/ domingo 25 de septiembre de 2022

Añoranzas | Alcachofas

La última vez que vino el tenor Fernando de la Mora a cantar a Tampico me trajo un regalo exquisito y singular, una cajita amarrada con un lazo verde. En ella venían cuatro alcachofas acomodadas como rosas recién cortadas; Fernando, que es sobrino de mi marido, lo tiene presente y sabe que es mi verdura favorita, ¿o será flor? Y acertó con el regalo.

Cuando era temporada de alcachofas, el “oriental” dueño de la verdulería del Mercado Municipal del Tampico y a su vez agricultor de frutas y hortalizas, personalmente llevaba las alcachofas y los espárragos a nuestra casa. Al día siguiente la cocina ya estaba impregnada del aroma de la verdura, olía a campo y a flor. Desde que éramos niñas, nuestro padre nos enseñó a comerlas. Era un deleite verlo deshojar y saborear cada una de ellas como una ceremonia, ya que seguramente se remontaba a la vida familiar en su tierra Navarra, famosa en el mundo entero por la calidad de sus alcachofas y de sus espárragos. Manjar de dioses, decía orgulloso.

Disfrutaba en silencio su alcachofa mojando las hojas cuidadosamente en la vinagreta que el mismo preparaba. Primero las hojas grandes, las correosas, las de un verde profundo que asemejan armadura de maguey, después las medianas que se ablandan a medida que uno se acerca al centro, hasta llegar a las delgaditas, tan finas y suaves que parecen pétalos de rosa. Al final el premio mayor!, su sabrosísimo corazón. Al terminar de degustarlas, siempre sonreía y nos decía: ¿verdad que son estupendas? Después de comer permanecíamos un rato en cómodo silencio, respetando sus recuerdos.

Es muy difícil conversar cuando se llevan las hojas de la alcachofa a la boca, por lo tanto, unidos en el placer y en silencio, nuestra familia disfrutaba el rito sibarita de saborear la deliciosa verdura. Siempre que es temporada de alcachofas, las compro entusiasmada, y recuerdo la escena como si ese momento estuviese sucediendo ante mis ojos y lo vuelvo a vivir.

Como mi último deseo, antes de enfrentar el juicio de Dios, pediré mi plato preferido: ¡Alcachofas y espárragos a la vinagreta!

La felicidad muchas veces se encuentra en los actos sencillos que se entrelazan a vivencias familiares y que se atesoran como recuerdos infantiles que nos acompañan a lo largo de la existencia.

La última vez que vino el tenor Fernando de la Mora a cantar a Tampico me trajo un regalo exquisito y singular, una cajita amarrada con un lazo verde. En ella venían cuatro alcachofas acomodadas como rosas recién cortadas; Fernando, que es sobrino de mi marido, lo tiene presente y sabe que es mi verdura favorita, ¿o será flor? Y acertó con el regalo.

Cuando era temporada de alcachofas, el “oriental” dueño de la verdulería del Mercado Municipal del Tampico y a su vez agricultor de frutas y hortalizas, personalmente llevaba las alcachofas y los espárragos a nuestra casa. Al día siguiente la cocina ya estaba impregnada del aroma de la verdura, olía a campo y a flor. Desde que éramos niñas, nuestro padre nos enseñó a comerlas. Era un deleite verlo deshojar y saborear cada una de ellas como una ceremonia, ya que seguramente se remontaba a la vida familiar en su tierra Navarra, famosa en el mundo entero por la calidad de sus alcachofas y de sus espárragos. Manjar de dioses, decía orgulloso.

Disfrutaba en silencio su alcachofa mojando las hojas cuidadosamente en la vinagreta que el mismo preparaba. Primero las hojas grandes, las correosas, las de un verde profundo que asemejan armadura de maguey, después las medianas que se ablandan a medida que uno se acerca al centro, hasta llegar a las delgaditas, tan finas y suaves que parecen pétalos de rosa. Al final el premio mayor!, su sabrosísimo corazón. Al terminar de degustarlas, siempre sonreía y nos decía: ¿verdad que son estupendas? Después de comer permanecíamos un rato en cómodo silencio, respetando sus recuerdos.

Es muy difícil conversar cuando se llevan las hojas de la alcachofa a la boca, por lo tanto, unidos en el placer y en silencio, nuestra familia disfrutaba el rito sibarita de saborear la deliciosa verdura. Siempre que es temporada de alcachofas, las compro entusiasmada, y recuerdo la escena como si ese momento estuviese sucediendo ante mis ojos y lo vuelvo a vivir.

Como mi último deseo, antes de enfrentar el juicio de Dios, pediré mi plato preferido: ¡Alcachofas y espárragos a la vinagreta!

La felicidad muchas veces se encuentra en los actos sencillos que se entrelazan a vivencias familiares y que se atesoran como recuerdos infantiles que nos acompañan a lo largo de la existencia.