/ domingo 7 de junio de 2020

Café y Cultura | Yo, nosotros

Bien puede pensarse que los axiomáticos e insólitos avances alcanzados por el hombre en todos los ámbitos necesitarían de un escenario espacioso que mostrara con exención su potencial ultramoderno, su poder. Y podríamos pasar de una ecuación a otra diariamente, sin que pueda en definitiva capitalizarse o circularse el papel del hombre en el área de la tecnología. De la misma manera ocurrirá si se intenta “medir” su aspecto ideológico y humano, sin duda más sugestivo y revelador, pero no por ello menos complicado.

Esto último me lleva a decir que a lo largo de la historia el hombre ha desencadenado rebatos incontables, que no todos armados. Muchos con la pluma, la batuta o el pincel dieron origen a la literatura verso y prosa, a célebres himnos y sinfonías; dieron origen también a celebérrimos lienzos en los que aparecen juntos sentimiento y pasión: la Jerusalén Libertada, el Ramayana, el Mahabharata, la Iliada, la Eneida, La Heroica de Beethoven, la Obertura 1812 de Tchaikovsky, el Guernica de Picasso…

Y el género humano, individuo-sociedad-especie, asume y proclama su LIBERTAD, pero de esperanza e ilusión también vive. Jean-Paul Sartre decía que somos libres de manera absoluta y absurda. Absoluta porque tenemos que elegir sin escape en todo momento. Y absurda porque incesablemente carecemos de ideales o instancias superiores que nos inspiren a crear o a seguir un camino. Pronto ocurre que el miedo desordena o reacomoda nuestros pensamientos y nos lleva a perder la confianza en mucho de cuanto nos rodea, teniendo a veces que aceptar los sucesos o ajustarnos a ellos. Recuérdese, si no, al gran poeta y dramaturgo alemán Bertolt Brecht, que habiendo puesto su fe en la razón, el progreso y la ciencia, se vio obligado a cambiar el último acto de su Galileo Galilei para admitir la fuerza devastadora de la bomba atómica. En un poema lírico, Brecht evoca y canta al humo, tal símbolo inequívoco de la supervivencia humana: “La casita entre árboles junto al lago;/ del tejado, un hilo de humo./ Si faltase,/¡qué desolación:/ casa, árboles y lago!”

Debemos pensar entonces que cuando se habla de supervivencia, apenas se podrá hablar de libertad y apenas aun de poseer lo estricto. Apenas se hablará de sueños y apenas aun de “ser felices”. Y aunque a veces se encuentre errado el hombre y sienta perder su cauce y pierda incluso su libertad física o espiritual y por deber realice sus tareas, podrá brotar pese a todo, un renuevo mentor que, a la manera brechtiana, le lleve a decir:

¡Oh, regar el jardín,

vivificar lo verde!

¡Regar los árboles sedientos!

Sé generoso con el agua

y no olvides los arbustos;

ni siquiera los que no tienen fruto,

los agotados y avaros.

Y no me olvides

la mala hierba entre las flores, que también tiene sed.

Riega el césped fresco y seco.

Y refresca hasta el suelo desnudo.

Por la riqueza de la alteridad. Por los sufrientes pobladores de este planeta. Por todo lo que ha ocurrido y está ocurriendo hoy en Estados Unidos, a causa del racismo exacerbado. Por los motivos de cada uno de nosotros. Y porque la escritura nos sobrevive, tomo de mi hermoso Eduardo Galeano estos textos:

Puños alzados al cielo: Ciudad de México, Estadio Olímpico, octubre de 1968. La bandera de las barras y las estrellas flamea, triunfante, en el mástil más alto, mientras vibran los acordes del himno de los Estados Unidos. Suben al podio los campeones olímpicos. Y entonces, en el momento culminante, Tommie Smith, medalla de oro, y John Carlos, medalla de bronce, negros los dos, estadounidenses los dos, alzan sus puños cerrados, en guantes negros, contra el cielo de la noche. El fotógrafo de “Life”, John Dominis, registra el acontecimiento. Esos puños alzados, símbolos del movimiento revolucionario Panteras Negras, denuncian ante el mundo la humillación racial en los Estados Unidos. Tommie y John son inmediatamente expulsados de la Villa Olímpica. Nunca más podrán participar en ninguna competición deportiva. Los caballos de carreras, los gallos de riña y los atletas humanos no tienen el derecho de ser aguafiestas. La esposa de Tommie se divorcia. La esposa de John se suicida. De regreso a su país, nadie da trabajo a estos metelíos. John se las arregla como puede y Tommie, que ha conquistado once récords mundiales, lava coches a cambio de la propina.

Ali. Fue pluma y plomo. Boxeando bailaba y demolía. En 1967, Muhammad Ali, nacido Cassius Clay, se negó a vestir el uniforme militar: –Quieren mandarme a matar vietnamitas –dijo–. ¿Quién humilla a los negros en mi país? ¿Los vietnamitas? Ellos nunca me hicieron nada. Lo llamaron traidor a la patria. Lo amenazaron con la cárcel, le prohibieron seguir boxeando. Le quitaron el título de campeón mundial. Ese castigo fue su trofeo. Arrebatándole la corona, lo consagraron rey. Cinco años después, unos estudiantes universitarios le pidieron que recitara algo. Y él inventó para ellos el poema más breve de la literatura universal:

–Me, we. Yo, nosotros.

amparo.gberumen@gmail.com

El género humano, individuo-sociedad-especie, asume y proclama su LIBERTAD, pero de esperanza e ilusión también vive. Jean-Paul Sartre decía que somos libres de manera absoluta y absurda

Bien puede pensarse que los axiomáticos e insólitos avances alcanzados por el hombre en todos los ámbitos necesitarían de un escenario espacioso que mostrara con exención su potencial ultramoderno, su poder. Y podríamos pasar de una ecuación a otra diariamente, sin que pueda en definitiva capitalizarse o circularse el papel del hombre en el área de la tecnología. De la misma manera ocurrirá si se intenta “medir” su aspecto ideológico y humano, sin duda más sugestivo y revelador, pero no por ello menos complicado.

