/ martes 5 de mayo de 2020

Cambiavía | ¿De qué hablo cuando hablo de Murakami?

La pregunta original es: ¿De qué hablamos cuando hablamos del amor?, título de la novela escrita por Raymond Carver. El propio Murakami la ha parafraseado en dos ensayos: “De qué hablo cuando hablo de correr” y “De qué hablo cuando hablo de escribir”.

¿De qué hablo cuando hablo de Murakami? La pregunta es un pretexto para compartirle, estimado lector, algunas reflexiones sobre la obra de este original escritor quien, hasta ahora, no ha obtenido el Premio Nobel de Literatura, a pesar de que casi todos los años se le nombra como favorito.

En 1968 había dos grandes candidatos a ganar el Nobel, Yukio Mishima se consideraba el favorito y preparó una gran fiesta en un hotel de lujo, cuando se enteró que el premio se le había otorgado a su maestro Yasunari Kawabata, fingió que la fiesta era en su honor. La frustración acumulada se fue haciendo cada vez más grande a tal grado que se suicidó. Hay quienes creen que para evitar que Murakami siga sus pasos (es broma, claro), valdría la pena darle el codiciado galardón. Pero, ¿merece el premio? ¿Ha escrito novelas realmente importantes? ¿Cuáles son los imprescindibles de Murakami? La respuesta a las dos primeras preguntas es: Sí. Los imperdibles son “Kafka en la orilla”, “Al sur de la frontera, al oeste del sol”, “Crónica del pájaro que da cuerda al mundo” y “La caza del carnero salvaje”.

Murakami merece el Premio porque ha sido capaz de construir una prosa sencilla, directa. En la mayoría de sus obras están presentes: la simplicidad, la música (es un melómano), preferentemente jazz, rock o clásica que suele acompañar al personaje principal. Sus personajes son hombres solitarios: se han casado y luego divorciado o separado; una intriga narrativa bien construida y un elemento surrealista, son elementos indispensables. Rodrigo Fresán escribió que en la obra literaria de Murakami hay “pura intuición y -al mismo tiempo, cuando todo parece a punto de venirse abajo- una firme precisión para afectar al lector de maneras siempre impredecibles, haciéndole sentir que aquello que se le cuenta no está escrito sino que está sucediendo en el acto, para que sea él quien termine de convertirlo en íntima trama”. Este es quizá el punto más destacado en su narrativa. Se trata de un escritor universal que muestra un profundo conocimiento del alma humana.

“Kafka en la orilla” es una historia en la que se mezcla a un adolescente que ha escapado con un vagabundo que ha perdido la memoria. Es una obra redonda, tanto en su planeación como en el aspecto visual e imaginativo, pues el sueño y la realidad se entrecruzan de manera espectacular. El lector acepta el contrato de verosimilitud y no le “extraña” que el personaje haga llover sanguijuelas del cielo, esto es debido a que se ha construido lentamente un mundo roto invadido por los sueños y lo irracional.

“Al sur de la frontera, al oeste del sol” es una de las pocas obras de Murakami en el que se maneja como un escritor realista: Un hombre maduro se encuentra con una amiga íntima de la infancia, eso producirá efectos catastróficos. Una novela de introspección y cruel con el narrador quien se analiza a sí mismo y no se siente satisfecho con lo que ve; por eso es tal vez comprensible la empatía que genera cuando mira con sorpresa la facilidad con que se pierde el control de la vida y se destruye aquello que considerábamos inamovible.

En “A la caza del carnero salvaje”, como en varias de sus novelas, nos encontramos con un “protagonista sin nombre”, posiblemente un reflejo del propio autor. El personaje se encuentra en proceso de divorcio y comienza a salir con una chica que trabaja como modelo, con orejas y un instinto muy desarrollado. El asunto se desencadena cuando le llaman de la agencia publicitaria en la que trabaja, debido a una fotografía que un amigo (Rata) le ha enviado semanas atrás y que aparece en la portada de la revista. Un líder ultraderechista le explica que en esa foto -un prado lleno de ovejas de diferentes razas- se encuentra un carnero que colma de éxitos a todo aquel que la posee, hasta que se cansa de habitar en ese cuerpo, para desencadenar todo tipo de desgracias a esa persona. En esta obra, se repite, como en otras historias: el misterio de la protagonista femenina, la personalidad anodina del personaje principal, charlas en bares o los viajes como una manera de desencadenar la trama (como en “La muerte del comendador”). De lo nuevo, vale mencionar la fijación, a veces enfermiza, por las orejas femeninas, su pasión por los gatos y sobre todo la relatividad del espacio dimensional, la cual aparecerá en “1Q84” y en “After Dark”, le fascina el tema de los dobles, el hecho de mirarse a sí mismo desde afuera. Si usted, querido lector, desea adentrarse en el mundo literario de este gran escritor, le recomiendo ampliamente que comience con esta obra.

