/ martes 18 de enero de 2022

Pre-textos del caimán | Mujeres, reinas y diosas

Ahora que han pasado las celebraciones decembrinas es buen tiempo para escribir algunas ideas acerca de la mujer como diosa y reina. Es cierto, la mujer es mucho más que dos sustantivos, estaría vestida con una infinidad de adjetivos calificativos y, de todos modos, serían insuficientes para completar, para alcanzar una definición del todo ella que la conforma. Mujeres que a lo largo de la vida y especialmente a partir de la década de los setenta del siglo pasado, se han vinculado con la diosa y con las brujas para luchar por sus derechos. Entre otras cosas ese movimiento dio origen a diversos tipos de culto de los Sagrado Femenino, el witchcraft y la espiritualidad femenina.

Son mujeres que recuperan la antigua religión de la diosa, de la que existen, al menos, dos estupendos libros que a mí me han dejado una profunda huella y que cambiaron definitivamente mis concepciones con respecto de las mujeres a las que simplemente llamo: Diosas. Los libros son La diosa Blanca de Robert Graves y la Rama Dorada de Arnold Frazer. Si usted tiene oportunidad, hágase de ellos y léalos. Estoy seguro que serán sus libros de cabecera o que los colocará en el baño de la casa, o los llevará consigo para ir a tomar un aromático cafecito, para disfrutar de una lectura solitaria, sin prisa, en total relajación.

Decía arriba que hubo mujeres que recuperaron la tradición de la antigua religión de la Diosa, a la que se le agregaron cuestiones políticas, de género, ecológicas, comunitarias. Muchas de sus creencias fueron tomadas de las brujas, de las chamanas, sacerdotisas de la Europa clásica, es decir, de antes de la aparición del cristianismo.

También tomaron parte en la conformación de esta corriente de pensamiento, las aportaciones de la Diosa en otras áreas de la geografía universal, en aquellos sitios en donde podían sentirse las potencias de los cuerpos, almas, mentes y espíritus de muy altas vibraciones, lo que comúnmente denominamos (buena vibra). Esas influencias consideraban que la mujer debía andar por el mundo en completa libertad, con toda dignidad y sin estar subordinadas a lo sexual. Por eso mismo, la creación del pecado original, el sentido de culpabilidad, el castigo divino, la expulsión del paraíso, la existencia de un Dios, de los diablos, etc., no forman parte de esa tradición.

Claro está que la cristiandad ha tenido una gran influencia en el trato que históricamente ha recibido la mujer y que, en definitiva, la ha puesto en un sitio secundario, de dependencia, a la que además le ha inculcado una gran cantidad de culpas y de obligaciones que la ponen en desventaja en relación con el hombre.

Por eso, aquellas mujeres, luchadoras sociales, se convirtieron en diosas, en brujas, en chamanas, porque querían recuperar la gran energía que la Gran Diosa les dio y les da, hasta nuestros días. Y es que es fácil entender las posiciones ideológicas de aquellas mujeres pues las religiones han sido dominadas, gestadas, creadas y dirigidas por los varones. Son hombres Yavhe, Buda, Mahoma, Krishna, Alá. Como se sabe, esas teologías y espiritualidades eran, son discriminatorias; todas tienden a desvalorizar a las mujeres y a lo divino femenino. Pero además, varias religiones imponen severos castigos, incluso la muerte, para aquellas mujeres que cometan actos “impuros”, que en el caso de los hombres, no ocurre igual.

Entonces podemos darnos cuenta que a lo largo de la historia de la humanidad ha existido una confrontación entre dos creencias universales. No se trata aquí de continuar con dicha oposición, sino, más bien, de dar a conocer este otro universo de lo sagrado que en pocas ocasiones y en escasa obra escrita se pueden hallar manifestaciones de lo sagrado femenino, pues el catolicismo se ha empeñado en ocultarlo, en dispersarlo, como en aquellos tiempos de la Inquisición.

Hablemos pues, acerca de la religiosidad de la diosa. Como toda religión o creencia, esa manifestación de lo divino femenino, cuenta con una Tealogía. Así está bien escrito, Tea, por diosa y no teo, dios. Una de las maneras en que se puede vivenciar la tealogía es que recurre a diversas fuentes, a distintas cosmovisiones básicas, siempre y cuando no reproduzcan estereotipos femeninos o masculinos. A esta Diosa se le celebra en estrecha relación con la naturaleza en donde habita de manera inmanente en el mundo y en el universo que ella misma ha creado. Ella es creación, vida, naturaleza, su espíritu se encuentra en los valles y en las montañas, en los ríos y en los mares, en los volcanes y en el aire, en la nieve y en las cordilleras; se encuentra entre los animales y entre los seres humanos. Es la reina que gobierna los tres mundos, el cielo, la tierra y el “otro mundo”, no el infierno cristiano, sino más bien un inframundo, como el de la cosmovisión maya, un sitio que se encuentra “en medio” y al que se puede ir y regresar.

