/ domingo 24 de noviembre de 2019

La penicilina


Ahora que se ha vuelto tan común el uso de los antibióticos para tratar cualquier enfermedad producida por las bacterias, resulta difícil pensar que hasta mediados del siglo pasado las personas podían morir debido a la infección producida por cualquier herida

En esta ocasión comentaremos sobre la vida del científico que descubrió la penicilina, y las casualidades que lo ayudaron a conseguirlo.

El ESCOCÉS

Alexander Fleming nació el 6 de agosto de 1881 en una zona rural de Escocia. Fue el tercero de los cuatros hijos del segundo matrimonio de Hugh Fleming. Creció con tres hermanos y cuatro medios hermanos. Todos juntos pasaban mucho tiempo realizando actividades al aire libre, en el campo. Al morir su padre, el hijo mayor heredó el rancho, y Alexander se fue a vivir a Londres con uno de sus hermanos, quien se iniciaba en la práctica de la medicina.

Fleming ingresó a la Escuela Politécnica de Londres (hoy la Universidad de Westminster); al terminar se inicia en el mundo de los negocios y comienza a trabajar en una firma comercial. Sin embargo, no se encuentra a gusto, ya que su deseo era estudiar medicina. En 1900 estalla la guerra Bóer en las colonias sudafricanas de Inglaterra, y Fleming se enlista en un regimiento escocés. En realidad, nunca viajó a la guerra, y su entrenamiento se parecía más a un club deportivo, donde practicaba tiro con rifle, natación y waterpolo.

Al morir uno de sus tíos, le deja una pequeña herencia, por lo que Fleming cuenta con los medios para realizar los estudios que tanto anhelaba. Ingresa a la Escuela de Medicina del Hospital Saint Mary de Londres –hoy parte del Imperial College–. La elección de esta escuela no fue por motivos académicos o económicos, sino simplemente porque había jugado contra su equipo de waterpolo.

Al finalizar sus estudios, desea especializarse en cirugía, lo que significaba su traslado a otra institución. El motivo por el que se quedó en Saint Mary fue que Fleming era un excelente tirador, y el director del departamento de inmunización era además capitán del club de rifle de la escuela. Debido a que deseaba mejorar el nivel del equipo, le pidió que se quedara a trabajar con él para que pudiera continuar perteneciendo a dicho club.

Durante la Primera Guerra Mundial Fleming se desempeñó como médico en un hospital del frente de batalla, y quedó impresionado por la gran cantidad de soldados que morían por las infecciones en sus heridas. Empezó a innovar en los tratamientos, pero la mortandad era demasiado alta, por lo que decidió investigar sobre los antisépticos.

LA CASUALIDAD

A su regreso al laboratorio, al finalizar la guerra, continúa con su investigación en sustancias antibacteriales. Un día de inicios de los años veinte, mientras examinaba un cultivo de bacterias en una placa de Petri, estornuda sobre él. Después se da cuenta que alrededor del fluido que había arrojado las bacterias estaban muertas. De esta forma descubre que la lizosima, una sustancia presente en varios fluidos del cuerpo humano, como las lágrimas y la saliva, tiene un efecto bactericida. Lamentablemente, comprobó que sólo actúa sobre las bacterias menos dañinas, por lo que no podía utilizarse en las heridas.

El gran descubrimiento de Fleming llega por casualidad también. Aunque era un científico brillante, su laboratorio –como el de muchos investigadores– era un completo desorden. En septiembre de 1928 regresó a su trabajo, después de pasar unas vacaciones de verano con su familia. Había dejado varios cultivos de estafilococos en placas de Petri, y observó que en uno de ellos se había desarrollado un hongo.

El detalle importante que vio fue que alrededor del hongo las bacterias habían sido eliminadas. Analizó el moho y descubrió que era “penicillium notatum”, por lo que bautizó a la sustancia como “penicilina”. Aunque el descubrimiento fue accidental, el mérito de Fleming consistió en investigar más al respecto y reconocer su aplicación como antibiótico para tratar infecciones severas.

Fleming publicó su descubrimiento en la revista británica Journal of Experimental Pathology, en 1929. Sin embargo, recibió poca atención, y en general fue recibido con escepticismo por la comunidad científica.

EL USO MASIVO

Fleming continuó con su investigación, pero comprendió que esa era una labor para un químico, y no para un médico. Fue hasta 1940, que Howard Florey, Ernest Chain y Norman Heatley consiguieron purificar y aislar la penicilina para su distribución comercial a gran escala. Debido a la Segunda Guerra Mundial, los Aliados necesitaban un antibiótico para tratar las heridas de guerra –los alemanes contaban ya con las sulfamidas, derivadas de la sulfonamida–. Por lo tanto, comenzó su producción masiva en laboratorios de los Estados Unidos, ya que en Inglaterra todas las instalaciones industriales estaban ocupadas por desarrollos relacionados con la guerra.

