/ domingo 15 de agosto de 2021

Paradojas

“…Sufrimos por lo poco que nos falta y no disfrutamos lo mucho que tenemos…”, William Shakespeare.

A veces la vida suele presentarse como insensible e inercial portadora de una serie de ambivalentes paradojas, que nos llevan a pensar, o que tenemos mala suerte, o que existe un genio maléfico que juega con nosotros y con nuestros deseos legítimos de felicidad. Y esto último parecería no ser tan descabellado, dada la variedad de inexplicables circunstancias que enfrentamos en nuestra vida cotidiana.

Pero también es verdad que el único responsable de que se desencadenen y se potencien en el hombre esos desequilibrios, y conviertan su vida en una ficción casi inhabitable, es el mismo, que ante esa enorme carga de paradojas, permanece impasible o con displicente desdén desconecta su mente de lo que le incomoda, aunque aquellas sigan tercamente presentes en su lucha eterna de contrarios.

Así, es una paradoja ver con cuanto esfuerzo los científicos buscan escudriñar el espacio exterior, mientras nos olvidamos de nuestro espacio interior. Vemos asombrados la velocidad con la que el hombre inventa novedades para ser más eficiente y productivo, pero es, al mismo tiempo, lento para construirse a sí mismo en la solidaridad y la justicia. Y es una cruel paradoja que un político elegante hable de la pobreza y cómo esta lástima a la gente, mientras él vive en la abundancia y el privilegio. ¿Acaso no es paradójico y vergonzoso para la humanidad que mientras miles de niños mueren de hambre en países pobres, en otros se tira la comida que sobra en los restaurantes y tiendas de autoservicio? ¿O qué aún haya países que siendo ricos y con una ciencia y tecnología tan brillantes, sean discriminadores, supremacistas, ya que su soberbia les ha impedido entender que todos los hombres fuimos creados iguales?

Es una extraña paradoja, por decir lo menos, que en un país de desnutridos, como el nuestro, estemos en los primeros sitios en obesidad; que no leamos libros, pero seamos campeones en la lectura de revistas de pobre contenido intelectual. ¿Y no es para usted contradictorio que mientras una gran cantidad de niños estudian en lugares precarios, a veces sin agua, haya otros que lo hacen en condiciones de comodidad y hasta lujo? No le parece deprimente saber que aún hay millones de compatriotas que no tienen seguridad social… y que ante cualquier situación de emergencia simplemente la aceptan como su destino, lo que sin duda es perverso y cruel, para el que lo permite y rara quien lo tiene que sufrir.

Es cierto que una justa respuesta a todas estas inquietudes, diarias y tan reales. Y entonces comenzamos a buscar justificaciones para tantas fatalidades, porque es cierto que en verdad nadie es el culpable exclusivo de todo ello. Que si alguien disfruta de los bienes que posee es porque su trabajo le ha costado, que para eso fue responsable, ahorró y además para eso estudió; que la culpa es de los pobres, que tienen tantos hijos y toda una lista de razones (muy válidas por cierto), que justifican las desigualdades en el reparto de los bienes del mundo, y que es romántico pensar que “nadie tiene derecho a disfrutar lo superfluo, mientras alguien carezca de lo necesario… y hasta no faltará alguien que afirme el mismo Cristo dijo que “pobres siempre habrá entre nosotros”.

Pero a pesar de todo ello sigue siendo paradójico, o al menos extraño, ese desequilibrio cruel que hay entre las distintas sociedades y las personas que las conforman, y que el solo verlo debería causar dolor al corazón humano, en la medida que sabemos que todos fuimos efectivamente creados iguales y nuestra semejanza radica en que participamos de la misma chispa de la divinidad. Lo que parece no ser entendido por quienes afirman con necia y burlona ironía que es verdad que todos los hombres nacimos iguales, “pero algunos somos más iguales que otros”.

Y por todo eso, sigue siendo tan dolorosamente paradójico el ver cómo un representante del pueblo gane hasta 10 veces más que lo que gana un maestro de escuela rural, una enfermera o un jornalero. Que un actor o actriz exitosos vivan entre lujos y aplausos, y que en cambio un científico, o el descubridor de una vacuna que puede salvar muchas vidas, sea desconocido y hasta ignorado; que un futbolista, entre cuyos méritos esté ser un virtuoso con una pelota, sea recibido con un héroe o un prócer de un país y además los medios lo conviertan en una meta aspiracional para muchos jóvenes. ¿Y no es acaso paradójico que nuestros partidos políticos, tengan presupuestos multimillonarios, mientras que una persona humilde no es aceptada en un hospital público si no paga un material que necesita para ser atendido, y obviamente no puede pagar?

Más allá, sin embargo, de cualquier inexplicable paradoja hay algo que sostiene toda la estructura básica del tejido social de toda comunidad humana. Es la búsqueda de la inclusión, la empatía, la compasión por el desvalido y el servicio a los otros, como las únicas respuestas que pueden ser el inicio de una solución a las crueles paradojas que sufrimos, representadas por la carencia frente al derroche, o la negación ante el esfuerzo compartido. La sanación definitiva sólo puede venir de la más sublime de las paradojas que afortunadamente aún vive en el corazón del hombre: la presencia de ese gran ausente que es el amor. Porque es solo a través de él que la solidaridad con los demás podrá darse, mediante la exclusión de nuestras vidas, del siempre nefasto egoísmo.

Porque es cierto lo que dijo el pensador: “la vida no es justa, pero tú sí puedes serlo.”

