/ domingo 20 de marzo de 2022

De regreso a lo esencial

Si usted todavía piensa que lo esencial es invisible para los ojos y solo se ve con el corazón, según dice el poeta, permítame decirle que la vida le ha sido benevolente al permitirle verla de esa manera. Porque muchos no han querido o no han podido hacerlo.

Si es de los que todavía creen que la amistad es un don, el amor un privilegio y el afecto sincero una aspiración inscrita en el alma humana, quiero decirle que Dios ha sido generoso con usted, ya que le ha permitido disfrutar de todo eso. Muchos no lo hacen y prefieren negar la posibilidad de que en verdad existan.

Porque, usted lo sabe bien, muchas veces el hombre engreído, vanidoso y soberbio en su pequeñez, cree que solo es importante lo que puede tocar, lo que le deja utilidad o lo que le adula, y que los negocios del corazón son solo malos negocios.

Pero si legítimamente quiere acceder al progreso, a lo que por derecho propio puede aspirar, debe estar consciente de que eso es válido siempre y cuando se permita seguir disfrutando del atardecer, la llovizna temprana y de contemplar las estrellas. Y si lo logra quiero felicitarlo porque en su corazón todavía hay un lugar para la esperanza.

Por desgracia no todos los seres humanos piensan así. Muchos ansían tan solo poder accesar la tecnología, la más brillante y avanzada que sea posible, para no ser considerados obsoletos, pero no se preocupan si con ello se deshumanizan y se convierten en robots sin sentimientos o si su uso les hace mezquinos y distantes de lo que realmente vale, especialmente de quienes deberían estar cerca.

Pero por fortuna muchos otros han encontrado, en medio de tanto y deslumbrador descubrimiento científico y tecnológico, el equilibrio preciso entre la indudable importancia que a eso le deben dar, y el uso de su libertad para elegir lo que de ello les enriquece y dejar a un lado lo que les envilece. Y no han convertido en fines lo que solo deben ser medios, en busca de un perfeccionamiento integral.

Tal vez por eso no hemos logrado aún obtener lo que cabría esperar con tanto avance postmoderno. Ahora hacemos videojuegos para los niños, que son preludios de una destrucción futura concebida por la mente del poderoso, y no para su simple diversión. Ahora privilegiamos la razón de la fuerza y no la fuerza de la razón, resultado lógico de una competencia que se exacerba. Nos importan muy poco los ecosistemas, o la sed de justicia, o la plática con los amigos. Y hemos alejado a Dios de nuestras vidas, declarándolo inútil e innecesario, para colocar a otros dioses menores en su lugar.

Si usted, sin embargo, aún es de los que creen que el progreso no tiene porque dañar el esplendor de los bosques, o los mantos acuíferos, o destruir la suntuosidad de los reinos y la maravilla exacta que las estaciones son, entonces merece como dice el Libro Santo, poseer la tierra. Pero si en lugar de todo eso enseña a un niño cómo volar un edificio en lugar de una cometa; si daña impunemente su inocencia por un deseo perverso; olvida la necesidad del pobre y del anciano buscando tan solo su satisfacción personal y egoísta, entonces quiero decirle que una sociedad así, no prevalecerá.

Si no reconoce el valor de las personas, la importancia de servir a los demás, la urgencia de conservar nuestros cielos azules, los ríos limpios y las especies en su gloriosa cadena de vida, ha condenado a este maravilloso punto azul que nuestro planeta es en el universo, a convertirse tan solo en el oscuro pixel que como recuerdo cruel dejará entre nosotros un día el odio y la ambición de algunos, que no supieron reconocer el sentido y la dignidad que existe en todo lo que nos rodea. Y usted y yo lo estamos viendo ante el peligro de una grave conflagración mundial.

Pero afortunadamente aún hay quien disfruta de los lazos de la amistad, reconoce la permanencia de la familia y la singular fortaleza del amor. Aún existe quien se aferra a reconocer la maravilla de la compasión que se encierra en el corazón humano, bendice la posibilidad del afecto y no aprecia tan solo la superficialidad del trato que busca resultados. Aún hay quien disfruta de la brisa vespertina, la belleza de la flor y el esplendor en la hierba, y da gracias a Dios porque todavía le permite platicar con Él. Que todavía hay gobernantes honestos, maestros que educan y no solo instruyen, padres que enfrentan su responsabilidad con alegría a pesar de los desafíos modernos, políticos que realmente sirven y no solo se promocionan con mentiras, y sobre todo, personas que construyen y gente que sigue siendo la más aquilitada esencia de este universo.

Luchar por lo auténticamente valioso nos hará usar los talentos que un día recibimos, junto con la decisión de hacer de este nuestro mundo un mejor lugar para vivir. Porque paradógicamente es solo así que podremos poseer en verdad la tierra, regalo temporal que recibimos como herencia solo para su resguardo, y no para su destrucción.

