/ lunes 11 de septiembre de 2023

Desde el faro | Buenos modales

Constantemente la sociedad va encaminada hacia un mundo en el que la interacción ha sido y se convierte cada vez más en algo de suma importancia, gracias a esto se consiguen grandes logros, como un trabajo, una buena recomendación y por qué no, hasta una muy buena amistad.

La etiqueta y el protocolo son fundamentales en nuestra vida cotidiana, desde un saludo, una cena social, o una reunión de trabajo, nos ayuda en la formación de la persona, tanto profesional como personalmente.

¿Pero qué pasa cuando no se tiene ni la más mínima noción de lo que es etiqueta, protocolo o educación social? Como por ejemplo cuando eres invitado a un festejo, celebración o evento. En estas actividades se maneja una logística importante, trabajo de personal dedicado a ello y no se diga el financiamiento para el bien llevar del evento. Todo suma para poder atender a los invitados que tienen un costo individual.

El ejemplo clásico es cuando se está organizando una boda o una fiesta de quince años, los organizadores o anfitriones preparan su lista de invitados con meses de anticipación por importancia o compromiso. De ahí hay que presupuestar, los gastos de organizadores de eventos, salón, comida, bebidas, música, adornos, show, decoración, recuerditos, etcétera. Independientemente de cuánto cuesta cada invitado por evento, hay un compromiso de asistir, porque pensaron en ti, tal vez descartaron a un familiar o algún otro amigo para darte preferencia y que compartas ese día tan importante con ellos, aparte que representas un costo. Generalmente dejan de invitar a unos para que asistan otros. Llegado el día, decides no asistir, por enfermedad, por un imprevisto o porque simplemente, ¡no te dio la refregada gana! ¿Qué haces en ese caso? Llamas para disculparte, envías un presente con una disculpa, consignas un representante o de plano te importa un reverendo cacahuate y no haces ningún acto protocolario y de buen decir como lo indicaría el famosísimo “Manual de Carreño”.

Tristemente en esta sociedad desvaloramos el trabajo de los demás, pocas veces honramos nuestra palabra empeñada, haciéndonos los desentendidos y como si nada pasara.

Y qué pretendemos después, que te sigan invitando, que te sigan sirviendo, que te sigan atendiendo o que continúen siendo atentos con nosotros.

Con ello vamos fomentando el poco aprecio a los cánones establecidos de la buena educación y mínimo respeto al prójimo.

¿Cuánto tiempo nos cuesta hacer una llamada para ofrecer una disculpa a tiempo?

¿Cómo subsanas el quedar mal en algo que te comprometiste?

¿Tenemos el hábito de agradecer por cada muestra de atención, favor o servicio que nos brindan?

¿Cómo lo llamaría usted estimado y fino lector, EDUCACIÓN, PROTOCOLO O VALEMADRISMO?

Nos leemos el próximo lunes DESDE EL FARO

Constantemente la sociedad va encaminada hacia un mundo en el que la interacción ha sido y se convierte cada vez más en algo de suma importancia, gracias a esto se consiguen grandes logros, como un trabajo, una buena recomendación y por qué no, hasta una muy buena amistad.

La etiqueta y el protocolo son fundamentales en nuestra vida cotidiana, desde un saludo, una cena social, o una reunión de trabajo, nos ayuda en la formación de la persona, tanto profesional como personalmente.

¿Pero qué pasa cuando no se tiene ni la más mínima noción de lo que es etiqueta, protocolo o educación social? Como por ejemplo cuando eres invitado a un festejo, celebración o evento. En estas actividades se maneja una logística importante, trabajo de personal dedicado a ello y no se diga el financiamiento para el bien llevar del evento. Todo suma para poder atender a los invitados que tienen un costo individual.

El ejemplo clásico es cuando se está organizando una boda o una fiesta de quince años, los organizadores o anfitriones preparan su lista de invitados con meses de anticipación por importancia o compromiso. De ahí hay que presupuestar, los gastos de organizadores de eventos, salón, comida, bebidas, música, adornos, show, decoración, recuerditos, etcétera. Independientemente de cuánto cuesta cada invitado por evento, hay un compromiso de asistir, porque pensaron en ti, tal vez descartaron a un familiar o algún otro amigo para darte preferencia y que compartas ese día tan importante con ellos, aparte que representas un costo. Generalmente dejan de invitar a unos para que asistan otros. Llegado el día, decides no asistir, por enfermedad, por un imprevisto o porque simplemente, ¡no te dio la refregada gana! ¿Qué haces en ese caso? Llamas para disculparte, envías un presente con una disculpa, consignas un representante o de plano te importa un reverendo cacahuate y no haces ningún acto protocolario y de buen decir como lo indicaría el famosísimo “Manual de Carreño”.

Tristemente en esta sociedad desvaloramos el trabajo de los demás, pocas veces honramos nuestra palabra empeñada, haciéndonos los desentendidos y como si nada pasara.

Y qué pretendemos después, que te sigan invitando, que te sigan sirviendo, que te sigan atendiendo o que continúen siendo atentos con nosotros.

Con ello vamos fomentando el poco aprecio a los cánones establecidos de la buena educación y mínimo respeto al prójimo.

¿Cuánto tiempo nos cuesta hacer una llamada para ofrecer una disculpa a tiempo?

¿Cómo subsanas el quedar mal en algo que te comprometiste?

¿Tenemos el hábito de agradecer por cada muestra de atención, favor o servicio que nos brindan?

¿Cómo lo llamaría usted estimado y fino lector, EDUCACIÓN, PROTOCOLO O VALEMADRISMO?

Nos leemos el próximo lunes DESDE EL FARO