/ lunes 4 de diciembre de 2023

El legendario campo “El Siete y Medio” de Ciudad Madero

El complejo deportivo evoca nostalgia para muchos en el sur de Tamaulipas

Desde la centuria pasada, quizás anterior a mediados de los cincuenta, Ciudad Madero ha poseído un lugar trascendental, quizás hasta “sagrado” en donde verdaderos gladiadores se reunían en torno a una pelota de fútbol.

Buscando dirimir su talento para la práctica del golpeo de balón, así como para fortalecerse mental y físicamente: “El Siete y Medio”.

También puedes leer: Historia de la colonia Trueba: donde nació el futbol en Tampico [Video]

Este predio cercano al siglo de existencia se ha vuelto territorio histórico, pues ha albergado a dos planteles campeones.

“Los Orinegros” de Ciudad Madero, victorioso en dos oportunidades en torneos de Segunda división, incluso ascendiendo en el torneo 64-65 a Primera División en forma invicta, contaron entre sus filas con numerosos jugadores que brindaron su pasión por este deporte.

Uno de aquellos campeones fue Rodolfo “Tino” Villegas, quien visitaba antes de convertirse en profesional, a mediados de los años 50, el “Siete y Medio” para después desempeñarse con el Ciudad Madero de lateral, alternando cuando faltaba Narro por izquierda o “La Pichona” por la derecha, ya que poseía la destreza de jugar en ambas posiciones.

-El campo número uno parecía una alfombra verde, sin hoyos, sin piedras – recuerda Rodolfo Villegas -; la pelota corría que daba gusto, se disfrutaba el jugar al fútbol.

A la entrada del “Siete y Medio” se encontraba una especie de galerón, bien distribuido donde cada uno tenía su vestidor, baños con buena presión de agua.

Existía una mesa de masajes donde atendía el masajista “Zavalita” (siempre vestía de blanco) quien si no podía solucionar alguna situación en ese lugar, debías dirigirte a su casa en Árbol Grande, donde contaba con su mesita de masajes.

Otro campeón del Ciudad Madero, solo que en la temporada 72-73, fue Alejandro “Tranvía” Díaz, un fortísimo defensa central quien estableció contacto con “Los Orinegros” cuando ya se encontraban en Primera División.

- En el tiempo en que el tranvía costaba 20 o 30 centavos, con apenas 17 años, a mitad de los años 60´s, arribé por primera vez al Siete y Medio – rememora Alejandro Díaz -, la barda de acceso a los campos estaba construida de madera, como de un metro de altura, pintada de blanco, mirándose desde allí todos los campos (sólo existían dos para fútbol, un tercero, el “Morris”, para softbol).

El campo número uno poseía un pasto verde que tocaba lo sublime, bien cuidado. En ese lugar existía una enorme grada de fierro donde podías observar al primer equipo maderense entrenar, bajo las indicaciones del peruano Grimaldo González.

Un campo con recuerdos inolvidables | Cortesía: Víctor Alvarado Morales

Al fondo del “Siete y Medio” se encontraba el campo número dos (hoy todavía con ese nombre). Más al fondo, cercano a los cuarenta metros, existía una casa grande, bonita, de madera, donde vivía “El Diamante” Robles, preparador físico del equipo.

El señor Robles se caracterizaba por ser de la total confianza de la directiva, porque entrenadores se sucedían y él continuaba inamovible en su cargo.

El sitio fue escuela para muchos deportistas | Cortesía: Víctor Alvarado Morales

Además, se le encomendaba los mantenimientos al campo uno, donde también se distinguía, pues se encontraba como tapete verde.

En esa época el balompié profesional de la zona rayaba en lo heroico. Los equipos Tampico y Madero continuamente habitaban la franja de descalificación por la Federación Mexicana de Fútbol, que solicitaba la fianza para poder jugar en Segunda División.

Te recomendamos: Un equipo de futbol y la primera tiendita de la esquina de la Unidad Modelo de Tampico

“Los Celestes” recurrieron varias veces a pasar el botecito de la coperacha entre sus seguidores, mientras los directivos de “Los Orinegros” conseguían contratos en la refinería para ofrecer a sus jugadores, trabajando en la mañana y entrenando por la tarde; incluso a las reservas tardaban en pagarles, apoyándolos, solamente primero con boletos de tranvía, ya después para los autobuses rojos.

Este predio cercano al siglo de existencia se ha vuelto territorio histórico | Cortesía: Víctor Alvarado Morales

-No se pagaba mucho – señala Rodolfo Villegas- lo que ayudaba eran las primas que, si se pagaban bien, por eso los puestos estaban peleados, nadie quería dejar la titularidad, mientras que otros querían ascender en el conjunto.

