Para: Yael y Diego
Con mi familia llegamos a habitar la colonia Jardín 20 de Noviembre hace cerca de 30 años. La reunión dominical la realizábamos en la iglesia de la Santa Cruz, en la colonia vecina Unidad Nacional, donde oficiaba misa el padre Sardinas, por varios años así fue, dado a que era cercana a nuestro domicilio. Al poco tiempo, cambiamos a la de Cristo Resucitado, aún más próxima a la casa.
Cuando escuché que la iglesia se había derrumbado, al momento, mi primer impulso fue salir a prestar ayuda, no me preguntaba cómo, simplemente había que trasladarme al lugar de los hechos, y lo hice, acompañada de mis dos jóvenes nietos con quienes estaba a punto de comer. Ellos con urgencia habían allegado instrumentos de trabajo propios para lo que se estaba enfrentando.
Ubicamos la magnitud de lo que sucedía al escuchar las sirenas. Ambulancias de la Cruz Roja, bomberos, Secretaría de la Defensa Nacional, de Protección Civil, Policía Municipal, recorrían el Boulevard López Mateos de sur a norte. Algo impactante sucedía, no es común que por esa avenida se alterara el orden vial a la velocidad que corría el transporte de auxilio.
NUNCA UN ACONTECIMIENTO ASÍ
Cuando llegamos al lugar, por la calle Oaxaca, en camilla trasladaban a una mujer que mostraba señales de haber sido rescatada. Ya frente a la iglesia de la Santa Cruz era un caos, voces de voluntarios ordenaban acciones de variada índole. ¡Era lógico! La ciudad que yo recuerde no había tenido un suceso de tal naturaleza. ¡El destino nos mostraba lo vulnerable que es el ser humano!
En el lugar, personal de la Guardia Nacional junto con autoridades de los tres niveles de gobierno habían establecido un cerco perimetral en la zona que ocupaba el recinto religioso, con el fin de facilitar la entrada y salida de unidades de emergencia.
Toda la gente reunida y los que iban apareciendo, dibujaban en sus rostros indignación, incredulidad, asombro, sin embargo, denotaban signos, deseos de unirse a la recuperación de vidas. Pero, en el exterior hacían falta las órdenes de los expertos. Así que, por grupos empezaron a actuar por sentido común, derribar la cerca y sacar de tajo las plantas ornamentales para que se facilitara el trabajo de los camilleros. Armar cadenas humanas para impedir el paso de uno que otro curioso, así como cargar con las cubetas de escombros que iban sacando. Otros, entre el cemento, retiraban ventanas. Unos más recibían las herramientas y las entregaban donde precisaban.
La losa había caído sobre los cuerpos humanos, adultos y niños. Hombres y mujeres, cada uno con una historia de vida, vidas que un minuto fue suficiente para alterar los sueños presentes y futuros. La vida ya no tuvo sentido, la hoja final de algunos calendarios fue arrancada intempestivamente.
VOCES DE AUXILIO Y LLANTO
Para quienes estábamos en la calle de frente a la iglesia, sólo alcanzábamos a escuchar los requerimientos que tenían los rescatistas oficiales tratando de recobrar los cuerpos entre el techo caído. Sin embargo, decían, había voces, había llanto, desde adentro entre los escombros. Era constante la señal de silencio, primero a gritos y después el brazo levantado con el puño cerrado. No había que explicar, lo aprendimos a través de la televisión con los sismos sucedidos en el D.F. hoy Ciudad de México.
Personas de la tercera edad avocadas a lo que podían hacer. Un remanso, la oración. Señores rezaban junto a personas ilesas o que habían llegado con la lógica desesperación. Y hasta los niños estaban ahí, ofreciendo agua. El pueblo presente entrelazado en medio del dolor. Conforme pasaron las horas, la faena iba tornándose cada vez más organizada y bajo la directriz de los conocedores. Hasta el momento 12 fallecidos. Y 60 heridos, algunos han ido recuperándose. Es el resultado de ese día, Día del Arquitecto. ¡Vaya fecha de celebración!
Habrá que deslindar responsabilidades, la negligencia, el descuido, la dejadez, no pueden continuar surcando caminos en un país que está en la lucha de un cambio. Que se realice un estudio, una apegada investigación. La ciudadanía estoy segura estaremos a la espera, vigilantes de los pormenores. En memoria de quienes nunca creyeron morir en un día de fiesta, metafóricamente en una ceremonia religiosa que representa, un encuentro con Dios. Para todos ellos, QEPD.
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