/ domingo 4 de julio de 2021

De recuerdos y de sombras

Sus hijos se dieron cuenta que la siniestra sombra del Alzheimer avanzaba implacable sobre la frágil memoria de su madre, cuando un día la encontraron quemada del rostro, porque se había untado detergente, creyendo que era crema suavizante.

Fue entonces que decidieron hacer algo. Rotularon frascos y recipientes que indicaban su contenido; alejaron de ella todo lo que pudiera dañarle, y estuvieron muy pendientes de quien se había vuelto como una niña, viéndola de pronto necesitada de todo lo que le ayudara a tener calidad de vida. Ellos se lo debían, ya que, a pesar de haber sido madre muy joven, los había cuidado y protegido con cariño desde que eran niños.

Mi hermana Ofelia tuvo muchos hijos con sus consiguientes y multiplicados afanes. Mi recuerdo de ella es el de una mujer que estaba siempre lavando o haciendo de comer, rezando siempre que podía, ya que el tiempo no le daba para más, mientras su juventud e innegable belleza se iban perdiendo y repartiéndose entre los hijos y más tarde entre los nietos. Y aunque nunca estudió, casi todos tuvieron la oportunidad de terminar una carrera profesional. Y a costa de su cansancio ellos pudieron enfrentar la vida sin tantas dificultades como ella tuvo.

Pero de repente, en el atardecer de su vida, encontró en el silencio de su asombro que todo lo que atesoró como valioso, se había convertido en una sombra, en lugar de ser ese dulce bálsamo que el recuerdo debería significar para su corazón. Y fue entonces que empezó a olvidarlo todo, nombres, objetos, fechas y solo vio a su alrededor pálidos reflejos donde antes hubo luces esplendentes, girasoles y madreselvas que da el gozo incomparable de vivir.

Yo llegué a pensar en un momento, que quizás a mí también me había olvidado. Sin embargo, cada vez que iba a su casa a visitarla, me sonreía feliz, aplaudía y cantaba y en secreto se platicaba a sí misma cosas que estoy seguro se referían a su pasado, a sus hijos, a nuestros padres, a sus hermanos y pienso que a mí, que la visitaba de tiempo en tiempo, y a quien ciertamente ya no conocía, pero sin duda reconocía, con esa intuición primordial que solo puede dar el cariño.

Un día mis sobrinos me confiaron que cuando la llevaban a pasear por las tardes, al aproximarse a la calle donde vivo, la miraba con especial atención como si la reconociera y comenzaba inquieta a moverse dentro del automóvil y justamente al pasar frente a mi casa, casi como si se tratara de un rezo, musitaba con una sonrisa que, más que de sus labios, surgía de su entrañable corazón: “ahí vive él”.

Porque podremos olvidarlo todo un día, el camino, la rosa, el atardecer y la estrella. Podremos olvidar la espina, el poema y la distancia, los títulos, los honores y los nombres y tal vez como bellamente dice W. Woodsworth, hasta “el esplendor de la hierba y la belleza de la flor”. Pero nada podrá borrar de nuestra alma el sentimiento que aromó nuestro corazón, cuando alguien con ternura nos dijo que nos amaba, y eso sí permanecerá indeleble en nuestra memoria a través del recuerdo.

Y esa es una luz que brillará por siempre, aun entre las sombras.

DE RECUERDOS Y DE SOMBRAS

…y aunque un día,

ellos ya no nos recuerden,

nosotros sí lo podemos hacer...

Para Ofelia,

Hermana entrañable,

Madre inolvidable…

Sus hijos se dieron cuenta que la siniestra sombra del Alzheimer avanzaba implacable sobre la frágil memoria de su madre, cuando un día la encontraron quemada del rostro, porque se había untado detergente, creyendo que era crema suavizante.

Fue entonces que decidieron hacer algo. Rotularon frascos y recipientes que indicaban su contenido; alejaron de ella todo lo que pudiera dañarle, y estuvieron muy pendientes de quien se había vuelto como una niña, viéndola de pronto necesitada de todo lo que le ayudara a tener calidad de vida. Ellos se lo debían, ya que, a pesar de haber sido madre muy joven, los había cuidado y protegido con cariño desde que eran niños.

Mi hermana Ofelia tuvo muchos hijos con sus consiguientes y multiplicados afanes. Mi recuerdo de ella es el de una mujer que estaba siempre lavando o haciendo de comer, rezando siempre que podía, ya que el tiempo no le daba para más, mientras su juventud e innegable belleza se iban perdiendo y repartiéndose entre los hijos y más tarde entre los nietos. Y aunque nunca estudió, casi todos tuvieron la oportunidad de terminar una carrera profesional. Y a costa de su cansancio ellos pudieron enfrentar la vida sin tantas dificultades como ella tuvo.

Pero de repente, en el atardecer de su vida, encontró en el silencio de su asombro que todo lo que atesoró como valioso, se había convertido en una sombra, en lugar de ser ese dulce bálsamo que el recuerdo debería significar para su corazón. Y fue entonces que empezó a olvidarlo todo, nombres, objetos, fechas y solo vio a su alrededor pálidos reflejos donde antes hubo luces esplendentes, girasoles y madreselvas que da el gozo incomparable de vivir.

Yo llegué a pensar en un momento, que quizás a mí también me había olvidado. Sin embargo, cada vez que iba a su casa a visitarla, me sonreía feliz, aplaudía y cantaba y en secreto se platicaba a sí misma cosas que estoy seguro se referían a su pasado, a sus hijos, a nuestros padres, a sus hermanos y pienso que a mí, que la visitaba de tiempo en tiempo, y a quien ciertamente ya no conocía, pero sin duda reconocía, con esa intuición primordial que solo puede dar el cariño.

Un día mis sobrinos me confiaron que cuando la llevaban a pasear por las tardes, al aproximarse a la calle donde vivo, la miraba con especial atención como si la reconociera y comenzaba inquieta a moverse dentro del automóvil y justamente al pasar frente a mi casa, casi como si se tratara de un rezo, musitaba con una sonrisa que, más que de sus labios, surgía de su entrañable corazón: “ahí vive él”.

Porque podremos olvidarlo todo un día, el camino, la rosa, el atardecer y la estrella. Podremos olvidar la espina, el poema y la distancia, los títulos, los honores y los nombres y tal vez como bellamente dice W. Woodsworth, hasta “el esplendor de la hierba y la belleza de la flor”. Pero nada podrá borrar de nuestra alma el sentimiento que aromó nuestro corazón, cuando alguien con ternura nos dijo que nos amaba, y eso sí permanecerá indeleble en nuestra memoria a través del recuerdo.

Y esa es una luz que brillará por siempre, aun entre las sombras.

DE RECUERDOS Y DE SOMBRAS

…y aunque un día,

ellos ya no nos recuerden,

nosotros sí lo podemos hacer...

Para Ofelia,

Hermana entrañable,

Madre inolvidable…