Aunque el origen es único, la tealogía de la Diosa recupera y comparte diversas visiones venidas de pueblos que celebran lo sagrado femenino a través de diversas manifestaciones o advocaciones, como Ixchel, Cerridwen, Kali, Pachamama, Andra Mari, Maya, Ilamatecutli, entre otras. La divinidad se presenta como triple diosa: Es la virgen de la luna creciente y, por relación estrecha con los ciclos de la naturaleza, es también de la primavera. Es la luna llena, la madre adulta, plena, la del verano. Es la luna menguante, la anciana sabia, la del otoño que luego habrá de transformarse en la luna nueva (oscura) la del invierno. Por eso las mujeres la celebran en cado cambio, en cada ciclo lunar, pues es la luna la que gobierna y es la mujer la que, mirándola, sabe que parte de su universo vital es luminoso.

La mujer posee esa triple divinidad y la hace suya cuando se reconoce a través de las distintas etapas de su vida. Pues cada transición biológica manifiesta en ella distintas capacidades y procesos internos que la hacen actuar. La diosa es un signo que expresa la autoestima, la libertad y, sobre todo, la energía vital. Por eso existe, al menos en potencia, la posibilidad de que la mujer pueda manifestarse en un ambiente de libertad, vincularse con los otros, sin que exista por ello algún tipo de subordinación; tiene en sus manos la oportunidad de cambio y de transformación, haciendo uso de su energía, puede liberar y crecer, ser una consigo misma. Estas son sólo algunos aspectos que rodean el círculo mágico de la tealogía. La diosa Blanca, la gran diosa (¡grandiosa!), la sagrado femenino, es una y muchas, es la diosa del amor, de la fertilidad, de la sabiduría, de la salud, de las artes, de la inteligencia creadora.

No se crea, sin embargo, que el hombre no existe. Por el contrario esta tealogía también celebra lo sagrado masculino, pues nos reconoce como amante consorte, como hijo y como iniciado. Por eso los hombres buscamos y queremos, deseamos, anhelamos, la inmensa fuerza del espíritu creador, la energía de lo divino femenino. No lo tenemos, lo perseguimos, luchamos por eso cada día. Tú, sí eres hombre, deja de luchar y acércate a lo sagrado femenino, recibe sus dones y sus virtudes, su alegría, su intuición, su amor y su inteligencia.

Mujeres: ¡Feliz Año Nuevo!

  • ernesto.jimher@gmail.com
  • Twitter: @OsirisJimenez

La mujer posee esa triple divinidad y la hace suya cuando se reconoce a través de las distintas etapas de su vida. Pues cada transición biológica manifiesta en ella distintas capacidades y procesos internos que la hacen actuar.

Ahora que han pasado las celebraciones decembrinas es buen tiempo para escribir algunas ideas acerca de la mujer como diosa y reina. Es cierto, la mujer es mucho más que dos sustantivos, estaría vestida con una infinidad de adjetivos calificativos y, de todos modos, serían insuficientes para completar, para alcanzar una definición del todo ella que la conforma. Mujeres que a lo largo de la vida y especialmente a partir de la década de los setenta del siglo pasado, se han vinculado con la diosa y con las brujas para luchar por sus derechos. Entre otras cosas ese movimiento dio origen a diversos tipos de culto de los Sagrado Femenino, el witchcraft y la espiritualidad femenina.

Son mujeres que recuperan la antigua religión de la diosa, de la que existen, al menos, dos estupendos libros que a mí me han dejado una profunda huella y que cambiaron definitivamente mis concepciones con respecto de las mujeres a las que simplemente llamo: Diosas. Los libros son La diosa Blanca de Robert Graves y la Rama Dorada de Arnold Frazer. Si usted tiene oportunidad, hágase de ellos y léalos. Estoy seguro que serán sus libros de cabecera o que los colocará en el baño de la casa, o los llevará consigo para ir a tomar un aromático cafecito, para disfrutar de una lectura solitaria, sin prisa, en total relajación.

Decía arriba que hubo mujeres que recuperaron la tradición de la antigua religión de la Diosa, a la que se le agregaron cuestiones políticas, de género, ecológicas, comunitarias. Muchas de sus creencias fueron tomadas de las brujas, de las chamanas, sacerdotisas de la Europa clásica, es decir, de antes de la aparición del cristianismo.

También tomaron parte en la conformación de esta corriente de pensamiento, las aportaciones de la Diosa en otras áreas de la geografía universal, en aquellos sitios en donde podían sentirse las potencias de los cuerpos, almas, mentes y espíritus de muy altas vibraciones, lo que comúnmente denominamos (buena vibra). Esas influencias consideraban que la mujer debía andar por el mundo en completa libertad, con toda dignidad y sin estar subordinadas a lo sexual. Por eso mismo, la creación del pecado original, el sentido de culpabilidad, el castigo divino, la expulsión del paraíso, la existencia de un Dios, de los diablos, etc., no forman parte de esa tradición.

Claro está que la cristiandad ha tenido una gran influencia en el trato que históricamente ha recibido la mujer y que, en definitiva, la ha puesto en un sitio secundario, de dependencia, a la que además le ha inculcado una gran cantidad de culpas y de obligaciones que la ponen en desventaja en relación con el hombre.

