/ jueves 25 de abril de 2019

Coincidencias fantásticas

En su época Jacobo Zabludovsky era una especie de comunicador encadenado al presidencialismo, que llegaron al infierno de la desvergüenza de desmentir a organizaciones civiles no gubernamentales que forman parte de la ONU y que han hecho pública la realidad peligrosa de ejercer el periodismo independiente de México.

Ubicándonos en un rango de país intolerante, similar a los países orientales, que recomendaron que la periodista Lidia Cacho debe abandonar el país porque su vida está en peligro; como en el pasado lo fue con el periodista Manuel Buendía y el magistrado Polo Uzcanga, que a pesar de haber sentencia de muerte el Gobierno no hizo nada y fueron sacrificados impunemente. Estos periodistas encadenados de hoy no ven ningún peligro, y no saben que ellos pueden correr el riesgo de que les pidan que guarden la pluma porque se exceden en los elogios. Con Zabludovsky existía también un valor agregado que no se encuentra en ningún comunicador de estos tiempos. Era un hombre culto, conocedor de la cultura popular y un apologista de esa música inmortal que mucho tiene que ver con el corrido mexicano, con la diferencia de que en nuestras canciones el hombre engañado mata a la mujer traidora y en el tango, que tanto le gusta a Jacobo, el galán sufre pero perdona a la dama y la vuelve a recibir. Así son los argentinos. Zabludovsky afirmaba que las coincidencias no existen.

Pero, como la excepción confirma la regla, el próximo mes de julio es una fecha en la que encuentro una coincidencia fantástica. Porque un 2 de julio de 1961 suceden dos acontecimientos importantes en la vida de la literatura universal. Ese día llega a nuestro país un colombiano con aspecto de turco, acompañado de su esposa y dos menores en completa bancarrota después de haber estado varios años como corresponsal de un periódico de su país en París, que fue clausurado por unas de las dictaduras en turno que han gobernado Colombia, Gabriel García Márquez. Ese mismo día mientras Gabo salía del aeropuerto con el escaso equipaje y abordaba un vejestorio vehículo propiedad de Jomí García Ascot, un fotógrafo excelente de origen tunecino, a quien después Gabo hizo inmortal al dedicarle la primera edición de "Cien Años de Soledad". En Ketchum, un pueblo del estado de Michigan, un hombre quien había sido distinguido con el premio Nobel de Literatura se quitaba la vida con su propia escopeta cansado de vivir y con esto entrar en ese fantástico mundo que supo proverbialmente describir en su literatura donde estableció la filosofía que con sabiduría, constancia y dedicación, el pez chico se puede comer al grande. Ese 2 de julio de 1961, Ernest Hemingway se destrozó la cabeza con un disparo salido de su propia arma.

La muerte de Hemingway pasó desapercibida en el pueblo de donde él era natural, todos los vecinos lo vieron como un hecho normal. El papá de Ernest había muerto de la misma forma y, por lo tanto, la comunidad de este pueblo norteamericano no le dio la menor importancia al fallecimiento de un periodista, escritor que había vivido en Europa, combatido en la guerra civil española del lado de la causa republicana y que en más de una ocasión lo habían dado por muerto, en virtud de que el avión en el que con frecuencia volaba al Continente Negro, más de una vez se había caído y Hemingway tan solo acompañado de su escopeta y una botella de whisky esperaba tranquilo en medio de la hostilidad de la selva africana que llegaran a rescatarlo cuando notaran que su ausencia era indicativo de que una vez más el viejo avión que utilizaba le había hecho una broma tétrica.

Hubo una vez en que realmente Ernest corrió peligro, el avión sufrió un accidente en África, en una región inaccesible, y los días pasaron, no lo encontraban, por lo tanto algunos diarios en el mundo lo dieron por muerto, circulando entonces en forma contundente su deceso, porque recientemente había recibido el Nobel de Literatura. Las comisiones de rescate se llevaron la sorpresa cuando lo encontraron alegre y medio borracho, jugando con un changuito en un claro de la selva a poca distancia de donde merodeaba una peligrosa familia de leones acompañada de sus cachorros. Este acontecimiento de la muerte de Hemingway le permitió a Gabriel García Márquez escribir su primer artículo importante en donde demostró el conocimiento que tenía de la vida y la obra de este norteamericano, quien es considerado en Cuba como un amigo de la Revolución Cubana. Su casa está intacta y en la marina se encuentra el yatecito en el cual Ernest salía a pescar en el mar. Cuentan los cubanos que los abundantes gatos que existen en la casa museo de Hemingway son descendientes de los gatos originales que en un número de setenta Hemingway llegó a reunir para convivir cuando pasaba largas temporadas en su residencia cubana.