“…Sufrimos por lo poco que nos falta y no disfrutamos lo mucho que tenemos…”, William Shakespeare.

A veces la vida suele presentarse como insensible e inercial portadora de una serie de ambivalentes paradojas, que nos llevan a pensar, o que tenemos mala suerte, o que existe un genio maléfico que juega con nosotros y con nuestros deseos legítimos de felicidad. Y esto último parecería no ser tan descabellado, dada la variedad de inexplicables circunstancias que enfrentamos en nuestra vida cotidiana.

Pero también es verdad que el único responsable de que se desencadenen y se potencien en el hombre esos desequilibrios, y conviertan su vida en una ficción casi inhabitable, es el mismo, que ante esa enorme carga de paradojas, permanece impasible o con displicente desdén desconecta su mente de lo que le incomoda, aunque aquellas sigan tercamente presentes en su lucha eterna de contrarios.

Así, es una paradoja ver con cuanto esfuerzo los científicos buscan escudriñar el espacio exterior, mientras nos olvidamos de nuestro espacio interior. Vemos asombrados la velocidad con la que el hombre inventa novedades para ser más eficiente y productivo, pero es, al mismo tiempo, lento para construirse a sí mismo en la solidaridad y la justicia. Y es una cruel paradoja que un político elegante hable de la pobreza y cómo esta lástima a la gente, mientras él vive en la abundancia y el privilegio. ¿Acaso no es paradójico y vergonzoso para la humanidad que mientras miles de niños mueren de hambre en países pobres, en otros se tira la comida que sobra en los restaurantes y tiendas de autoservicio? ¿O qué aún haya países que siendo ricos y con una ciencia y tecnología tan brillantes, sean discriminadores, supremacistas, ya que su soberbia les ha impedido entender que todos los hombres fuimos creados iguales?

Es una extraña paradoja, por decir lo menos, que en un país de desnutridos, como el nuestro, estemos en los primeros sitios en obesidad; que no leamos libros, pero seamos campeones en la lectura de revistas de pobre contenido intelectual. ¿Y no es para usted contradictorio que mientras una gran cantidad de niños estudian en lugares precarios, a veces sin agua, haya otros que lo hacen en condiciones de comodidad y hasta lujo? No le parece deprimente saber que aún hay millones de compatriotas que no tienen seguridad social… y que ante cualquier situación de emergencia simplemente la aceptan como su destino, lo que sin duda es perverso y cruel, para el que lo permite y rara quien lo tiene que sufrir.

Es cierto que una justa respuesta a todas estas inquietudes, diarias y tan reales. Y entonces comenzamos a buscar justificaciones para tantas fatalidades, porque es cierto que en verdad nadie es el culpable exclusivo de todo ello. Que si alguien disfruta de los bienes que posee es porque su trabajo le ha costado, que para eso fue responsable, ahorró y además para eso estudió; que la culpa es de los pobres, que tienen tantos hijos y toda una lista de razones (muy válidas por cierto), que justifican las desigualdades en el reparto de los bienes del mundo, y que es romántico pensar que “nadie tiene derecho a disfrutar lo superfluo, mientras alguien carezca de lo necesario… y hasta no faltará alguien que afirme el mismo Cristo dijo que “pobres siempre habrá entre nosotros”.

Pero a pesar de todo ello sigue siendo paradójico, o al menos extraño, ese desequilibrio cruel que hay entre las distintas sociedades y las personas que las conforman, y que el solo verlo debería causar dolor al corazón humano, en la medida que sabemos que todos fuimos efectivamente creados iguales y nuestra semejanza radica en que participamos de la misma chispa de la divinidad. Lo que parece no ser entendido por quienes afirman con necia y burlona ironía que es verdad que todos los hombres nacimos iguales, “pero algunos somos más iguales que otros”.

Y por todo eso, sigue siendo tan dolorosamente paradójico el ver cómo un representante del pueblo gane hasta 10 veces más que lo que gana un maestro de escuela rural, una enfermera o un jornalero. Que un actor o actriz exitosos vivan entre lujos y aplausos, y que en cambio un científico, o el descubridor de una vacuna que puede salvar muchas vidas, sea desconocido y hasta ignorado; que un futbolista, entre cuyos méritos esté ser un virtuoso con una pelota, sea recibido con un héroe o un prócer de un país y además los medios lo conviertan en una meta aspiracional para muchos jóvenes. ¿Y no es acaso paradójico que nuestros partidos políticos, tengan presupuestos multimillonarios, mientras que una persona humilde no es aceptada en un hospital público si no paga un material que necesita para ser atendido, y obviamente no puede pagar?

Más allá, sin embargo, de cualquier inexplicable paradoja hay algo que sostiene toda la estructura básica del tejido social de toda comunidad humana. Es la búsqueda de la inclusión, la empatía, la compasión por el desvalido y el servicio a los otros, como las únicas respuestas que pueden ser el inicio de una solución a las crueles paradojas que sufrimos, representadas por la carencia frente al derroche, o la negación ante el esfuerzo compartido. La sanación definitiva sólo puede venir de la más sublime de las paradojas que afortunadamente aún vive en el corazón del hombre: la presencia de ese gran ausente que es el amor. Porque es solo a través de él que la solidaridad con los demás podrá darse, mediante la exclusión de nuestras vidas, del siempre nefasto egoísmo.

Porque es cierto lo que dijo el pensador: “la vida no es justa, pero tú sí puedes serlo.”