Efectivamente, esa lucha interna por abrirse brecha en el primer equipo consiguió que se corriera la voz que se efectuaban verdaderos agarrones en las interescuadras. - Los vecinos de la colonia Hipódromo – detalla Alejandro Díaz - gustaba de llegar antes de nosotros a pelotear; cuando miraban que comenzaría el entrenamiento se retiraban a las gradas o a los pinos.

También la gente que salía de laborar de la refinería ponía sillas, sentándose a las líneas de banda o detrás de las porterías. Sabían que queríamos sobresalir, ganarnos la titularidad, ganar “las primas”, que constaba de buen dinero, aunque no fuera fácil obtener victorias en aquellos tiempos.

Debido a la pandemia, el “Siete y Medio” fue cerrado | Cortesía: Víctor Alvarado Morales

Este acontecimiento de asistir a los entrenamientos e interescuadras, realmente significaba una fiesta pues en muchísimas jornadas del torneo se podía observar desde admiradores infantiles hasta adultos mayores, metidos en el campo, escuchando las indicaciones del entrenador a sus jugadores de cómo moverse en el campo para enfrentar a sus próximos enemigos.

Las personas que pasaban en tranvía o en automóvil – relata “Tino” Villegas - miraban a lo lejos al equipo reunido, decidiendo bajar para abarrotar la grada grande de fierro, con asientos de madera, para no perderse el duelo de titulares contra suplentes, conocían que sería una guerra durísima porque todos queríamos jugar de titular en el estadio “Tampico”.

El legendario “Siete y Medio” no sólo albergó a dos plantes campeones o se convirtió en semillero para descubrir deportistas, también fue un lugar de esparcimiento para infinidad de familias que asistían a practicar cierta disciplina.

El “Siete y Medio” es un complejo deportivo consagrado en Tamaulipas, que significa presente, un futuro alentador y que, para otros, evoca nostalgia. - Es nuestra segunda casa – afirma Rodolfo Villegas -, todos los días sudábamos como locos para entregar todo a los colores del Ciudad Madero.

También puedes leer: Estadio Tamaulipas, un coloso del futbol entre Tampico y Ciudad Madero

-En el “Siete y Medio” formé otra familia con mis compañeros – resalta Alejandro “Tranvía” Díaz -, con Álvaro Del Peral, los dos nacimos en San Luis, con Tafoya que fue mi entrenador, ofreciéndome consejos, cómo fue delantero, de cómo ganar los saltos o detener al eje de ataque. Además, convertirme en campeón con el Madero fue hermoso.

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Debido a la pandemia, el “Siete y Medio” fue cerrado. Hoy en día, el innumerable público que asistía a este lugar de recreación continúa esperando que “Petróleos Mexicanos”, dueño del predio, resuelva abrirlo para el bien común.

Desde la centuria pasada, quizás anterior a mediados de los cincuenta, Ciudad Madero ha poseído un lugar trascendental, quizás hasta “sagrado” en donde verdaderos gladiadores se reunían en torno a una pelota de fútbol.

Buscando dirimir su talento para la práctica del golpeo de balón, así como para fortalecerse mental y físicamente: “El Siete y Medio”.

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Este predio cercano al siglo de existencia se ha vuelto territorio histórico, pues ha albergado a dos planteles campeones.

“Los Orinegros” de Ciudad Madero, victorioso en dos oportunidades en torneos de Segunda división, incluso ascendiendo en el torneo 64-65 a Primera División en forma invicta, contaron entre sus filas con numerosos jugadores que brindaron su pasión por este deporte.

Uno de aquellos campeones fue Rodolfo “Tino” Villegas, quien visitaba antes de convertirse en profesional, a mediados de los años 50, el “Siete y Medio” para después desempeñarse con el Ciudad Madero de lateral, alternando cuando faltaba Narro por izquierda o “La Pichona” por la derecha, ya que poseía la destreza de jugar en ambas posiciones.

-El campo número uno parecía una alfombra verde, sin hoyos, sin piedras – recuerda Rodolfo Villegas -; la pelota corría que daba gusto, se disfrutaba el jugar al fútbol.

A la entrada del “Siete y Medio” se encontraba una especie de galerón, bien distribuido donde cada uno tenía su vestidor, baños con buena presión de agua.

Existía una mesa de masajes donde atendía el masajista “Zavalita” (siempre vestía de blanco) quien si no podía solucionar alguna situación en ese lugar, debías dirigirte a su casa en Árbol Grande, donde contaba con su mesita de masajes.

Otro campeón del Ciudad Madero, solo que en la temporada 72-73, fue Alejandro “Tranvía” Díaz, un fortísimo defensa central quien estableció contacto con “Los Orinegros” cuando ya se encontraban en Primera División.

