/ lunes 9 de noviembre de 2020

Con café y a media luz | Placeres ajenos

La conducta del mexicano, fundamentado en una compleja estructura de pensamiento, es sumamente interesante y, en ocasiones, casi imposible de comprender. Todos nosotros, de alguna u otra manera somos tendientes a celebrar o lamentar, según sea el caso, el triunfo o derrotas ajenos, como si fueran propios.

Cada uno de nosotros hemos aplaudido, gritado, lanzado vítores y, quizá, hasta participado en festejos improvisados en alguna plaza pública por el triunfo de un mexicano en el extranjero –siempre y cuando esté cobijado por un interés lúdico o mercadológico– o en el éxito de la campaña del candidato de nuestra preferencia.

También hacemos propio el amargo sabor de la derrota y sufrimos como nadie por el descalabro de aquel por quien sentíamos simpatía. Observamos injusticias que provocaron el fracaso, lanzamos cuestionamientos a la autoridad o a la divinidad y, después, nos apresuramos a abrigar con prendas de compasión –y hasta de lástima– al derrotado. “¡Pobrecito!”, decimos.

Es parte de nuestra forma de ser. Pieza angular de nuestros hábitos y costumbres. La médula de nuestra genética cultural; tan sensible y sobreprotectora, la cual, sin miramientos, nos permite hermanar a un desconocido en momentos de tragedia, angustia o desesperación.

¡Así somos! ¡No lo podemos evitar!

Por eso no es de sorprendernos que algunos compatriotas hayan acudido al monumento del Ángel de la Independencia a celebrar el triunfo del candidato demócrata a la presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica, John Biden o, si usted lo desea ver así, gentil amigo lector, aplaudir la derrota de quien, hasta este momento, encabeza a la nación más poderosa del mundo, Donald Trump.

Y, aunque pudieran justificarse cuestiones de carácter individual; por ejemplo que los participantes en la celebración tengan familia radicada en la Unión Americana y hayan visto afectados sus intereses por los programas contra inmigrantes, implementados por quien parece ser el próximo exinquilino de la Casa Blanca, este hecho –el de la conclusión del mandato de Trump– nos debería llevarnos a la reflexión: “¿Debemos celebrar, como nación, la llegada de Biden y la salida de Trump, a la presidencia del país de las barras y las estrellas?”

Pues como todo, salvo su mejor opinión, tiene cuestiones a favor y detalles en contra. Como siempre, “las dos caras de la moneda”.

Por principio de cuentas, considero que la política discriminatoria contra los migrantes disminuirá porque los norteamericanos ya no verán alimentado su ego malentendido con discursos racistas y xenofóbicos en los que se etiquetaba de maleantes a todos aquellos provenidos de otra nación, particularmente de la “Latinoamérica mexicana”. Perdone usted la aberración, empero, no hay que olvidar que, para Donald Trump, todo latino es, forzosamente mexicano y, por tanto, es indiscutiblemente, violador, asesino y narcotraficante. Tal vez ese sí sea motivo de festejo.

Ante esta nueva política es muy probable que seamos testigos de la obstaculización y caída del “sello” físico del mandato que está por concluir: El muro que separaría a EUA del resto del continente. Esta división de metal y concreto también ha representado “el signo” de la disolución de familias; del abandono obligado de menores nacidos en aquel territorio y padres ilegales que buscaron, en su momento, un mejor porvenir.

Tal vez observemos un cambio radical en el impulso a las energías limpias y el cuidado al medio ambiente. Recordemos que, en repetidas ocasiones, el actual mandatario de aquel país desestimó el tema del cambio climático y hasta lo señaló como una invención de los opositores al avance tecnológico. Esto conllevará a un replanteamiento de las políticas mundiales a este respecto, incluida la de México.