Cuando vivió Hemingway, la ciencia no estaba tan avanzada como ahora lo está, en aquella época un hombre de 62 años era ya un viejo. Ahora el término medio de vida se ha prolongado afortunadamente hasta más allá de los 80 años, considerándose a un hombre de 60 alguien que todavía tiene un mundo fascinante de oportunidades y tareas que realizar. El ejemplo de esto que afirmo es el maestro José Saramago, quien empezó a escribir y publicar a los 60 años, obteniendo el premio Nobel a los 77 y actualmente recorre el mundo, pronuncia conferencias magistrales y acaba de contraer nupcias religiosas con su compañera de vida de más de 20 años, una periodista española que ha sido la encargada de la traducción de las obras de Saramago a varios idiomas.

La muerte de Hemingway nos hace que los hombres pensemos un poco ¿Por qué razón un ser humano decide renunciar a la vida? Ernest, desde mi personal punto de vista, no era de los hombres que se suicidan. En sus cuentos y novelas, el suicido era una cobardía. Todos sus personajes, absolutamente todos, pienso ahora en Gary Cooper cuando interpreta a ese personaje heroico de "Por quién doblan las campanas", en Anthony Queen desarrollando magistralmente el papel de ese viejo pescador, que es una síntesis de los defectos y las virtudes del autor. Es la vida de un pescador solitario, agotado, víctima de la mala suerte, pero lleno de enjundia para lograr vencer al pez más grande del mundo en una contienda que era más de inteligencia que de fortaleza. "A lo mejor es cierto lo que la dama del café recomienda: Beber un litro de tequila al día prolonga la vida".

En su época Jacobo Zabludovsky era una especie de comunicador encadenado al presidencialismo, que llegaron al infierno de la desvergüenza de desmentir a organizaciones civiles no gubernamentales que forman parte de la ONU y que han hecho pública la realidad peligrosa de ejercer el periodismo independiente de México.

Ubicándonos en un rango de país intolerante, similar a los países orientales, que recomendaron que la periodista Lidia Cacho debe abandonar el país porque su vida está en peligro; como en el pasado lo fue con el periodista Manuel Buendía y el magistrado Polo Uzcanga, que a pesar de haber sentencia de muerte el Gobierno no hizo nada y fueron sacrificados impunemente. Estos periodistas encadenados de hoy no ven ningún peligro, y no saben que ellos pueden correr el riesgo de que les pidan que guarden la pluma porque se exceden en los elogios. Con Zabludovsky existía también un valor agregado que no se encuentra en ningún comunicador de estos tiempos. Era un hombre culto, conocedor de la cultura popular y un apologista de esa música inmortal que mucho tiene que ver con el corrido mexicano, con la diferencia de que en nuestras canciones el hombre engañado mata a la mujer traidora y en el tango, que tanto le gusta a Jacobo, el galán sufre pero perdona a la dama y la vuelve a recibir. Así son los argentinos. Zabludovsky afirmaba que las coincidencias no existen.

Pero, como la excepción confirma la regla, el próximo mes de julio es una fecha en la que encuentro una coincidencia fantástica. Porque un 2 de julio de 1961 suceden dos acontecimientos importantes en la vida de la literatura universal. Ese día llega a nuestro país un colombiano con aspecto de turco, acompañado de su esposa y dos menores en completa bancarrota después de haber estado varios años como corresponsal de un periódico de su país en París, que fue clausurado por unas de las dictaduras en turno que han gobernado Colombia, Gabriel García Márquez. Ese mismo día mientras Gabo salía del aeropuerto con el escaso equipaje y abordaba un vejestorio vehículo propiedad de Jomí García Ascot, un fotógrafo excelente de origen tunecino, a quien después Gabo hizo inmortal al dedicarle la primera edición de "Cien Años de Soledad". En Ketchum, un pueblo del estado de Michigan, un hombre quien había sido distinguido con el premio Nobel de Literatura se quitaba la vida con su propia escopeta cansado de vivir y con esto entrar en ese fantástico mundo que supo proverbialmente describir en su literatura donde estableció la filosofía que con sabiduría, constancia y dedicación, el pez chico se puede comer al grande. Ese 2 de julio de 1961, Ernest Hemingway se destrozó la cabeza con un disparo salido de su propia arma.

