/ lunes 14 de septiembre de 2020

Desde El Faro | Cuando fuimos niños… simplemente niños y no pequeños emperadores

Con la nueva normalidad y reflexionando, encontré este escrito que creo viene muy de acuerdo a lo que estamos viviendo.

En la vida, ¿nos hubiéramos imaginado ver a los infantes tomar clases desde su casa?, pegados al televisor o una computadora.

En los años 70, fui una niña que asistió a la primaria, las clases iniciaban el primer lunes de septiembre y terminaban la última semana de junio. Teníamos dos periodos feriado, uno para Semana Santa, el otro en invierno y dos largos meses de vacaciones en verano, (mi abuela Carmen, decía cuando alguien era mentiroso o rollero, “es más largo que el mes de agosto”).

Las Fiestas Patrias se celebraban el mismo día y si era sábado o domingo, se celebraban el viernes anterior. Ensayábamos con mucha alegría. Los maestros no se enfermaban. No recuerdo que algún maestro o maestra faltaran tres o cuatro días seguidos, y si así ocurría, nos dividían en grupos con los maestros de los otros salones.

Si el maestro te regañaba, no te convenía decir nada en tu casa, porque seguro te volvían a regañar y aparte te daban otro castigo más grande. La lluvia no impedía faltar a la escuela, porque era como tu segunda casa, siempre daban ganas de ir.

Al maestro se le respetaba. Era como si te hablaran tus propios padres. Durante el recreo los maestros desayunaban en la dirección y no nos andaban cuidando en el patio, porque sabíamos qué podíamos hacer y qué no (nos enseñaron a ser responsables); pasaba más allá de una rodada, un raspón jugando en la cancha, en el teatro, y no ocurría nada, solo nos sacudíamos y seguíamos jugando. Sin olvidar las Brigadas del Recreo. Era un honor llegar temprano llevar y traer el libro de registro, ir a buscar gises o el mapa mundial a la dirección, tomar la asistencia o tocar la campana o la chicharra, haciendo eso NOS SENTÍAMOS IMPORTANTES. Nos turnábamos para borrar el pizarrón, barrer el salón y sacudir los borradores, limpiar las ventanas; lo hacíamos como un juego y nuestros padres no se quejaban ante derechos humanos, ¡porque eso nos enseñaron, a ser cumplidos y responsables!

Cuando festejaban los cumpleaños, nos hacían pasar al frente y todos los compañeros nos cantaban las mañanitas.

¡Qué alegría enorme era contarle a mamá, me eligieron abanderada! O fui seleccionada para recitar o bailar en el Festival de la escuela, Jugábamos a la cuerda, al tumbaburros, al bebeleche, el avión, la reata, el resorte.

Tomábamos distancia en la fila antes de entrar al salón, nos enseñaban que Hidalgo, Morelos y Allende hicieron grande a la patria y que Colón descubrió América buscando las Indias. ¡No sé cuándo los próceres pasaron a ser genocidas!, ¡No sé cuándo los maestros comenzaron a enfermar para necesitar suplente y la suplente otra suplente!

¿Desde cuándo los padres y abuelos golpean a los maestros; o desde cuándo los mismos alumnos sacan su furia contra ellos? ¿Cuándo fue que revisar una cabeza pasó de ser un acto de salubridad a un acto de discriminación? ¿Cuándo un acto patrio se convirtió solo en un día feriado? ¿cuándo se perdió la escuela como institución? ¿cuándo se perdieron los valores, el respeto, y dejaron de ver los maestros como ejecutores de enseñanza, valores y disciplina?

Y dicen que eso es el progreso y elevar la calidad educativa, ¡perdón, señores, pero esto no es lo que a mí me enseñaron!

Tengo los mejores recuerdos y no sufrí secuelas ni traumas psicológicos.

Fui de la generación del por favor y gracias. Fui alumna de la Escuela “Refinería” Artículo 123 de Ciudad Madero y tú, ¿y usted a qué escuela fue?