/ martes 26 de enero de 2021

Cambiavía | Bestiarios

Una de las formas más antiguas que existen es el bestiario, a pesar del paso del tiempo, no ha perdido vigencia y fuerza en la literatura contemporánea. Particularmente en América, a mediados del siglo veinte, escritores como Jorge Luis Borges, Juan José Arreola, Augusto Monterroso y Julio Cortázar le dieron un impulso sobresaliente.

La historia de los bestiarios es muy remota: entre los siglos II y IV apareció un texto “Physiologus”, escrito posiblemente por San Epifanio. Presenta una sucinta descripción de animales que aparecen en la Biblia y una interpretación alegórica con intenciones didácticas, aparecen animales tanto reales como imaginarios: el elefante, el ave fénix, el león, el unicornio.

Durante los siglos XII y XIII, en Inglaterra y Francia se escribieron muchos bestiarios. Se trataba de libros ilustrados con descripciones breves de sus características a las que se les incorporaron interpretaciones vinculadas con motivos religiosos cargada de simbolismos. Entre los diversos bestiarios que se escribieron en esa época, sobresale el de Philippe de Thaün, escrito hacia 1121, los de Guillaume le Clerc, Pierre de Beauvais, Gervaise, y el de Vincent de Beauvais, titulado Speculum naturale.

Durante el Renacimiento los bestiarios se fueron modificando, en las primeras enciclopedias se proporcionaba información sobre animales acompañada, en algunos casos, de reflexiones moralizantes. Posteriormente escritores como Jean de la Fontaine, Tomás de Iriarte y Félix María de Samaniego dieron nuevo impulso a las fábulas.

Durante las primeras décadas del siglo pasado Maurice Maeterlink, galardonado con el premio Nobel, autor de El pájaro azul, obra de fama mundial, escribió La vida de las abejas y La vida de las hormigas, textos con las cuales inaugura la corriente actual de los bestiarios.

A partir de esas obras, proliferaron los bestiarios. A mediados del siglo XX, aparecen importantes bestiarios, como el de Augusto Monterroso: La oveja negra y demás fábulas (1969); el de Jorge Luis Borges, Manual de zoología fantástica (1957), y el Bestiario (1959) de Juan José Arreola.

Vale la pena consignar aquí una obra española (prácticamente imposible de conseguir) escrita por Rafael Pérez Estrada, titulada Bestiario de Livermore, editado en 1989, con un tiraje de apenas 250 ejemplares. Este bestiario está compuesto en su mayoría por seres fantásticos. Pérez Estrada muestra un amplio catálogo de especies que no existen en nuestro mundo. Según apunta Francisco González García, en su texto: “Nuevos bestiarios en la literatura contemporánea”, la obra contiene descripciones de criaturas extraordinarias como el Elefante ónix, quien destruye todo lo que ama; el Pinzón de la noche, que se alimenta de los rayos de la luna, provocando la obscuridad en donde vive; el Ibi amatista, que no puede dejar de volar porque no tiene dónde posar sus patas. En este compendio aparecen también animales a los que se les relaciona con el amor, como el Sangre de pichón, un pájaro que se asimila a una llama y que nace de la pasión de los amantes; o la Falsa estrella, un pequeño ser que guía a los enamorados hasta lo que desean conseguir. Si bien es cierto que la mayoría de los animales que se incluyen en este bestiario intentan ser el reflejo de un mundo nuevo, también existen seres que, por sus características, suponen una crítica a las conductas humanas, tal es el caso de Ku, un pequeñísimo pájaro, híbrido de mosca y colibrí, que se alimenta de las lágrimas de aquellos que lloran por los excesos del ser humano cometidos en contra de la naturaleza.

Daniel Nesquens, también español, ha pergeñado un bestiario, digamos, cómico. Es un bestiario infantil que busca parodiar el género para provocar la risa de sus posibles lectores. Hasta (casi) 100 bichos, es el título de esta obra en la que se incluye un amplio catálogo de animales, ordenados alfabéticamente. El autor juega con las descripciones y en no pocas ocasiones rozan con el absurdo ante lo evidente, por ejemplo, Águila: “El águila es un ave rapaz del tamaño de un águila, color de águila y pico dado al corrillo y a la charlatanería”. En la Abeja hace uso de ingeniosas asociaciones de ideas: “El mayor pasatiempo de la avispa es pinchar los globos que los niños llevan de un cordel cuando pasean por la feria”, o en el caso del Caracol: “La casa del caracol es una concha en forma de espiral. Menos en Egipto, que es en forma de pirámide”.

En fin, hay muchos más bestiarios y, desde luego, no hay espacio suficiente para consignar a todos. Lo importante es observar la buena salud de que goza este género literario.

Ojalá que este tipo de obra literaria se mantenga vivo y que esos seres imaginarios nos permitan reflexionar sobre nuestras actitudes y acciones en este mundo que, a pesar de todo, es maravilloso. Besitos a las mariposas amarillas, a las niñas azules y a mi gaviota que, sobre la escollera, paciente espera el brillo lunar.