Esto último me lleva a decir que a lo largo de la historia el hombre ha desencadenado rebatos incontables, que no todos armados. Muchos con la pluma, la batuta o el pincel dieron origen a la literatura verso y prosa, a célebres himnos y sinfonías; dieron origen también a celebérrimos lienzos en los que aparecen juntos sentimiento y pasión: la Jerusalén Libertada, el Ramayana, el Mahabharata, la Iliada, la Eneida, La Heroica de Beethoven, la Obertura 1812 de Tchaikovsky, el Guernica de Picasso…

Y el género humano, individuo-sociedad-especie, asume y proclama su LIBERTAD, pero de esperanza e ilusión también vive. Jean-Paul Sartre decía que somos libres de manera absoluta y absurda. Absoluta porque tenemos que elegir sin escape en todo momento. Y absurda porque incesablemente carecemos de ideales o instancias superiores que nos inspiren a crear o a seguir un camino. Pronto ocurre que el miedo desordena o reacomoda nuestros pensamientos y nos lleva a perder la confianza en mucho de cuanto nos rodea, teniendo a veces que aceptar los sucesos o ajustarnos a ellos. Recuérdese, si no, al gran poeta y dramaturgo alemán Bertolt Brecht, que habiendo puesto su fe en la razón, el progreso y la ciencia, se vio obligado a cambiar el último acto de su Galileo Galilei para admitir la fuerza devastadora de la bomba atómica. En un poema lírico, Brecht evoca y canta al humo, tal símbolo inequívoco de la supervivencia humana: “La casita entre árboles junto al lago;/ del tejado, un hilo de humo./ Si faltase,/¡qué desolación:/ casa, árboles y lago!”

Debemos pensar entonces que cuando se habla de supervivencia, apenas se podrá hablar de libertad y apenas aun de poseer lo estricto. Apenas se hablará de sueños y apenas aun de “ser felices”. Y aunque a veces se encuentre errado el hombre y sienta perder su cauce y pierda incluso su libertad física o espiritual y por deber realice sus tareas, podrá brotar pese a todo, un renuevo mentor que, a la manera brechtiana, le lleve a decir:

¡Oh, regar el jardín,

vivificar lo verde!

¡Regar los árboles sedientos!

Sé generoso con el agua

y no olvides los arbustos;

ni siquiera los que no tienen fruto,

los agotados y avaros.

Y no me olvides

la mala hierba entre las flores, que también tiene sed.

Riega el césped fresco y seco.

Y refresca hasta el suelo desnudo.

Por la riqueza de la alteridad. Por los sufrientes pobladores de este planeta. Por todo lo que ha ocurrido y está ocurriendo hoy en Estados Unidos, a causa del racismo exacerbado. Por los motivos de cada uno de nosotros. Y porque la escritura nos sobrevive, tomo de mi hermoso Eduardo Galeano estos textos:

Puños alzados al cielo: Ciudad de México, Estadio Olímpico, octubre de 1968. La bandera de las barras y las estrellas flamea, triunfante, en el mástil más alto, mientras vibran los acordes del himno de los Estados Unidos. Suben al podio los campeones olímpicos. Y entonces, en el momento culminante, Tommie Smith, medalla de oro, y John Carlos, medalla de bronce, negros los dos, estadounidenses los dos, alzan sus puños cerrados, en guantes negros, contra el cielo de la noche. El fotógrafo de “Life”, John Dominis, registra el acontecimiento. Esos puños alzados, símbolos del movimiento revolucionario Panteras Negras, denuncian ante el mundo la humillación racial en los Estados Unidos. Tommie y John son inmediatamente expulsados de la Villa Olímpica. Nunca más podrán participar en ninguna competición deportiva. Los caballos de carreras, los gallos de riña y los atletas humanos no tienen el derecho de ser aguafiestas. La esposa de Tommie se divorcia. La esposa de John se suicida. De regreso a su país, nadie da trabajo a estos metelíos. John se las arregla como puede y Tommie, que ha conquistado once récords mundiales, lava coches a cambio de la propina.

Ali. Fue pluma y plomo. Boxeando bailaba y demolía. En 1967, Muhammad Ali, nacido Cassius Clay, se negó a vestir el uniforme militar: –Quieren mandarme a matar vietnamitas –dijo–. ¿Quién humilla a los negros en mi país? ¿Los vietnamitas? Ellos nunca me hicieron nada. Lo llamaron traidor a la patria. Lo amenazaron con la cárcel, le prohibieron seguir boxeando. Le quitaron el título de campeón mundial. Ese castigo fue su trofeo. Arrebatándole la corona, lo consagraron rey. Cinco años después, unos estudiantes universitarios le pidieron que recitara algo. Y él inventó para ellos el poema más breve de la literatura universal:

–Me, we. Yo, nosotros.

amparo.gberumen@gmail.com

El género humano, individuo-sociedad-especie, asume y proclama su LIBERTAD, pero de esperanza e ilusión también vive. Jean-Paul Sartre decía que somos libres de manera absoluta y absurda