/ martes 15 de junio de 2021

Cambiavía | El pícaro "Lazarillo de Tormes"

La novela picaresca siguió una evolución que tuvo distintas etapas, desde 1599 hasta 1605, donde floreció el género con las mejores novelas (El Lazarillo de Tormes y Guzmán de Alfarache). Con el Lazarillo empieza el género de la novela picaresca de tanto éxito en el siglo XVII. Aunque es habitual incluir el LazariIlo de Tormes en el género picaresco, el primer personaje literario que fue llamado pícaro por su autor es Guzmán de Alfarache. El auge del pícaro en la novela nació, de hecho, por la publicación de la primera parte de Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán.

Esta singular obra, a la que vale la pena regresar, retrata parcialmente a la sociedad del siglo XVI, es un texto que se siente auténtico y es, a la vez, un excelente ejemplo de lo que llamamos verosimilitud; es decir, aquello que tiene apariencia de verdad. El Lazarillo de Tormes forma parte de un debate amplio entre ficción y certeza. El formato carta le proporciona una apariencia de documento histórico. Los recursos realistas utilizados contribuyen a hacerlo verosímil, aunque bien sabemos que es todo ficción, pero una ficción que posee toda la apariencia de verdad.

Cuando se reanuda el género tras el paréntesis que enmarca aproximadamente el éxito del Quijote (1605–1614), el carácter cómico y ligero del Buscón se prolonga en varias obras que pretenden enlazar con el punto de partida de la picaresca. Las más famosas fueron la Vida del escudero Marcos de Obregón de Vicente Espinel, El domado hablador del médico Jerónimo de Alcalá Yáñez y la anónima Vida y hechos de Estebanillo González.

Juan Luis Alborg ha comentado que “lo que importa en un libro no es la materia prima de que se nutre, sino el producto que elabora con ella”. Así que la valoración del Lazarillo oscila entre verlo como un producto de denuncia social o como una mera obra artística. La obra, en efecto, contiene una intención moral, didáctica, llena de ironía. Pero además, muchos críticos han visto en ella una influencia del erasmismo. Bataillon se ha manifestado en contra de esa tesis, pues argumenta que “el anticlericalismo de la novela procede de la tradición medieval y nada nuevo añade que pueda relacionarse con la crítica de Erasmo”, pues no les reprocha a los sacerdotes “vivir mal” sino creer mal. En lo que sí está de acuerdo Bataillon es en que el erasmismo contribuyó a que naciera el Lazarillo. Esos argumentos han sido aceptados por la mayoría de los estudiosos, nos dice Alborg; es decir, hay un propósito: reducir al mínimo la intención realista y satírica y afirmar su condición de libro de burlas, visto esto como una reacción contra los excesos del realismo testimonial. No obstante eso, Alborg reconoce que la tesis de Bataillon ha encontrado justificadas resistencias y que según Asensio, hay en la obra un propósito de hacer sátira religiosa, simplemente desde el punto de vista de su creación, pues cinco personajes pertenecen a la Iglesia, inclusive el episodio con el ciego plantea problemas religiosos importantes para la época. Más aun, Alborg establece que “la novela demuestra al cabo de qué manera los amos de Lázaro, con su conducta y mal ejemplo, siembran en él el desengaño religioso, fomentan en forma progresiva su deformación moral y espiritual, le inclinan a la práctica de la hipocresía y el disimulo, y acaban por convertirle en un redomado bellaco”.

Márquez de Villanueva explica que el Lazarillo ha de abandonar “los valores absolutos de la moral cristiana para identificarse con la relatividad de lo que realmente cuenta para la sociedad en cuyo seno vive”. También Américo Castro ha subrayado la actitud de protesta que permea todo el libro. Es así que, de acuerdo con los estudios más recientes, se considera al Lazarillo como un libro cargado de “contenido ideológico”. De hecho, el recurso técnico de que el mismo pícaro sirva a varios amos, es un pretexto excepcional para hacer desfilar a diversas clases sociales a las que Lázaro pone en evidencia.

El Lazarillo está narrado en primera persona, estilo narrativo que habrán de seguir escritores posteriores. Éste cuenta historias, sus penalidades y desdichas. La escritura es descuidada, lo que ha llevado a pensar a muchos que se trata de una autobiografía auténtica, aunque también aparecen algunas citas eruditas. En el Lazarillo se presenta una picaresca “recién nacida”, con una verdad esencial sobre las costumbres, tipos y lugares. En la obra se aprecia la observación particular de ciertos tipos de la sociedad. Existe, sí, la sátira y la ironía, pero no llega a dominar del todo, pues no oculta el realismo y el ingenio.

