar, instalando un templete que incluía sillas de tela, hielera, mesa plegable y no recuerdo qué tantas cosas más.

Al pasar cerca de allí, un hombre de la tercera edad fumaba con singular alegría. Poco antes de que concluyera su cigarro, apuraba a encender uno nuevo con las cenizas restantes del anterior el cual, una vez que había cumplido su cometido, era aventado a un costado del individuo aquel que no mostraba empacho alguno, ya no solo en pisar el césped recién plantado, sino, además, en ensuciarlo con las colillas que, con la recién arrojada, ya sumaban cinco que contaminaban el medio ambiente.

Fue entonces que alzando la voz para que me escuchara le pregunté: “Oiga, ¿usted es de aquí, de Tampico?” y, sin mediar palabra, asintió con la cabeza, Así que le reproché su proceder, pidiéndole que cuidara el parque que no tenía ni quince días de haber sido abierto al público. En lugar de que el hombre sintiera un poco de vergüenza me recriminó cuestionándome: “¿Y qué?, ¿Es tuyo?”

Ante esa pregunta le contesté lo que le comparto a usted a manera de colofón de la entrega de hoy. “No solo es mío, es nuestro. Es de ambos. Pero, así como es tuyo y tienes derecho a venir, también es mío y por eso no tienes derecho a ensuciarlo. Porque, aunque no nos pertenece a ninguno, en realidad nos pertenece a los dos. Por lo que te pido que lo cuides” La respuesta que obtuve fue un folclórico recordatorio maternal.

Así, ¿Cuándo nos va a durar una obra entregada por el gobierno en turno?, ¿Cuándo aprenderemos a que los espacios comunes son de todos?, ¿Por qué razón no podemos cambiar esa cultura de la irresponsabilidad y el abuso?, ¿Hasta qué momento aprenderemos que nuestros ejemplos marcan la pauta de la conducta de las nuevas generaciones? ¿Con qué cara exigimos hospitales, presas, calles, si no podemos conservar el jardín de un parque nuevo?

Por eso es por lo que, a diferencia de otras ciudades, en Tampico no nos dura nada. Es muy fácil culpar a la humedad, al salitre y a la temperatura, pero nunca decimos fue por culpa de nosotros.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”.

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.