Una de las formas más antiguas que existen es el bestiario, a pesar del paso del tiempo, no ha perdido vigencia y fuerza en la literatura contemporánea. Particularmente en América, a mediados del siglo veinte, escritores como Jorge Luis Borges, Juan José Arreola, Augusto Monterroso y Julio Cortázar le dieron un impulso sobresaliente.

La historia de los bestiarios es muy remota: entre los siglos II y IV apareció un texto “Physiologus”, escrito posiblemente por San Epifanio. Presenta una sucinta descripción de animales que aparecen en la Biblia y una interpretación alegórica con intenciones didácticas, aparecen animales tanto reales como imaginarios: el elefante, el ave fénix, el león, el unicornio.

Durante los siglos XII y XIII, en Inglaterra y Francia se escribieron muchos bestiarios. Se trataba de libros ilustrados con descripciones breves de sus características a las que se les incorporaron interpretaciones vinculadas con motivos religiosos cargada de simbolismos. Entre los diversos bestiarios que se escribieron en esa época, sobresale el de Philippe de Thaün, escrito hacia 1121, los de Guillaume le Clerc, Pierre de Beauvais, Gervaise, y el de Vincent de Beauvais, titulado Speculum naturale.

Durante el Renacimiento los bestiarios se fueron modificando, en las primeras enciclopedias se proporcionaba información sobre animales acompañada, en algunos casos, de reflexiones moralizantes. Posteriormente escritores como Jean de la Fontaine, Tomás de Iriarte y Félix María de Samaniego dieron nuevo impulso a las fábulas.

Durante las primeras décadas del siglo pasado Maurice Maeterlink, galardonado con el premio Nobel, autor de El pájaro azul, obra de fama mundial, escribió La vida de las abejas y La vida de las hormigas, textos con las cuales inaugura la corriente actual de los bestiarios.

A partir de esas obras, proliferaron los bestiarios. A mediados del siglo XX, aparecen importantes bestiarios, como el de Augusto Monterroso: La oveja negra y demás fábulas (1969); el de Jorge Luis Borges, Manual de zoología fantástica (1957), y el Bestiario (1959) de Juan José Arreola.

Vale la pena consignar aquí una obra española (prácticamente imposible de conseguir) escrita por Rafael Pérez Estrada, titulada Bestiario de Livermore, editado en 1989, con un tiraje de apenas 250 ejemplares. Este bestiario está compuesto en su mayoría por seres fantásticos. Pérez Estrada muestra un amplio catálogo de especies que no existen en nuestro mundo. Según apunta Francisco González García, en su texto: “Nuevos bestiarios en la literatura contemporánea”, la obra contiene descripciones de criaturas extraordinarias como el Elefante ónix, quien destruye todo lo que ama; el Pinzón de la noche, que se alimenta de los rayos de la luna, provocando la obscuridad en donde vive; el Ibi amatista, que no puede dejar de volar porque no tiene dónde posar sus patas. En este compendio aparecen también animales a los que se les relaciona con el amor, como el Sangre de pichón, un pájaro que se asimila a una llama y que nace de la pasión de los amantes; o la Falsa estrella, un pequeño ser que guía a los enamorados hasta lo que desean conseguir. Si bien es cierto que la mayoría de los animales que se incluyen en este bestiario intentan ser el reflejo de un mundo nuevo, también existen seres que, por sus características, suponen una crítica a las conductas humanas, tal es el caso de Ku, un pequeñísimo pájaro, híbrido de mosca y colibrí, que se alimenta de las lágrimas de aquellos que lloran por los excesos del ser humano cometidos en contra de la naturaleza.

Daniel Nesquens, también español, ha pergeñado un bestiario, digamos, cómico. Es un bestiario infantil que busca parodiar el género para provocar la risa de sus posibles lectores. Hasta (casi) 100 bichos, es el título de esta obra en la que se incluye un amplio catálogo de animales, ordenados alfabéticamente. El autor juega con las descripciones y en no pocas ocasiones rozan con el absurdo ante lo evidente, por ejemplo, Águila: “El águila es un ave rapaz del tamaño de un águila, color de águila y pico dado al corrillo y a la charlatanería”. En la Abeja hace uso de ingeniosas asociaciones de ideas: “El mayor pasatiempo de la avispa es pinchar los globos que los niños llevan de un cordel cuando pasean por la feria”, o en el caso del Caracol: “La casa del caracol es una concha en forma de espiral. Menos en Egipto, que es en forma de pirámide”.

En fin, hay muchos más bestiarios y, desde luego, no hay espacio suficiente para consignar a todos. Lo importante es observar la buena salud de que goza este género literario.

Ojalá que este tipo de obra literaria se mantenga vivo y que esos seres imaginarios nos permitan reflexionar sobre nuestras actitudes y acciones en este mundo que, a pesar de todo, es maravilloso. Besitos a las mariposas amarillas, a las niñas azules y a mi gaviota que, sobre la escollera, paciente espera el brillo lunar.