/ domingo 12 de abril de 2020

Añoranzas | Resucitar

Quizá no tengamos una imagen satisfactoria de la resurrección de Cristo, porque yo creo que a la mayoría nos hubiera gustado que resucitara de una manera espectacular, con bombos y platillos, rodeada su tumba de una legión de soldados romanos aterrorizados ante el extraordinario suceso. Pero no fue así:

Cuentan que una mañana, dos humildes mujeres, tristes y desconsoladas, se dirigieron hacia la tumba de Jesús y se encontraron con la sorpresa de que la losa estaba corrida y el hueco vacío; así, sin más, ni truenos ni relámpagos ni trompetas ni tambores, mucho menos fanfarrias, Jesús resucitó. ¿Será por eso que los descreídos acaso dudan de tan extraordinario acontecimiento? ¿Será que no lo vieron?

Ver para creer, decía Santo Tomás, y lo repite el refrán… lo que pasa es que la vista no es el único registro que tenemos de la verdad, ni siquiera el más importante. El testimonio que vale realmente es el del sentimiento, porque nos mueve el corazón y nos da fuerza para seguir luchando. Aquel par de mujeres en aquel lugar solitario sintieron brotar la esperanza y el coraje de vivir, al igual que los apóstoles. Solo Tomás se mantuvo “remolón” e incrédulo hasta que vio vivo a su maestro y lo tocó. Seguramente de pronto no comprendió que no se resucita por fuera sino por dentro.

Al ver horrorizados los acontecimientos dolorosos que están pasando en Yemen, Oriente Medio, el corazón se nos estruja al ver la infamia del que es objeto un pueblo indefenso que está pasando la peor hambruna en el mundo en 100 años. Los niños mexicanos desnutridos y huérfanos de la guerra contra el narcotráfico, el tráfico de órganos, la violencia contra la mujer e infinidad de problemas culturales, sociales, políticos y naturales del mundo en general, es lógico que nos hagamos preguntas que no tienen respuesta porque no la hay. ¿Dios mío, en dónde estás, por qué lo permites? Pero…a Dios todo le podemos pedir, menos explicaciones. Solamente Él lo sabe.

Lo que necesitamos es creer, confiar, intentar resucitar dentro de nuestro corazón y dentro del corazón de los demás, no de todos, porque es imposible, pero sí de quienes están a nuestro alcance. ¿Cómo?, simplemente que una mañana limpiemos el sepulcro de nuestros problemas, o al menos desempolvarla con nuestra presencia fiel. Porque RESUCITAR no es un triunfo individual, ni la arrogancia que causa admiración y asombro a los que nos rodean, sino colaborar todos en vaciar la tumba de nuestras desdichas.

Ver para creer, decía Santo Tomás, y lo repite el refrán… lo que pasa es que la vista no es el único registro que tenemos de la verdad, ni siquiera el más importante

Quizá no tengamos una imagen satisfactoria de la resurrección de Cristo, porque yo creo que a la mayoría nos hubiera gustado que resucitara de una manera espectacular, con bombos y platillos, rodeada su tumba de una legión de soldados romanos aterrorizados ante el extraordinario suceso. Pero no fue así:

Cuentan que una mañana, dos humildes mujeres, tristes y desconsoladas, se dirigieron hacia la tumba de Jesús y se encontraron con la sorpresa de que la losa estaba corrida y el hueco vacío; así, sin más, ni truenos ni relámpagos ni trompetas ni tambores, mucho menos fanfarrias, Jesús resucitó. ¿Será por eso que los descreídos acaso dudan de tan extraordinario acontecimiento? ¿Será que no lo vieron?

Ver para creer, decía Santo Tomás, y lo repite el refrán… lo que pasa es que la vista no es el único registro que tenemos de la verdad, ni siquiera el más importante. El testimonio que vale realmente es el del sentimiento, porque nos mueve el corazón y nos da fuerza para seguir luchando. Aquel par de mujeres en aquel lugar solitario sintieron brotar la esperanza y el coraje de vivir, al igual que los apóstoles. Solo Tomás se mantuvo “remolón” e incrédulo hasta que vio vivo a su maestro y lo tocó. Seguramente de pronto no comprendió que no se resucita por fuera sino por dentro.

Al ver horrorizados los acontecimientos dolorosos que están pasando en Yemen, Oriente Medio, el corazón se nos estruja al ver la infamia del que es objeto un pueblo indefenso que está pasando la peor hambruna en el mundo en 100 años. Los niños mexicanos desnutridos y huérfanos de la guerra contra el narcotráfico, el tráfico de órganos, la violencia contra la mujer e infinidad de problemas culturales, sociales, políticos y naturales del mundo en general, es lógico que nos hagamos preguntas que no tienen respuesta porque no la hay. ¿Dios mío, en dónde estás, por qué lo permites? Pero…a Dios todo le podemos pedir, menos explicaciones. Solamente Él lo sabe.

Lo que necesitamos es creer, confiar, intentar resucitar dentro de nuestro corazón y dentro del corazón de los demás, no de todos, porque es imposible, pero sí de quienes están a nuestro alcance. ¿Cómo?, simplemente que una mañana limpiemos el sepulcro de nuestros problemas, o al menos desempolvarla con nuestra presencia fiel. Porque RESUCITAR no es un triunfo individual, ni la arrogancia que causa admiración y asombro a los que nos rodean, sino colaborar todos en vaciar la tumba de nuestras desdichas.

Ver para creer, decía Santo Tomás, y lo repite el refrán… lo que pasa es que la vista no es el único registro que tenemos de la verdad, ni siquiera el más importante