/ domingo 14 de febrero de 2021

El amor es la respuesta

Albert Einstein afirmó alguna vez que la más profunda emoción que el ser humano puede sentir, es la experiencia del misterio. Y el mayor misterio al que el hombre puede aproximarse es el amor. Quien es capaz de sentir esa experiencia, puede mirar casi desde la óptica de Dios mismo, el maravilloso privilegio de la vida. Sin duda por eso los ascetas y los místicos dicen que Él es Amor.

Es innato en el hombre, en su tenaz lucha por saber más, el deseo de tener siempre todas las respuestas. En sus orígenes, pasó del asombro ante todo lo que le rodeaba, a la curiosidad por entender su por qué y finalmente a la duda por la multiplicidad de respuestas que obtenía. Para justificarlas, en un principio creó mitos que lo remitían vagamente a explicaciones simplistas con las que se conformaba, aunque fueran superficiales, ante lo que no podía comprender. Pero cuando dio el extraordinario salto del mito a la razón, su misma inteligencia le exigió la congruencia entre las preguntas y las respuestas que a sí mismo se proporcionaba: ya no le bastaba con saber más, sino que quería comprender mejor.

Evolucionado o creado, o quizás ambos, el hombre ha llegado a obtener cierto nivel de conciencia y de raciocinio. Su ser inacabado sigue por ello en la búsqueda constante de respuestas válidas a sus múltiples interrogantes. A veces cree hallarlas en la ciencia, que le vuelve arrogante; en la contemplación de la belleza, que le convierte en solitario; en la religión, que lo ata a dogmas, pero que lo hace feliz y le proporciona esperanza; en el dinero que invariablemente le deja vacío o en el poder que sólo potencia su soberbia, Y entonces busca esperanzado en muchas otras cosas, que son solo sutiles sustitutos de la verdadera respuesta que ansía su corazón, para darle significado a su existencia.

La única respuesta real que es capaz de redimir al hombre de su soledad, la angustia de su nada y su egoísmo, es el amor. Por él despertamos a la conciencia de la propia identidad mediante la ternura de nuestra madre, en la entrega confiada que de sí misma ella nos hace desde el momento de nuestra concepción. El amor nos hace entender igualmente el sacrificio siempre presente de nuestro padre para darnos educación a la par que vestido y sustento. Por el amor es que llegamos a la plenitud cuando nos entregamos a la persona que elegimos amar y la convertimos en nuestra alma gemela y en esa capacidad descubrimos asombrados la única fórmula que podrá llevarnos con alguna certidumbre a la realización personal. Y es finalmente por el amor que entramos en la sala del banquete de la vida y descubrimos a otros, que son también comensales y con los cuales debemos aprender a compartir si queremos ser realmente felices.

Porque, si lo vemos bien, solo por el amor llegamos a ser lo que por esencia somos: trascendencia y libertad, encuentro y transparencia, diálogo y comprensión. La tarea del amor es hacer que el yo salga al llamado del tú y se convierta en la respuesta eficaz por la que la donación es posible, real y gratificante. Sin amor, las respuestas son incompletas, las dudas infinitas, la decepción justificable, y la vida misma, el insufrible tormento de la prisión interior. Por el amor sabemos; sin el amor solo conocemos; por el amor experimentamos, sin el amor solo sentimos; por el amor entregamos, sin el amor solo nos conformamos con recibir; por el amor somos, sin el amor simplemente existimos.

Es cierto que muchas veces las respuestas que el amor nos ofrece son dolorosas, porque al ser definitivas y jamás condicionadas y al saciarse solo con el amor mismo, conllevan sufrimiento: El amor, dice Gibrán, “devasta nuestros sueños, nos crucifica tanto como nos corona, nos hace crecer y luego nos poda y conmoverá nuestras raíces para hacernos dignos de él”. Pero al hacerlo, al poseernos y herirnos, nos conducirá como unicornios celestes a descubrir el sentido de la vida y del corazón y en ese conocimiento podremos comprender aunque sea un fragmento de la propia vida y del amor de Dios, única respuesta final que podrá satisfacernos plenamente.

En el hermoso cuento de Oscar Wilde, “El Ruiseñor y la Rosa”, un pájaro ofrece su vida para construir, con su propia sangre, una rosa con la cual un joven estudiante podrá aspirar al amor de una jovencita. La maravilla del amor humano es, de alguna manera, semejante a la sublime belleza de esa inmolación, ya que en su entrega no se pretende nada: Si amas, das, aunque no recibas. Para ti entonces el amor existe. Pero si recibes y no quieres dar, es que no lo has conocido y deberás conformarte solo con tu egoísmo. Aunque en el cuento el estudiante no fue finalmente correspondido, el sacrificio de amor que mantuvo su esperanza a través del pájaro muerto, quedó como un gesto definitivo de lo que exigencia de amar significa, simbolizada en la rosa. En realidad el amor es la única respuesta que no necesita ser explicada.

Y es quizá por eso que en el Libro Santo se lee; “ponme con un sello sobre tu corazón” porque “fuerte es el amor como la muerte”.

EL AMOR ES LA RESPUESTA

“El amor es como el fuego,

si no se comunica, se apaga...”

