/ domingo 26 de abril de 2020

Quizá te acuerdes…

Ahora que hace tiempo dejaste de ser un joven y te hiciste un hombre, que tu infancia es ya solo un recuerdo para ti y una ambivalente nostalgia para nosotros, tu padre y todos los que te quisieron bien aunque nunca como un día lo hizo tu madre; ahora que el tiempo te hizo madurar y crecer, aunque eso haya significado esforzarte por tus sueños y para mí una cierta distancia por obvias razones, pero que te hicieron caminar hacia la construcción de tu destino, y tu horizonte se convirtió poco a poco en un paisaje nacido de tu propia arquitectura, quizá querido hijo, en algún momento nos recuerdes.

Ojalá guardes, corazón adentro, el pensamiento cierto de que un día impacientes esperamos tu advenimiento; que con ternura envolvimos tus años primeros en medio del asombro que nos hizo vernos reflejados en ti, y sepas que pusimos nuestro mejor esfuerzo para que la seguridad que ahora tienes, la recibieras al principio de nuestros abrazos y pudieras así descubrir la fórmula secreta de la vida, esa que más tarde lograste transmitir a tu hijo al que sin duda amas, como a la parte más delicada de tu alma.

Quizá te acuerdes que fuimos los que tomamos tus pequeñas manos para impulsarte a dar tus primeros pasos; quienes festejamos tus primeras palabras, aquellos que te enseñaron a amar la belleza y la bondad y procuraron estar siempre atentos para que el mal no te tocara. Y te mostraron el amor de Dios, no el temor, para que aprendieras a verlo con cariño, como a un Padre.

Ojalá no olvides que, a pesar de todo, fuiste la prioridad de todas nuestras prioridades; que nos vimos en tus ojos sin egoísmo alguno; que nuestros esfuerzos, quizás muchas veces frustrados por ser justos contigo, nunca cancelaron nuestra intención por tratar de lograrlo; que los regaños y enojos quisieron ser siempre el último recurso que usamos para tratar de forjar tu carácter y que el amor fue el motor primero de todos nuestros intentos por estar siempre cercanos a tu corazón.

Quizá te acuerdes de tu primer día en la escuela, cuando te llevamos a enfrentarte a un mundo desconocido, ajeno y a veces cruel, pero condición ineludible para que pudieras crecer y superar los retos que la vida encierra. Cuando no permitimos, porque eras todavía un niño, que te soltaras de nuestra mano ni un instante (a pesar de eso, te nos perdiste algunas veces), pero eso te dio la confianza y la seguridad que en ese entonces necesitabas; de tus intentos por hacer las cosas por ti mismo mientras regocijados te contemplábamos, tu madre y yo. Quizá te acuerdes de tu crecer lento, pero firme, de nuestro tierno abrazo, la cercanía siempre atenta de tu madre a los pasos que dabas, de tus compañeros de juegos, de tus juguetes sencillos y de los sofisticados; de la oración nocturna y el sueño plácido que sólo proporciona la inocencia, de tu apetencia de vida y de tu, en ese entonces, muy distante sentido de la muerte.

Ojalá que ahora, que me atrevo a decirte que quizá te acuerdes, pienses generoso que si alguna vez desaprensivamente pudimos lastimar tu frágil y pequeño corazón, o si la distancia o la ausencia, por las mil razonadas sinrazones que a veces te ofrecimos te afectaron de alguna forma, nos veas con indulgencia. Te pedimos que pienses que fue siempre, o al menos así lo creímos, con una buena intención, pero nunca con el afán de herirte. Y que cuando el recuerdo de los besos que no te dimos y jamás podremos ya recuperar, se hagan añoranza en tu alma, te sirvan tan sólo para que evites esas mismas conductas que extrañaste y no comprendías, con aquel que hoy es ya el fruto de tu amor y el de tu esposa. Pero al hacerlo, ojalá te des permiso para disculparnos, y las arrojes para siempre al rincón del olvido. Es cierto, tal vez no fuimos los mejores padres, pero Dios sabe que lo intentamos con todo nuestro corazón.

Si de todo eso te acuerdas, del gozo tanto como del quebranto, de la alegría y la tristeza, la cercanía y la distancia, piensa que de todas formas fuiste la heredad perfecta que Dios nos regaló, la inmortalidad de nuestro nombre, entre tantos que aprendiste a pronunciar, la explicación de todos nuestros afanes, la sonrisa que redimió nuestro cansancio más obstinado, la luz de nuestros ojos, la causa de todos nuestros afanes, el consuelo de nuestros años inquietos y de los sosegados y la dicha que colmó la cuenca a veces dulce, a veces amarga de nuestro sueño.

Y ojalá que cuando ese recuerdo venga a tu memoria, pienses que sin ti, nuestra vida hubiera sido como un mar sin oleaje, un poeta sin metáforas, un pintor sin luz para tocar con sus manos, un pobre pino viejo que, como dice el poeta, “ni se viste de verde ni se muere”, y un sueño que se marchitó de soledad, porque nunca nadie se atrevió a soñarlo.