El tono es más bien familiar y acusa un “vocabulario pobre y sobrio, pero pintoresco y colorista a veces. Las expresiones vivas son rápidas y sencillas, pero de indudable efecto de naturalidad”, comenta Balbuena Pratt. El tratamiento de los personajes es singular, principalmente cuando se trata de los tres, digamos, principales: el ciego, el cura y el escudero, ellos son fieles representantes de los agentes dominadores de España; ofrecen un valor de época y perenne, que se destaca entre la literatura retórica coetánea. Son actores en los que no se puede confiar. El cura finge ser generoso con Lazarillo en público, pero lo mata de hambre o, en el mejor de los casos, le deja comer las sobras; el escudero viste cada mañana su única ropa y de manera ostentosa desfila en público como si en realidad fuera un hombre adinerado, cuando la verdad es que está empobrecido, y en cuanto al ciego, éste “aborta” las oraciones que le han pagado para decir, si los que pagan se van antes de que él haya terminado.

En cuanto a lo formal, se aprecia en la obra un “arte sencillo y preciso”. Los tres primeros episodios se constituyen como capítulos concretos y acabados de una novela. La narración es sencilla y llena de interés que, después de los primeros capítulos, se hace más rápida. Así, la obra es una sátira y un cuadro de costumbres, un género esencialmente castellano que quedará fijado de por vida. Los tipos y los ambientes están perfectamente logrados. De manera similar a Chaucer, creador de arquetipos, en los cuales se inspirará Shakespeare, el fraile ocupa en el Lazarillo un lugar especial pues hay en él un carácter. Por su parte, Lázaro es un personaje “lleno de humanidad”, que causa nuestra simpatía, el tono autobiográfico abona a la sencillez de la narración. Se trata, pues, de una obra llena de ironía.

Es verdad que la construcción de la obra crea la ilusión de la realidad, pero habría que mirarla con cautela, pues no podríamos aceptar que el mundo representado en Lazarillo de Tormes sea un reflejo fiel de la sociedad española de mediados del siglo XVI. Después de todo, la pobreza, el hambre y la lucha cotidiana por la sobrevivencia no eran exclusivos de España, los amos de Lazarillo fácilmente se podrían encontrar en otros países del continente europeo.

Besitos a las niñas azules, a las mariposas amarillas y a mi gaviota que transita alegre horizontes incendiados.

La novela picaresca siguió una evolución que tuvo distintas etapas, desde 1599 hasta 1605, donde floreció el género con las mejores novelas (El Lazarillo de Tormes y Guzmán de Alfarache). Con el Lazarillo empieza el género de la novela picaresca de tanto éxito en el siglo XVII. Aunque es habitual incluir el LazariIlo de Tormes en el género picaresco, el primer personaje literario que fue llamado pícaro por su autor es Guzmán de Alfarache. El auge del pícaro en la novela nació, de hecho, por la publicación de la primera parte de Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán.

Esta singular obra, a la que vale la pena regresar, retrata parcialmente a la sociedad del siglo XVI, es un texto que se siente auténtico y es, a la vez, un excelente ejemplo de lo que llamamos verosimilitud; es decir, aquello que tiene apariencia de verdad. El Lazarillo de Tormes forma parte de un debate amplio entre ficción y certeza. El formato carta le proporciona una apariencia de documento histórico. Los recursos realistas utilizados contribuyen a hacerlo verosímil, aunque bien sabemos que es todo ficción, pero una ficción que posee toda la apariencia de verdad.

Cuando se reanuda el género tras el paréntesis que enmarca aproximadamente el éxito del Quijote (1605–1614), el carácter cómico y ligero del Buscón se prolonga en varias obras que pretenden enlazar con el punto de partida de la picaresca. Las más famosas fueron la Vida del escudero Marcos de Obregón de Vicente Espinel, El domado hablador del médico Jerónimo de Alcalá Yáñez y la anónima Vida y hechos de Estebanillo González.

