/ domingo 3 de enero de 2021

Café Cultura | Sueño que sueño

Del suelo sabemos que se levantan las cosechas y los árboles,

se levantan los animales que corren por los campos o vuelan sobre ellos,

se levantan los hombres y sus esperanzas. También del suelo puede

levantarse un libro, como una espiga de trigo o una flor brava.

O un ave. O una bandera. En fin, ya estoy otra vez

soñando. Como los hombres a los que me dirijo.

José Saramago.

Con la llegada un nuevo año parecen llegar nuevos proyectos, nuevas metas, concibiéndose incluso hasta un cambio de vida; concibiéndose por ejemplo cumplir la dieta alimentaria olvidando los goces centenarios...

Pero el ring del reloj despertador irrumpe puntual en el silencio de mi cuarto, cual señal inequívoca de que, ignorando el calendario con los nuevos propósitos, amanece a mi existencia un día más quizá porque marzo, junio o septiembre, traerán de la misma manera hasta mi ventana, sus soplos colmados de alucinamientos.

Aun con su halo inspirador, el uno de enero y los días subsiguientes y los de febrero no podrán borrar mis hábitos. Los minutos me dicen que seguiré conservando las costumbres de siempre y repasando las imágenes amadas a lo largo de mi existencia. Me dicen los minutos que seguiré imaginando lo que no he podido dejar de imaginar...

¡Cuán alabanceras pueden parecer nuestras subjetividades! Mi hermoso abuelo materno, lector incansable de ojos ambarinos y sonrisa benévola, ocupaba religiosamente su butaca del cine cuatro días por semana: dos veces a disfrutar seguro de una buena película y dos veces a dormir seguro de una mala película. Los domingos por la mañana, tras asistir a misa de los niños, los nietos desfilábamos brincoteando por la escalera que conducía a su oficina ubicada en lo alto de la casa. Colocaba mi abuelo sobre su escritorio, pequeños alteros de aquellas pesetas inscritas por un lado con la imagen de una balanza. Bajo la sombra naranja de una enredadera floreciente que colgaba de lo alto enmarcando el dintel de la puerta, recibíamos risueños nuestro domingo. Moneda en mano, corríamos entre jaulas y silbos de pajarillos buscando a la abuela y ella, complaciente, se encaminaba con nosotros a la cocina a fin de sublimar esos instantes –ya felices de por sí– con una taza de chocolate Morelia calientito y espumoso, acompañado de una enorme concha venida de la panadería todavía tibia. ¡Cuánto he amado aquellos domingos! Cuánto, los gestos de complicidad renovada, eternizados en la benignidad y el cobijo de aquella casa grande en mi mundo de infantiles grandiosidades.

Cautivos de sus hábitos quedaron también aquellos personajes que ocupan un lugar luminoso en las páginas del tiempo. Se cuenta que Lord Byron tenía de mascotas cuatro gansos de los que se hacía acompañar en franco desenfado a todas partes, así fuera a los más exclusivos acontecimientos sociales. Haydn escribía siempre su música con tinta negra, sentado prolijamente en medio de un bosque. Wagner requería disfrazarse de algún personaje histórico para consumar, magnánimo, sus composiciones. Llegado el momento de la iluminación, Beethoven se frotaba la cabeza con hielo, confiado en estimular su cerebro. No es difícil imaginar que Rossini compusiera sus mejores partituras desnudo, cubierto por gruesas cobijas y arrullado en sueños etílicos, a diferencia del famoso estadista francés Georges Clemenceau, quien dormía totalmente vestido, aun con guantes, previendo que pudiera escuchar en la madrugada, el llamado de Dios que le llevaría al viaje sin retorno.

Sí. Con la llegada de un nuevo año parecen llegar nuevos proyectos concibiéndose hasta un cambio de vida. Los vientos de febrero seguirán acariciando el cristal de mi ventana en el silencio de la noche, quizá porque marzo, junio o septiembre traerán de la misma manera sus soplos fascinadores... Seguiré tomando mi café con toda calma detrás del escritorio por la mañana, y escribiré estas líneas presurosas la madrugada del sábado cada semana. Atisbaré la caída del sol tono tras tono, paladearé el jugo de la vid copa tras copa, postergaré mis disyunciones letra tras letra, daré gracias a la vida día tras día. Daré gracias por todo lo vivido. Lo merecido y lo no merecido, que al fin se traduce en conocimiento. Que se traduce en cerrar los ojos para ver lo que merece ser visto.