Existe un mito de que Winston Churchill fue salvado en la Segunda Guerra Mundial mediante la penicilina, pero en realidad la sustancia que lo ayudó fue la sulfonamida. Quizás en esa época no se reveló la verdad, ya que era producida por Bayer, un laboratorio alemán. Después de la guerra, inició su uso a gran escala en toda la población, con lo que se comenzaron a salvar miles de vidas.

Fleming advirtió que los antibióticos debían utilizarse sólo en los casos en que fuera estrictamente necesario, ya que su uso generalizado sin razón podía desarrollar bacterias resistentes. Esto es algo que tardó tiempo en asimilarse, especialmente en México, donde hasta hace unos años se podían adquirir sin receta médica.

VIDA PERSONAL

Fleming se casó en 1915 con Sarah McElroy, con quien tuvo un hijo, que también se dedicó a la medicina. Su esposa murió en 1949, y cuatro años después Fleming contrajo nupcias nuevamente con la Dra. Amalia Koutsori-Voureka –31 años menor–, de nacionalidad griega, quien había trabajado en el hospital de Saint Mary. Su matrimonio sólo duró dos años, debido a la muerte de él, aunque ella sobrevivió más de 30 años y falleció en 1986.

EL LEGADO

Fleming recibió –junto con Ernest Chain y Howard Florey– el Premio Nobel de Medicina en 1945 “por el descubrimiento de la penicilina y su efecto curativo en varias enfermedades infecciosas”. Además, fue nombrado caballero en 1944, y recibió una gran cantidad de reconocimientos en varios países. En la plaza de Las Ventas de Madrid, se encuentra una estatua erigida en su honor por los toreros.

Es justo agregar que Fleming no patentó su descubrimiento, el cual es catalogado como uno de los más importantes en la historia de la medicina –lo que lo hubiera convertido en un hombre muy rico–, con el fin de que la penicilina estuviera disponible en menos tiempo en muchos países y su uso en toda la población llegara lo más pronto posible.

Alexander Fleming falleció de un ataque cardiaco el 11 de marzo de 1955. Sus restos descansan en la Catedral de Saint Paul, en Londres. Dejemos aquí el reconocimiento para este gran médico, cuyo descubrimiento ha salvado la vida de millones de personas en todo el mundo.

e-mail: rodolfoechavarria@eluni

versodemaxwell.com



Ahora que se ha vuelto tan común el uso de los antibióticos para tratar cualquier enfermedad producida por las bacterias, resulta difícil pensar que hasta mediados del siglo pasado las personas podían morir debido a la infección producida por cualquier herida

En esta ocasión comentaremos sobre la vida del científico que descubrió la penicilina, y las casualidades que lo ayudaron a conseguirlo.

El ESCOCÉS

Alexander Fleming nació el 6 de agosto de 1881 en una zona rural de Escocia. Fue el tercero de los cuatros hijos del segundo matrimonio de Hugh Fleming. Creció con tres hermanos y cuatro medios hermanos. Todos juntos pasaban mucho tiempo realizando actividades al aire libre, en el campo. Al morir su padre, el hijo mayor heredó el rancho, y Alexander se fue a vivir a Londres con uno de sus hermanos, quien se iniciaba en la práctica de la medicina.

Fleming ingresó a la Escuela Politécnica de Londres (hoy la Universidad de Westminster); al terminar se inicia en el mundo de los negocios y comienza a trabajar en una firma comercial. Sin embargo, no se encuentra a gusto, ya que su deseo era estudiar medicina. En 1900 estalla la guerra Bóer en las colonias sudafricanas de Inglaterra, y Fleming se enlista en un regimiento escocés. En realidad, nunca viajó a la guerra, y su entrenamiento se parecía más a un club deportivo, donde practicaba tiro con rifle, natación y waterpolo.

Al morir uno de sus tíos, le deja una pequeña herencia, por lo que Fleming cuenta con los medios para realizar los estudios que tanto anhelaba. Ingresa a la Escuela de Medicina del Hospital Saint Mary de Londres –hoy parte del Imperial College–. La elección de esta escuela no fue por motivos académicos o económicos, sino simplemente porque había jugado contra su equipo de waterpolo.

Al finalizar sus estudios, desea especializarse en cirugía, lo que significaba su traslado a otra institución. El motivo por el que se quedó en Saint Mary fue que Fleming era un excelente tirador, y el director del departamento de inmunización era además capitán del club de rifle de la escuela. Debido a que deseaba mejorar el nivel del equipo, le pidió que se quedara a trabajar con él para que pudiera continuar perteneciendo a dicho club.

