/ domingo 1 de noviembre de 2020

Añoranzas | La hora señalada

Decía Octavio Paz: “La preferencia del mexicano ante la muerte, se nutre de su indiferencia ante la vida”. Lo hacemos a través de toda nuestra existencia alardeando que a la hora señalada la calaca nos va a pelar los dientes. Hasta ahora no se ha sabido de un mexicano que ante el peligro de muerte se ataque de risa, porque nos gusta la vida, la valoramos, nos duele perderla, nos asusta, le tememos, y la idea de nuestra propia muerte o la de nuestros seres queridos nos angustia, nos acobarda y daríamos lo que fuera por seguir viviendo, solamente el dolor físico nos lleva a desearla.

Ante la creencia de que el espíritu de nuestros muertos regresa año tras año el dos de noviembre a su tumba, todos los cementerios de México se visten de solemne morado luctuoso y del amarillo chillante de la flor de cempasúchil. Se les lleva su comida preferida, su cigarrillo y también su licor. Su música predilecta nos trae de vuelta el sentimiento y la pasión del difunto.

Presente más que nunca nuestro Cuco Sánchez queriendo por caja un zarape y por cruz sus dobles cananas. La vida no vale nada, aseguró José Alfredo en célebre canción que nos envalentona. Nomás tres tiros le dieron a Rosita Alvirez y como estaba de suerte solo uno era de muerte. Cerró sus ojitos Cleto, del grandioso Chava Flores, que con su genial ironía nos dice que los mexicanos nos reímos de la “patas de catre”. Y la obligada Amor Eterno de Juan Gabriel a su madre, que entre lágrimas y tequila se escucha por todo los panteones.

El arte mexicano está plagado del tema. El gran Diego Rivera que pintó la elegante "Catrina" tomada de huesuda mano al niño Diego y a su creador el ilustrador José Guadalupe Posada. La Llorona es nuestra leyenda preferida, y la extraordinaria novela de Juan Rulfo en donde Pedro Páramo revive en los recuerdos de los ya muertos. Manuel Acuña y su excelso poema “Ante un cadáver” el cual lleva a la conclusión de índole científica: “La materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma”.

A mí el tema me rebasa un poco y prefiero seguir la genial sugerencia de Germán Dehesa que ante la inminente llegada de la huesuda trataba de vivir sobre las puntitas de los pies, pues en sus delirios, imaginaba que si no hacía ruido la “Catrina” (versión elegante de la muerte) no se iba a percatar de su presencia y le permitiría colarse a la vida que es en donde le gustaba estar”.

Nuestros usos y costumbres nos dan sentido de identidad y nos recuerda lo efímero de la vida, es el aquí y ahora; aunque el tic-tac del reloj diga lo contrario; hay que gozar la vida y sus placeres antes de que se nos aparezca la “hija de la jijurria”con su guadaña afilada pa’ llevarnos al panteón.

El gran Diego Rivera que pintó la elegante "Catrina" tomada de huesuda mano al niño Diego y a su creador el ilustrador José Guadalupe Posada.

Decía Octavio Paz: “La preferencia del mexicano ante la muerte, se nutre de su indiferencia ante la vida”. Lo hacemos a través de toda nuestra existencia alardeando que a la hora señalada la calaca nos va a pelar los dientes. Hasta ahora no se ha sabido de un mexicano que ante el peligro de muerte se ataque de risa, porque nos gusta la vida, la valoramos, nos duele perderla, nos asusta, le tememos, y la idea de nuestra propia muerte o la de nuestros seres queridos nos angustia, nos acobarda y daríamos lo que fuera por seguir viviendo, solamente el dolor físico nos lleva a desearla.

Ante la creencia de que el espíritu de nuestros muertos regresa año tras año el dos de noviembre a su tumba, todos los cementerios de México se visten de solemne morado luctuoso y del amarillo chillante de la flor de cempasúchil. Se les lleva su comida preferida, su cigarrillo y también su licor. Su música predilecta nos trae de vuelta el sentimiento y la pasión del difunto.

Presente más que nunca nuestro Cuco Sánchez queriendo por caja un zarape y por cruz sus dobles cananas. La vida no vale nada, aseguró José Alfredo en célebre canción que nos envalentona. Nomás tres tiros le dieron a Rosita Alvirez y como estaba de suerte solo uno era de muerte. Cerró sus ojitos Cleto, del grandioso Chava Flores, que con su genial ironía nos dice que los mexicanos nos reímos de la “patas de catre”. Y la obligada Amor Eterno de Juan Gabriel a su madre, que entre lágrimas y tequila se escucha por todo los panteones.

El arte mexicano está plagado del tema. El gran Diego Rivera que pintó la elegante "Catrina" tomada de huesuda mano al niño Diego y a su creador el ilustrador José Guadalupe Posada. La Llorona es nuestra leyenda preferida, y la extraordinaria novela de Juan Rulfo en donde Pedro Páramo revive en los recuerdos de los ya muertos. Manuel Acuña y su excelso poema “Ante un cadáver” el cual lleva a la conclusión de índole científica: “La materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma”.

A mí el tema me rebasa un poco y prefiero seguir la genial sugerencia de Germán Dehesa que ante la inminente llegada de la huesuda trataba de vivir sobre las puntitas de los pies, pues en sus delirios, imaginaba que si no hacía ruido la “Catrina” (versión elegante de la muerte) no se iba a percatar de su presencia y le permitiría colarse a la vida que es en donde le gustaba estar”.

Nuestros usos y costumbres nos dan sentido de identidad y nos recuerda lo efímero de la vida, es el aquí y ahora; aunque el tic-tac del reloj diga lo contrario; hay que gozar la vida y sus placeres antes de que se nos aparezca la “hija de la jijurria”con su guadaña afilada pa’ llevarnos al panteón.

El gran Diego Rivera que pintó la elegante "Catrina" tomada de huesuda mano al niño Diego y a su creador el ilustrador José Guadalupe Posada.