/ domingo 5 de abril de 2020

Añoranzas | Después de todo, el amor

A veces nos centramos obsesivamente en averiguar los “porqué” de lo sucedido, como si fuera lo más importante. Sin embargo, conozco personas que se interesan más por la finalidad de los hechos. Y así, cuando acontece algo inesperado que nos cambia la vida, para bien o para mal, nos preguntamos siempre: ¿Por qué habrá pasado esto?

Quienes estaban en los aviones suicidas o se encontraban atrapados entre los escombros de las derrumbadas torres gemelas el 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, y ante la inminencia de una muerte segura, enviaron misivas repletas de angustia, pero también rebosantes de amor. Muchos se comunicaron con sus familiares y en todos los casos la frase “Te quiero mucho” voló una y mil veces entre las ondas de la telefonía celular, y no es difícil deducir que también entre los pensamientos de los que no tuvieron el consuelo de hablar por última vez con sus seres queridos.

Así pues, cuando estas personas sintieron de cerca la explosión destructora o el hundimiento inminente, resurgió en ellos el sublime sentimiento como lo único que daba sentido a sus vidas, como el único amparo. No sé si tan dantesca tragedia ha ocurrido que descubramos la verdad del amor, pero sí es cierto que ha servido también para eso.

Bomberos, socorristas, policías y voluntarios perdieron la vida movidos sin duda por el amor al prójimo y a su patria, con un espíritu heroico y ejemplar, movidos por el mayor de los sentimientos: el amor. Ese sentimiento que todo lo mueve, todo lo da y que es todo lo que necesitamos. Frase que nos dejó John Lennon en su testamento musical.

Deberíamos aprender y escarmentar en cabeza ajena, defendiendo el amor por encima de todo. Lo que implicaría dejar de hablar de venganzas y de guerras santas, porque ninguna guerra es santa, ni siquiera justa.

Después de tantos errores no podemos tropezar de nuevo con la misma piedra, sino buscar el amor, porque solo el amor consuela, solo el amor salva, como seguramente ha salvado a los que creyeron en él.

A veces nos centramos obsesivamente en averiguar los “porqué” de lo sucedido, como si fuera lo más importante. Sin embargo, conozco personas que se interesan más por la finalidad de los hechos. Y así, cuando acontece algo inesperado que nos cambia la vida, para bien o para mal, nos preguntamos siempre: ¿Por qué habrá pasado esto?

Quienes estaban en los aviones suicidas o se encontraban atrapados entre los escombros de las derrumbadas torres gemelas el 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, y ante la inminencia de una muerte segura, enviaron misivas repletas de angustia, pero también rebosantes de amor. Muchos se comunicaron con sus familiares y en todos los casos la frase “Te quiero mucho” voló una y mil veces entre las ondas de la telefonía celular, y no es difícil deducir que también entre los pensamientos de los que no tuvieron el consuelo de hablar por última vez con sus seres queridos.

Así pues, cuando estas personas sintieron de cerca la explosión destructora o el hundimiento inminente, resurgió en ellos el sublime sentimiento como lo único que daba sentido a sus vidas, como el único amparo. No sé si tan dantesca tragedia ha ocurrido que descubramos la verdad del amor, pero sí es cierto que ha servido también para eso.

Bomberos, socorristas, policías y voluntarios perdieron la vida movidos sin duda por el amor al prójimo y a su patria, con un espíritu heroico y ejemplar, movidos por el mayor de los sentimientos: el amor. Ese sentimiento que todo lo mueve, todo lo da y que es todo lo que necesitamos. Frase que nos dejó John Lennon en su testamento musical.

Deberíamos aprender y escarmentar en cabeza ajena, defendiendo el amor por encima de todo. Lo que implicaría dejar de hablar de venganzas y de guerras santas, porque ninguna guerra es santa, ni siquiera justa.

Después de tantos errores no podemos tropezar de nuevo con la misma piedra, sino buscar el amor, porque solo el amor consuela, solo el amor salva, como seguramente ha salvado a los que creyeron en él.