/ miércoles 26 de mayo de 2021

Con café y a media luz | La irresponsabilidad como seria constante

Por razones relativas a mi trabajo que no vienen al caso explicar, en los últimos días he estado cercano al análisis de los procesos centrales y de atención al cliente que ocurren al interior de una dependencia pública de nuestra zona conurbada. Así, hemos podido constatar las condiciones en que se desempeñan los trabajadores del gobierno, las carencias con las que operan y los conflictos por los que atraviesan para tratar de resolver las necesidades que son demandadas por la sociedad que allí llega para realizar algún trámite en específico.

Sin embargo, existe una constante que a mi gusto –quizá usted opine lo contrario, gentil amigo lector– es sumamente preocupante y que bien pudiera considerarse un indicador de causa y consecuencia del comportamiento de la realidad actual. Aunque esta temática ha sido expuesta en alguna ocasión por este servidor, en cuyo caso, aunque las manifestaciones han sido de manera distinta, la esencia, los protagonistas y las derivaciones son prácticamente las mismas y se permean de igual manera a los diferentes niveles de un tramado social que, cada vez, resulta más difícil de entender.

Resulta que uno de los trámites que se generan en esta oficina involucra, como clientes, a los jóvenes, a quienes, desde la primera ocasión en que se les entrega la documentación se les recomienda de forma insistente y exhaustiva que la conserven a la mano, protegida y fotocopiada en repetidas ocasiones por precaución, pues, la verdadera valía del papel que se pone en sus manos se verá reflejada en la posterioridad. Como dirían los abuelos con sobrada razón: “Les entra por un oído y les sale por el otro”.

El descuido, la irresponsabilidad y la impericia son condiciones de la actitud humana que se ven incesantes en la nueva generación. Algunas aprendidas por el ejemplo y las palabras y, en otras ocasiones, son fomentadas por el entorno propiciado por generaciones anteriores –los padres– que olvidan que el éxito de su trabajo como tal, radica en la preparación del vástago para desarrollarse eficientemente en el entorno con la independencia que demanda la condición de “adulto”.

Así, es diario el peregrinar de chamacos de 20 a 25 años que, con una actitud sumisa, acuden a la ventanilla en cuestión a decir: “¿Qué cree?, ¿Se acuerda del papel que me pidió que cuidara mucho y que no perdiera?… ¡Pues se me perdió!” Y a esta tanda de frases que he escuchado diariamente en las últimas semanas, le acompañan pretextos como “Nos cambiamos de casa y ya no apareció el documento”, “Como me dijo que no le quitara la vista de encima me lo llevé de viaje conmigo”, “Mi hermanito agarró mi carpeta de papeles importantes y lo rompió”, "Mi mamá no sabía que era vital para mí y lo tiró a la basura”, “Mi perro entró a la casa y lo devoró” o “Como mi papá y yo nos llamamos igual, él pensó que era un trámite suyo y como ya no lo ocupa lo tiró”; este último lo escuché ayer.

Lo verdaderamente grave es que existe otro grupo de jovencitos que, ufanados en su irresponsabilidad y confortados en el amparo de la obligatoriedad del servicio público de los burócratas, se regodean con una actitud indebida al exigir que se les repita gratuitamente el servicio que ya se les otorgó. El problema es que al descuido le agregan otro tipo de factores que hacen insufrible su actuar. A lo enlistado hay que sumarle la soberbia, el engaño, el intento de abuso, la flojera y la indisciplina.

He podido testimoniar la forma en que los jóvenes, haciéndose los ignorantes, llegan a solicitar la atención como si se tratara de su primera vez, al requerir el folio que los identifica como ciudadanos, resulta que el documento fue entregado con un par de años de anterioridad y es entonces cuando se les hace hincapié que lo que están solicitando es una reposición por extravío. El joven cambia su actitud y termina por asentir.

Hay otros que, a pesar de que se les hace el comentario, inflaman el pecho, alzan el rostro en actitud altanera, arquean la ceja y, después de jalar aire, exclaman un rotundo y alargado “no”. Cuando se busca en los archivos y se puede leer escrito con puño y letra del mozalbete en la fotocopia que queda de respaldo, la leyenda “Recibí original” y la firma del interesado con la fecha de emisión, imitan a un infantiloide personaje femenino diseñado por Roberto Gómez Bolaños que, cuando era sorprendida en una trampa, levantaba los brazos y cerraba los ojos mientras exclamaba “Ay, ay, ay”.

La peor de las situaciones es la que protagonizan los jóvenes quienes, cuando se les demostró que además de la irresponsabilidad, se amparan en el engaño y la mentira, adoptan una actitud majadera y responden cosas como “¡Bueno sí, la perdí ¿Y qué? ¡Ustedes tienen la obligación de darme el documento cuantas veces lo requiera! Frase que evidencia la educación recibida en el hogar y que muestra cuál es el lugar que ocupa el imberbe y sus papás. Si él ordena y los padres obedecen, ergo, la sociedad y las instituciones que la sostienen también deben postrarse ante él.

¿Es preocupante? ¡Sí! La sociedad funciona como tal por la adopción respetuosa de roles y, con ellos, la aceptación de las obligaciones, responsabilidades y derechos que los envuelven. Con base en lo anterior, se entablan vínculos y relaciones de carácter social, laboral y político que están, o por lo menos deberían estar, fundamentados en la educación y el acatamiento, ya que, si no conservamos estos, vamos camino a una anarquía o, como me corrigió la plana un buen amigo: “¡No vamos! ¡Estamos llegando! Lo demuestran los jóvenes que dictas, que ya no son adolescentes, sino jóvenes adultos.”