“Lo más compatible

con la naturaleza humana,

es lo verdadero y lo simple…”

Cicerón

Si usted todavía piensa que lo esencial es invisible para los ojos y solo se ve con el corazón, según dice el poeta, permítame decirle que la vida le ha sido benevolente al permitirle verla de esa manera. Porque muchos no han querido o no han podido hacerlo.

Si es de los que todavía creen que la amistad es un don, el amor un privilegio y el afecto sincero una aspiración inscrita en el alma humana, quiero decirle que Dios ha sido generoso con usted, ya que le ha permitido disfrutar de todo eso. Muchos no lo hacen y prefieren negar la posibilidad de que en verdad existan.

Porque, usted lo sabe bien, muchas veces el hombre engreído, vanidoso y soberbio en su pequeñez, cree que solo es importante lo que puede tocar, lo que le deja utilidad o lo que le adula, y que los negocios del corazón son solo malos negocios.

Pero si legítimamente quiere acceder al progreso, a lo que por derecho propio puede aspirar, debe estar consciente de que eso es válido siempre y cuando se permita seguir disfrutando del atardecer, la llovizna temprana y de contemplar las estrellas. Y si lo logra quiero felicitarlo porque en su corazón todavía hay un lugar para la esperanza.

Por desgracia no todos los seres humanos piensan así. Muchos ansían tan solo poder accesar la tecnología, la más brillante y avanzada que sea posible, para no ser considerados obsoletos, pero no se preocupan si con ello se deshumanizan y se convierten en robots sin sentimientos o si su uso les hace mezquinos y distantes de lo que realmente vale, especialmente de quienes deberían estar cerca.

Pero por fortuna muchos otros han encontrado, en medio de tanto y deslumbrador descubrimiento científico y tecnológico, el equilibrio preciso entre la indudable importancia que a eso le deben dar, y el uso de su libertad para elegir lo que de ello les enriquece y dejar a un lado lo que les envilece. Y no han convertido en fines lo que solo deben ser medios, en busca de un perfeccionamiento integral.

Tal vez por eso no hemos logrado aún obtener lo que cabría esperar con tanto avance postmoderno. Ahora hacemos videojuegos para los niños, que son preludios de una destrucción futura concebida por la mente del poderoso, y no para su simple diversión. Ahora privilegiamos la razón de la fuerza y no la fuerza de la razón, resultado lógico de una competencia que se exacerba. Nos importan muy poco los ecosistemas, o la sed de justicia, o la plática con los amigos. Y hemos alejado a Dios de nuestras vidas, declarándolo inútil e innecesario, para colocar a otros dioses menores en su lugar.

Si usted, sin embargo, aún es de los que creen que el progreso no tiene porque dañar el esplendor de los bosques, o los mantos acuíferos, o destruir la suntuosidad de los reinos y la maravilla exacta que las estaciones son, entonces merece como dice el Libro Santo, poseer la tierra. Pero si en lugar de todo eso enseña a un niño cómo volar un edificio en lugar de una cometa; si daña impunemente su inocencia por un deseo perverso; olvida la necesidad del pobre y del anciano buscando tan solo su satisfacción personal y egoísta, entonces quiero decirle que una sociedad así, no prevalecerá.

Si no reconoce el valor de las personas, la importancia de servir a los demás, la urgencia de conservar nuestros cielos azules, los ríos limpios y las especies en su gloriosa cadena de vida, ha condenado a este maravilloso punto azul que nuestro planeta es en el universo, a convertirse tan solo en el oscuro pixel que como recuerdo cruel dejará entre nosotros un día el odio y la ambición de algunos, que no supieron reconocer el sentido y la dignidad que existe en todo lo que nos rodea. Y usted y yo lo estamos viendo ante el peligro de una grave conflagración mundial.

Pero afortunadamente aún hay quien disfruta de los lazos de la amistad, reconoce la permanencia de la familia y la singular fortaleza del amor. Aún existe quien se aferra a reconocer la maravilla de la compasión que se encierra en el corazón humano, bendice la posibilidad del afecto y no aprecia tan solo la superficialidad del trato que busca resultados. Aún hay quien disfruta de la brisa vespertina, la belleza de la flor y el esplendor en la hierba, y da gracias a Dios porque todavía le permite platicar con Él. Que todavía hay gobernantes honestos, maestros que educan y no solo instruyen, padres que enfrentan su responsabilidad con alegría a pesar de los desafíos modernos, políticos que realmente sirven y no solo se promocionan con mentiras, y sobre todo, personas que construyen y gente que sigue siendo la más aquilitada esencia de este universo.

Luchar por lo auténticamente valioso nos hará usar los talentos que un día recibimos, junto con la decisión de hacer de este nuestro mundo un mejor lugar para vivir. Porque paradógicamente es solo así que podremos poseer en verdad la tierra, regalo temporal que recibimos como herencia solo para su resguardo, y no para su destrucción.

“Lo más compatible

con la naturaleza humana,

es lo verdadero y lo simple…”

Cicerón