E-mail: amparo.gberumen@gmail.com

Del suelo sabemos que se levantan las cosechas y los árboles,

se levantan los animales que corren por los campos o vuelan sobre ellos,

se levantan los hombres y sus esperanzas. También del suelo puede

levantarse un libro, como una espiga de trigo o una flor brava.

O un ave. O una bandera. En fin, ya estoy otra vez

soñando. Como los hombres a los que me dirijo.

José Saramago.

Con la llegada un nuevo año parecen llegar nuevos proyectos, nuevas metas, concibiéndose incluso hasta un cambio de vida; concibiéndose por ejemplo cumplir la dieta alimentaria olvidando los goces centenarios...

Pero el ring del reloj despertador irrumpe puntual en el silencio de mi cuarto, cual señal inequívoca de que, ignorando el calendario con los nuevos propósitos, amanece a mi existencia un día más quizá porque marzo, junio o septiembre, traerán de la misma manera hasta mi ventana, sus soplos colmados de alucinamientos.

Aun con su halo inspirador, el uno de enero y los días subsiguientes y los de febrero no podrán borrar mis hábitos. Los minutos me dicen que seguiré conservando las costumbres de siempre y repasando las imágenes amadas a lo largo de mi existencia. Me dicen los minutos que seguiré imaginando lo que no he podido dejar de imaginar...

¡Cuán alabanceras pueden parecer nuestras subjetividades! Mi hermoso abuelo materno, lector incansable de ojos ambarinos y sonrisa benévola, ocupaba religiosamente su butaca del cine cuatro días por semana: dos veces a disfrutar seguro de una buena película y dos veces a dormir seguro de una mala película. Los domingos por la mañana, tras asistir a misa de los niños, los nietos desfilábamos brincoteando por la escalera que conducía a su oficina ubicada en lo alto de la casa. Colocaba mi abuelo sobre su escritorio, pequeños alteros de aquellas pesetas inscritas por un lado con la imagen de una balanza. Bajo la sombra naranja de una enredadera floreciente que colgaba de lo alto enmarcando el dintel de la puerta, recibíamos risueños nuestro domingo. Moneda en mano, corríamos entre jaulas y silbos de pajarillos buscando a la abuela y ella, complaciente, se encaminaba con nosotros a la cocina a fin de sublimar esos instantes –ya felices de por sí– con una taza de chocolate Morelia calientito y espumoso, acompañado de una enorme concha venida de la panadería todavía tibia. ¡Cuánto he amado aquellos domingos! Cuánto, los gestos de complicidad renovada, eternizados en la benignidad y el cobijo de aquella casa grande en mi mundo de infantiles grandiosidades.

Cautivos de sus hábitos quedaron también aquellos personajes que ocupan un lugar luminoso en las páginas del tiempo. Se cuenta que Lord Byron tenía de mascotas cuatro gansos de los que se hacía acompañar en franco desenfado a todas partes, así fuera a los más exclusivos acontecimientos sociales. Haydn escribía siempre su música con tinta negra, sentado prolijamente en medio de un bosque. Wagner requería disfrazarse de algún personaje histórico para consumar, magnánimo, sus composiciones. Llegado el momento de la iluminación, Beethoven se frotaba la cabeza con hielo, confiado en estimular su cerebro. No es difícil imaginar que Rossini compusiera sus mejores partituras desnudo, cubierto por gruesas cobijas y arrullado en sueños etílicos, a diferencia del famoso estadista francés Georges Clemenceau, quien dormía totalmente vestido, aun con guantes, previendo que pudiera escuchar en la madrugada, el llamado de Dios que le llevaría al viaje sin retorno.

Sí. Con la llegada de un nuevo año parecen llegar nuevos proyectos concibiéndose hasta un cambio de vida. Los vientos de febrero seguirán acariciando el cristal de mi ventana en el silencio de la noche, quizá porque marzo, junio o septiembre traerán de la misma manera sus soplos fascinadores... Seguiré tomando mi café con toda calma detrás del escritorio por la mañana, y escribiré estas líneas presurosas la madrugada del sábado cada semana. Atisbaré la caída del sol tono tras tono, paladearé el jugo de la vid copa tras copa, postergaré mis disyunciones letra tras letra, daré gracias a la vida día tras día. Daré gracias por todo lo vivido. Lo merecido y lo no merecido, que al fin se traduce en conocimiento. Que se traduce en cerrar los ojos para ver lo que merece ser visto.

E-mail: amparo.gberumen@gmail.com