Y finalmente, querido hijo, sólo espero que si un día relees estas líneas que pretenden ser un legado para tu corazón, ojalá las guardes como algo valioso para tu alma mil veces por Dios y por nosotros bendecida y puedas repetirlas también a quien ahora amas, porque en ellas encontrarás la única justificación válida que puede existir para la esperanza y la redención de este mundo, para el que sólo el amor es capaz de tener todas las respuestas…

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QUIZÁ TE ACUERDES…

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Para José Rubén,

por quien inicié mi

aprendizaje de la vida…

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Ahora que hace tiempo dejaste de ser un joven y te hiciste un hombre, que tu infancia es ya solo un recuerdo para ti y una ambivalente nostalgia para nosotros, tu padre y todos los que te quisieron bien aunque nunca como un día lo hizo tu madre; ahora que el tiempo te hizo madurar y crecer, aunque eso haya significado esforzarte por tus sueños y para mí una cierta distancia por obvias razones, pero que te hicieron caminar hacia la construcción de tu destino, y tu horizonte se convirtió poco a poco en un paisaje nacido de tu propia arquitectura, quizá querido hijo, en algún momento nos recuerdes.

Ojalá guardes, corazón adentro, el pensamiento cierto de que un día impacientes esperamos tu advenimiento; que con ternura envolvimos tus años primeros en medio del asombro que nos hizo vernos reflejados en ti, y sepas que pusimos nuestro mejor esfuerzo para que la seguridad que ahora tienes, la recibieras al principio de nuestros abrazos y pudieras así descubrir la fórmula secreta de la vida, esa que más tarde lograste transmitir a tu hijo al que sin duda amas, como a la parte más delicada de tu alma.

Quizá te acuerdes que fuimos los que tomamos tus pequeñas manos para impulsarte a dar tus primeros pasos; quienes festejamos tus primeras palabras, aquellos que te enseñaron a amar la belleza y la bondad y procuraron estar siempre atentos para que el mal no te tocara. Y te mostraron el amor de Dios, no el temor, para que aprendieras a verlo con cariño, como a un Padre.

Ojalá no olvides que, a pesar de todo, fuiste la prioridad de todas nuestras prioridades; que nos vimos en tus ojos sin egoísmo alguno; que nuestros esfuerzos, quizás muchas veces frustrados por ser justos contigo, nunca cancelaron nuestra intención por tratar de lograrlo; que los regaños y enojos quisieron ser siempre el último recurso que usamos para tratar de forjar tu carácter y que el amor fue el motor primero de todos nuestros intentos por estar siempre cercanos a tu corazón.

Quizá te acuerdes de tu primer día en la escuela, cuando te llevamos a enfrentarte a un mundo desconocido, ajeno y a veces cruel, pero condición ineludible para que pudieras crecer y superar los retos que la vida encierra. Cuando no permitimos, porque eras todavía un niño, que te soltaras de nuestra mano ni un instante (a pesar de eso, te nos perdiste algunas veces), pero eso te dio la confianza y la seguridad que en ese entonces necesitabas; de tus intentos por hacer las cosas por ti mismo mientras regocijados te contemplábamos, tu madre y yo. Quizá te acuerdes de tu crecer lento, pero firme, de nuestro tierno abrazo, la cercanía siempre atenta de tu madre a los pasos que dabas, de tus compañeros de juegos, de tus juguetes sencillos y de los sofisticados; de la oración nocturna y el sueño plácido que sólo proporciona la inocencia, de tu apetencia de vida y de tu, en ese entonces, muy distante sentido de la muerte.

Ojalá que ahora, que me atrevo a decirte que quizá te acuerdes, pienses generoso que si alguna vez desaprensivamente pudimos lastimar tu frágil y pequeño corazón, o si la distancia o la ausencia, por las mil razonadas sinrazones que a veces te ofrecimos te afectaron de alguna forma, nos veas con indulgencia. Te pedimos que pienses que fue siempre, o al menos así lo creímos, con una buena intención, pero nunca con el afán de herirte. Y que cuando el recuerdo de los besos que no te dimos y jamás podremos ya recuperar, se hagan añoranza en tu alma, te sirvan tan sólo para que evites esas mismas conductas que extrañaste y no comprendías, con aquel que hoy es ya el fruto de tu amor y el de tu esposa. Pero al hacerlo, ojalá te des permiso para disculparnos, y las arrojes para siempre al rincón del olvido. Es cierto, tal vez no fuimos los mejores padres, pero Dios sabe que lo intentamos con todo nuestro corazón.

Si de todo eso te acuerdas, del gozo tanto como del quebranto, de la alegría y la tristeza, la cercanía y la distancia, piensa que de todas formas fuiste la heredad perfecta que Dios nos regaló, la inmortalidad de nuestro nombre, entre tantos que aprendiste a pronunciar, la explicación de todos nuestros afanes, la sonrisa que redimió nuestro cansancio más obstinado, la luz de nuestros ojos, la causa de todos nuestros afanes, el consuelo de nuestros años inquietos y de los sosegados y la dicha que colmó la cuenca a veces dulce, a veces amarga de nuestro sueño.

Y ojalá que cuando ese recuerdo venga a tu memoria, pienses que sin ti, nuestra vida hubiera sido como un mar sin oleaje, un poeta sin metáforas, un pintor sin luz para tocar con sus manos, un pobre pino viejo que, como dice el poeta, “ni se viste de verde ni se muere”, y un sueño que se marchitó de soledad, porque nunca nadie se atrevió a soñarlo.

Y finalmente, querido hijo, sólo espero que si un día relees estas líneas que pretenden ser un legado para tu corazón, ojalá las guardes como algo valioso para tu alma mil veces por Dios y por nosotros bendecida y puedas repetirlas también a quien ahora amas, porque en ellas encontrarás la única justificación válida que puede existir para la esperanza y la redención de este mundo, para el que sólo el amor es capaz de tener todas las respuestas…

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QUIZÁ TE ACUERDES…

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Para José Rubén,

por quien inicié mi

aprendizaje de la vida…

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