Durante la Primera Guerra Mundial Fleming se desempeñó como médico en un hospital del frente de batalla, y quedó impresionado por la gran cantidad de soldados que morían por las infecciones en sus heridas. Empezó a innovar en los tratamientos, pero la mortandad era demasiado alta, por lo que decidió investigar sobre los antisépticos.

LA CASUALIDAD

A su regreso al laboratorio, al finalizar la guerra, continúa con su investigación en sustancias antibacteriales. Un día de inicios de los años veinte, mientras examinaba un cultivo de bacterias en una placa de Petri, estornuda sobre él. Después se da cuenta que alrededor del fluido que había arrojado las bacterias estaban muertas. De esta forma descubre que la lizosima, una sustancia presente en varios fluidos del cuerpo humano, como las lágrimas y la saliva, tiene un efecto bactericida. Lamentablemente, comprobó que sólo actúa sobre las bacterias menos dañinas, por lo que no podía utilizarse en las heridas.

El gran descubrimiento de Fleming llega por casualidad también. Aunque era un científico brillante, su laboratorio –como el de muchos investigadores– era un completo desorden. En septiembre de 1928 regresó a su trabajo, después de pasar unas vacaciones de verano con su familia. Había dejado varios cultivos de estafilococos en placas de Petri, y observó que en uno de ellos se había desarrollado un hongo.

El detalle importante que vio fue que alrededor del hongo las bacterias habían sido eliminadas. Analizó el moho y descubrió que era “penicillium notatum”, por lo que bautizó a la sustancia como “penicilina”. Aunque el descubrimiento fue accidental, el mérito de Fleming consistió en investigar más al respecto y reconocer su aplicación como antibiótico para tratar infecciones severas.

Fleming publicó su descubrimiento en la revista británica Journal of Experimental Pathology, en 1929. Sin embargo, recibió poca atención, y en general fue recibido con escepticismo por la comunidad científica.

EL USO MASIVO

Fleming continuó con su investigación, pero comprendió que esa era una labor para un químico, y no para un médico. Fue hasta 1940, que Howard Florey, Ernest Chain y Norman Heatley consiguieron purificar y aislar la penicilina para su distribución comercial a gran escala. Debido a la Segunda Guerra Mundial, los Aliados necesitaban un antibiótico para tratar las heridas de guerra –los alemanes contaban ya con las sulfamidas, derivadas de la sulfonamida–. Por lo tanto, comenzó su producción masiva en laboratorios de los Estados Unidos, ya que en Inglaterra todas las instalaciones industriales estaban ocupadas por desarrollos relacionados con la guerra.

Existe un mito de que Winston Churchill fue salvado en la Segunda Guerra Mundial mediante la penicilina, pero en realidad la sustancia que lo ayudó fue la sulfonamida. Quizás en esa época no se reveló la verdad, ya que era producida por Bayer, un laboratorio alemán. Después de la guerra, inició su uso a gran escala en toda la población, con lo que se comenzaron a salvar miles de vidas.

Fleming advirtió que los antibióticos debían utilizarse sólo en los casos en que fuera estrictamente necesario, ya que su uso generalizado sin razón podía desarrollar bacterias resistentes. Esto es algo que tardó tiempo en asimilarse, especialmente en México, donde hasta hace unos años se podían adquirir sin receta médica.

VIDA PERSONAL

Fleming se casó en 1915 con Sarah McElroy, con quien tuvo un hijo, que también se dedicó a la medicina. Su esposa murió en 1949, y cuatro años después Fleming contrajo nupcias nuevamente con la Dra. Amalia Koutsori-Voureka –31 años menor–, de nacionalidad griega, quien había trabajado en el hospital de Saint Mary. Su matrimonio sólo duró dos años, debido a la muerte de él, aunque ella sobrevivió más de 30 años y falleció en 1986.

EL LEGADO

Fleming recibió –junto con Ernest Chain y Howard Florey– el Premio Nobel de Medicina en 1945 “por el descubrimiento de la penicilina y su efecto curativo en varias enfermedades infecciosas”. Además, fue nombrado caballero en 1944, y recibió una gran cantidad de reconocimientos en varios países. En la plaza de Las Ventas de Madrid, se encuentra una estatua erigida en su honor por los toreros.

Es justo agregar que Fleming no patentó su descubrimiento, el cual es catalogado como uno de los más importantes en la historia de la medicina –lo que lo hubiera convertido en un hombre muy rico–, con el fin de que la penicilina estuviera disponible en menos tiempo en muchos países y su uso en toda la población llegara lo más pronto posible.

Alexander Fleming falleció de un ataque cardiaco el 11 de marzo de 1955. Sus restos descansan en la Catedral de Saint Paul, en Londres. Dejemos aquí el reconocimiento para este gran médico, cuyo descubrimiento ha salvado la vida de millones de personas en todo el mundo.

e-mail: rodolfoechavarria@eluni

versodemaxwell.com