Juan Luis Alborg ha comentado que “lo que importa en un libro no es la materia prima de que se nutre, sino el producto que elabora con ella”. Así que la valoración del Lazarillo oscila entre verlo como un producto de denuncia social o como una mera obra artística. La obra, en efecto, contiene una intención moral, didáctica, llena de ironía. Pero además, muchos críticos han visto en ella una influencia del erasmismo. Bataillon se ha manifestado en contra de esa tesis, pues argumenta que “el anticlericalismo de la novela procede de la tradición medieval y nada nuevo añade que pueda relacionarse con la crítica de Erasmo”, pues no les reprocha a los sacerdotes “vivir mal” sino creer mal. En lo que sí está de acuerdo Bataillon es en que el erasmismo contribuyó a que naciera el Lazarillo. Esos argumentos han sido aceptados por la mayoría de los estudiosos, nos dice Alborg; es decir, hay un propósito: reducir al mínimo la intención realista y satírica y afirmar su condición de libro de burlas, visto esto como una reacción contra los excesos del realismo testimonial. No obstante eso, Alborg reconoce que la tesis de Bataillon ha encontrado justificadas resistencias y que según Asensio, hay en la obra un propósito de hacer sátira religiosa, simplemente desde el punto de vista de su creación, pues cinco personajes pertenecen a la Iglesia, inclusive el episodio con el ciego plantea problemas religiosos importantes para la época. Más aun, Alborg establece que “la novela demuestra al cabo de qué manera los amos de Lázaro, con su conducta y mal ejemplo, siembran en él el desengaño religioso, fomentan en forma progresiva su deformación moral y espiritual, le inclinan a la práctica de la hipocresía y el disimulo, y acaban por convertirle en un redomado bellaco”.

Márquez de Villanueva explica que el Lazarillo ha de abandonar “los valores absolutos de la moral cristiana para identificarse con la relatividad de lo que realmente cuenta para la sociedad en cuyo seno vive”. También Américo Castro ha subrayado la actitud de protesta que permea todo el libro. Es así que, de acuerdo con los estudios más recientes, se considera al Lazarillo como un libro cargado de “contenido ideológico”. De hecho, el recurso técnico de que el mismo pícaro sirva a varios amos, es un pretexto excepcional para hacer desfilar a diversas clases sociales a las que Lázaro pone en evidencia.

El Lazarillo está narrado en primera persona, estilo narrativo que habrán de seguir escritores posteriores. Éste cuenta historias, sus penalidades y desdichas. La escritura es descuidada, lo que ha llevado a pensar a muchos que se trata de una autobiografía auténtica, aunque también aparecen algunas citas eruditas. En el Lazarillo se presenta una picaresca “recién nacida”, con una verdad esencial sobre las costumbres, tipos y lugares. En la obra se aprecia la observación particular de ciertos tipos de la sociedad. Existe, sí, la sátira y la ironía, pero no llega a dominar del todo, pues no oculta el realismo y el ingenio.

El tono es más bien familiar y acusa un “vocabulario pobre y sobrio, pero pintoresco y colorista a veces. Las expresiones vivas son rápidas y sencillas, pero de indudable efecto de naturalidad”, comenta Balbuena Pratt. El tratamiento de los personajes es singular, principalmente cuando se trata de los tres, digamos, principales: el ciego, el cura y el escudero, ellos son fieles representantes de los agentes dominadores de España; ofrecen un valor de época y perenne, que se destaca entre la literatura retórica coetánea. Son actores en los que no se puede confiar. El cura finge ser generoso con Lazarillo en público, pero lo mata de hambre o, en el mejor de los casos, le deja comer las sobras; el escudero viste cada mañana su única ropa y de manera ostentosa desfila en público como si en realidad fuera un hombre adinerado, cuando la verdad es que está empobrecido, y en cuanto al ciego, éste “aborta” las oraciones que le han pagado para decir, si los que pagan se van antes de que él haya terminado.

En cuanto a lo formal, se aprecia en la obra un “arte sencillo y preciso”. Los tres primeros episodios se constituyen como capítulos concretos y acabados de una novela. La narración es sencilla y llena de interés que, después de los primeros capítulos, se hace más rápida. Así, la obra es una sátira y un cuadro de costumbres, un género esencialmente castellano que quedará fijado de por vida. Los tipos y los ambientes están perfectamente logrados. De manera similar a Chaucer, creador de arquetipos, en los cuales se inspirará Shakespeare, el fraile ocupa en el Lazarillo un lugar especial pues hay en él un carácter. Por su parte, Lázaro es un personaje “lleno de humanidad”, que causa nuestra simpatía, el tono autobiográfico abona a la sencillez de la narración. Se trata, pues, de una obra llena de ironía.

Es verdad que la construcción de la obra crea la ilusión de la realidad, pero habría que mirarla con cautela, pues no podríamos aceptar que el mundo representado en Lazarillo de Tormes sea un reflejo fiel de la sociedad española de mediados del siglo XVI. Después de todo, la pobreza, el hambre y la lucha cotidiana por la sobrevivencia no eran exclusivos de España, los amos de Lazarillo fácilmente se podrían encontrar en otros países del continente europeo.

Besitos a las niñas azules, a las mariposas amarillas y a mi gaviota que transita alegre horizontes incendiados.