- En el tiempo en que el tranvía costaba 20 o 30 centavos, con apenas 17 años, a mitad de los años 60´s, arribé por primera vez al Siete y Medio – rememora Alejandro Díaz -, la barda de acceso a los campos estaba construida de madera, como de un metro de altura, pintada de blanco, mirándose desde allí todos los campos (sólo existían dos para fútbol, un tercero, el “Morris”, para softbol).

El campo número uno poseía un pasto verde que tocaba lo sublime, bien cuidado. En ese lugar existía una enorme grada de fierro donde podías observar al primer equipo maderense entrenar, bajo las indicaciones del peruano Grimaldo González.

Un campo con recuerdos inolvidables | Cortesía: Víctor Alvarado Morales

Al fondo del “Siete y Medio” se encontraba el campo número dos (hoy todavía con ese nombre). Más al fondo, cercano a los cuarenta metros, existía una casa grande, bonita, de madera, donde vivía “El Diamante” Robles, preparador físico del equipo.

El señor Robles se caracterizaba por ser de la total confianza de la directiva, porque entrenadores se sucedían y él continuaba inamovible en su cargo.

El sitio fue escuela para muchos deportistas | Cortesía: Víctor Alvarado Morales

Además, se le encomendaba los mantenimientos al campo uno, donde también se distinguía, pues se encontraba como tapete verde.

En esa época el balompié profesional de la zona rayaba en lo heroico. Los equipos Tampico y Madero continuamente habitaban la franja de descalificación por la Federación Mexicana de Fútbol, que solicitaba la fianza para poder jugar en Segunda División.

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“Los Celestes” recurrieron varias veces a pasar el botecito de la coperacha entre sus seguidores, mientras los directivos de “Los Orinegros” conseguían contratos en la refinería para ofrecer a sus jugadores, trabajando en la mañana y entrenando por la tarde; incluso a las reservas tardaban en pagarles, apoyándolos, solamente primero con boletos de tranvía, ya después para los autobuses rojos.

Este predio cercano al siglo de existencia se ha vuelto territorio histórico | Cortesía: Víctor Alvarado Morales

-No se pagaba mucho – señala Rodolfo Villegas- lo que ayudaba eran las primas que, si se pagaban bien, por eso los puestos estaban peleados, nadie quería dejar la titularidad, mientras que otros querían ascender en el conjunto.

Efectivamente, esa lucha interna por abrirse brecha en el primer equipo consiguió que se corriera la voz que se efectuaban verdaderos agarrones en las interescuadras. - Los vecinos de la colonia Hipódromo – detalla Alejandro Díaz - gustaba de llegar antes de nosotros a pelotear; cuando miraban que comenzaría el entrenamiento se retiraban a las gradas o a los pinos.

También la gente que salía de laborar de la refinería ponía sillas, sentándose a las líneas de banda o detrás de las porterías. Sabían que queríamos sobresalir, ganarnos la titularidad, ganar “las primas”, que constaba de buen dinero, aunque no fuera fácil obtener victorias en aquellos tiempos.

Debido a la pandemia, el “Siete y Medio” fue cerrado | Cortesía: Víctor Alvarado Morales

Este acontecimiento de asistir a los entrenamientos e interescuadras, realmente significaba una fiesta pues en muchísimas jornadas del torneo se podía observar desde admiradores infantiles hasta adultos mayores, metidos en el campo, escuchando las indicaciones del entrenador a sus jugadores de cómo moverse en el campo para enfrentar a sus próximos enemigos.

Las personas que pasaban en tranvía o en automóvil – relata “Tino” Villegas - miraban a lo lejos al equipo reunido, decidiendo bajar para abarrotar la grada grande de fierro, con asientos de madera, para no perderse el duelo de titulares contra suplentes, conocían que sería una guerra durísima porque todos queríamos jugar de titular en el estadio “Tampico”.

El legendario “Siete y Medio” no sólo albergó a dos plantes campeones o se convirtió en semillero para descubrir deportistas, también fue un lugar de esparcimiento para infinidad de familias que asistían a practicar cierta disciplina.

El “Siete y Medio” es un complejo deportivo consagrado en Tamaulipas, que significa presente, un futuro alentador y que, para otros, evoca nostalgia. - Es nuestra segunda casa – afirma Rodolfo Villegas -, todos los días sudábamos como locos para entregar todo a los colores del Ciudad Madero.

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-En el “Siete y Medio” formé otra familia con mis compañeros – resalta Alejandro “Tranvía” Díaz -, con Álvaro Del Peral, los dos nacimos en San Luis, con Tafoya que fue mi entrenador, ofreciéndome consejos, cómo fue delantero, de cómo ganar los saltos o detener al eje de ataque. Además, convertirme en campeón con el Madero fue hermoso.

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Debido a la pandemia, el “Siete y Medio” fue cerrado. Hoy en día, el innumerable público que asistía a este lugar de recreación continúa esperando que “Petróleos Mexicanos”, dueño del predio, resuelva abrirlo para el bien común.

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