Por eso, aquellas mujeres, luchadoras sociales, se convirtieron en diosas, en brujas, en chamanas, porque querían recuperar la gran energía que la Gran Diosa les dio y les da, hasta nuestros días. Y es que es fácil entender las posiciones ideológicas de aquellas mujeres pues las religiones han sido dominadas, gestadas, creadas y dirigidas por los varones. Son hombres Yavhe, Buda, Mahoma, Krishna, Alá. Como se sabe, esas teologías y espiritualidades eran, son discriminatorias; todas tienden a desvalorizar a las mujeres y a lo divino femenino. Pero además, varias religiones imponen severos castigos, incluso la muerte, para aquellas mujeres que cometan actos “impuros”, que en el caso de los hombres, no ocurre igual.

Entonces podemos darnos cuenta que a lo largo de la historia de la humanidad ha existido una confrontación entre dos creencias universales. No se trata aquí de continuar con dicha oposición, sino, más bien, de dar a conocer este otro universo de lo sagrado que en pocas ocasiones y en escasa obra escrita se pueden hallar manifestaciones de lo sagrado femenino, pues el catolicismo se ha empeñado en ocultarlo, en dispersarlo, como en aquellos tiempos de la Inquisición.

Hablemos pues, acerca de la religiosidad de la diosa. Como toda religión o creencia, esa manifestación de lo divino femenino, cuenta con una Tealogía. Así está bien escrito, Tea, por diosa y no teo, dios. Una de las maneras en que se puede vivenciar la tealogía es que recurre a diversas fuentes, a distintas cosmovisiones básicas, siempre y cuando no reproduzcan estereotipos femeninos o masculinos. A esta Diosa se le celebra en estrecha relación con la naturaleza en donde habita de manera inmanente en el mundo y en el universo que ella misma ha creado. Ella es creación, vida, naturaleza, su espíritu se encuentra en los valles y en las montañas, en los ríos y en los mares, en los volcanes y en el aire, en la nieve y en las cordilleras; se encuentra entre los animales y entre los seres humanos. Es la reina que gobierna los tres mundos, el cielo, la tierra y el “otro mundo”, no el infierno cristiano, sino más bien un inframundo, como el de la cosmovisión maya, un sitio que se encuentra “en medio” y al que se puede ir y regresar.

Aunque el origen es único, la tealogía de la Diosa recupera y comparte diversas visiones venidas de pueblos que celebran lo sagrado femenino a través de diversas manifestaciones o advocaciones, como Ixchel, Cerridwen, Kali, Pachamama, Andra Mari, Maya, Ilamatecutli, entre otras. La divinidad se presenta como triple diosa: Es la virgen de la luna creciente y, por relación estrecha con los ciclos de la naturaleza, es también de la primavera. Es la luna llena, la madre adulta, plena, la del verano. Es la luna menguante, la anciana sabia, la del otoño que luego habrá de transformarse en la luna nueva (oscura) la del invierno. Por eso las mujeres la celebran en cado cambio, en cada ciclo lunar, pues es la luna la que gobierna y es la mujer la que, mirándola, sabe que parte de su universo vital es luminoso.

La mujer posee esa triple divinidad y la hace suya cuando se reconoce a través de las distintas etapas de su vida. Pues cada transición biológica manifiesta en ella distintas capacidades y procesos internos que la hacen actuar. La diosa es un signo que expresa la autoestima, la libertad y, sobre todo, la energía vital. Por eso existe, al menos en potencia, la posibilidad de que la mujer pueda manifestarse en un ambiente de libertad, vincularse con los otros, sin que exista por ello algún tipo de subordinación; tiene en sus manos la oportunidad de cambio y de transformación, haciendo uso de su energía, puede liberar y crecer, ser una consigo misma. Estas son sólo algunos aspectos que rodean el círculo mágico de la tealogía. La diosa Blanca, la gran diosa (¡grandiosa!), la sagrado femenino, es una y muchas, es la diosa del amor, de la fertilidad, de la sabiduría, de la salud, de las artes, de la inteligencia creadora.

No se crea, sin embargo, que el hombre no existe. Por el contrario esta tealogía también celebra lo sagrado masculino, pues nos reconoce como amante consorte, como hijo y como iniciado. Por eso los hombres buscamos y queremos, deseamos, anhelamos, la inmensa fuerza del espíritu creador, la energía de lo divino femenino. No lo tenemos, lo perseguimos, luchamos por eso cada día. Tú, sí eres hombre, deja de luchar y acércate a lo sagrado femenino, recibe sus dones y sus virtudes, su alegría, su intuición, su amor y su inteligencia.

Mujeres: ¡Feliz Año Nuevo!

  • ernesto.jimher@gmail.com
  • Twitter: @OsirisJimenez

La mujer posee esa triple divinidad y la hace suya cuando se reconoce a través de las distintas etapas de su vida. Pues cada transición biológica manifiesta en ella distintas capacidades y procesos internos que la hacen actuar.