La muerte de Hemingway pasó desapercibida en el pueblo de donde él era natural, todos los vecinos lo vieron como un hecho normal. El papá de Ernest había muerto de la misma forma y, por lo tanto, la comunidad de este pueblo norteamericano no le dio la menor importancia al fallecimiento de un periodista, escritor que había vivido en Europa, combatido en la guerra civil española del lado de la causa republicana y que en más de una ocasión lo habían dado por muerto, en virtud de que el avión en el que con frecuencia volaba al Continente Negro, más de una vez se había caído y Hemingway tan solo acompañado de su escopeta y una botella de whisky esperaba tranquilo en medio de la hostilidad de la selva africana que llegaran a rescatarlo cuando notaran que su ausencia era indicativo de que una vez más el viejo avión que utilizaba le había hecho una broma tétrica.

Hubo una vez en que realmente Ernest corrió peligro, el avión sufrió un accidente en África, en una región inaccesible, y los días pasaron, no lo encontraban, por lo tanto algunos diarios en el mundo lo dieron por muerto, circulando entonces en forma contundente su deceso, porque recientemente había recibido el Nobel de Literatura. Las comisiones de rescate se llevaron la sorpresa cuando lo encontraron alegre y medio borracho, jugando con un changuito en un claro de la selva a poca distancia de donde merodeaba una peligrosa familia de leones acompañada de sus cachorros. Este acontecimiento de la muerte de Hemingway le permitió a Gabriel García Márquez escribir su primer artículo importante en donde demostró el conocimiento que tenía de la vida y la obra de este norteamericano, quien es considerado en Cuba como un amigo de la Revolución Cubana. Su casa está intacta y en la marina se encuentra el yatecito en el cual Ernest salía a pescar en el mar. Cuentan los cubanos que los abundantes gatos que existen en la casa museo de Hemingway son descendientes de los gatos originales que en un número de setenta Hemingway llegó a reunir para convivir cuando pasaba largas temporadas en su residencia cubana.

Cuando vivió Hemingway, la ciencia no estaba tan avanzada como ahora lo está, en aquella época un hombre de 62 años era ya un viejo. Ahora el término medio de vida se ha prolongado afortunadamente hasta más allá de los 80 años, considerándose a un hombre de 60 alguien que todavía tiene un mundo fascinante de oportunidades y tareas que realizar. El ejemplo de esto que afirmo es el maestro José Saramago, quien empezó a escribir y publicar a los 60 años, obteniendo el premio Nobel a los 77 y actualmente recorre el mundo, pronuncia conferencias magistrales y acaba de contraer nupcias religiosas con su compañera de vida de más de 20 años, una periodista española que ha sido la encargada de la traducción de las obras de Saramago a varios idiomas.

La muerte de Hemingway nos hace que los hombres pensemos un poco ¿Por qué razón un ser humano decide renunciar a la vida? Ernest, desde mi personal punto de vista, no era de los hombres que se suicidan. En sus cuentos y novelas, el suicido era una cobardía. Todos sus personajes, absolutamente todos, pienso ahora en Gary Cooper cuando interpreta a ese personaje heroico de "Por quién doblan las campanas", en Anthony Queen desarrollando magistralmente el papel de ese viejo pescador, que es una síntesis de los defectos y las virtudes del autor. Es la vida de un pescador solitario, agotado, víctima de la mala suerte, pero lleno de enjundia para lograr vencer al pez más grande del mundo en una contienda que era más de inteligencia que de fortaleza. "A lo mejor es cierto lo que la dama del café recomienda: Beber un litro de tequila al día prolonga la vida".