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”.

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.

Por razones relativas a mi trabajo que no vienen al caso explicar, en los últimos días he estado cercano al análisis de los procesos centrales y de atención al cliente que ocurren al interior de una dependencia pública de nuestra zona conurbada. Así, hemos podido constatar las condiciones en que se desempeñan los trabajadores del gobierno, las carencias con las que operan y los conflictos por los que atraviesan para tratar de resolver las necesidades que son demandadas por la sociedad que allí llega para realizar algún trámite en específico.

Sin embargo, existe una constante que a mi gusto –quizá usted opine lo contrario, gentil amigo lector– es sumamente preocupante y que bien pudiera considerarse un indicador de causa y consecuencia del comportamiento de la realidad actual. Aunque esta temática ha sido expuesta en alguna ocasión por este servidor, en cuyo caso, aunque las manifestaciones han sido de manera distinta, la esencia, los protagonistas y las derivaciones son prácticamente las mismas y se permean de igual manera a los diferentes niveles de un tramado social que, cada vez, resulta más difícil de entender.

Resulta que uno de los trámites que se generan en esta oficina involucra, como clientes, a los jóvenes, a quienes, desde la primera ocasión en que se les entrega la documentación se les recomienda de forma insistente y exhaustiva que la conserven a la mano, protegida y fotocopiada en repetidas ocasiones por precaución, pues, la verdadera valía del papel que se pone en sus manos se verá reflejada en la posterioridad. Como dirían los abuelos con sobrada razón: “Les entra por un oído y les sale por el otro”.

El descuido, la irresponsabilidad y la impericia son condiciones de la actitud humana que se ven incesantes en la nueva generación. Algunas aprendidas por el ejemplo y las palabras y, en otras ocasiones, son fomentadas por el entorno propiciado por generaciones anteriores –los padres– que olvidan que el éxito de su trabajo como tal, radica en la preparación del vástago para desarrollarse eficientemente en el entorno con la independencia que demanda la condición de “adulto”.

Así, es diario el peregrinar de chamacos de 20 a 25 años que, con una actitud sumisa, acuden a la ventanilla en cuestión a decir: “¿Qué cree?, ¿Se acuerda del papel que me pidió que cuidara mucho y que no perdiera?… ¡Pues se me perdió!” Y a esta tanda de frases que he escuchado diariamente en las últimas semanas, le acompañan pretextos como “Nos cambiamos de casa y ya no apareció el documento”, “Como me dijo que no le quitara la vista de encima me lo llevé de viaje conmigo”, “Mi hermanito agarró mi carpeta de papeles importantes y lo rompió”, "Mi mamá no sabía que era vital para mí y lo tiró a la basura”, “Mi perro entró a la casa y lo devoró” o “Como mi papá y yo nos llamamos igual, él pensó que era un trámite suyo y como ya no lo ocupa lo tiró”; este último lo escuché ayer.

Lo verdaderamente grave es que existe otro grupo de jovencitos que, ufanados en su irresponsabilidad y confortados en el amparo de la obligatoriedad del servicio público de los burócratas, se regodean con una actitud indebida al exigir que se les repita gratuitamente el servicio que ya se les otorgó. El problema es que al descuido le agregan otro tipo de factores que hacen insufrible su actuar. A lo enlistado hay que sumarle la soberbia, el engaño, el intento de abuso, la flojera y la indisciplina.

He podido testimoniar la forma en que los jóvenes, haciéndose los ignorantes, llegan a solicitar la atención como si se tratara de su primera vez, al requerir el folio que los identifica como ciudadanos, resulta que el documento fue entregado con un par de años de anterioridad y es entonces cuando se les hace hincapié que lo que están solicitando es una reposición por extravío. El joven cambia su actitud y termina por asentir.

Hay otros que, a pesar de que se les hace el comentario, inflaman el pecho, alzan el rostro en actitud altanera, arquean la ceja y, después de jalar aire, exclaman un rotundo y alargado “no”. Cuando se busca en los archivos y se puede leer escrito con puño y letra del mozalbete en la fotocopia que queda de respaldo, la leyenda “Recibí original” y la firma del interesado con la fecha de emisión, imitan a un infantiloide personaje femenino diseñado por Roberto Gómez Bolaños que, cuando era sorprendida en una trampa, levantaba los brazos y cerraba los ojos mientras exclamaba “Ay, ay, ay”.

La peor de las situaciones es la que protagonizan los jóvenes quienes, cuando se les demostró que además de la irresponsabilidad, se amparan en el engaño y la mentira, adoptan una actitud majadera y responden cosas como “¡Bueno sí, la perdí ¿Y qué? ¡Ustedes tienen la obligación de darme el documento cuantas veces lo requiera! Frase que evidencia la educación recibida en el hogar y que muestra cuál es el lugar que ocupa el imberbe y sus papás. Si él ordena y los padres obedecen, ergo, la sociedad y las instituciones que la sostienen también deben postrarse ante él.

¿Es preocupante? ¡Sí! La sociedad funciona como tal por la adopción respetuosa de roles y, con ellos, la aceptación de las obligaciones, responsabilidades y derechos que los envuelven. Con base en lo anterior, se entablan vínculos y relaciones de carácter social, laboral y político que están, o por lo menos deberían estar, fundamentados en la educación y el acatamiento, ya que, si no conservamos estos, vamos camino a una anarquía o, como me corrigió la plana un buen amigo: “¡No vamos! ¡Estamos llegando! Lo demuestran los jóvenes que dictas, que ya no son adolescentes, sino jóvenes adultos.”

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”.

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.