/ domingo 5 de mayo de 2024

Café cultura / Dalí por Dalí

Ya no hay locos, amigos, ya no hay locos. Todo el mundo está cuerdo, terrible, monstruosamente cuerdo.

León Felipe.

Para Alejandro Galí.

Hace poco, en una pequeña reunión en casa hablando de arte con los amigos, recordaba que al cumplirse un siglo del nacimiento de Salvador Dalí, España y el mundo lo celebraron con innumerables expresiones, en un afán de acercarse al personaje en guerra de la guerra, al copista fiel de aquel paisaje ampurdanés que taladrara su espíritu–materia...

Bien se ha dicho que la oralidad es la vía de acceso al universo daliniano; es el punto de partida y la génesis de su personalidad. Porque Dalí quiere comer lo que sea en todas partes, ¡siempre! En comerlo todo, incluida su inseparable Gala, se centra el misterio obsesional de su vivencia: “Todo lo que es comestible me exalta... Mordía todo: la remolacha, las cebollas. Soñaba hacer de pan los muros de la casa que habitábamos en Cadaqués. Deseaba que todas las sillas fuesen de chocolate. Es un proyecto al que aún hoy no he renunciado (...) proyectaba construir una gran mesa de huevos duros que se pudiera engullir. Todas mis tomas de conciencia se transformaban en golosinas y todas mis golosinas se transformaban en tomas de conciencia. Toma de conciencia de lo real por las mandíbulas... Yo como a Gala”.

Y en esa oralidad obsesiva los surrealistas entran al remolino:Salvador Dalí propone que se intente comer también a los surrealistas, porque nosotros surrealistas somos alimento de buena calidad, porque nosotros surrealistas... somos caviar”.

Dalí loco de sí mismo, de su oficio de pintar y de sus obras maestras. Loco en su habilidad que jamás se vio afectada por sus desequilibrios. Dalí con sus singulares relojes desleídos, sensaciones de un tiempo fuera del tiempo. Dalí y su cráneo atmosférico sodomizando un piano de cola que se aleja en el mar. Genio que ilustró la irrealidad con un meticuloso naturalismo y describió estas obras como “fotografías de sueños pintadas a mano”.

Dalí arrojando una bañera contra el escaparate de un almacén neoyorquino, se adelanta a la sociedad del entretenimiento mediático y a la cultura como argumento, denigrando su arte a un torbellino de propuestas propagandísticas. Al incursionar en el campo de la publicidad con cuatro aceites maravillosos que embellecían cuerpo, rostro, labios y párpados femeninos, dibuja un querubín botticellesco vertiendo aceite en el pecho excitante de una Venus enlazada a una concha, y cedida a contemplarse frente a un espejo. Dalí anunciando las medias traslucientes de una pierna torneada que pisa un reloj blando, propuesta concluida con otros temas suyos. Al pie de dicha inscripción podía leerse: “Dibujo perteneciente a una serie de ilustraciones del eminente surrealista Salvador Dalí, inspiradas en la belleza de las medias Bryan”.

Uno de sus biógrafos, el irlandés Ian Gibson, jura que el artista estuvo poseído “por sentimientos de vergüenza tan agudos y tenaces que casi literalmente le hacían la vida imposible y que sólo pudo sobrellevarlos expresándolos en su obra, creando una máscara exhibicionista para tratar de ocultarlos, comportándose a veces de manera vergonzante”.

Dalí gladiador de encanto que en su guerra más íntima, hende a aquellos cuyas creaciones pueden rebajar su propia pintura. Centro de su centro y de su vida de luces y entrevistas relata, ratifica, glorifica su inmortalidad, aunque aceptar morir y aun rehusarse, haya sido una de las más patéticas inscripciones dalinianas. Dalí “espermatozoide–cósmico, perverso polimorfo”. Hábil en el juego de la luz imaginativa, clasifica en este orden las prioridades del hombre: el instinto sensual, el sentimiento de la muerte, la angustia del espacio–tiempo. Blandiendo su delirio dionisíaco, en nombre del erotismo embrolla todas sus avideces sexuales, todas sus avideces contextuales...

Requebrado en la melodía de la sensualidad, el erotismo daliniano parece entonar un himno lírico–místico–atávico–orgásmico. Dalí paisaje. Dalí Catalán Mediterráneo, legítimo poseedor de un fragmento de la Costa Brava. Dalí imperturbable frente al ritmo de ese mar y esa pradera. Aquí la desmesura no existe. Existe sólo el reencuentro con su primera luz y su aire perenne. Sensaciones, fascinaciones, apego al origen.

