/ lunes 29 de marzo de 2021

Con café y a media luz | No se le vaya a aparecer

“¡No se le vaya a aparecer Anaya!”, le gritó el encargado de la tienda de conveniencia a un hombre que acababa de comprar solo una tapa de blanquillos. Entre estrepitosas carcajadas que lo mismo provenían del comprador que del oferente, el primero de ellos apuró a contestar, “¡Afortunadamente no llevo caguamas! ¡Dicen en los comerciales que con esas sí se aparece! ¡Ya ves que le da coraje la pobreza!”

Me perdí entre los pasillos del pequeño local para elegir lo que compraría y no pude evitar recordar aquella entrega que compartimos usted y yo hace, aproximadamente, un mes, gentil amigo lector, en la que señalamos cómo el otrora candidato a la presidencia de los Estados Unidos Mexicanos por el Partido Acción Nacional había empezado una especie de campaña recorriendo los municipios del país, tal y como se lo criticó en su momento a quien ahora ocupa la representación del Poder Ejecutivo, Andrés Manuel López Obrador.

Empero, me surgió la siguiente pregunta que pongo a su consideración con sus probables respuestas:

¿Por qué, el que fuera un acto de heroísmo por el hombre originario de Macuspana, al recorrer durante tantos años el país, para ganar adeptos a su causa y simpatizantes a su movimiento, ahora se vuelve un hecho digno de escarnio, burla y condena cuando el protagonista es aquel al que se le impusiera el remoquete, a mitad de un debate? ¿Cuál es o cuáles son las razones fundamentales para que la interpretación de un mensaje, prácticamente, idéntico, fuera distinta, entre la misma sociedad? Quizá la respuesta esté en la construcción sígnica de la figura del político en turno y cómo se relaciona con otros signos en el imaginario del ciudadano común.

Antes de continuar, permítame abrir un paréntesis para recalcar que en ningún momento señalo quién es mejor político, quién posee el mejor proyecto de nación, cuál es el partido de la preferencia o por cuál deberá usted votar. Meramente, insisto, me limito a tratar de comprender por qué una estrategia que antes era un gesto digno de encomio, hoy lo es de ataques.

Por principio de cuentas, AMLO –el de campaña– mantuvo una cercanía con las masas que antes se sentían lejanas de cualquier individuo que alcanzara renombre en la política mexicana. Recordemos que, en los ochenta, por ejemplo, los eventos del candidato “oficial” eran supervisados por el Estado Mayor presidencial y nadie podía acercarse al “futuro mandatario”. El tabasqueño rompió con ese estereotipo y, más allá de eso, permitía que el producto mediático “saliera solo”; la espontaneidad marcaba la pauta en las imágenes que su equipo ocupaba para divulgar dicha cercanía.

En el caso de Ricardo Anaya quien, por su extracción política y condición social, se mantuvo cercano a un México distinto al que ahora desea abordar, trata de retratar un entorno por todos conocido, pero “desde fuera”, como un testigo que, además de presenciar el fenómeno de la pobreza, lo comparte a través de sus spots, tratando de vender una indignación que, tal vez, antes no se ocupó en demostrar.

Con una postura que pareciera relatar un discurso de “aquí estoy, pero nomás cerquita”, el expresidente del PAN trata, pero no consigue volverse parte del ambiente, abrazarse en él y declararse parte de este. Factor que fue característico del tabasqueño en campaña y del que, ahora, no puede desligarse, aunque ya esté en el escaño que tanto buscó, pero ese no es el tema de nuestra charla de este día.

Desde la perspectiva del ciudadano común, cuando Ricardo Anaya declara “Me da coraje ver tanta pobreza”, en realidad se está regodeando en la postura de testigo, mas no en la de protagonista. Y en parte se justifica, porque el joven empresario podrá conocer de muchas cosas, menos, de lo que significa la pobreza o, por lo menos, la economía discreta y restringida con la que sobrevive la mayoría de los ciudadanos. Posteriormente y con sobrada razón, el panista sostiene que muchos padres de familia en lugar de aportar el dinero al hogar deciden comprar las cervezas de un litro para concluir la jornada laboral. ¡Tiene razón en dos cosas! ¡En primer lugar en que es un hecho real!, ¡Y, segundo, en señalarlo como un grave padecimiento social que se debería erradicar con base en la educación!