La pregunta original es: ¿De qué hablamos cuando hablamos del amor?, título de la novela escrita por Raymond Carver. El propio Murakami la ha parafraseado en dos ensayos: “De qué hablo cuando hablo de correr” y “De qué hablo cuando hablo de escribir”.

¿De qué hablo cuando hablo de Murakami? La pregunta es un pretexto para compartirle, estimado lector, algunas reflexiones sobre la obra de este original escritor quien, hasta ahora, no ha obtenido el Premio Nobel de Literatura, a pesar de que casi todos los años se le nombra como favorito.

En 1968 había dos grandes candidatos a ganar el Nobel, Yukio Mishima se consideraba el favorito y preparó una gran fiesta en un hotel de lujo, cuando se enteró que el premio se le había otorgado a su maestro Yasunari Kawabata, fingió que la fiesta era en su honor. La frustración acumulada se fue haciendo cada vez más grande a tal grado que se suicidó. Hay quienes creen que para evitar que Murakami siga sus pasos (es broma, claro), valdría la pena darle el codiciado galardón. Pero, ¿merece el premio? ¿Ha escrito novelas realmente importantes? ¿Cuáles son los imprescindibles de Murakami? La respuesta a las dos primeras preguntas es: Sí. Los imperdibles son “Kafka en la orilla”, “Al sur de la frontera, al oeste del sol”, “Crónica del pájaro que da cuerda al mundo” y “La caza del carnero salvaje”.

Murakami merece el Premio porque ha sido capaz de construir una prosa sencilla, directa. En la mayoría de sus obras están presentes: la simplicidad, la música (es un melómano), preferentemente jazz, rock o clásica que suele acompañar al personaje principal. Sus personajes son hombres solitarios: se han casado y luego divorciado o separado; una intriga narrativa bien construida y un elemento surrealista, son elementos indispensables. Rodrigo Fresán escribió que en la obra literaria de Murakami hay “pura intuición y -al mismo tiempo, cuando todo parece a punto de venirse abajo- una firme precisión para afectar al lector de maneras siempre impredecibles, haciéndole sentir que aquello que se le cuenta no está escrito sino que está sucediendo en el acto, para que sea él quien termine de convertirlo en íntima trama”. Este es quizá el punto más destacado en su narrativa. Se trata de un escritor universal que muestra un profundo conocimiento del alma humana.

“Kafka en la orilla” es una historia en la que se mezcla a un adolescente que ha escapado con un vagabundo que ha perdido la memoria. Es una obra redonda, tanto en su planeación como en el aspecto visual e imaginativo, pues el sueño y la realidad se entrecruzan de manera espectacular. El lector acepta el contrato de verosimilitud y no le “extraña” que el personaje haga llover sanguijuelas del cielo, esto es debido a que se ha construido lentamente un mundo roto invadido por los sueños y lo irracional.

“Al sur de la frontera, al oeste del sol” es una de las pocas obras de Murakami en el que se maneja como un escritor realista: Un hombre maduro se encuentra con una amiga íntima de la infancia, eso producirá efectos catastróficos. Una novela de introspección y cruel con el narrador quien se analiza a sí mismo y no se siente satisfecho con lo que ve; por eso es tal vez comprensible la empatía que genera cuando mira con sorpresa la facilidad con que se pierde el control de la vida y se destruye aquello que considerábamos inamovible.

En “A la caza del carnero salvaje”, como en varias de sus novelas, nos encontramos con un “protagonista sin nombre”, posiblemente un reflejo del propio autor. El personaje se encuentra en proceso de divorcio y comienza a salir con una chica que trabaja como modelo, con orejas y un instinto muy desarrollado. El asunto se desencadena cuando le llaman de la agencia publicitaria en la que trabaja, debido a una fotografía que un amigo (Rata) le ha enviado semanas atrás y que aparece en la portada de la revista. Un líder ultraderechista le explica que en esa foto -un prado lleno de ovejas de diferentes razas- se encuentra un carnero que colma de éxitos a todo aquel que la posee, hasta que se cansa de habitar en ese cuerpo, para desencadenar todo tipo de desgracias a esa persona. En esta obra, se repite, como en otras historias: el misterio de la protagonista femenina, la personalidad anodina del personaje principal, charlas en bares o los viajes como una manera de desencadenar la trama (como en “La muerte del comendador”). De lo nuevo, vale mencionar la fijación, a veces enfermiza, por las orejas femeninas, su pasión por los gatos y sobre todo la relatividad del espacio dimensional, la cual aparecerá en “1Q84” y en “After Dark”, le fascina el tema de los dobles, el hecho de mirarse a sí mismo desde afuera. Si usted, querido lector, desea adentrarse en el mundo literario de este gran escritor, le recomiendo ampliamente que comience con esta obra.