/ domingo 11 de julio de 2021

Añoranzas | Alcachofas

La última vez que vino el Tenor Fernando de la Mora a cantar a Tampico me trajo un regalo exquisito y singular, una cajita amarrada con un lazo. En ella venían cuatro alcachofas, sabe que es mi verdura favorita ¿o será flor? Y acertó con el regalo.

Desde que éramos niñas nuestro padre nos enseñó a comerlas. Era un deleite verlo deshojar y saborear cada una de ellas como en una ceremonia, ya que seguramente se remontaba a la vida familiar en su tierra Navarra, famosa en el mundo entero por la calidad de sus alcachofas y de sus espárragos. Manjar de dioses, decía orgulloso.

Las disfrutaba en silencio mojándolas en su vinagreta. Primero las hojas grandes, las correosas, las verde profundo que las revisten de una armadura de maguey, luego las medianas que se ablandan a medida que uno se acerca al centro, hasta llegar a las delgaditas, tan finas que parecen pétalos de rosa. Al final el premio mayor, su sabrosísimo corazón.

Es muy difícil conversar cuando se llevan las hojas de alcachofa a la boca, por lo tanto, unidos en el placer y en silencio nuestra familia disfrutaba el rito sibarita de comer la deliciosa verdura.

Siempre que es temporada de alcachofas las compro entusiasmada y recuerdo la escena como si en ese momento estuviese sucediendo ante mis ojos y en mi paladar…

Como último deseo antes de enfrentar el juicio de Dios, pediré mi plato preferido: ¡Alcachofas y espárragos a la vinagreta!

La felicidad muchas veces se encuentra en los actos sencillos que se entrelazan a vivencias familiares y que se atesoran como recuerdos infantiles que nos acompañan a lo largo de la existencia.

La última vez que vino el Tenor Fernando de la Mora a cantar a Tampico me trajo un regalo exquisito y singular, una cajita amarrada con un lazo. En ella venían cuatro alcachofas, sabe que es mi verdura favorita ¿o será flor? Y acertó con el regalo.

Desde que éramos niñas nuestro padre nos enseñó a comerlas. Era un deleite verlo deshojar y saborear cada una de ellas como en una ceremonia, ya que seguramente se remontaba a la vida familiar en su tierra Navarra, famosa en el mundo entero por la calidad de sus alcachofas y de sus espárragos. Manjar de dioses, decía orgulloso.

Las disfrutaba en silencio mojándolas en su vinagreta. Primero las hojas grandes, las correosas, las verde profundo que las revisten de una armadura de maguey, luego las medianas que se ablandan a medida que uno se acerca al centro, hasta llegar a las delgaditas, tan finas que parecen pétalos de rosa. Al final el premio mayor, su sabrosísimo corazón.

Es muy difícil conversar cuando se llevan las hojas de alcachofa a la boca, por lo tanto, unidos en el placer y en silencio nuestra familia disfrutaba el rito sibarita de comer la deliciosa verdura.

Siempre que es temporada de alcachofas las compro entusiasmada y recuerdo la escena como si en ese momento estuviese sucediendo ante mis ojos y en mi paladar…

Como último deseo antes de enfrentar el juicio de Dios, pediré mi plato preferido: ¡Alcachofas y espárragos a la vinagreta!

La felicidad muchas veces se encuentra en los actos sencillos que se entrelazan a vivencias familiares y que se atesoran como recuerdos infantiles que nos acompañan a lo largo de la existencia.