/ domingo 19 de abril de 2020

Trascender

Hay personas que trascienden aun desde el olvidado ángulo de su sencilla posición en el mundo.

Lo hacen porque sí, como está el amarillo en los girasoles de Van Gogh o el blanco en los alcatraces de Diego Rivera. Encontramos esa trascendencia en el compasivo silencio de la enfermera, cuyo nombre no conocemos, y lleva alivio al paciente que sufre; en la figura del maestro rural cuya voz que parece perderse en la inmensidad de la ignorancia redimida; en la discreta presencia de quien ayuda a construir los sueños de otros sin perseguir el oropel de la fama o la vanidad de la consagración popular. Trascienden porque son más en los demás, aunque su imagen parezca desdibujarse en el tiempo y la distancia, sin aplausos estruendosos o reconocimientos multitudinarios.

Muchas personas trascienden el reducido espacio de su dimensión temporal con alegría, sin triunfalismos ni aspavientos: Jesús fue gran parte de su vida el obrero humilde de un pueblo olvidado; Rigoberta Menchú sirvió largo tiempo como criada de un terrateniente guatemalteco y Teresa de Calcuta, era una frágil monja cuya fuerza radicó tan sólo en vivir devotamente la solidaridad y el amor.

Pero hay también gente que trasciende aunque sea sólo en apariencia y a causa de la vulnerabilidad humana de quienes necesitan paradigmas que satisfacen temporalmente sus deseos de realización. Trascienden mientras les dura la luz de los reflectores, las cámaras de televisión y el fastuoso escenario de la estéril frivolidad con que se construyen falsos paraísos y mundos de utilería. Por eso su trascendencia es tan efímera como el delirio que en muchos despiertan y el olvido temprano será su recompensa: pobre trascendencia convertida en humo que el tiempo se encarga de desvanecer.

Sin embargo, hay personas que trascienden a pesar del dinero, el poder y su posición de privilegio, porque pusieron todo ello al servicio de la propia inteligencia y el bienestar de los demás. Su trascendencia permanecerá por ello, porque no sucumbieron al encanto sutil de manipular la conciencia o la libertad ajenas, pudiendo hacerlo, sino que supieron empeñar sus dones y sus carismas para que todos pudieran acceder un día, vestidos de fiesta, al banquete de la vida. Ganaron la inmortalidad en el corazón de los hombres porque al renunciar al egoísmo que tristemente se esconde en cada uno de nosotros, propiciaron la construcción de un mundo mejor para el futuro.

La auténtica trascendencia nace de la libertad interior, cuando felizmente encontremos cómo pagar la deuda que contrajimos al nacer y recibir el don de la vida, sin antes haberla merecido. Mientras el pago de esta asignatura esté pendiente, nuestra trascendencia quedará reducida al vano espejismo con el que nutrimos nuestras esperanzas, reducidas a un patético desfile de personajes de historieta sin redención alguna. Quizá por eso nuestro mundo abunda en héroes de papel, figuras de cartón cuyo brillo y belleza es sólo maquillaje, incapaz de dar sentido el destino humano.

Charles Taylor, escritor canadiense, afirma en su libro "La ética de la autenticidad" que la intrascendencia que ahoga al hombre posmoderno se debe a que ha desnaturalizado lo que en él es más valioso: hacer que su vida aporte algo único e irrepetible al acervo de la humanidad. Nuestra falta de trascendencia no es sino el pago que recibimos por la pobreza de nuestra aportación a los demás. Sólo trascenderemos realmente cuando cada uno de nosotros diseñe y construya la parte de grandeza que le toca en la construcción de un mundo más incluyente y solidario.

PS. Este ensayo fue escrito para un grupo de héroes, muchos de ellos anónimos e inadvertidos, que estuvieron en la línea de avanzada, protegiéndonos sobre todo a los más vulnerables, con su vocación invicta, su espíritu de servicio y su calidad humana, muchas veces a costa de su misma familia, su merecido descanso y a veces también sin los pertrechos suficientes y adecuados que necesitaba para su labor. Pero ahí estuvieron y siguen estando firmes ante el enemigo desconocido que les asecha, luchando por todos nosotros. Para ellos, doctores y doctoras, enfermeros y enfermeras, camilleros y todo el personal de salud que apoyan su invaluable esfuerzo en favor de la vida, nuestra gratitud imperecedera.

Y cómo olvidar además a todos esos trabajadores, que desde diferentes trincheras han luchado también por lo mismo: darnos protección. Vigilantes, policías, guardias y fuerzas armadas; a quienes nos siguen proporcionando servicios básicos, los que asean nuestras calles y hacen posible que la vida continúe para quienes estamos confinados.

Ellos no son héroes de caricatura, ni superhéroes imaginarios, sino seres de carne y hueso, que han logrado con su esfuerzo hacer de lo ordinario, algo extraordinario.

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TRASCENDER.

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“…si una vida late por mi causa;

si alguien dice mi nombre,

aunque ya no esté y

pude ayudar a alguien,

entonces tuve éxito…”

Emily Dickinson

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Rubén Núñez de Cáceres V.

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“…si una vida late por mi causa;

si alguien dice mi nombre,

aunque ya no esté y

pude ayudar a alguien,

entonces tuve éxito…”

Emily Dickinson

Hay personas que trascienden aun desde el olvidado ángulo de su sencilla posición en el mundo.

