/ domingo 26 de mayo de 2019

Los parámetros del éxito

…Si una vida late por mi causa; si tendí la mano a quien lo necesitó; si alguien me recuerda, aunque ya no esté, entonces tuve éxito…

E. Dickinson

El éxito no siempre tiene que ver con lo que mucha gente de ordinario se imagina.

No se debe a los títulos que tienes, de nobleza o académicos, a la sangre heredada o a la universidad donde estudiaste.

No se trata de si eres jefe o subordinado; si escalaste la última posición en la empresa donde laboras, o si estás en la ignorada base de la misma.

No tiene que ver con el poder que ejerces, político o económico; si eres un buen ejecutivo o si sales en las páginas de los periódicos y los reflectores te siguen cuando hablas.

No se debe a la tecnología que empleas, por brillante y sofisticada que sea, si usas Internet, Twitter o Instagram y el Smartphone de última generación.

No se debe a la ropa que usas; los clubes a los que perteneces y si después de tu nombre pones siglas deslumbrantes que pretenden definir tu estatus para el espejo social.

Se debe más bien a cuánta gente te sonríe; cuánta gente te respeta y admira con sinceridad la sencillez de tu espíritu.

Se trata de si te ignoran o te recuerdan cuando te vas.

De a cuántas personas ayudas; si evitas dañar a quienes te rodean y si guardas o no rencor en tu corazón hacia tu prójimo.

Se trata de si en tus triunfos incluiste siempre tus sueños. Si fincaste tu éxito en la desdicha ajena y si tus logros no hieren a tus semejantes.

Es acerca de si fuiste solidario con los demás; de tu falsa presunción de que vales más porque mandas a otros y de tu respeto para con la naturaleza y para el que no piensa como tú.

Es sobre si usaste tu cabeza tanto como tu corazón; si fuiste egoísta o generoso y buscaste cómo ayudar al pobre y el discapacitado; y si fuiste sensible con los niños y los ancianos.

Es acerca de tu bondad; tu saber escuchar; tu deseo de servir y no hacer juicios de valor sobre los demás.

No es acerca de cuántos te siguen, sino cuántos realmente te aman; de a cuántos das órdenes, sino cuántos te creen, de si eres feliz o finges estarlo para no complicarte la vida.

Se trata del equilibrio, de la justicia, del bien ser que conduce al bienestar y al bien tener.

Se trata de tu conciencia tranquila, tu dignidad invicta y tu deseo de ser más, no de tener más.

Porque si así no fuera, sin duda tendríamos que pensar en un grave error en los diseños de Dios.

En lugar de la ley del amor debía haber puesto la ley del más astuto, del narcisista y poderoso.

En lugar de imitar a Teresa de Calcuta y a Rigoberta Menchú habría que alabar a Hitler y a Stalin. Y en lugar de asilos debería de haber holocaustos.

Pero, a pesar de todo, debemos pensar que el mundo tiene todavía redención.

Mientras allá sueños, ilusiones, almas generosas y románticos incurables. Personas que imaginan un mundo más allá de unos cuantos indicadores engañosos y oscuros de un pseudo-éxito perecedero y efímero.

Y mientras creamos que el verdadero éxito pertenece al hombre que hace las cosas y no a las cosas que hace el hombre.

…Si una vida late por mi causa; si tendí la mano a quien lo necesitó; si alguien me recuerda, aunque ya no esté, entonces tuve éxito…

E. Dickinson

El éxito no siempre tiene que ver con lo que mucha gente de ordinario se imagina.

No se debe a los títulos que tienes, de nobleza o académicos, a la sangre heredada o a la universidad donde estudiaste.

No se trata de si eres jefe o subordinado; si escalaste la última posición en la empresa donde laboras, o si estás en la ignorada base de la misma.

No tiene que ver con el poder que ejerces, político o económico; si eres un buen ejecutivo o si sales en las páginas de los periódicos y los reflectores te siguen cuando hablas.

No se debe a la tecnología que empleas, por brillante y sofisticada que sea, si usas Internet, Twitter o Instagram y el Smartphone de última generación.

No se debe a la ropa que usas; los clubes a los que perteneces y si después de tu nombre pones siglas deslumbrantes que pretenden definir tu estatus para el espejo social.

Se debe más bien a cuánta gente te sonríe; cuánta gente te respeta y admira con sinceridad la sencillez de tu espíritu.

Se trata de si te ignoran o te recuerdan cuando te vas.

De a cuántas personas ayudas; si evitas dañar a quienes te rodean y si guardas o no rencor en tu corazón hacia tu prójimo.

Se trata de si en tus triunfos incluiste siempre tus sueños. Si fincaste tu éxito en la desdicha ajena y si tus logros no hieren a tus semejantes.

Es acerca de si fuiste solidario con los demás; de tu falsa presunción de que vales más porque mandas a otros y de tu respeto para con la naturaleza y para el que no piensa como tú.

Es sobre si usaste tu cabeza tanto como tu corazón; si fuiste egoísta o generoso y buscaste cómo ayudar al pobre y el discapacitado; y si fuiste sensible con los niños y los ancianos.

Es acerca de tu bondad; tu saber escuchar; tu deseo de servir y no hacer juicios de valor sobre los demás.

No es acerca de cuántos te siguen, sino cuántos realmente te aman; de a cuántos das órdenes, sino cuántos te creen, de si eres feliz o finges estarlo para no complicarte la vida.

Se trata del equilibrio, de la justicia, del bien ser que conduce al bienestar y al bien tener.

Se trata de tu conciencia tranquila, tu dignidad invicta y tu deseo de ser más, no de tener más.

Porque si así no fuera, sin duda tendríamos que pensar en un grave error en los diseños de Dios.

En lugar de la ley del amor debía haber puesto la ley del más astuto, del narcisista y poderoso.

En lugar de imitar a Teresa de Calcuta y a Rigoberta Menchú habría que alabar a Hitler y a Stalin. Y en lugar de asilos debería de haber holocaustos.

Pero, a pesar de todo, debemos pensar que el mundo tiene todavía redención.

Mientras allá sueños, ilusiones, almas generosas y románticos incurables. Personas que imaginan un mundo más allá de unos cuantos indicadores engañosos y oscuros de un pseudo-éxito perecedero y efímero.

Y mientras creamos que el verdadero éxito pertenece al hombre que hace las cosas y no a las cosas que hace el hombre.