Giovanni Papini

Albert Einstein afirmó alguna vez que la más profunda emoción que el ser humano puede sentir, es la experiencia del misterio. Y el mayor misterio al que el hombre puede aproximarse es el amor. Quien es capaz de sentir esa experiencia, puede mirar casi desde la óptica de Dios mismo, el maravilloso privilegio de la vida. Sin duda por eso los ascetas y los místicos dicen que Él es Amor.

Es innato en el hombre, en su tenaz lucha por saber más, el deseo de tener siempre todas las respuestas. En sus orígenes, pasó del asombro ante todo lo que le rodeaba, a la curiosidad por entender su por qué y finalmente a la duda por la multiplicidad de respuestas que obtenía. Para justificarlas, en un principio creó mitos que lo remitían vagamente a explicaciones simplistas con las que se conformaba, aunque fueran superficiales, ante lo que no podía comprender. Pero cuando dio el extraordinario salto del mito a la razón, su misma inteligencia le exigió la congruencia entre las preguntas y las respuestas que a sí mismo se proporcionaba: ya no le bastaba con saber más, sino que quería comprender mejor.

Evolucionado o creado, o quizás ambos, el hombre ha llegado a obtener cierto nivel de conciencia y de raciocinio. Su ser inacabado sigue por ello en la búsqueda constante de respuestas válidas a sus múltiples interrogantes. A veces cree hallarlas en la ciencia, que le vuelve arrogante; en la contemplación de la belleza, que le convierte en solitario; en la religión, que lo ata a dogmas, pero que lo hace feliz y le proporciona esperanza; en el dinero que invariablemente le deja vacío o en el poder que sólo potencia su soberbia, Y entonces busca esperanzado en muchas otras cosas, que son solo sutiles sustitutos de la verdadera respuesta que ansía su corazón, para darle significado a su existencia.

La única respuesta real que es capaz de redimir al hombre de su soledad, la angustia de su nada y su egoísmo, es el amor. Por él despertamos a la conciencia de la propia identidad mediante la ternura de nuestra madre, en la entrega confiada que de sí misma ella nos hace desde el momento de nuestra concepción. El amor nos hace entender igualmente el sacrificio siempre presente de nuestro padre para darnos educación a la par que vestido y sustento. Por el amor es que llegamos a la plenitud cuando nos entregamos a la persona que elegimos amar y la convertimos en nuestra alma gemela y en esa capacidad descubrimos asombrados la única fórmula que podrá llevarnos con alguna certidumbre a la realización personal. Y es finalmente por el amor que entramos en la sala del banquete de la vida y descubrimos a otros, que son también comensales y con los cuales debemos aprender a compartir si queremos ser realmente felices.

Porque, si lo vemos bien, solo por el amor llegamos a ser lo que por esencia somos: trascendencia y libertad, encuentro y transparencia, diálogo y comprensión. La tarea del amor es hacer que el yo salga al llamado del tú y se convierta en la respuesta eficaz por la que la donación es posible, real y gratificante. Sin amor, las respuestas son incompletas, las dudas infinitas, la decepción justificable, y la vida misma, el insufrible tormento de la prisión interior. Por el amor sabemos; sin el amor solo conocemos; por el amor experimentamos, sin el amor solo sentimos; por el amor entregamos, sin el amor solo nos conformamos con recibir; por el amor somos, sin el amor simplemente existimos.

Es cierto que muchas veces las respuestas que el amor nos ofrece son dolorosas, porque al ser definitivas y jamás condicionadas y al saciarse solo con el amor mismo, conllevan sufrimiento: El amor, dice Gibrán, “devasta nuestros sueños, nos crucifica tanto como nos corona, nos hace crecer y luego nos poda y conmoverá nuestras raíces para hacernos dignos de él”. Pero al hacerlo, al poseernos y herirnos, nos conducirá como unicornios celestes a descubrir el sentido de la vida y del corazón y en ese conocimiento podremos comprender aunque sea un fragmento de la propia vida y del amor de Dios, única respuesta final que podrá satisfacernos plenamente.

En el hermoso cuento de Oscar Wilde, “El Ruiseñor y la Rosa”, un pájaro ofrece su vida para construir, con su propia sangre, una rosa con la cual un joven estudiante podrá aspirar al amor de una jovencita. La maravilla del amor humano es, de alguna manera, semejante a la sublime belleza de esa inmolación, ya que en su entrega no se pretende nada: Si amas, das, aunque no recibas. Para ti entonces el amor existe. Pero si recibes y no quieres dar, es que no lo has conocido y deberás conformarte solo con tu egoísmo. Aunque en el cuento el estudiante no fue finalmente correspondido, el sacrificio de amor que mantuvo su esperanza a través del pájaro muerto, quedó como un gesto definitivo de lo que exigencia de amar significa, simbolizada en la rosa. En realidad el amor es la única respuesta que no necesita ser explicada.

Y es quizá por eso que en el Libro Santo se lee; “ponme con un sello sobre tu corazón” porque “fuerte es el amor como la muerte”.

EL AMOR ES LA RESPUESTA

“El amor es como el fuego,

si no se comunica, se apaga...”

Giovanni Papini