No todo es celebración, recordemos que, aunque hay situaciones escritas, hechos plasmados y acuerdos sustentados, en todos esos tratos, también impera la empatía y la buena voluntad de los firmantes. Para nadie es un secreto el buen entendimiento que consiguió el presidente López con su homólogo estadounidense. Por lo menos, esa amistad, la presumió el tabasqueño en diversas conferencias matutinas. Por dicha razón se consiguió un replanteamiento en el pendiente del agua con aquel país, la absorción del compromiso ante la OPEP para que México no disminuyera su producción petrolera y el crédito para la compra de ventiladores ante el avance de la pandemia de Covid-19 en nuestra sociedad. Ahora, el mandatario mexicano deberá promover el acercamiento, una vez que John Biden sea investido con las credenciales diplomáticas que los acreditan como el presidente de los Estados Unidos.

Sin embargo, y ante lo cerrado de la contienda y por los recursos que, aparentemente, está buscando interponer Trump al proceso electoral, AMLO ha manifestado públicamente su postura de no felicitar al presidente electo “por prudencia”, esto ya levantó malos comentarios entre la clase política norteamericana que, en voz del senador texano, Joaquín Castro, ya se cataloga como “un fracaso diplomático internacional” por parte del originario de Macuspana. Es importante subrayar que, para los Estados Unidos de Norteamérica, el vecino más importante y el mayor aliado fronterizo es –ha sido y será– México y, si bien es cierto que vivimos en una nación soberana, también es verdad que, en buena parte, nuestra estabilidad económica, depende de la relación con la nación del norte. No vaya a ocurrir el dicho que reza “Mal empieza la semana para el que ahorcan en lunes”.

Por lo pronto y ante cualquier vicisitud, el mandatario “seguro” por los próximos dos meses es el republicano, cuando sea oficial la transición, el tabasqueño enviará las felicitaciones correspondientes y, entonces, ya veremos si celebramos o no. Lo cierto es que, en estos momentos, nuestra nación, está viviendo una serie de cuestiones que nos deberían ocupar más que lo que ocurre en la vida de otros países, ya habrá tiempo de celebrar lo verdaderamente importante: Nuestros propios éxitos.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”.

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.



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La conducta del mexicano, fundamentado en una compleja estructura de pensamiento, es sumamente interesante y, en ocasiones, casi imposible de comprender. Todos nosotros, de alguna u otra manera somos tendientes a celebrar o lamentar, según sea el caso, el triunfo o derrotas ajenos, como si fueran propios.

Cada uno de nosotros hemos aplaudido, gritado, lanzado vítores y, quizá, hasta participado en festejos improvisados en alguna plaza pública por el triunfo de un mexicano en el extranjero –siempre y cuando esté cobijado por un interés lúdico o mercadológico– o en el éxito de la campaña del candidato de nuestra preferencia.

También hacemos propio el amargo sabor de la derrota y sufrimos como nadie por el descalabro de aquel por quien sentíamos simpatía. Observamos injusticias que provocaron el fracaso, lanzamos cuestionamientos a la autoridad o a la divinidad y, después, nos apresuramos a abrigar con prendas de compasión –y hasta de lástima– al derrotado. “¡Pobrecito!”, decimos.

Es parte de nuestra forma de ser. Pieza angular de nuestros hábitos y costumbres. La médula de nuestra genética cultural; tan sensible y sobreprotectora, la cual, sin miramientos, nos permite hermanar a un desconocido en momentos de tragedia, angustia o desesperación.

¡Así somos! ¡No lo podemos evitar!

Por eso no es de sorprendernos que algunos compatriotas hayan acudido al monumento del Ángel de la Independencia a celebrar el triunfo del candidato demócrata a la presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica, John Biden o, si usted lo desea ver así, gentil amigo lector, aplaudir la derrota de quien, hasta este momento, encabeza a la nación más poderosa del mundo, Donald Trump.