Breton ha dicho: “La belleza será convulsiva o no será”. Dalí ha dicho: “La belleza será comestible o no será”.

amparo.gberumen@gmail.com

Ya no hay locos, amigos, ya no hay locos. Todo el mundo está cuerdo, terrible, monstruosamente cuerdo.

León Felipe.

Para Alejandro Galí.

Hace poco, en una pequeña reunión en casa hablando de arte con los amigos, recordaba que al cumplirse un siglo del nacimiento de Salvador Dalí, España y el mundo lo celebraron con innumerables expresiones, en un afán de acercarse al personaje en guerra de la guerra, al copista fiel de aquel paisaje ampurdanés que taladrara su espíritu–materia...

Bien se ha dicho que la oralidad es la vía de acceso al universo daliniano; es el punto de partida y la génesis de su personalidad. Porque Dalí quiere comer lo que sea en todas partes, ¡siempre! En comerlo todo, incluida su inseparable Gala, se centra el misterio obsesional de su vivencia: “Todo lo que es comestible me exalta... Mordía todo: la remolacha, las cebollas. Soñaba hacer de pan los muros de la casa que habitábamos en Cadaqués. Deseaba que todas las sillas fuesen de chocolate. Es un proyecto al que aún hoy no he renunciado (...) proyectaba construir una gran mesa de huevos duros que se pudiera engullir. Todas mis tomas de conciencia se transformaban en golosinas y todas mis golosinas se transformaban en tomas de conciencia. Toma de conciencia de lo real por las mandíbulas... Yo como a Gala”.

Y en esa oralidad obsesiva los surrealistas entran al remolino:Salvador Dalí propone que se intente comer también a los surrealistas, porque nosotros surrealistas somos alimento de buena calidad, porque nosotros surrealistas... somos caviar”.

Dalí loco de sí mismo, de su oficio de pintar y de sus obras maestras. Loco en su habilidad que jamás se vio afectada por sus desequilibrios. Dalí con sus singulares relojes desleídos, sensaciones de un tiempo fuera del tiempo. Dalí y su cráneo atmosférico sodomizando un piano de cola que se aleja en el mar. Genio que ilustró la irrealidad con un meticuloso naturalismo y describió estas obras como “fotografías de sueños pintadas a mano”.

Dalí arrojando una bañera contra el escaparate de un almacén neoyorquino, se adelanta a la sociedad del entretenimiento mediático y a la cultura como argumento, denigrando su arte a un torbellino de propuestas propagandísticas. Al incursionar en el campo de la publicidad con cuatro aceites maravillosos que embellecían cuerpo, rostro, labios y párpados femeninos, dibuja un querubín botticellesco vertiendo aceite en el pecho excitante de una Venus enlazada a una concha, y cedida a contemplarse frente a un espejo. Dalí anunciando las medias traslucientes de una pierna torneada que pisa un reloj blando, propuesta concluida con otros temas suyos. Al pie de dicha inscripción podía leerse: “Dibujo perteneciente a una serie de ilustraciones del eminente surrealista Salvador Dalí, inspiradas en la belleza de las medias Bryan”.

Uno de sus biógrafos, el irlandés Ian Gibson, jura que el artista estuvo poseído “por sentimientos de vergüenza tan agudos y tenaces que casi literalmente le hacían la vida imposible y que sólo pudo sobrellevarlos expresándolos en su obra, creando una máscara exhibicionista para tratar de ocultarlos, comportándose a veces de manera vergonzante”.

Dalí gladiador de encanto que en su guerra más íntima, hende a aquellos cuyas creaciones pueden rebajar su propia pintura. Centro de su centro y de su vida de luces y entrevistas relata, ratifica, glorifica su inmortalidad, aunque aceptar morir y aun rehusarse, haya sido una de las más patéticas inscripciones dalinianas. Dalí “espermatozoide–cósmico, perverso polimorfo”. Hábil en el juego de la luz imaginativa, clasifica en este orden las prioridades del hombre: el instinto sensual, el sentimiento de la muerte, la angustia del espacio–tiempo. Blandiendo su delirio dionisíaco, en nombre del erotismo embrolla todas sus avideces sexuales, todas sus avideces contextuales...

Requebrado en la melodía de la sensualidad, el erotismo daliniano parece entonar un himno lírico–místico–atávico–orgásmico. Dalí paisaje. Dalí Catalán Mediterráneo, legítimo poseedor de un fragmento de la Costa Brava. Dalí imperturbable frente al ritmo de ese mar y esa pradera. Aquí la desmesura no existe. Existe sólo el reencuentro con su primera luz y su aire perenne. Sensaciones, fascinaciones, apego al origen.

Breton ha dicho: “La belleza será convulsiva o no será”. Dalí ha dicho: “La belleza será comestible o no será”.

amparo.gberumen@gmail.com