Otro detalle, además de la producción que hay detrás de cada mensaje, es el vehículo que da mucho de qué hablar. Mientras que AMLO se mostraba en carro modesto, austero y de pequeñas proporciones para lograr la identificación con la mayor parte de la ciudadanía, el tablero de la unidad de Ricardo Anaya dista mucho del automóvil que usaba el originario de Macuspana y, de refilón, de la pobreza que tanto condena y que se dirige a atestiguar.

Lo que no tomó en cuenta el equipo que está detrás del hombre, es que la mayoría de los mexicanos somos orgullosos y hasta soberbios y, por otra parte, tercos hasta ser obcecados y, cuando se nos señala un error, la crítica se convierte en agravio y se opta por cualquiera de los dos siguientes caminos: O se reta y se enfrenta al transgresor inoportuno que tuvo el desatino de dicho asomo, o se le desestima para desviar la atención de los demás hasta convertirlo en el protagonista de una versión absurda y bizarra de sí mismo, para, sin sorna, ser digno de burla.

Esto último fue lo que le ocurrió a Ricardo Anaya. Hoy, en lugar de ganarse la simpatía de los futuros votantes, está terminando por enterrar un proyecto de campaña rumbo a la presidencia en el 2024 que, de seguir así, “nacería muerto” por atreverse a señalar errores, simular indignaciones e imitar lo que antes criticó. Quizá, lo mejor para el panista es convertirse en la mejor versión de lo que ya sabemos que es: un político empresario que desea ser presidente.

Así que, cuando me dirigí con el cajero de la tienda de conveniencia traté de llevar la mayor cantidad de productos para que no me hiciera la misma burla, salí del establecimiento raudo y veloz, volteando repetidamente sobre mis hombros pues, no se me vaya a aparecer el político y me diga “Me da coraje ver tanta pobreza”. ¿Se imagina? ¡Qué vergüenza!

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”.

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.

“¡No se le vaya a aparecer Anaya!”, le gritó el encargado de la tienda de conveniencia a un hombre que acababa de comprar solo una tapa de blanquillos. Entre estrepitosas carcajadas que lo mismo provenían del comprador que del oferente, el primero de ellos apuró a contestar, “¡Afortunadamente no llevo caguamas! ¡Dicen en los comerciales que con esas sí se aparece! ¡Ya ves que le da coraje la pobreza!”

Me perdí entre los pasillos del pequeño local para elegir lo que compraría y no pude evitar recordar aquella entrega que compartimos usted y yo hace, aproximadamente, un mes, gentil amigo lector, en la que señalamos cómo el otrora candidato a la presidencia de los Estados Unidos Mexicanos por el Partido Acción Nacional había empezado una especie de campaña recorriendo los municipios del país, tal y como se lo criticó en su momento a quien ahora ocupa la representación del Poder Ejecutivo, Andrés Manuel López Obrador.

Empero, me surgió la siguiente pregunta que pongo a su consideración con sus probables respuestas:

¿Por qué, el que fuera un acto de heroísmo por el hombre originario de Macuspana, al recorrer durante tantos años el país, para ganar adeptos a su causa y simpatizantes a su movimiento, ahora se vuelve un hecho digno de escarnio, burla y condena cuando el protagonista es aquel al que se le impusiera el remoquete, a mitad de un debate? ¿Cuál es o cuáles son las razones fundamentales para que la interpretación de un mensaje, prácticamente, idéntico, fuera distinta, entre la misma sociedad? Quizá la respuesta esté en la construcción sígnica de la figura del político en turno y cómo se relaciona con otros signos en el imaginario del ciudadano común.

Antes de continuar, permítame abrir un paréntesis para recalcar que en ningún momento señalo quién es mejor político, quién posee el mejor proyecto de nación, cuál es el partido de la preferencia o por cuál deberá usted votar. Meramente, insisto, me limito a tratar de comprender por qué una estrategia que antes era un gesto digno de encomio, hoy lo es de ataques.