Y, aunque pudieran justificarse cuestiones de carácter individual; por ejemplo que los participantes en la celebración tengan familia radicada en la Unión Americana y hayan visto afectados sus intereses por los programas contra inmigrantes, implementados por quien parece ser el próximo exinquilino de la Casa Blanca, este hecho –el de la conclusión del mandato de Trump– nos debería llevarnos a la reflexión: “¿Debemos celebrar, como nación, la llegada de Biden y la salida de Trump, a la presidencia del país de las barras y las estrellas?”

Pues como todo, salvo su mejor opinión, tiene cuestiones a favor y detalles en contra. Como siempre, “las dos caras de la moneda”.

Por principio de cuentas, considero que la política discriminatoria contra los migrantes disminuirá porque los norteamericanos ya no verán alimentado su ego malentendido con discursos racistas y xenofóbicos en los que se etiquetaba de maleantes a todos aquellos provenidos de otra nación, particularmente de la “Latinoamérica mexicana”. Perdone usted la aberración, empero, no hay que olvidar que, para Donald Trump, todo latino es, forzosamente mexicano y, por tanto, es indiscutiblemente, violador, asesino y narcotraficante. Tal vez ese sí sea motivo de festejo.

Ante esta nueva política es muy probable que seamos testigos de la obstaculización y caída del “sello” físico del mandato que está por concluir: El muro que separaría a EUA del resto del continente. Esta división de metal y concreto también ha representado “el signo” de la disolución de familias; del abandono obligado de menores nacidos en aquel territorio y padres ilegales que buscaron, en su momento, un mejor porvenir.

Tal vez observemos un cambio radical en el impulso a las energías limpias y el cuidado al medio ambiente. Recordemos que, en repetidas ocasiones, el actual mandatario de aquel país desestimó el tema del cambio climático y hasta lo señaló como una invención de los opositores al avance tecnológico. Esto conllevará a un replanteamiento de las políticas mundiales a este respecto, incluida la de México.

No todo es celebración, recordemos que, aunque hay situaciones escritas, hechos plasmados y acuerdos sustentados, en todos esos tratos, también impera la empatía y la buena voluntad de los firmantes. Para nadie es un secreto el buen entendimiento que consiguió el presidente López con su homólogo estadounidense. Por lo menos, esa amistad, la presumió el tabasqueño en diversas conferencias matutinas. Por dicha razón se consiguió un replanteamiento en el pendiente del agua con aquel país, la absorción del compromiso ante la OPEP para que México no disminuyera su producción petrolera y el crédito para la compra de ventiladores ante el avance de la pandemia de Covid-19 en nuestra sociedad. Ahora, el mandatario mexicano deberá promover el acercamiento, una vez que John Biden sea investido con las credenciales diplomáticas que los acreditan como el presidente de los Estados Unidos.

Sin embargo, y ante lo cerrado de la contienda y por los recursos que, aparentemente, está buscando interponer Trump al proceso electoral, AMLO ha manifestado públicamente su postura de no felicitar al presidente electo “por prudencia”, esto ya levantó malos comentarios entre la clase política norteamericana que, en voz del senador texano, Joaquín Castro, ya se cataloga como “un fracaso diplomático internacional” por parte del originario de Macuspana. Es importante subrayar que, para los Estados Unidos de Norteamérica, el vecino más importante y el mayor aliado fronterizo es –ha sido y será– México y, si bien es cierto que vivimos en una nación soberana, también es verdad que, en buena parte, nuestra estabilidad económica, depende de la relación con la nación del norte. No vaya a ocurrir el dicho que reza “Mal empieza la semana para el que ahorcan en lunes”.

Por lo pronto y ante cualquier vicisitud, el mandatario “seguro” por los próximos dos meses es el republicano, cuando sea oficial la transición, el tabasqueño enviará las felicitaciones correspondientes y, entonces, ya veremos si celebramos o no. Lo cierto es que, en estos momentos, nuestra nación, está viviendo una serie de cuestiones que nos deberían ocupar más que lo que ocurre en la vida de otros países, ya habrá tiempo de celebrar lo verdaderamente importante: Nuestros propios éxitos.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”.

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.



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