Lo hacen porque sí, como está el amarillo en los girasoles de Van Gogh o el blanco en los alcatraces de Diego Rivera. Encontramos esa trascendencia en el compasivo silencio de la enfermera, cuyo nombre no conocemos, y lleva alivio al paciente que sufre; en la figura del maestro rural cuya voz que parece perderse en la inmensidad de la ignorancia redimida; en la discreta presencia de quien ayuda a construir los sueños de otros sin perseguir el oropel de la fama o la vanidad de la consagración popular. Trascienden porque son más en los demás, aunque su imagen parezca desdibujarse en el tiempo y la distancia, sin aplausos estruendosos o reconocimientos multitudinarios.

Muchas personas trascienden el reducido espacio de su dimensión temporal con alegría, sin triunfalismos ni aspavientos: Jesús fue gran parte de su vida el obrero humilde de un pueblo olvidado; Rigoberta Menchú sirvió largo tiempo como criada de un terrateniente guatemalteco y Teresa de Calcuta, era una frágil monja cuya fuerza radicó tan sólo en vivir devotamente la solidaridad y el amor.

Pero hay también gente que trasciende aunque sea sólo en apariencia y a causa de la vulnerabilidad humana de quienes necesitan paradigmas que satisfacen temporalmente sus deseos de realización. Trascienden mientras les dura la luz de los reflectores, las cámaras de televisión y el fastuoso escenario de la estéril frivolidad con que se construyen falsos paraísos y mundos de utilería. Por eso su trascendencia es tan efímera como el delirio que en muchos despiertan y el olvido temprano será su recompensa: pobre trascendencia convertida en humo que el tiempo se encarga de desvanecer.

Sin embargo, hay personas que trascienden a pesar del dinero, el poder y su posición de privilegio, porque pusieron todo ello al servicio de la propia inteligencia y el bienestar de los demás. Su trascendencia permanecerá por ello, porque no sucumbieron al encanto sutil de manipular la conciencia o la libertad ajenas, pudiendo hacerlo, sino que supieron empeñar sus dones y sus carismas para que todos pudieran acceder un día, vestidos de fiesta, al banquete de la vida. Ganaron la inmortalidad en el corazón de los hombres porque al renunciar al egoísmo que tristemente se esconde en cada uno de nosotros, propiciaron la construcción de un mundo mejor para el futuro.

La auténtica trascendencia nace de la libertad interior, cuando felizmente encontremos cómo pagar la deuda que contrajimos al nacer y recibir el don de la vida, sin antes haberla merecido. Mientras el pago de esta asignatura esté pendiente, nuestra trascendencia quedará reducida al vano espejismo con el que nutrimos nuestras esperanzas, reducidas a un patético desfile de personajes de historieta sin redención alguna. Quizá por eso nuestro mundo abunda en héroes de papel, figuras de cartón cuyo brillo y belleza es sólo maquillaje, incapaz de dar sentido el destino humano.

Charles Taylor, escritor canadiense, afirma en su libro "La ética de la autenticidad" que la intrascendencia que ahoga al hombre posmoderno se debe a que ha desnaturalizado lo que en él es más valioso: hacer que su vida aporte algo único e irrepetible al acervo de la humanidad. Nuestra falta de trascendencia no es sino el pago que recibimos por la pobreza de nuestra aportación a los demás. Sólo trascenderemos realmente cuando cada uno de nosotros diseñe y construya la parte de grandeza que le toca en la construcción de un mundo más incluyente y solidario.

PS. Este ensayo fue escrito para un grupo de héroes, muchos de ellos anónimos e inadvertidos, que estuvieron en la línea de avanzada, protegiéndonos sobre todo a los más vulnerables, con su vocación invicta, su espíritu de servicio y su calidad humana, muchas veces a costa de su misma familia, su merecido descanso y a veces también sin los pertrechos suficientes y adecuados que necesitaba para su labor. Pero ahí estuvieron y siguen estando firmes ante el enemigo desconocido que les asecha, luchando por todos nosotros. Para ellos, doctores y doctoras, enfermeros y enfermeras, camilleros y todo el personal de salud que apoyan su invaluable esfuerzo en favor de la vida, nuestra gratitud imperecedera.

Y cómo olvidar además a todos esos trabajadores, que desde diferentes trincheras han luchado también por lo mismo: darnos protección. Vigilantes, policías, guardias y fuerzas armadas; a quienes nos siguen proporcionando servicios básicos, los que asean nuestras calles y hacen posible que la vida continúe para quienes estamos confinados.

Ellos no son héroes de caricatura, ni superhéroes imaginarios, sino seres de carne y hueso, que han logrado con su esfuerzo hacer de lo ordinario, algo extraordinario.

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TRASCENDER.

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“…si una vida late por mi causa;

si alguien dice mi nombre,

aunque ya no esté y

pude ayudar a alguien,

entonces tuve éxito…”

Emily Dickinson

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Rubén Núñez de Cáceres V.

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“…si una vida late por mi causa;

si alguien dice mi nombre,

aunque ya no esté y

pude ayudar a alguien,

entonces tuve éxito…”

Emily Dickinson