/ domingo 14 de marzo de 2021

Añoranzas | Alevosía en el amor

Pocos son los que pueden decir que jamás han sido tratados con alevosía pero, según se vean las cosas, hay de alevosías a alevosías. Un mal hecho con alevosía y ventaja es un daño perjudicial y por lo mismo grave; pero si es el amor quien nos sorprende con toda alevosía y ventaja hace de nosotros lo que quiere y no descansa hasta convencernos con besos y flirteos en que hasta la vida se nos puede ir en ello, entonces no hay daño, sino un placer infinito.

Estar enamorado es tocar los dinteles de la gloria, dicen los poetas. Si esto ocurre no hay más que decir: Bendita alevosía, y preguntar: ¿En qué otros colores vienen? Cada vez que nos aman o amamos o aceptamos ser amados, nos rendimos al amor no importa que sea alevoso. Es una luz que resucita el pecado original. Quien lo ha sabido vivir sabe a qué refiero.

Quien ama con premeditación, alevosía y ventaja es culpable en primer grado y será juzgado y condenado a cumplir la penalidad en cualquier parte. Dicen los que saben, que el planeta Venus es el lugar ideal para cumplir una condena de amor que bien vale la pena la cárcel de condena porque el amor aprovechado es ¿un delito o un cielo?

El amor es ciego y a Cupido, el dios del deseo amoroso de la mitología romana, se le representa armado de arco y flechas para dar en el corazón, muchas veces hiriendo de muerte, “que no tiene nada que ver el color y la estatura en las cosas del querer”, dice la copla española; ni de género, dice Juan Gabriel, y mucho menos de moral, dice el protagonista de las Cincuenta sombras de Grey…

Miguel de Cervantes, en la segunda parte de Don Quijote de la Mancha, pone estos versos descriptivos en boca de Cupido:

“Yo soy el dios poderoso/en el aire y en la tierra/y en el ancho mar undoso/y en cuanto el abismo encierra/en su báratro espantoso/. Nunca conocí qué es miedo;/ todo cuanto quiero puedo, / aunque quiera lo imposible/, y en todo lo que es posible/ mando, quito, pongo y vedo”.

Pocos son los que pueden decir que jamás han sido tratados con alevosía pero, según se vean las cosas, hay de alevosías a alevosías. Un mal hecho con alevosía y ventaja es un daño perjudicial y por lo mismo grave; pero si es el amor quien nos sorprende con toda alevosía y ventaja hace de nosotros lo que quiere y no descansa hasta convencernos con besos y flirteos en que hasta la vida se nos puede ir en ello, entonces no hay daño, sino un placer infinito.

Estar enamorado es tocar los dinteles de la gloria, dicen los poetas. Si esto ocurre no hay más que decir: Bendita alevosía, y preguntar: ¿En qué otros colores vienen? Cada vez que nos aman o amamos o aceptamos ser amados, nos rendimos al amor no importa que sea alevoso. Es una luz que resucita el pecado original. Quien lo ha sabido vivir sabe a qué refiero.

Quien ama con premeditación, alevosía y ventaja es culpable en primer grado y será juzgado y condenado a cumplir la penalidad en cualquier parte. Dicen los que saben, que el planeta Venus es el lugar ideal para cumplir una condena de amor que bien vale la pena la cárcel de condena porque el amor aprovechado es ¿un delito o un cielo?

El amor es ciego y a Cupido, el dios del deseo amoroso de la mitología romana, se le representa armado de arco y flechas para dar en el corazón, muchas veces hiriendo de muerte, “que no tiene nada que ver el color y la estatura en las cosas del querer”, dice la copla española; ni de género, dice Juan Gabriel, y mucho menos de moral, dice el protagonista de las Cincuenta sombras de Grey…

Miguel de Cervantes, en la segunda parte de Don Quijote de la Mancha, pone estos versos descriptivos en boca de Cupido:

“Yo soy el dios poderoso/en el aire y en la tierra/y en el ancho mar undoso/y en cuanto el abismo encierra/en su báratro espantoso/. Nunca conocí qué es miedo;/ todo cuanto quiero puedo, / aunque quiera lo imposible/, y en todo lo que es posible/ mando, quito, pongo y vedo”.