Por principio de cuentas, AMLO –el de campaña– mantuvo una cercanía con las masas que antes se sentían lejanas de cualquier individuo que alcanzara renombre en la política mexicana. Recordemos que, en los ochenta, por ejemplo, los eventos del candidato “oficial” eran supervisados por el Estado Mayor presidencial y nadie podía acercarse al “futuro mandatario”. El tabasqueño rompió con ese estereotipo y, más allá de eso, permitía que el producto mediático “saliera solo”; la espontaneidad marcaba la pauta en las imágenes que su equipo ocupaba para divulgar dicha cercanía.

En el caso de Ricardo Anaya quien, por su extracción política y condición social, se mantuvo cercano a un México distinto al que ahora desea abordar, trata de retratar un entorno por todos conocido, pero “desde fuera”, como un testigo que, además de presenciar el fenómeno de la pobreza, lo comparte a través de sus spots, tratando de vender una indignación que, tal vez, antes no se ocupó en demostrar.

Con una postura que pareciera relatar un discurso de “aquí estoy, pero nomás cerquita”, el expresidente del PAN trata, pero no consigue volverse parte del ambiente, abrazarse en él y declararse parte de este. Factor que fue característico del tabasqueño en campaña y del que, ahora, no puede desligarse, aunque ya esté en el escaño que tanto buscó, pero ese no es el tema de nuestra charla de este día.

Desde la perspectiva del ciudadano común, cuando Ricardo Anaya declara “Me da coraje ver tanta pobreza”, en realidad se está regodeando en la postura de testigo, mas no en la de protagonista. Y en parte se justifica, porque el joven empresario podrá conocer de muchas cosas, menos, de lo que significa la pobreza o, por lo menos, la economía discreta y restringida con la que sobrevive la mayoría de los ciudadanos. Posteriormente y con sobrada razón, el panista sostiene que muchos padres de familia en lugar de aportar el dinero al hogar deciden comprar las cervezas de un litro para concluir la jornada laboral. ¡Tiene razón en dos cosas! ¡En primer lugar en que es un hecho real!, ¡Y, segundo, en señalarlo como un grave padecimiento social que se debería erradicar con base en la educación!

Otro detalle, además de la producción que hay detrás de cada mensaje, es el vehículo que da mucho de qué hablar. Mientras que AMLO se mostraba en carro modesto, austero y de pequeñas proporciones para lograr la identificación con la mayor parte de la ciudadanía, el tablero de la unidad de Ricardo Anaya dista mucho del automóvil que usaba el originario de Macuspana y, de refilón, de la pobreza que tanto condena y que se dirige a atestiguar.

Lo que no tomó en cuenta el equipo que está detrás del hombre, es que la mayoría de los mexicanos somos orgullosos y hasta soberbios y, por otra parte, tercos hasta ser obcecados y, cuando se nos señala un error, la crítica se convierte en agravio y se opta por cualquiera de los dos siguientes caminos: O se reta y se enfrenta al transgresor inoportuno que tuvo el desatino de dicho asomo, o se le desestima para desviar la atención de los demás hasta convertirlo en el protagonista de una versión absurda y bizarra de sí mismo, para, sin sorna, ser digno de burla.

Esto último fue lo que le ocurrió a Ricardo Anaya. Hoy, en lugar de ganarse la simpatía de los futuros votantes, está terminando por enterrar un proyecto de campaña rumbo a la presidencia en el 2024 que, de seguir así, “nacería muerto” por atreverse a señalar errores, simular indignaciones e imitar lo que antes criticó. Quizá, lo mejor para el panista es convertirse en la mejor versión de lo que ya sabemos que es: un político empresario que desea ser presidente.

Así que, cuando me dirigí con el cajero de la tienda de conveniencia traté de llevar la mayor cantidad de productos para que no me hiciera la misma burla, salí del establecimiento raudo y veloz, volteando repetidamente sobre mis hombros pues, no se me vaya a aparecer el político y me diga “Me da coraje ver tanta pobreza”. ¿Se imagina? ¡Qué vergüenza!

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”.

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.