/ viernes 29 de noviembre de 2019

El Tampico de ayer

Cayó en mis manos los relatos denominados “El Tampico Aquel” escritos por la Sra. María Antonia Alanís de Salazar, madre del querido amigo Héctor.

Entre los relatos dejados por esta gran escritora la Sra. Salazar voy a publicar uno relativo a la calle Rivera, que es parte o deberá ser parte de la remodelación que se hizo en la parte de la Plaza de la Libertad conocida como los mercados y que abarca el edificio de la Aduana, de La Luz, la estación de ferrocarril, el Correo.

Según relata la Sra. María Antonia, la calle Rivera era una de las más importantes de Tampico a principios de siglo, sumamente transitada, corría paralela al río Tamesí, podría decirse seguía su curso, bordeándolo desde el piojo hasta encontrarse con el río Pánuco.

Siempre bulliciosa y alegre sobre ella corría el tranvía de mulas, que iba del mercado al cascajal, iba y venía desde la madrugada, pasando por la falda del barranco de los alemanes por las vecindades de Don Victoriano Ramos y de doña Mariquita y por la de don Valentín, todos ellos conocidos renteros riquitos de aquella época.

Pasaba también por los puentes de la Ladrillera, Amargura y el Águila, en ese tranvía de pueblo el conductor y el boletero eran los Casanovas con ruedas, había muchas muchachas guapas que se subían al tranvía con sus largas faldas crujientes de almidón.

En la noche había que ver, esa calle, ¡qué espectáculo!, el alumbrado de luz incandescente como se le llamaba a los foquitos que en cada esquina trataban de “brillar”, eso sí, en cada cruce el sereno, aquellos gendarmes de entonces hombres rudos, sencillos, honrados y valientes, en quienes confiaban los tampiqueños (igual que ahora), velaban toda la noche con sus capotes azules, la gendarmería de ese tiempo era de a pie y a caballo, al llegar los calores la calle Rivera sufría una transformación, los vecinos sacaban sus sillones a la banqueta para aspirar la perfumada brisa, las señoras sacaban sus grandes abanicos para espantarse los moscos, conversaban, conversaban y conversaban hasta entrada la noche, mientras los chiquillos jugaban a media calle.

¡Qué recuerdos!, que profundo se aferran al corazón dice doña Antonia, se sienten vivos cuando se hace uno viejo, ay la calle Rivera qué famosa era.

Cayó en mis manos los relatos denominados “El Tampico Aquel” escritos por la Sra. María Antonia Alanís de Salazar, madre del querido amigo Héctor.

Entre los relatos dejados por esta gran escritora la Sra. Salazar voy a publicar uno relativo a la calle Rivera, que es parte o deberá ser parte de la remodelación que se hizo en la parte de la Plaza de la Libertad conocida como los mercados y que abarca el edificio de la Aduana, de La Luz, la estación de ferrocarril, el Correo.

Según relata la Sra. María Antonia, la calle Rivera era una de las más importantes de Tampico a principios de siglo, sumamente transitada, corría paralela al río Tamesí, podría decirse seguía su curso, bordeándolo desde el piojo hasta encontrarse con el río Pánuco.

Siempre bulliciosa y alegre sobre ella corría el tranvía de mulas, que iba del mercado al cascajal, iba y venía desde la madrugada, pasando por la falda del barranco de los alemanes por las vecindades de Don Victoriano Ramos y de doña Mariquita y por la de don Valentín, todos ellos conocidos renteros riquitos de aquella época.

Pasaba también por los puentes de la Ladrillera, Amargura y el Águila, en ese tranvía de pueblo el conductor y el boletero eran los Casanovas con ruedas, había muchas muchachas guapas que se subían al tranvía con sus largas faldas crujientes de almidón.

En la noche había que ver, esa calle, ¡qué espectáculo!, el alumbrado de luz incandescente como se le llamaba a los foquitos que en cada esquina trataban de “brillar”, eso sí, en cada cruce el sereno, aquellos gendarmes de entonces hombres rudos, sencillos, honrados y valientes, en quienes confiaban los tampiqueños (igual que ahora), velaban toda la noche con sus capotes azules, la gendarmería de ese tiempo era de a pie y a caballo, al llegar los calores la calle Rivera sufría una transformación, los vecinos sacaban sus sillones a la banqueta para aspirar la perfumada brisa, las señoras sacaban sus grandes abanicos para espantarse los moscos, conversaban, conversaban y conversaban hasta entrada la noche, mientras los chiquillos jugaban a media calle.

¡Qué recuerdos!, que profundo se aferran al corazón dice doña Antonia, se sienten vivos cuando se hace uno viejo, ay la calle Rivera qué famosa era.