/ domingo 2 de diciembre de 2018

La entrega del poder

Sale a la terraza en donde el viento frío de otoño se le mete hasta los huesos, lo obliga a regresar a su habitación por su acostumbrado café, solo y fuerte. Unas horas después ya está listo para salir al encuentro con la historia y su destino. Su ayudante de cámara le entrega la hermosa banda presidencial que él coloca con respeto y emoción. Una última mirada al espejo que le devuelve su imagen impecable portando por vez última su alta investidura; un halo de soberbia le inunda y le entristece al mismo tiempo. Es el canto del cisne del Presidente de la República que en unos minutos estará entregando el mando al mandatario electo.

Baja la escalinata de la residencia oficial de Los Pinos con paso firme y decidido. Esboza una sonrisa forzada y cortés a sus fieles escoltas. Da la bienvenida al día más largo del mandato: Buenos días señores, Buenos días Señor Presidente. Tras los cristales del coche oficial ve pasar los derechos, perennes y milenarios ahuehuetes del Bosque de Chapultepec, bajo un sol pálido aún, lo cubre la inevitable sombra de la desolación.

Al llegar al recinto en donde se llevará a cabo el cambio de poderes recibe por última vez los honores al cargo; en su fuero interno siente una emoción íntima y controlada. Una comisión designada lo recibe en medio de algunos aplausos y aisladas vivas. Erguido y sereno se enfrenta al último acto de su poder nacional.

La inevitable tensión acumulada se instala en su boca recogida al escuchar las primeras estrofas del Himno Nacional. En solemne ceremonia la Banda Presidencial pasa de su pecho al del nuevo Presidente de la República. Todo ha terminado.

El canto de las sirenas que escuchó embelesado cuando se le notificó que era "EL ELEGIDO", ahora es eco sordo y lejano. Han sido seis largos años de logros y fracasos, momentos de luz y de oscuridad, de errores y aciertos, de pecados e indulgencias. Sabe que la historia lo juzgará y que será olvidado por su pueblo. Lo inunda el pesimismo como una especie de vejez prematura y con ese desánimo tendrá que luchar el resto de su vida.

Lejanos abrazos y adulaciones de los primeros años porque al llegar al quinto año de gobierno empieza a desaparecer la idolatría poco a poco como prólogo del final inevitable.

Terminado el acto oficial, se dirige a su hogar y, aún acompañado por su familia, la inevitable tristeza y melancolía, se empezará a colar por las puertas y las ventanas invadiéndole una soledad apabullante...

Sale a la terraza en donde el viento frío de otoño se le mete hasta los huesos, lo obliga a regresar a su habitación por su acostumbrado café, solo y fuerte. Unas horas después ya está listo para salir al encuentro con la historia y su destino. Su ayudante de cámara le entrega la hermosa banda presidencial que él coloca con respeto y emoción. Una última mirada al espejo que le devuelve su imagen impecable portando por vez última su alta investidura; un halo de soberbia le inunda y le entristece al mismo tiempo. Es el canto del cisne del Presidente de la República que en unos minutos estará entregando el mando al mandatario electo.

Baja la escalinata de la residencia oficial de Los Pinos con paso firme y decidido. Esboza una sonrisa forzada y cortés a sus fieles escoltas. Da la bienvenida al día más largo del mandato: Buenos días señores, Buenos días Señor Presidente. Tras los cristales del coche oficial ve pasar los derechos, perennes y milenarios ahuehuetes del Bosque de Chapultepec, bajo un sol pálido aún, lo cubre la inevitable sombra de la desolación.

Al llegar al recinto en donde se llevará a cabo el cambio de poderes recibe por última vez los honores al cargo; en su fuero interno siente una emoción íntima y controlada. Una comisión designada lo recibe en medio de algunos aplausos y aisladas vivas. Erguido y sereno se enfrenta al último acto de su poder nacional.

La inevitable tensión acumulada se instala en su boca recogida al escuchar las primeras estrofas del Himno Nacional. En solemne ceremonia la Banda Presidencial pasa de su pecho al del nuevo Presidente de la República. Todo ha terminado.

El canto de las sirenas que escuchó embelesado cuando se le notificó que era "EL ELEGIDO", ahora es eco sordo y lejano. Han sido seis largos años de logros y fracasos, momentos de luz y de oscuridad, de errores y aciertos, de pecados e indulgencias. Sabe que la historia lo juzgará y que será olvidado por su pueblo. Lo inunda el pesimismo como una especie de vejez prematura y con ese desánimo tendrá que luchar el resto de su vida.

Lejanos abrazos y adulaciones de los primeros años porque al llegar al quinto año de gobierno empieza a desaparecer la idolatría poco a poco como prólogo del final inevitable.

Terminado el acto oficial, se dirige a su hogar y, aún acompañado por su familia, la inevitable tristeza y melancolía, se empezará a colar por las puertas y las ventanas invadiéndole una soledad apabullante...